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Es el clima, tarado

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Walter Pengue: Argentina, la economía y el planeta. Ingeniero agrónomo, doctor en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural Sostenible, acaba de publicar un libro en el que plantea que nos estamos “comiendo” la naturaleza de modo terminal. La ebullición climática, alertada hasta por la ONU, que pone en riesgo la civilización. La ceguera política sobre estos temas. Los dólares de la deuda ecológica. El vaciamiento del país. Ideas para una socio-ecología y un cambio revolucionario que salven el planeta. Por Sergio Ciancaglini.

Es el clima, tarado
Pengue con un maíz y el glifosato con el que fumigaban la propia universidad de la que es docente. La propuesta: más democracia, agroecología, y una ciencia que no sea un furgón de cola de las corporaciones.

“Es la economía, estúpido” es una frase que en los 90 se popularizó en la campaña del candidato a presidente norteamericano Bill Clinton, que competía en el ring electoral contra George Bush padre, ícono neoliberal y sucesor de Ronald Reagan que tuvo descendencia. 

La frase original era “La economía, estúpido”, y se refería a no olvidar los daños generados por el el reaganismo, bushismo & afines en la economía cotidiana y práctica de la población. La había escrito un asesor de la campaña de Clinton junto a otras dos: “Cambio vs más de lo mismo” y “No olvidar el sistema de salud”.

Clinton ganó, y la frase quedó como modo de enfocar una verdad absoluta: es la economía, estúpido, todo lo demás –se diría en el lenguaje actual– es sarasa.

Walter Pengue mira unas mandarinas y dice algo más adecuado al siglo 21: “Con todo lo que está pasando, hay que cambiar de frase. Yo diría: es el clima, tarado”.

¿A quién decírselo? 

-Al negacionismo climático, a las dirigencias de toda clase que no entienden lo que dice la ciencia desde hace décadas y repitió hasta el secretario general de la ONU (Antonio Guterres) cuando planteó el año pasado que estamos yendo en autopista a toda velocidad hacia el infierno. Este año agregó que ya no estamos en un infierno climático, sino en ebullición climática. ¿Qué parte no se entiende?

Varias partes, parece. 

-Nos estamos comiendo el planeta. La especie humana se ha convertido en una especie parásita con pautas irracionales de consumo y de cultura. Te digo la verdad: estamos jodidos. 

¿Hasta qué punto?

-Si la especie humana no transforma su estilo civilizatorio, el cambio climático y el cambio ambiental global se la llevan puesta. 

¿Cuándo? 

-No te hablo de siglos, ni de décadas, sino de lo que ya estamos viendo. Y no lo digo como una cuestión alarmista: es una cuestión pragmática. 

Destrucción y creación

Walter Alberto Pengue –clase 1959, metro 90, decenas de libros escritos, centenares de alumnos, maíces agroecológicos en su biblioteca, un frasco vacío de glifosato, mandarinas en el escritorio, posters de congresos, cursos y seminarios–  tiene una vida dedicada a entender y estudiar cuestiones cruciales que ocurren en el mundo. 

Es ingeniero agrónomo, doctor en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural Sostenible, Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales, profesor de Economía Ecológica en la Universidad de General Sarmiento, profesor también en su querido GEPAMA (Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente) de la Facultad de Arquitectura, e integra el equipo del Diplomado en Comunicación Ambiental Andrés Carrasco. 

Entre muchas otras cosas Pengue ha sido el único miembro científico argentino del Panel Internacional de los Recursos de la ONU y actualmente del TEEB: The Economy of Ecosystem and Biodiversity (La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad) y es uno de los autores principales de los documentos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, también de Naciones Unidas, grupo de científicos que evalúan todos los informes e investigaciones relacionadas con la crisis global del clima).  

Su trabajo más reciente en el país es ¿Quién se come a quién? Economía Ecológica, Recursos Naturales y Sistemas Alimentarios, una guía tremenda para quien quiera adentrarse y conocer estos temas y para quien quiera enseñar y difundirlos, a la que puede accederse gratuitamente en internet (y descargar escaneando el QR al final de esta nota). 

