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Después de la justicia: la mamá de Lucía Pérez tras la sentencia

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El segundo juicio por el femicidio de la joven marplatense de 16 años encontró, a diferencia del primero, a Matías Farías y Juan Pablo Offidani (perpetua y 15 años de condena) responsables del crimen. En esta nota Marta Montero repasa cómo se llegó a este resultado, las diferencias con el primer proceso, la articulación con otras familias, con organismos y con el Estado, y lo que empieza a cambiar tras la tortura que sufrió y sigue sufriendo la familia incluso por parte de sectores del feminismo.

Texto: Anabella Arrascaeta

Después de la justicia: la mamá de Lucía Pérez tras la sentencia
Marta Montero y la imagen de Lucía. “La condena no sana nada”, dice. “A mi hija no me la devuelve nadie”. Sobre el sector del feminismo “que se cree catedrático” y trabajó con la defensa de los femicidas: “Hablan desde lugares que no se entienden, lo único que generan es confusión”. Fotos: Lina Etchesuri y Nacho Yuchark.

La lectura del veredicto duró 5 minutos 20 segundos, tras siete años de espera, después de 44 días de iniciado el segundo juicio que buscó dar respuesta a la pregunta: ¿qué pasó con Lucía Pérez (16 años) el 8 de octubre de 2016 en esa pequeña casilla en el barrio marplatense Alfar, a pocas cuadras de la salita de salud a la que llegó sin vida? Perpetua para Matías Farías. Y 15 años de prisión para Juan Pablo Offidani, condena esta última que la familia apelará. 

Los jueces del Tribunal Oral Criminal 2 de Mar del Plata, Roberto Falcone, Alexis Simaz y Gustavo Fissore encontraron a Matías Farías (29 años) culpable del delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado por el suministro de estupefacientes y por resultar la muerte de la persona ofendida, en concurso ideal con femicidio”, imponiéndole cadena perpetua. A Juan Pablo Offidani (48 años) lo encontraron “partícipe secundario” del “abuso sexual con acceso carnal agravado por el suministro de estupefacientes” imponiéndole 8 años que se elevan a 15 debido a la pena anterior de venta de drogas en las inmediaciones de la escuela en la que Lucía cursaba quinto año. 

La sentencia se escuchó en la pequeña sala del sexto piso de los Tribunales, adonde llegó la ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación, Ayelén Mazzina, para acompañar a la familia. En la calle, cientos de personas siguieron la transmisión a través de sus celulares vía el canal oficial de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. Desde adentro, Marta Montero, Guillermo y Matías Pérez, mamá, papá y hermano de Lucía, se sentaron del lado izquierdo de la sala, frente al estrado ocupado por los jueces. 

“Yo estaba como estoy ahora”, cuenta con calma tras la sentencia Marta Montero, intentando explicar que el momento en que los jueces pronunciaron la sentencia ella no se inmutó. La cámara que transmitía en vivo desde el Tribunal solamente permitía ver a los jueces; el resto no entraba en el plano. Sigue: “Después de lo que nos pasó con Lucía no hay nada que nos sorprenda. Cuando el juez dice ‘perpetua’ para Farías la sensación fue: bueno, ya está. No me puedo poner a festejar porque el tipo tiene perpetua, puedo decir internamente que se hizo justicia, que era lo que queríamos y necesitábamos, porque esa persona fue quien le hizo daño a Lucía. Y a Offidani en vez de darle 20 le dan 8 años, unifican la pena a 15 años, pero vamos a pedir también perpetua para él: sin Offidani, Farías no podría haber hecho lo que hizo”. Es decir, Lucía estaría con vida.

Después de la justicia: la mamá de Lucía Pérez tras la sentencia
Las calles al final de la sentencia. Allí Marta definió el crimen de Lucía en el contexto del negocio narco: “Que no se metan más con nuestras hijas”. Los familiares de otras víctimas viajaron y siguieron el juicio. “Es una red de acompañamiento fantástica. Un apoyo desde el alma”.

