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Salir del pozo: Damián Verzeñassi y las inflamaciones del presente
¿Hay relación entre personas quemadas y territorios quemados? ¿Cómo intentar superar algunas de las trampas que enferman el presente personal, social y planetario? Diagnósticos de un médico que cuestiona la idea de “sacrificio” y propone re-cordar, resistir y re-existir. Ideas para no romperse, no resignarse, recuperar el tiempo, y encontrar formas más sanas de vida.
Texto: Sergio Ciancaglini
El papá de Gala incorporó un nuevo hábito: cada vez que entra o sale de su casa de Rosario con su hija –que lleva 3 años y medio de vida en este extraño mundo– se detiene unos segundos a mirar y oler una planta de jazmín.
Cree que es un acto de defensa propia en una ciudad invadida por el humo que llega desde los incendios en el Delta. La contaminación del aire afecta a la comunidad entera, pero especialmente a personas como el papá de Gala, socio vitalicio del club del broncoespasmo.
Tomarse un instante para oler jazmines con su hija es además una especie de auto-prescripción para este médico que reconoce haber superado una de las perturbaciones emblemáticas de la época: el sentirse quemado, casi como un Delta. Se trata de un síndrome conocido en otras geografías como burn out, que define a las personas afectadas por el exceso de trabajo, problemas, cansancio, y por los mensajes mediáticos, emocionales, prácticos y vitales que funcionan como un vertiginoso bombardeo cotidiano. Territorios quemados, personas quemadas, más allá de las lluvias de alegrías mundialistas de fines del año pasado que empiezan a ser apenas un lindo recuerdo.
Este señor enfrenta tales incendios sabiendo que hasta dejarse atrapar unos segundos por unas flores junto a su hija puede significar, técnicamente, un modo de nutrir su capacidad inmunológica. O de resistencia.
El papá de Gala, Damián Verzeñassi, tiene 44 años y suele meterse en líos, como le pasa a tanta gente que comete el delito de querer transformar ciertas situaciones enfermas que no huelen precisamente a jazmines.
Humos, garrotes y bacterias
Cree el doctor Verzeñassi que hay un combo detrás de los cortocircuitos de salud que atravesó: 1) problemas en la Facultad de Ciencias Médicas en Rosario y determinados garrotazos por izquierda o no tanto, 2) la pandemia como jaula con sobredosis de irracionalidad y de zoom, 3) el humo que se ensaña en los pulmones de Rosario desde hace años por las quemas en el Delta, y 4) todo lo demás.
Sobre la Facultad: “Fue un golpe que cortaran los Campamentos Sanitarios que hacíamos en distintos pueblos y ciudades como culminación de la carrera de Medicina. Hubo hasta cuestiones judiciales por ese tema”.
Se habían hecho un total de 27 campamentos en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Los estudiantes egresaban tras estar en contacto con realidades y comunidades concretas, realizando así relevamientos epidemiológicos que mostraron los impactos en la salud sobre todo en las localidades y vecindarios asediados por la aplicación masiva de pesticidas y agroquímicos de toda clase. Pero la Facultad cambió de autoridades. Los nuevos funcionarios en 2016 clausuraron con cadenas la puerta de la oficina donde se guardaban los relevamientos médicos, lo cual no aplicó en el rubro de “libertad académica”. En 2019, justo antes de la pandemia, la Facultad anuló los Campamentos como práctica final.
“Fue muy duro no poder dar clase y ver cómo se perseguía a integrantes de nuestro equipo para que renunciaran o para quitarles cargos docentes, cosa promovida por gente que supuestamente viene de la izquierda y la defensa de los trabajadores. Creen que la revolución es cambiar el garrote de mano para ser ellos los que te pegan con la izquierda. Y nosotros creemos que lo revolucionario es que no haya más garrote”.