No habla solo sobre crisis climática, que es un efecto, sino sobre cómo funcionan las cosas que la originan y plantean esa crisis civilizatoria de la que habla Pengue. El libro comienza con una frase de Eduardo Galeano: “En la vida de los hombres cada acto de creación encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”. 

La última palabra es “esperanza”. 

Es el clima, tarado

Números enfermos

En medio de eso, las 350 páginas son una especie de viaje que incluye toda clase de escenas y datos del presente, que cada persona puede hilar como prefiera. 

“Es inconmensurable el valor de la naturaleza y de los servicios ecosistémicos prestados a la humanidad, imprescindibles para su vida y desarrollo. Si solo le pusiéramos una parte de tal enorme valor –su parte monetaria– el  IPBES Américas nos indica que: ‘El valor de las contribuciones de la naturaleza a la población de las Américas es de más de 24 billones de dólares por año (equivalente al PIB de la región), sin embargo, casi dos tercios – 65% – de estas contribuciones están disminuyendo fuertemente’”. (Traducción: la naturaleza regala esos billones de dólares que se usan para producir, pero nadie contabiliza. Y ese valor está disminuyendo en la medida en que se va aniquilando a la naturaleza). 

“El ritmo del crecimiento económico mundial, algo que preocupó desde siempre a la economía norteamericana, como a la china o la europea, ha sido más acelerado que la propia expansión de la especie humana. Mientras entre 1950 a 2010 el PBI mundial pasaba de 10 a 80 trillones de dólares, la población humana lo hacía desde los 3.000 a los más de 7.000 millones, lo que equivale a decir que mientras la economía global se multiplicaba casi ocho veces, la población del mundo solamente se duplicó. Es claro que el problema responde al estilo consumista de esta sociedad global. La materialización del sistema económico mundial es un hecho. Y todos los recursos para alcanzarlo provienen de la naturaleza”. (Traducción: el problema del mundo no es la pobreza sino la riqueza que no se distribuye y crece exponencialmente. No es una riqueza creada, sino producto de la extracción y destrucción de bienes naturales. Los datos actualizados indican que el PBI mundial ya es de 100 trillones de dólares. El 1% más rico del planeta acaparó dos terceras partes de la nueva riqueza generada desde 2020 a nivel global valorada en 42 billones de dólares, casi el doble que lo que obtuvo el 99% restante de la humanidad, según la organización Oxfam. UNICEF agrega en uno de sus informes que “el nivel de consumo en la mayoría de los países ricos requeriría 3,3 planetas Tierra si se replicara en todos los países. Y si el ritmo universal fuera igual al de Canadá, Luxemburgo y Estados Unidos, se necesitarían más de cinco planetas”). 

El 1% más rico de la población mundial emite más gases de efecto invernadero que el 50% más pobre. Pero el impacto del cambio climático es primero sobre los más pobres, en términos de sequías e inundaciones y la clara dependencia de su sistema alimentario”.

“En la escala global, en 2018 el Atlas de la Desertificación, informaba sobre una presión sin precedentes sobre los recursos naturales del planeta. Más del 75 % de la superficie terrestre ya se encontraría degradada y podría aumentar a más del 90 % hacia 2050. A este paso, no quedará nada. Cada año, la humanidad se come el equivalente a la mitad del tamaño de una Unión Europea (4,18 millones de km²). Los números alertan también, que la mayor parte de la degradación se producirá en la India, China y el África subsahariana, donde el deterioro de los suelos podría reducir a la mitad, la producción de los cultivos, un fenómeno que también está ocurriendo en América Latina y el Caribe. Esta civilización, es una civilización energívora”.

“Un Informe Preliminar del TEEB (ONU Ambiente 2015) reporta que los costos a la salud, que podrían producir los agroquímicos que actúan como disruptores endócrinos alcanzarían los 157 mil millones de dólares al año discriminados en 132 mil millones por efectos neurológicos (incluidos ADHD); muertes prematuras, 6 mil millones; desórdenes reproductivos masculinos, 4 mil millones de dólares y obesidad y diabetes, 15 mil millones. Y los costos de toda esta agroindustria son aún más enormes. La Alianza Global por el Futuro de la Comida y el Panel de Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sostenibles (2019) lo han puesto también en números: morbilidad ocupacional 250 mil millones de dólares (en EE.UU.), diabetes, 673 mil millones (globales), inseguridad alimentaria/malnutrición 3.500 mil millones, obesidad 760 mil millones”. (Otros costos no calculados de los efectos de la industria alimentaria global). 

