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A quién temerle

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Crónicas del más acá, por Carlos Melone.

A quién temerle

El arreglo fue algo dificultoso. Por una parte, yo explicaba los inocentes motivos de mi visita (curiosidad intelectual y filosófica, y buscar materiales para estas crónicas) pero del otro lado había reparos ante la presencia de un extraño en un jardín de infantes. Yo no tenía motivos pedagógicos (a pesar de mi condición docente). No era una cuestión personal (la directora confiaba en mí) sino temas de cuidado, una comunidad alerta, posibles malentendidos, coincidencia con la presencia de practicantes en la institución, en fin: el Universo en completo caos.

Finalmente, se pudo.

El Universo a veces se ordena. 

Vieron cómo es de caprichoso…

La historia había empezado a la media mañana del lunes, cuando partí para el Conurbano Oeste, tierra de guapos amontonados y también jardines de infantes. 

Tomé General Paz, Ricchieri (combinación castrense como tantas otras) y tenía que bajarme en el km no sé cuánto.

El GPS se equivocó o miré mal, pero me perdí. Sí, me perdí. Con GPS y todo. 

No diré más. 

Austeridad con los adjetivos.

Maldito Universo.

Con un atraso de más de media hora respecto de lo previsto, llegué.

Un institución pública y coqueta del Oeste bravo, ubicada en una localidad con mucho verde.

La directora me recibió no muy feliz por mi retraso, pero de todos modos con cortés amabilidad.

Muy conocedora de los secretos del trabajo a realizar con los más chiquitos, tuvimos una breve charla en su oficina donde me explicó varias cuestiones relativas a la prudencia con los y las pequeñas, llenamos algunos papeles protocolares y empezamos a recorrer las salitas que estaban en plena actividad.

El personal auxiliar me había traído un té y me observaba con curiosidad: no era una figura conocida de la institución (que es grande para los parámetros del nivel) y seguramente el monumento al rumor crecía desde la base.

¿Quién es ese fulano?

Todo lo que se diga de mi persona es erróneo. Todo. 

Incluso lo que diga yo.

Empecé a espiar las carteleras, juegos, huertas, pinturas.

Un mundo de infancias, con colores (muchos), con algunos chiquilines con varias desventajas para enfrentar la vida cotidiana, con paisajes y monigotes y letras y palabras y soles y montañas.

Se me explica que todo tiene un sentido pedagógico y cuál es. No se trata de decoración o búsqueda estética. Soy docente y admirador del Nivel Inicial, pero desconozco las sutilezas del armado educativo

Los más pequeños (sala de 2 años, que son muy chiquitos) estaban comiendo y entramos con mucha discreción. 

Una rubia que era una montaña de rulos hablaba consigo misma y posiblemente con su amigo invisible con todo entusiasmo, moviendo las manitos. De pronto giró abruptamente la cabeza, miró a su compañero de al lado y le espetó sin metáfora alguna:

–¡Te cagaste!– con el correspondiente fruncimiento de ceño que sigue a esta situación. El aludido continuó su vida como si nada de este mundo le importara.

Lo bien que hace.

En otra sala nos recibe Francisco (4 años) y nos “ataca” como el Hombre Araña. Francisco está vestido de Hombre Araña. La directora lo saluda por su nombre a lo que Francisco responde con frescura:

–Francisco me dijo que viene más tarde– mientras continuaba disparando el líquido arácnido a un mundo armado y cruel.

–Pero yo los voy a salvar– remató para que nos sintiésemos más seguros. La directora, impertérrita, continuó el diálogo con el Hombre Araña como quien habla del precio de la verdura mientras le pedía que le avise cuando viene Francisco para conversar un poquito con él.

Yo miraba la escena, los nenes y las nenas me miraban a mí y la maestra miraba todo con un aire de “otro día en el paraíso”.

Se acerca otro pequeño, me encara y me hace la pregunta más difícil del mundo:

–¿Quién sos?

Pienso en Parménides y en Heráclito. ¿Soy o estoy siendo?

El interpelante, ajeno a mis angustias filosóficas, no espera mi respuesta y me cuenta sin más trámite que tiene un hermanito y que nació por la tuqui de su mamá. 

Y se va a seguir dibujando.

La tuqui. 

No la tenía.

Noto a la directora más relajada al ver que yo soy lo más parecido a una estatua o un peluche cascoteado y me lleva a la sala de 5, aclarándome que son secciones, no salas.

Sí, señora directora. Nada que agregar.

Entramos en la sala-sección y se generó un pequeño revuelo con la presencia de la directora y del que suscribe. La directora saluda a los pequeños homínidos a pura sonrisa mientras le cuento a la seño quién soy y qué hago allí.

Nos acomodamos en un rincón, fuera del ángulo visual de la multitud y esperamos.

La maestra reinicia una conversación que versaba sobre qué clase de súper héroe era su papá o su mamá y cuál era su debilidad, a qué le tenía miedo.

Una morocha todas trenzas arengó: 

–Mi papá es casi como Superman– dijo entusiasmada revelando un robusto Edipo, aunque el casi abría la infinitud de la duda.

La maestra le repregunta a qué le teme su papá: 

-A mi mamá- 

Si hubiese habido un telón, era el momento para que cayera.

Me pareció ver la figura de Freud caminando por los pasillos con las manos en la espalda, pensativo, moviendo la cabeza.

Después de un rato de conversaciones y nuevos recorridos, me tomé otro té y dejé los murmullos detrás.

Seguro de cómo regresar, no prendí el GPS.

Me volví a perder.

No hay metáfora.

Universo de mierda.

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Qué es la libertad: Ley Bases, detenciones y después

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Sasha y su hermana, dos caras de lo que se vivió adentro y afuera tras la cacería policial el día de la votación de la Ley Bases. Sus reflexiones sobre la estigmatización, la persecución, y la vida en ¿libertad? Las redes y la calle. El ego y lo colectivo. Hablan Ramona y Santiago, también detenidos sin pruebas, con torturas. La organización entre familias. Y el reclamo por los que todavía están adentro. Por Lucas Pedulla.

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Como abogado, colaboró en frenar a las mega mineras en la Patagonia. Luego cambió de género, se mudó a  Buenos Aires y tiene la meta de ser la primera jueza trans del país. Habla de los verdaderos anarquistas y libertarios, del rol del Estado y de lo que hoy es revolucionario. Los monstruos internos y externos. El individualismo que aplasta a los individuos. El llanto como victimización y la salud mental como propuesta política. Decir no, y cómo prepararse para reconstruir. Por Sergio Ciancaglini.

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