Hubo denuncias como la de la RENACE (Red Nacional de Acción Ecologista) sobre los vínculos entre los principales funcionarios de la Facultad y laboratorios como el TAS (Toxicología-Asesoramiento-Servicios) relacionado a su vez a sectores del agronegocio como la CASAFE (Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes). “Nuestro trabajo ponía en evidencia el daño de este modelo de producción e intoxicación que este tipo de entidades y laboratorios buscan legitimar”.
Situación actual tras toda esa patología: “No pudieron sacarnos del Instituto de Salud Socioambiental y volvimos a dar clases. Preparamos un informe sobre el impacto en la salud humana de los incendios en el Delta y otro sobre el proyecto de granjas porcinas” (La vida hecha humo y La salud hecha un chiquero, ambos de acceso libre y gratuito en www.institutossa.org).
Otro logro: la revista científica Clinical Epidemiology and Global Health publicó el estudio “Incidencia y mortalidad por cáncer en localidades rurales argentinas rodeadas de tierras agrícolas tratadas con pesticidas”, que establece que en los pueblos fumigados argentinos la mortalidad por cáncer en la población de 15 a 44 años es al menos 2,5 veces mayor (un 250% más) que en el resto del país, y en adultos mayores un 150% más que el promedio nacional (el resumen en castellano de ese trabajo del Instituto, en lavaca.org). Se creó además la Clínica Ambiental Sede Argentina con la Universidad Nacional de Rosario y Médicos del Mundo junto a la Clínica Ambiental de la República de Ecuador. “Vamos a hacer un perfil epidemiológico junto con la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) con las diferencias en la salud de quienes hacen agroecología y quienes trabajan y conviven con agrotóxicos”.
Todos estos proyectos, reconoce, fueron un modo de reinventarse: “Estrategias de reestructuración para sobrevivir” describe Damián, poniendo como ejemplo a seres que ubica en una escala principal de la preservación de la vida: “Hay que aprender a resistir como las bacterias, que son muchísimo más inteligentes que nosotros”.
¿En qué consiste esa inteligencia bacteriana, cada vez más conocida e investigada como microbioma humano? “Saben cómo enfrentar situaciones hostiles, recuperar energía a partir de reagruparse, juntarse, esperar el tiempo preciso para volver a reproducirse y funcionar. Son miles de millones las bacterias y microorganismos que habitan nuestro cuerpo. Nos muestran estrategias para resistir. Y así han hecho posible la vida en el planeta. Son nuestra memoria más ancestral”.
Se calcula que nuestro cuerpo tiene entre 3 y 10 veces más de esas bacterias que células propias, permitiendo intuir que somos personas, pero también ecosistemas.
El zoom y las revoluciones
La pandemia y la cuarentena fueron mucho más que un virus: “Quedamos encerrados con una lógica más de miedo que de cuidado, aislados por el temor de que los demás puedan llevarte a la muerte. Creció al infinito la actividad del zoom en foros y demás. Como era virtual y desde casa, a todo le decíamos que sí. Así nos pasamos el día frente a la pantalla. Creo que en marzo de 2020 pensábamos que terminábamos el año hablando cinco idiomas y haciendo todo lo que no pudimos hacer en nuestra vida”.
Esa idealización tuvo otro final: “Cuando terminó el año 2020 estábamos quemados, y ni hablar de 2021. Me di cuenta de que los que intentamos que nuestras vidas tengan sentido a partir de la actividad colectiva y el compromiso muchas veces nos olvidamos de la importancia que tiene prestarle atención a nuestro cuerpo. Decimos que es necesario percibir los ciclos de la naturaleza, los signos y síntomas en nuestra salud, pero no siempre lo hacemos con nosotros mismos”.
El error: “Parecería natural que la construcción de una sociedad más saludable tenga que costarnos la salud a los que buscamos esa construcción. Como si la militancia fuera a veces un modelo de sufrimiento. Para los que nos formamos en ideas de izquierda –aunque hoy ya no sé qué es izquierda y quéderecha– parecía que el objetivo era ser un mártir. Yo he terminado pensando que esa era una estrategia para hacernos caer más fácilmente. Porque pará: si no te cuidás, no hay ninguna revolución posible. Los muertos no hacen revoluciones”.