“La biomasa de mamíferos silvestres a nivel mundial se ha reducido en un 82%”. 

“Desde el año 2000, 152 millones de latinoamericanos y caribeños han sido afectados por más de 1.200 desastres entre los que se cuentan inundaciones, huracanes y tormentas, sequías, aludes, incendios, temperaturas extremas (…) consecuencia directa de acciones humanas y el cambio climático”.

Explicación de la pandemia pasada y de las futuras: “El 75% de las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal y dichas afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas. Una nueva cada cuatro meses, y una capacidad de mutación y adaptación a ambientes y cuerpos muy llamativa. Literalmente nos estamos comiendo la mitad de los recursos del planeta, dejando a todas las otras especies sin ‘su plato de comida’, casi sin recursos y obligándolas a salir de su medio natural hacia el humano, creando nuevos neoecosistemas donde se alojan, perviven y se vuelven a adaptar a nuevos medios”. 

“Hoy en día, podemos ver que, en su relación con la naturaleza, tanto el capitalismo como el comunismo han fracasado”.

A partir del dato de que la economía financiera supera 50 veces el valor del PBI global: “Esa burbuja o economía financiera, crece y estalla, recurrentemente, puesto que está siempre descalzada de su anclaje biofísico (recursos naturales). (…) El aparato financiero está hecho para ‘estimular’ la producción de bienes o servicios, de allí que una circulación financiera del mismo orden del PBI mundial era suficiente. Pero el sistema se multiplicó loca y descontroladamente. Si la masa disponible se mide en unidades monetarias, esta circulación de 50 veces el PBI global significa que el 98% del sistema es una gran bicicleta financiera internacional. (…) Desde el punto de vista de la estabilidad lo grave es que ese 98% de la bicicleta financiera circula a una velocidad como la de la luz, mientras que la reproducción de bienes y servicios, el restante 2%, lo hace a paso de tortuga. ¿Y quién ha pensado, desde este mundo económico, en las tasas de reposición de la naturaleza? Nadie”.

Son apenas algunos tramos de un trabajo que habla sobre consumismo, biodiversidad, deforestaciones masivas, alimentación, vaciamiento de los suelos, China, soja, guerras internacionales y guerra contra la naturaleza, contaminación, megaminería, transgénicos, explotación social, la deuda ecológica y otros temas que no parece haber riesgo alguno de que los candidatos planteen en sus campañas electorales. 

Es el clima, tarado

La libertad de destruir 

En realidad un solo candidato mencionó el tema ambiental, por el absurdo. Con estilo siempre excitado se burló de las llamadas externalidades (daños socioambientales) al hablar sobre la contaminación de ríos por parte de las empresas. “¿Y? ¿Dónde está el daño? ¿Dónde está el problema ahí? Esa empresa puede contaminar el río todo lo que quiera. ¿Saben por qué? Eso, en realidad (tras un enredo de palabras estilo Bullrich) es una sociedad a la que le sobra el agua y el precio del agua es cero” dijo juntando el índice y el pulgar. “El problema en realidad radica en que no hay derechos de propiedad sobre el agua, cuando falte el agua, alguien va a ver un negocio ahí y va a reclamar los derechos de propiedad. Van a ver cómo ahí sí se termina la contaminación” dijo, al revés de lo que ocurre en el mundo no mediático en el que las corporaciones se apropian del agua (ríos, arroyos, acuíferos, lagos escondidos) gracias a políticos también excitados, justamente para poder hacer cualquier cosa, incluso contaminarla. 

Atanor, por poner un caso reciente y que acaso sea una excepción a la regla, fue condenada a pagar 150 millones de pesos (valor mayo) por la contaminación del Paraná en San Nicolás, y tiene a seis de sus ejecutivos imputados. En seis manzanas del Barrio Química se registró la muerte de más de 200 personas por enfermedades relacionadas con la contaminación del agua y los suelos. En San Juan se produjo el derrame de 1.072.000 litros de agua cianurada (el primero de cinco derrames) de la mina Veladero. Está pendiente el juicio penal contra los directivos de la empresa, mientras centenares de asambleas vecinales plantean una situación que la biología y el sentido común entienden mejor que la economía: el agua vale más que el oro. Los ríos del país entero están sometidos a contaminación comprobada de todo tipo, la mayoría de las veces producto de los agrotóxicos impuestos para monocultivos, principalmente transgénicos.    

