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La perseverancia: Gonzalo Pardo y su primera novela

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¿Cómo se escribe una novela? El fotógrafo y periodista publicó Cualquier lugar es bueno para morir, una obra atrapante que narra la historia de un joven que cruza la provincia en medio de una guerra entre la Capital y el conurbano. Las relaciones que lo ayudan a sobre-vivir: con otro hombre, y con la naturaleza. La pandemia, una convocatoria, y cómo ecualizar placeres y trabajo. Lo que se desprende de la lectura y de una charla sobre ficción, para pensar la realidad. Por Franco Ciancaglini.

La perseverancia: Gonzalo Pardo y su primera novela
Gonzalo Pardo. Fotos: Lina Etchesuri

La charla transcurre con el tren Sarmiento, que une la Capital con el oeste del conurbano, de fondo. Una mala metáfora de una de las tantas cosas que Gonzalo Pardo escribe más hábilmente en su libro: una fuga hacia esa dirección, pero en un ¿futuro? donde la frontera entre Capital y Provincia está militarizada.

Pablo (el protagonista de la novela) se va, o se escapa, con destino final a San Luis (“un lugar igual de bueno para morir que cualquier otro”), donde, presume, todavía está su padre. Ese es el combustible que lo hará pasar –lo sabe– todo tipo de pruebas para no ser capturado por el comisario Serrano (ex poli bonaerense devenido en brazo armado de un terrateniente) ni sus secuaces, reyes y señores de una provincia de Buenos Aires sin ley y sin derechos.

La ópera prima de Gonzalo Pardo se inscribe en la tradición literaria argentina, incluso en su fundación, del peregrinaje de una especie de cautivo atravesando la provincia de Buenos Aires (la ¿llanura?); como dice en la cita inicial del libro, un viaje “no simétrico, de ida” que pondrá a prueba todo lo aprendido, con asociaciones inesperadas e indispensables, y toma de decisiones que implican la vida o la muerte.

Una tradición que, veremos, suena muy actual.

El amor entre hombres

Pablo se lanza a sobre-vivir con lo que consigue y con lo que le provee la naturaleza. Porteño, se da maña a lo MackGyver para inventar y crear escondites que le permiten pasar desapercibido –¿hasta cuándo?– en medio de un estado de sitio con policías patrullando y reclutando a los que boyan para luchar contra la Capital, o peor, para mal-tratarlos por desertores o por porteños. Este segundo es el caso de Pablo.

Entre otras, la asociación vital del porteño Pablo es con un joven del conurbano, Dani, en una amistad de viaje; una compañía amorosa que construye otro imaginario sobre los vínculos viriles. Entre todas las cosas de las que habla la novela, una fundamental trata sobre cómo el arte puede iluminar otras formas de tejer relaciones entre hombres que no estén basadas en el machismo, sino al contrario: Pablo y Dani hacen pie en el cuidado, en la confianza y en la cooperación como la forma de supervivencia en este mundo horrible.

“Me interesa pensar eso” dice Gonzalo sobre relaciones no-machistas. “Lo he pensado muchas veces, porque también vengo de otros mundos y de mi propia juventud de habitar espacios de machos: jugué al rugby 15 años y si no cumplís todo, sos puto. Sí, hay algo… quizás no está tan buscado, no es una búsqueda consciente”. 

Sin conocerlo, Pablo elige confiar en Dani, aunque eso pueda significar la muerte: “Es una cuestión de época, es una época global de desconfianza, y en la argentinidad también: si vos no pasás primero la bocacalle, el otro se mete”, dirá el autor de la novela sobre el contexto de estas ¿decisiones? “Y así traspolado a todo: estamos todos desconfiando en lo chiquitito, y el lazo comunitario está roto”. ¿Por dónde se empieza? Primera propuesta: por confiar.