Aclara Verzeñassi que no le ocurrió solo a él. “Lo he hablado con muchas compañeras y compañeros que terminaron también con un nivel de agotamiento y cansancio físico y mental que a veces no permitía siquiera sostener la cotidianidad”. El surcoreano Byung Chul Han escribió La sociedad del cansancio justamente sobre esa tendencia a la extrema presión de tener que rendir, a un pressing autoimpuesto que obliga a ganar, a que cada quien, de muchos modos, entre en guerra consigo mismo. Y si la cosa sale mal, aparecen la depresión o el cansancio absoluto. Habla Han del desgaste ocupacional como manifestación de “un alma agotada, quemada”. Damián sintió a tiempo la alarma, y lo más sanador frente al peligro vino del núcleo familiar íntimo: su compañera Vero y la niña Gala, que huele jazmines. “Y lo colectivo, como clave para contenernos y acompañarnos sin perder de vista el contexto”.
¿Qué contexto?
Que lo que respirás te daña por el humo que viene del ecocidio del Delta y no podés caminar dos cuadras sin sentir que te falta el aire. Que haya conflictos por todas partes: represiones y criminalización de quienes se movilizan por un ambiente sano en distintos lugares del país, mientras sigue avanzando el agronegocio y nos dicen que Argentina tiene que ampliar la frontera agropecuaria. Que nombren a un jefe de asesores del gobierno que viene del riñón de esas corporaciones. Que destruyan los humedales, pero también el Mar Argentino, mientras te hacen discursos contra el cambio climático pero favorecen todos los procesos que empeoran el calentamiento global… Por momentos te agarra una desazón de la que creo que puede salvarnos, al menos en mi caso, la acción colectiva: lo que hacen quienes deciden poner sus cuerpos y sus cabezas al servicio de construir otra sociedad, otro futuro. Y otro presente.
Pero lo ambiental es solo una parte del problema.
Claro, tenés además el desempleo, cada vez más gente bajo la línea de la pobreza, problemas de vivienda, de salud, de inflación permanente, de crisis cotidiana. Si fuese un conspiranoico –que no lo soy– diría que está todo preparado para que nos enloquezcamos.
La era de la inflamación
Chanchos, clima, inflación, enfermedad, pobreza, incendios y tantos etcéteras: ¿se relacionan? “Todo se relaciona, pero vivimos en una sociedad de la fragmentación. Así nos educan. Nos han fragmentado las cabezas y los cuerpos y nos cuesta mirar integralmente la realidad, la vida y a nosotros mismos. Todo por partecitas”.
Podríamos ser entonces una sociedad compuesta por partecitas bípedas, que vemos siempre apenas un corte muy parcial del panorama. Damián le encuentra un origen: “Todas nuestras ciencias parten de la híper especialización. Hay que saber cada vez más de cada vez menos, y terminamos sabiendo menos de todo al no ver la integralidad. Supongamos la inflación. ¿Tiene que ver con que hay unos malos que aumentan los precios? ¿Con la escasez de materias primas? ¿Con una energía cada vez más cara y fósil-dependiente, con menos combustibles? ¿Con cordones periurbanos de gente viviendo mal, expulsada por los modelos extractivistas que necesitan territorios vaciados de personas? ¿Con un ajuste para disminuir los ingresos de quienes trabajan mientras las corporaciones remarcan? ¿Con malas administraciones? ¿Con el endeudamiento permanente del país? Digo yo: tiene que ver con todo eso, no con una causa en particular, y seguramente con otras que podrían agregarse. El agobio es tan grande que la gente vive pendiente de cómo resolver su comida, su techo, su trabajo, y eso mismo te obliga a mirar las partecitas y no el rompecabezas completo”.
Le comento a Damián que se publicó en Estados Unidos el libro Infamed: Deep Medicine and the Anatomy of Injustice (que aún no existe en castellano y podría traducirse como Inflamados: la medicina profunda y la anatomía de la injusticia) de la médica (y música) Rupa Marya, norteamericana de ascendencia india, junto al economista inglés Raj Patel (quien trabajó en entidades como la ONU y la Organización Internacional de Comercio donde vio lo suficiente como para escribir Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial).