¿Qué opina Pengue sobre la declaración del candidato? “Es  llamativo que quienes a veces detentan un conocimiento de la ciencia económica, olviden considerar las verdaderas externalidades, los costos sociales y ambientales. Hace más de 14 años el agua fue considerada por las Naciones Unidas como un derecho humano imprescindible. La economía ambiental, una ciencia propia de los economistas, considera estas externalidades pero no todas, solo las que convienen a su propio funcionamiento, al contrario de la economía ecológica o ecología productiva que pondera tanto los costos directos, los ocultos y los invisibles considerando al agua como un bien común. Con esa perspectiva podría privatizarse también el aire”. 

“Hay miles de ejemplos. Chile es un caso de privatización de los ríos, donde los grandes productores de palta tienen más derecho que la comunidad que necesita del agua para beber y para su higiene más elemental. Está el caso del Atuel entre Mendoza y La Pampa que deja a esta última provincia secándose ambiental y socialmente. Son temas que encaran las sociedades y las buenas políticas y no ideas de poder de unos sobre otros. Las plataformas exploratorias frente a las costas de Mar del Plata nos traen la respuesta social del Atlanticazo, como uno de tantos ejemplos. En Santa Cruz, las represas financiadas hoy por China bajo acuerdos extraños de los que poco sabemos, ponen en peligro para siempre al último río libre desde la vertiente al mar como es el Santa Cruz. Errores y más errores de la política de coyuntura y la respuesta irreflexiva que amenaza a la perspectiva científica. Son estupideces tecnológicas que confirman que en temas ambientales la política nos muestra casi de manera orgullosa un estado de verdadera ignorancia”. 

Derechas, izquierdas y Dios

Hay una idea de Oscar Wilde que a Pengue le gusta recordar, según la cual los economistas saben el precio de todo pero el valor de nada. “Y eso se traslada a la política, desde las derechas hasta las izquierdas. Ven a los recursos naturales como el salvavidas. Las derechas buscan explotar la montaña para quedarse con la renta. La izquierda busca explotar la montaña para distribuir. Pero las dos quieren comerse la montaña. Termina siendo un salvavidas de plomo porque nadie está entendiendo la sustentabilidad. La sustentabilidad que les preocupa es la de sus gobiernos o sus cargos”. 

¿No hay grieta en los temas ambientales? “En la gestión hasta 2015 se cobraban retenciones, sin usarlas para mejorar el esquema productivo o la agricultura familiar, ni para reparar un sistema degradado, sino para garantizar gobernabilidad con los planes asistenciales, pero sin perspectivas de mejora social verdadera, de fondo. Después el macrismo quitó retenciones a la minería para transferir ganancias a los sectores más ricos. Y en este gobierno ya vemos lo que pasó. El punto en común es el alejamiento del desarrollo sostenible y el crecimiento de una industria permanente: la fábrica de pobres, en la que los planes son un derecho para que la gente pueda vivir, pero no se acompañaron con políticas de formación, educación y trabajo para cambiar la situación estructural de esos sectores”. Otro dato a tener en cuenta es que en los últimos 30 años todo el modelo extractivo que describe el libro ha funcionado a pleno, subsidiado por el Estado, pero lo que generó es concentración de la riqueza, desigualdad cada vez mayor y esa fábrica de la que habla Pengue. 

“Entonces todo es muy pobre, vivimos mirándonos el ombligo, sin pensar en las nuevas generaciones. Las cosas se hacen según los tiempos electorales, a dos o cuatro años. O según exigencias externas o de las corporaciones. Todo es coyuntura, intereses, pero no hay un pensamiento estratégico”. 