Es la segunda vez que Marta, Guillermo y Matías atraviesan el mismo proceso judicial. La primera fue en 2018; en esa oportunidad el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1, compuesto por los jueces Facundo Gómez Urso, Pablo Viñas y Aldo Carnevale, condenó a ocho años de prisión y multa de 135 mil pesos a Farías y a Offidani por el delito de “tenencia de estupefacientes con fines de comercialización agravado por ser en perjuicio de menores de edad y en inmediaciones de un establecimiento educativo”. Ambos quedaron absueltos de la acusación del delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado por resultar la muerte de la persona ofendida y favorecido por el suministro de estupefacientes en concurso ideal con femicidio”. Por su parte, Alejandro Maciel fue absuelto de la acusación de “encubrimiento agravado”; murió años después, en 2020. Aquel fallo fue anulado por la Cámara de Casación bonaerense por su misoginia y parcialidad, y ordenó realizar este segundo juicio.

“Recuerdo que en el otro juicio, cuando los jueces leyeron la absolución, nos miramos con Guillermo; esa mirada quedó con nosotros de por vida. Esta vez, ni siquiera hicimos ese gesto; yo lo único que hice fue agarrarle la mano a mi hijo y le toqué también la mano a mi hermana… Después me quedé de la mano de Guillermo (papá de Lucía)”. 

Las tres hermanas de Marta viajaron desde Tres Arroyos, donde viven, a escuchar la sentencia. Alquilaron un remís y se volvieron esa misma tarde. Marta se fue de esa localidad cuando tenía 20 años a buscar trabajo y una nueva vida en Mar del Plata; a los 25 conoció a Guillermo, y desde entonces están juntos. Tenía 31 años cuando nació Matías y tres años después tuvo a Lucía. Hoy Marta tiene 57. 

Repasa: “Yo no nací para perseguir a dos tipos que violaron a mi hija, yo no nací para que me maten y me violen a una hija. Entonces no tenés por qué festejar una condena, si yo a Lucía tampoco la tengo, ¿qué voy a festejar, que hace siete años que vengo luchando y dejando mi vida en la calle? Yo tenía una vida y hoy tengo una vida diferente, tanto yo como toda la familia. Que mi hermana, una persona que salió de un cáncer de mama, que la luchó, que es grande, esté presente escuchando eso que le hicieron a su sobrina, escuchando las palabras ‘violacion’, ‘femicidio’… te duele el alma. Yo salí de la sala y le pregunté al fiscal: ¿ahora cómo seguimos? Me levanté y salí caminando con esa frialdad que me caracteriza: no tengo idea si está bien o está mal, es una forma de resguardarse”. 

¿Cómo fueron los primeros días después la sentencia?

-No fueron de tranquilidad, porque seguimos en vilo. Estás pensando qué hay que mandar para presentar la apelación, y todavía no noto la diferencia de decir, por ejemplo, “hoy me voy a quedar un rato más en la cama”. No puedo, tengo que seguir. Sigo con las cosas de la causa, hoy fui a comprar un disco rígido para que me pongan todo el material, y todo así… Hasta ahora no he encontrado la tranquilidad, a veces ni leer puedo. No tengo tiempo, y eso que hoy a las 5 de la mañana me desperté y ya no dormí más. Uno no puede, te dicen: bajá un poco, pero no se puede: si paramos, ¿quién hace las cosas? 

¿Cuál fue para vos la diferencia entre el primer y el segundo juicio?

-Para mí la diferencia fue abismal. En el primer juicio era hasta irrespetuoso lo que hacían ellos con nosotros, todo lo que se permitía, lo que se hacía. Recuerdo que estaban hablando de lo que le habían hecho a mi hija y a mí se me caían las lágrimas tipo dibujito animado; se me cayeron los ojos llorando, y el que me vio fue uno de los jueces y me dijo: “Señora, ¿está bien?”. “Sí”, le contesté. “Si quiere puede salir afuera”, dijo él. Le digo: “Yo voy a escuchar todo lo que se diga de mi hija, aunque sea lo más doloroso para mí”. Y me dice: “Bueno, ya está, usted no puede hablar”. No le podés decir a una víctima eso, yo tengo derecho a llorar. Esa impertinencia, ese destrato a la familia de la víctima… Otra cosa que en este juicio no pasó fue que, en el anterior, cada vez que entrábamos nos revisaban la cartera y nos cachaban: todos los días la misma milonga. Eso acá no pasó nunca: yo salía y entraba con mi mochila. Eso es una diferencia abismal, porque lo sufrimos todos los días.