En Inflamed plantean: “El planeta está inflamado como nuestros cuerpos, y por las mismas razones”. Explica Marya: “La inflamación es la forma en que nuestro sistema inmunitario responde al daño o la amenaza de daño. Cuando nos cortamos, el cuerpo busca curar la herida y se inflama. Al curarse, cede la inflamación. Pero si los daños son continuos y a través de diversas fuentes, la inflamación nunca cede y se llega a una respuesta inflamatoria crónica que provoca, en sí misma, daño en nuestro cuerpo”. El argumento del libro es que esa inflamación está ocurriendo a nivel personal, social y planetario.
Verzeñassi lo describe desde su mirada: “Es cierto. La mayoría de los problemas de salud crónicos en nuestras sociedades tienen que ver justamente con los procesos inflamatorios que perduran en el tiempo, vinculados al aire que respiramos, la comida que consumimos o las formas de vivir que nos hacen generar hormonas de estrés. Y al mismo tiempo la crisis climática, las sequías, la contaminación, los efectos de la deforestación, la depredación del mar: todos pueden ser vistos como procesos inflamatorios. Volvemos a lo anterior: una lógica que daña tanto a cuerpos como a territorios”.
Hace poco escuchó Verzeñassi el argumento de un productor agroecológico uruguayo: “Decía que la agroindustria necesita los venenos para acelerar los tiempos, quemar el tiempo, para lograr la rentabilidad a corto plazo. Entonces no se reconocen los tiempos de recuperación, de rehabilitación. Quemar el tiempo también es un proceso inflamatorio que debilita nuestro sistema inmunológico, nuestras defensas”.
Asociación de ideas: “Tendríamos que estudiar mejor los efectos de la cuarentena. Estuvimos bajo estrés permanente, envueltos en la información catastrófica cotidiana. Asustando: tantos muertos, tantos infectados, faltan camas, no hay vacunas, quedate en casa, no te acerques a nadie. Fue una lógica absolutamente antinatural. Fue una política del miedo para controlar supuestamente situaciones que se decían biológicas, pero que en realidad tenían que ver más con controles sociales. Se naturalizó una artificialización de los ciclos vitales”.
¿Qué enfermedades pueden relacionarse con procesos inflamatorios? “Patologías cardiovasculares, cánceres de todo tipo, enfermedades endócrinas, digestivas, respiratorias, psicológicas, todo lo que deriva de la industria alimentaria… ¡tenemos todo ahí! Mirá, de hablar de esto ya me estoy inflamando yo mismo”, dice mientras pone en práctica un gran recurso antiinflamatorio: la risa.
El juego de la generala
No está a la moda este médico nacido en Paraná y radicado en Rosario. No menciona “deconstrucción”, “resiliencia”, “empatía”, “empoderamiento” ni otras jergas que engordan a una burocracia de las supuestas buenas intenciones. Lo suyo tiende a la acción, como el haber impulsado la Unión Científica Comprometida con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), a partir de una idea del fallecido investigador y ex presidente del Conicet, Andrés Carrasco.
En ese camino interpreta Damián que todos estos diagnósticos deben ser pensados en clave socioambiental, o de una ecología de la política. “Hay partes del planeta y de la humanidad que son sacrificables según los intereses económicos de gobiernos y corporaciones. Por eso es un sinsentido plantear la salud pública fuera de los derechos humanos, porque la película no empieza en 1976 sino antes, después de la Segunda Guerra Mundial, con modelos de industrialización para Estados Unidos y Europa que tenían necesidad de materias primas. En ese marco hay que entender la llegada del Plan Cóndor de los 70. Los golpes de Estado en la región fueron contra gobiernos populares que tenían planteos de soberanía y de derechos de los trabajadores. Hubo 30.000 desaparecidos, pero además aquello fue un mensaje a la sociedad entera para que todos supieran lo que pasaría con quienes se oponían. Y en los 90 tenemos la intervención de Lawrence Summers que en un documento del Banco Mundial habla de estimular el traspaso de las industrias sucias al Tercer Mundo, donde además los salarios son más bajos y eso permite un mejor desarrollo del primer mundo a expensas de los países pobres”.