Intervalo 

El libro señala un caso en el que sí hubo pensamiento político infrecuente: un actualmente ignoto Juan Domingo Perón escribió en 1972 un Mensaje a los pueblos y gobiernos del mundo que se puede googlear y leer en tiempo presente: “Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobre-estimación de la tecnología”. Plantea la liquidación de las aguas, la deforestación, la pérdida de especies (biodiversidad) y explica: “Son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres, especialmente en los dirigentes de los países más altamente industrializados; una modificación de las estructuras sociales y productivas en todo el mundo, en particular en los países de alta tecnología donde rige la economía de mercado, y el surgimiento de una convivencia biológica: dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza”. 

Anticipa la necesidad de defender “con uñas y dientes” los recursos naturales del país frente a la “voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo, en los centros de alta tecnología a donde rige la economía de mercado”, y enlaza el tema ambiental al de la justicia social. Lo planteó hace medio siglo, cuando casi nadie hablaba de eso. Tampoco en este tema hubo grieta: los peronistas jamás tuvieron en cuenta ese pensamiento, que se sepa, y los antiperonistas, obviamente, menos (fin del intervalo que no sé si aplica como museístico, utópico o futurista). 

En 2018 Pengue había dicho a MU: “Ahora están todos asustados con el cambio climático. ¿No lo dijeron los científicos hace 20 años? No importó. Ahora entienden porque hay incendios, inundaciones, como si fuera que Dios nos está castigando. Dos noticias: no es Dios; y va a ser peor”. 

Fue peor. Este 2023 exhibe los peores récords de crisis ambiental de la historia contemporánea. Pengue no cambia aquel diagnóstico: “Y va a ser peor”.  

La deuda ecológica

A la pregunta de quién se come a quién, Pengue responde con dos imágenes: “Nos estamos comiendo el planeta, y el grande se come al chico. Es la expansión humana, no por crecimiento poblacional sino por hábitos de consumo, principalmente de países occidentales y de otros como China, tan devastadores o más que el capitalismo de Europa o los Estados Unidos. Esa expansión la vemos en el país con el avance de lo urbano sobre lo rural, y de la frontera agropecuaria sobre la naturaleza. No solo la deforestación. El país está vaciado de gente. Solo el 7,4% de la población vive en espacios rurales, con el territorio que tenemos. El 92,6 es población urbana”.

Habla desde la perspectiva de la Economía Ecológica, aunque prefiere llamarla Ecología Productiva: “Una ecología que contiene todo el funcionamiento ambiental, a la que se incorpora además el mejor aporte de la ciencia y la tecnología pensando en aumentar no las tasas de crecimiento financiero, sino de crecimiento de la renovación de los sistemas ambientales”. 

Plantea el tema invisible –salvo para quien quiera mirar– de la deuda ecológica o ambiental: “Un concepto que emerge de los países poseedores de recursos naturales. Es la forma de explotación de los países del norte por sobre los del sur. El comercio ecológicamente desigual, el intercambio y el flujo de recursos naturales sin su valorización. Y además, los costos ambientales y sociales que no son puestos en la balanza o en el balance de costos y beneficios de los economistas tradicionales”. 

Su ejemplo preferido es el de la agricultura actual, a la que define como minera y extractiva: “Nadie habla del agua que en la práctica perdemos al producir cada grano, ni de la pérdida de nutrientes del suelo que son como billetes que están en nuestro suelo. Cada cosecha se lleva esos billetes en los granos, y no vuelven, pero sí quedan daños ambientales como la contaminación y sociales, como las enfermedades que nadie contabiliza”.

Pengue estudió que el valor económico de esa exportación invisible solo de fósforo, nitrógeno y potasio (3 de los 16 nutrientes) es un 30% de lo que deja esa cosecha. Traducción: no menos de 6.000 millones de dólares por año que se regalan. “Están vaciando la riqueza del suelo. Y cuando reponen nutrientes reponen solo algunos y con fertilizantes químicos que generan problemas de contaminación y degradación. Y podemos agregar el agua, o los costos de la deforestación. Nadie parece pensar que somos los dueños de los recursos naturales”. 

Todo implica una reprimarización de la economía (que se basa en la extracción de materias primas o commodities): “Muchos piensan que el país se salva exportando esas materias primas pero eso no pasó ni va a pasar. Tenemos los recursos pero no estamos incorporando valor agregado, ni mejoramos las condiciones de trabajo y de ingresos de la gente. Es una reprimarización del sistema económico, y también del social”. 