¿Ustedes también estaban diferentes?

-Nosotros estábamos iguales. Entrábamos, nos sentábamos; nunca dijimos nada, así como en este juicio cuando dieron la sentencia tampoco saltamos como un grito. Dijeron “perpetua” y nosotros ni nos inmutamos. Nada. Y cuando dijeron del otro “8 años”, listo, ya está. Yo salí de ahí pensando cómo seguíamos con Offidani. Mi forma de ser es así. 

Después de la justicia: la mamá de Lucía Pérez tras la sentencia

Familiares de Víctimas de Femicidios, acompañando el momento de la sentencia en Mar del Plata.

Cuando saliste a la calle los esperaban mucha gente. ¿Cómo se gestó ese acompañamiento?

-Creo que la gente se ve identificada con Lucía porque muchas mujeres han tenido alguna problemática. Cuando pasó lo de Lucía fue un “basta”, ese “Nunca más” que decimos es literal. 

¿Qué significa ese “basta”?

-Que no te metés más con los hijos nuestros, y eso creo que ha quedado demostrado una semana después del primer juicio, que se hizo una marcha multitudinaria en la zona de la Municipalidad, fue espontánea. Ahí estaba el veterinario que siempre vio a nuestros animales, al que Lucía le llevaba a Gema (ovejera alemana compañera de la niña), que por cualquier cosa lo llamábamos; estaba la médica pediatra que la empezó a atender a los 5 días de haber nacido, en la sala del barrio; estaba la persona que hizo los planos de esta casa, un maestro mayor de obra; estaba mi vecino, que conoció a Lucía desde que era chiquitita, sus hijos son de la edad de los míos… Con esa magnitud, vos decís: estas personas no son de marchar, pero les conmovió lo que pasó como para ir, hacer esa protesta. Esas fueron demostraciones de amor, de cariño, de solidaridad con nosotros, de decir: lo que les pasó a ellos me puede pasar a mí. Y así siguió siempre, y no solo acá en Mar del Plata. Se generó esa empatía con la víctima, y con nosotros como familia de Lucía. Si me preguntás por qué, yo creo que es el agotamiento de decir: esto no puede pasar; te matan una criatura de 16 años, te la tiran en una sala como si fuera un despojo, esto no puede pasar. Entonces empatizás, te hace entender que esto le pasa a cualquiera, que estamos en una picadora, te puede tocar a vos o me puede tocar a mí. Desgraciadamente la lotería nos salió a nosotros, con todos los números. Y hoy la gente sigue estando porque escucharon y vieron todo lo que hicimos. El día de la sentencia, toda la cantidad de gente que había yo no sé de dónde salió… Una mujer me dijo: yo estaba en mi casa escuchando, salió la sentencia, tomé un taxi y vine. Otra mujer me dijo: yo vengo acá, soy de Buenos Aires, vine para saludarla. Esa gente no es de las marchas, dicen: por todo lo que ha penado esta gente para que haya una condena se merece mi apoyo, un abrazo, un beso y toda mi energía pasársela. Eso no se compra. 

Además de toda esa gente, estuvieron presentes funcionarios y funcionarias, algo que fue muy criticado por las defensas. 

-Ese acompañamiento nace por una conversación, por un pedido nuestro. Dijimos: estaría bueno que los ministerios estén en el juicio, más allá de estar acompañando en general, para poder ver lo que se está haciendo. En el otro juicio nosotros estuvimos muy solos y el Estado firma tratados que dicen que debería estar más presente en todos los juicios… Los tiene que cumplir. Tanto la Convención de Belem do Pará (Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer), como la Ley 26485 (para prevenir y erradicar la violencia contra la mujer), dicen específicamente que no debemos estar solas las familias: el Estado debe estar acompañando a todas, no que sea una excepción. En el otro juicio no había nadie, la única que estaba era Alejandra Gauna, de la Defensoría del Pueblo, y el primer día no querían que entrara: se sentó en el piso porque no había lugar, no la dejaban entrar. 

Nombrás muy naturalmente normativas que defienden los derechos de las mujeres. ¿Cómo las aprendiste? 