Quien no quiera ir tan atrás en el tiempo, puede escuchar a la general (¿o generala?) Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos. Su video grabado en enero para el Atlantic Council (organización cercana a la OTAN) no tuvo tanta repercusión como el casi simultáneo emitido por Shakira con Bizarrap, pero merece conocerse.
Bajo el enigma “¿Por qué es importante esta región (Latinoamérica)?” Richardson habla de “todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras” (traducción: minerales). Del “triángulo del litio que es necesario para la industria actual” aclarando que el 60% del litio del mundo está en ese triángulo: “Argentina, Bolivia y Chile”. Agregó sobre el subcontinente: “Tiene las reservas de petróleo más grandes”, mencionó el oro, el cobre, “los pulmones del mundo, el Amazonas, y también tenemos el 31% del agua dulce del mundo en esta región”. Su conclusión: “Es algo fuera de lo común. Tenemos mucho que hacer. Esta región importa. Tiene mucho que ver con la seguridad nacional”. Se refería a la seguridad estadounidense, obvio, en relación a China. Pronuncia una premonición tal vez no apta para personas impresionables: “Tenemos que intensificar nuestro juego”.
¿Hay que conseguir dólares?
El juego de la generala se conocerá próximamente. Verzeñassi: “Somos para ellos un mapa de recursos que tienen que ser extraídos de la forma más rápida para alimentar al primer mundo. Obviamente que entre Bolsonaro y Lula me quedo con Lula, pero hasta él está promoviendo el extractivismo en la región mientras habla de defender al Amazonas. Evo (Morales) fue el que introdujo los transgénicos en Bolivia, y (Fernando) Lugo en Paraguay. Estamos en una lógica irracional de destrucción de los territorios en nombre de un progreso que nunca llega y que lo único que hace es profundizar la brecha entre los que tienen posibilidad de acceder a una vida, y los que tienen menos o ninguna posibilidad de hacerlo”.
Argumentos comprensibles, pero toda la clase política, empresaria, económica y de otros barrios cerrados plantea que se precisan dólares para salir de la crisis y lograr que el país crezca o se desarrolle. “Voy a contestarte con preguntas: ¿Tenemos más o menos hambrientos y pobres en la Argentina que en 1996? Porque con el discurso de terminar con el hambre y garantizar dólares se aprobó el ingreso de los transgénicos asociados a agrotóxicos. Desde entonces, año a año, siempre crecieron los niveles de producción y exportación. Siempre hubo récords, que a la vez significaron récords de aplicación de venenos en los territorios. Lo hicieron de modo irrestricto. Pero ¿qué pasó con la pobreza? ¿Dónde está la riqueza?”.
Otra pregunta: “¿No era que el extractivismo iba a resolver nuestros problemas? Desde los 90 hasta ahora tenemos cada vez más proyectos mineros, incluso ya terminados como Bajo Alumbrera. ¿Y la riqueza, y el progreso? Nos iban a salvar Vaca Muerta y el hidrofracking. Destruyeron los bosques y los montes de todo el país en favor de la agroindustria, tenemos cada vez más avances de los proyectos de destrucción de los salares para el extractivismo del litio”.
Pero el argumento sigue siendo que hay que extraer más, que se necesitan dólares: “¿Cómo? ¿Con 30 años en los que hicieron lo que quisieron no es suficiente? ¿Cuánto más precisan, otros 30 años? El agronegocio a través de Aapresid (Asociación de Siembra Directa) llegó diciendo que venía a curar la salud del suelo. Pero están diciendo: ‘ahora, a cuidar la salud de los suelos’. ¿No era que lo estaban haciendo antes?”