¿Hay relación entre la deuda externa y la ecológica? “La deuda obliga a ajustes estructurles para garantizar la devolución de capital y especialmente los intereses, privatizando, eliminando beneficios sociales y abriendo recursos estratégicos del país con sobre explotación y degradación ambiental y social, para mantener hacia el exterior el flujo de capitales. Pero en esas negociaciones nunca se consideran esos costos, que las economías de los países desarrollados aprovechan para restaurar sus propios sistemas ambientales degradados, a costa de los nuestros”. 

Volver al futuro

“Soy un pesimista optimista –calcula Pengue– porque veo que estamos llegando a la punta del precipicio pero todavía nos queda una oportunidad para dar el paso hacia atrás y no hacia adelante. Me queda un poquito la esperanza de que aparezca gente que diga: ‘che, a ver si nos juntamos un poco y sacamos esto adelante’”.

Tanto por la crisis global, que se sintetiza en la palabra clima, como por la local, considera que la posibilidad de un futuro pasa por la agroecología a la que define como “el manejo ecológico de los recursos naturales a través de formas de acción social colectiva que presentan alternativas a la actual crisis de modernidad. Es un abordaje que se nutre y dialoga con el saber local, campesino e indígena y con el científico en igualdad de condiciones. Surge como una disidencia de la sociedad civil y la ciencia independiente con respecto al paradigma moderno del desarrollo y el pensamiento científico positivista”. 

Una de sus búsquedas, además de lo productivo: “El acceso de toda la población a alimentos buenos, sanos, baratos y de calidad”. Sobre la cuestión climática plantea: “La agroecología es una de las propuestas más sólidas para el enfriamiento del planeta. Los objetivos de producción y la promoción del consumo local y regional disminuyen sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero”. 

La mirada territorial: “Tenemos de todo, un riquísimo espacio de clima templado, somos una de las fuentes fotosintéticas más importantes del planeta, no hay limitaciones de producción en invierno y en verano, tenemos los mejores suelos del mundo y todo eso no lo hemos sabido aprovechar. Pero la agroecología se planea todo esto con una concepción social, con la idea además de recuperar el trabajo en el campo”. 

¿De qué forma? “Con el acceso a la tierra. Nunca se ha planteado seriamente una reforma agraria, moderna, no la vieja idea setentista que no es necesaria, ni los discursos tontos. Estamos hablando de superficies de municipios, o en manos del Estado, que no se usan. Hay un potencial brutal para convertir eso en tierra productiva que sea de acceso a la sociedad que se encuentra en pésimas condiciones de vida. Tierras de la interfaz urbano-rural que puedan ser aprovechadas como bien público para una transformación del paradigma productivo y también el social, que en muchos sentidos ya está cambiando”.

“Para eso hay que salir de la mediocridad de perspectiva política, que solo busca exprimir lo que hay hasta que no quede nada. Tenés todo un esquema de políticos profesionales que se la pasan a los gritos, pero como se decía del peronismo, más que pelearse se están reproduciendo en una especie de democracia virtual. Y es al revés: de esto se sale con más democracia, no con menos. Con la clave que es la participación social y una ciencia que no sea furgón de cola de corporaciones”.     

Walter formula una pregunta: “¿Vos pensás que la civilización actual va a sobrevivir si no realiza un cambio revolucionario? Si no lo hace, no va a haber más civilización. Si seguimos atrapados por la obnubilación y la ignorancia del sistema económico, o creyendo que la perspectiva tecnocéntrica va a arreglar las cosas, aceleramos al precipicio. La gente lucha por su pan, que le cuesta su dinero para ponerlo arriba de la mesa. Pero a este ritmo no va a haber pan ni dinero”.

Cree que lo que hay que seguir buscando, y ejerciendo, es una transformación socioecológica “que le dé una oportunidad a una nueva humanidad. Que en lugar de fracturar el mundo y el país con desigualdades raciales, económicas, productivas y de futuro, se organice en base a la cooperación. El paradigma ya no es la competencia sino un nuevo humanismo. Y si no, ahí sí que vamos a estar como la rana: en la olla, hirviendo”. 

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¿Quién se come a quién? Economía Ecológica, Recursos Naturales y Sistemas Alimentarios de Walter Pengue.

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