-Cuando te pasa algo así una cambia mucho, tanto que aprendés a leer una ley: para qué, por qué, qué quiere decir. Uno va aprendiendo porque te vas dando cuenta de que son tus derechos, y con tus derechos podés exigir, hacer otro planteo. Es muy importante que las familias que pasamos por esto sepamos estas cosas, y que las sepamos de una manera más coloquial, con términos no jurídicos, porque si no quizá no se entiende. Las familias nos tenemos que adueñar y ser la voz de la causa de nuestras hijas, porque lamentablemente para mucha gente son un número de expediente. Para nosotros ese papel representa a nuestra hija, y lo va a representar siempre. No es un papel para mí: es mi hija diciendo qué le pasó, pero eso me pasa a mí, no le pasa a la abogada, ni al fiscal, ni a los jueces. 

Y esa información, ¿cómo se transmite entre familias? 

-Es muy importante que las familias hablemos entre nosotras, porque nos avivamos, nos vamos dando estrategias, eso es genial porque de otra manera no podés. Cuando vas aprendiendo y lo exigís con un fundamento, el otro no te puede joder. Para muchos son 6 cuerpos de una causa y para nosotros es la voz de Lucía. Es muy desigual lo que piensa una familia con lo que piensa el resto del Poder Judicial, pero no es imposible: entre todos lo podemos hacer, nos podemos ayudar. La que sabe más ayuda a la que menos, le explica: haciéndolo comunitario te puedo asegurar que aprendés más rápido. 

Otras familias estuvieron muy presentes durante el juicio, muchas incluso escucharon las audiencias completas, ¿por qué? 

-Esa red de acompañamiento es fantástica. Hay algunas familias que ya pasaron su juicio y otras que no. Para las que no pasaron por esta instancia, entrar y escuchar es ver un poco lo que te va a pasar a vos, y entonces cuando te toca es diferente. Lo que están hablando, por más duro que sea, ya lo escuchaste de otra víctima, ya estuviste, ya lo viste, ya sabés cómo es el comportamiento. Eso lo aprendí, te soy sincera, con Gustavo Melmann (papá de Natalia, joven asesinada por policías en Miramar en  2001): cuando estaban las audiencias nosotros pasamos y ahí estábamos, mirábamos, escuchábamos. Entonces cuando nos tocó a nosotros ya no era lo mismo, ya sabíamos cómo era ese camino, no era tan horrible porque ya lo habíamos visto. Eso ayuda mucho, y ni hablar del amor que cada uno da para llegar a esto. Vos fijate que la mamá de Eliana Domínguez, una chica a la que mató su pareja, hizo unas margaritas con un alfiler, con una plumita en la punta, para darnos a las familias que estábamos. Eso es el amor más puro y más genuino. Cristina, la mamá de Eliana, en vez de estar odiada, enojada, se puso a hacer las margaritas, usó su tiempo para que el día de la sentencia estemos ahí cada uno con la margarita en el pecho. Eso es amor tanto para Cristina como para nosotros, porque ella también se sintió bien y amada haciendo eso, porque cada uno le agradecimos desde el alma. El amor es recíproco, vos me das esto y yo te doy un abrazo y un beso por lo que hiciste por mí, y eso es una parte muy importante de este ritual que hacemos. Así es como vamos sanando: en ese encuentro que hacemos, en ese estar, con ese abrazo, mirada, con tomarnos la mano, nos ayudamos para no caer, para no desbarrancarnos y poder seguir. Anoche le dije a mi hermana: qué bueno que vinieron, porque esto es sanador también para ustedes, porque para mi familia ha sido durísimo. Mi papá murió cuando yo tenía 6 años, éramos todos chiquitos, hasta había un hermanito de 3 meses en la panza de mi mamá; y yo hasta los 20 años, cuando hablaba de mi papá, tenía un nudo en la garganta. Un día vino mi vieja y nos pusimos a hablar, le pregunté cómo era papá. Me dijo: era re bueno, venía siempre de trabajar en la bicicleta, les traía caramelos, era un hombre bueno. Después de esa conversación con ella eso me fue sanando, fijate la importancia que tiene el hablar: eso mismo nos pasa con las familias, todas hablamos como si nuestras hijas estuviesen. Desde el dolor tan terrible y visceral que hemos sufrido, nos juntamos y seguimos, y remamos, vamos amalgamando y calmándonos para estar más sanas espiritualmente, porque el dolor es interno y es feroz. 