Pregunta de Verzeñassi: “¿Por qué creerles a los mismos que garantizaron sacarnos de la pobreza hace 30 años, no lo hicieron, y encima aplicaron una tecnología de muerte? ¿No avanzó la agroindustria? ¿No avanzaron los transgénicos? ¿Y la extracción descontrolada de minerales y riquezas? Todo esto que digo no lo descubrimos en una biblioteca secreta de unos monjes recluidos: aparece en los medios a poco que uno se ponga a buscarlos”.
La creación de un concepto: “Hablamos de geopolítica de la enfermedad, o de la utilización de la enfermedad como forma de control de los pueblos a partir de un modelo económico que también enferma a los territorios”.
En un mundo político y mediático con tanta gente autopercibida como “liberal”, este médico habla de la libertad desde una óptica diferente a la habitual: “No es una cuestión romántica esto que hablamos, sino de soberanía nacional y de libertad de nuestro pueblo. Si hay enfermedad no hay libertad. Es obvio. Para que haya pueblos libres necesitamos pueblos sanos. Para tener pueblos sanos necesitamos alimentos sanos y no hay alimentos sanos si hay un modelo de producción que mata, enferma y destruye territorios. Por eso es tan importante la agroecología incluso como tema de soberanía”.
Verzeñassi dice que sabe que no puede pedirle nada al macrismo en estos menesteres, pero se asombra de que el kirchnerismo tampoco haya aplicado otras políticas, cuando el propio Néstor Kirchner dijo en Gualeguaychú, en 2005, cosas como esta: “Los argentinos y los latinoamericanos que valoramos el derecho a la vida como un bien supremo, debemos hacernos cargo de la lucha por evitar que los países centrales nos parcelen en función de sus intereses, aprovechando nuestras carencias y evadiendo al mismo tiempo la responsabilidad que tienen en la materia del cambio climático y degradación del medio ambiente”. Otra frase: “Sería trágico que, valiéndose del poder del desarrollo económico, nos impusieran la degradación del inmenso capital ambiental que nos han dejado en nuestro atraso relativo, como precio por la creación de puestos de trabajo que nuestras sociedades necesitan”.
Resistir y re-existir
Si ese es el panorama, ¿por dónde buscar otros horizontes? “Honestamente no veo una salida, pero sí tengo la necesidad de sentir que es posible construirla para que la existencia de vida en el planeta, tal como la conocemos, pueda seguir funcionando. Pero para actuar frente a eso hay que comprender los tiempos, la necesidad de reposo, de no quemarnos, de no caer en un vértigo que forma parte de la lógica de lo que queremos cambiar”.
Una síntesis podría darse en el libro que publicó el Instituto de Salud Socioambiental, compilado por Damián, Alejandro Vallini y Facundo Fernández, con prólogo del ecuatoriano Jaime Breith. Título: Re-cordar, Resistir, Re-existir.
“Re-cordar lo tomamos tanto como posibilidad de recuperar la memoria social y ancestral, como esa idea de recuperar conexión con la memoria de nuestro organismo. Eduardo Galeano decía que re-cordar es volver a pasar por el corazón para no olvidar. No por nostalgia, sino tener presentes los errores para poder seguir adelante”.
¿Y la idea de resistencia? “No podemos perder esa capacidad. Algunas resistencias son más activas, otras más pasivas, pero resistir no es anquilosarnos ni endurecernos, porque quien hace eso es quien más fácilmente se quiebra. Por eso se quiebran los huesos, no los músculos. Y los músculos se desgarran cuando están contraídos y duros, no cuando están relajados. Creo que hay que aprender a relajarse justamente para resistir. Me refiero a reencontrarnos, abrazarnos, darnos los tiempos y pensar en re-existir. Resistir para existir de otra manera. Y creo que el re-existir viene de la solidaridad, de la mutualidad, de articulaciones colectivas de la sociedad. Todo eso se ve muy gráficamente en el proceso de producción de alimentos sanos, de recuperación de la salud de los suelos, del agua, del aire, de la biodiversidad. Si no podemos recuperar la salud de lo que nos rodea, no tenemos muchas opciones; si no podemos garantizarnos la salud de lo que comemos, del agua que tomamos, del aire que respiramos, estamos atentando contra nuestros propios ciclos de vida”.