Que se obtenga una condena en vez de una absolución, ¿sana?

-La condena no sana nada. Es una parte del proceso, tenés justicia como corresponde, como debe ser, pero no sana: olvidate. Me pasó en el proceso de Claudia Repetto, la hermana estaba llorando afuera, ella pensaba que ya estaba cuando dieran la sentencia –al tipo le dieron perpetua–. Yo la abracé y hablamos y ahí entendí que la condena no es la sanación, uno debe hacer un trabajo interno, si no, no tenés manera. Creo en eso, en la fe, en ayudarnos entre todas, en darnos la mano cuando estás caída: esa es la vuelta para ir sanando, para no quedarte. 

Durante el juicio uno de los debates fue justamente sobre las condenas y el punitivismo. ¿Cómo leés que cierto sector haya decidido dar este debate justo en el medio del segundo juicio por Lucía?

-Dicen que no podemos mandar a perpetua a una persona, pero perdón: Farías tiene una perpetua porque las pruebas dijeron que Farías mató a Lucía. Si vos mataste a una persona, violaste a una persona, vas a tener una consecuencia de lo que hiciste. Yo a mi hija no la saco más de abajo de la tierra, la mataron de por vida. El feminismo que se cree catedrático, las que dicen que le estamos cortando la vida (a Farías) mandándolo con perpetua a la cárcel, no: está en la cárcel porque violó y mató a una persona de 16 años. Lo mismo que el otro (Offidani) que hizo y puso todo para que se hiciera. Yo ni sabía lo que querían decir hasta que no busqué en el diccionario esas palabras raras que usan, porque te hablan desde desde lugares que no se entienden nada: lo único que generan es confusión. Y eso no es gratuito, tampoco es casual: quieren vendernos algo que no existe. Quieren dar vuelta el discurso, pero son la misma calaña que los dos jueces que hoy están en un jury (juicio político), nada más que son mujeres y se hacen llamar feministas… Yo entiendo cuando una cosa pasó o no, y lo que le hicieron a Lucía pasó.

Después de todos estos años, ¿creés que se modificó algo en la justicia, o al menos en el Poder Judicial marplatense? 

-Creo que sí, que ese cambio es de a poco, que debe ser más pero está en marcha. Este proceso nada tiene que ver con el de hace cinco años atrás, y me pregunto por qué, si es la misma ciudad, lo único que cambió es el tribunal, pero los jueces son jueces. Y bueno: algo habrá cambiado. En el primer juicio la sentencia no tenía perspectiva de nada –ni de humanidad, olvidate de la perspectiva de género–, cualquier cosa tenía más derechos que Lucía. Y esos jueces, ese tipo de justicia tan conservadora que existía hace años atrás acá en Mar del Plata yo creo que va a dejar de existir. No digo que nadie les vaya a poner tope: ellos mismos se lo van a poner. Estoy orgullosa de la hija que tuve, a mí nada me va a cambiar lo que fue Lucía en vida y hoy desde el cielo, pero estos jueces hablaron de la barbaridad que hablaron y después en esta segunda instancia las dos personas están condenadas. Entonces sí fue femicidio, con abuso sexual seguido de muerte, con drogas de por medio, a una menor de 16 años, mujer, negra… ¿qué más querés? Si vos como juez, en lugar de ver el delito que esas personas habían cometido con una criatura, viste que esa persona se podía defender, que le habían traído facturas y leche, cosa que se demostró que eran mentira, o pensás que no iban a matar a nadie… No podés juzgar con tu pensamiento, tenés que juzgar desde el derecho, desde las leyes, desde las pruebas que hay. Si ese horror fue el mismo, ¿cómo no lo viste vos? ¿Cómo, no uno, sino tres jueces no vieron eso? ¿O no lo quisieron ver? Las leyes están, hay que respetarlas, y la justicia tiene que bajar del pedestal, de esa creencia de que son seres iluminados, que están más arriba que nosotros. Cuando esto se empiece a entender, cuando vean que son personas como nosotros con otros beneficios a favor de ellos, y que ahí están para impartir justicia y no injusticia… Ahí va a haber un cambio, y creo que ya está sucediendo.

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