Política del jazmín
Hay una inquietante proporción de la especie humana recetando supuestos saberes, remedios y/o preceptos a los demás, con aires de saberlo todo y resultados un tanto dudosos.
Aunque podría, Verzeñassi no juega en esa farándula. “No tengo nada para enseñar, no tengo una clave, una receta. Lo que siento profundamente es que no podemos seguir reventando los cuerpos y entregarnos pasivamente a modos de vida que enferman”. Reúne en ese concepto cuestiones sociales, ambientales, económicas, políticas, de salud pública: una no fragmentación. “Claro. Se trata de no seguir las lógicas que te plantean. No se trata de buscarle la vuelta a cómo salvarte solo, sino de abrirse, encontrarse con otros, recuperar lo público. Re-cordar lo colectivo como un modo de salir de esos pozos en los que nos meten. Salir de ese aislamiento que nos encierra en nuestras casas esperando que Twitter, Instagram o algún canal de televisión nos den las respuestas frente a tanta incertidumbre”.
La idea parece ser: mejor salir del pozo. “Sí, resistir la lógica de la fragmentación. Creo que eso nos lleva a intentar otra actitud: recuperar la capacidad de entendernos, de cuidarnos, de relacionarnos, incluso de querernos. Antes decían que eso era una mariconada”. Tal vez fuese la forma de disciplinar o amputar la capacidad de sentir. “Buscar la re-existencia se entiende a veces con cosas chicas: una amistad, un proyecto, o algo que me decían la vez pasada: una ética del mimo” menciona sobre un rubro que no suelen transitar las revistas científicas.
Verzeñassi recorre así un vasto territorio desde lo socioambiental hasta una filosofía del afecto. “En lo chico, en lo cotidiano, aparece lo vital. Podés pensar en transformar el mundo pero también entender lo que hay en ese ejercicio que nos hemos contagiado con mi hija, de detenernos frente a los jazmines y pensar qué significan”.
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La vuelta al mundo: ambiente, crisis y derechos humanos
Número a número relatamos diversas experiencias que, desde lo productivo, plantean otras formas de relacionarse con el ambiente, la naturaleza y la vida. También retratamos desde hace 20 años las formas colectivas de organización en rechazo de proyectos extractivos y contaminantes. En este número reflexionamos qué representa esta agenda a escala global, en clave política –en año electoral– y como parte de la agenda de derechos humanos.
Texto: Sergio Ciancaglini
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Mendoza: Entre el cielo y el suelo
Una cooperativa campesina, una empresa que exporta vinos de alta gama a 27 países, mujeres que cancelaron sus trabajos oficinescos y cambiaron de vida, un ex corresponsal de guerra que decidió no rendirse, un ingeniero agrónomo que preside a quienes creía chiflados: Mendoza y algunos de sus proyectos agroecológicos y biodinámicos, sin agrotóxicos, como respuesta frente a la megaminería. La construcción de opciones para el trabajo, la vida y el planeta. Aquí, la continuación de la recorrida iniciada en el número anterior de MU.
Texto: Sergio Ciancaglini
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Tuve tu veneno: contaminación en San Nicolás
Atanor es la principal productora del país de tres herbicidas altamente tóxicos, prohibidos en varios países: Glifosato, Atrazina y 2,4D. La justicia acaba de confirmar la contaminación del río Paraná y de quienes habitan el Barrio Química, vecindario que hizo un censo autogestivo que detectó al menos 200 muertes de cáncer. La falsedad de la dicotomía entre ambiente y producción. La denuncia sobre la escandalosa falta de control estatal. Los vecinos con enfermedades crónicas, familiares muertos y dolores constantes, se preguntan: “Se ganó, y ahora, ¿cómo seguimos?”.
Texto: Lucas Pedulla.
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