La historia de Cualquier lugar es bueno para morir no está exenta de violencia, ni de códigos a mantener, ni de la figura del padre (ausente) como contrapeso o explicación de todo aquello amoroso.  El trasfondo de la guerra entre Capital y Conurbano, es eso, una escenografía (como el ferrocarril que pasa mientras charlamos), cuando la novela está basada en las relaciones humanas, en sus personajes. 

En el último tramo del libro entra en juego un tercer personaje masculino, que profundiza este universo del amor entre hombres. Se trata de “chito” (por “gua-chito” y “gau-chito” a la vez), un joven gaucho abandonado por sus padres, que es el único que se apiada de Pablo ante una situación límite…

Pero vayamos por partes.

La perseverancia: Gonzalo Pardo y su primera novela
La guerra entre Capital y Provincia, como contexto de un viaje de descubrimiento: en la tapa, la interpretación del dibujante Guillermo Meza, convocado por Gonzalo. Publicó ediciones El Panda.

Encontrar el equilibrio

Gonzalo Pardo, el ¿escritor?, se define como un “porteño renegado”: nació en Lanús pero al toque su familia se mudó a Capital. “Me encanta la ciudad, la cantidad de cosas que uno puede hacer, pero hay un montón de rasgos de la urbanidad que no me sientan cómodos”, dirá mientras cuenta que se le acaba de suspender –por motivos ajenos– un viaje a las islas del Delta, donde planeaba pasar tres días proveyéndose su propio alimento. “Para mí la gente de la ciudad es malcriada, no puede tener frío, calor, no puede tener hambre”, analiza sobre cuestiones personales que siguen tocándose con su novela. “Intento mucho no ser así, y a medida que me puse en juego viajando por placer o por trabajo intenté absorber los saberes y sacrificios que conlleva no tener todo a mano”.

El libro plantea esta adaptación a los ponchazos, literalmente por la fuerza: a Pablo no le queda otra que rebuscársela. Tendrá de aliado a Dani, pero también a la naturaleza: una vez cruzada la frontera, aparecen los peces, los ríos, los pájaros, los árboles. “Eso está acá”, dice Gonzalo señalando al Sarmiento que corre en dirección oeste.  “Crecí yendo a pescar con mi viejo, a una laguna, como algo recreativo. En mi adolescencia hice eso mismo con mis amigos, siempre estuvo ese contacto de entrar a un ámbito no urbano”.

Entre otros lugares Gonzalo vivió en Santa Cruz, Bolivia, a cargo de la producción de un canal de tevé para el cual trabajó cubriendo los incendios en el Amazonas en 2019: “Ahí flashée” dice. Volvió a Argentina manteniendo una “necesidad de contacto natural” cuando un amigo lo invitó a hacer un voluntariado en un parque nacional. Su tarea: sacar fotografías de especies. “Se me armó todo un mundo nuevo con biólogos, guardaparques… Llegué con ese hambre de aprender, rodeado de gente que camina y te dice: esta planta no la toques porque te pica la mano… Todo eso construye unos saberes que en la ciudad son invisibles, y allá son necesarios para poder habitar esos lugares”.

Algo de esa experiencia le habrá servido a Gonzalo para construir las imágenes de lagunas, de montes, de pastizales y de animales que figuran en el libro, lugares y seres que Gonzalo ha habitado y visto en algún momento. La descripción y el detalle de la naturaleza forman parte del clima de la novela, que nos sitúa en un escape mental que asociamos a las vacaciones o a las películas pero que, repite Gonzalo, está ahí, acá, aunque no los veamos.

Sin embargo, en la jungla la lucha por sobrevivir enseguida nos recuerda la ley del más fuerte: el contexto de guerra en el conurbano pone todo en alerta; inseguridad, miedos y una policía omnipresente recuerdan a la dictadura, ¿o a la pandemia? Sin ser lineal, en algún punto las pistas y los tonos son lugares de contacto con la historia que grafican a su vez el presente: desde la lucha de unitarios y federales hasta los contrapuntos políticos actuales entre la Capital, la provincia y otras provincias.

En el medio del tema del poder, de cómo se ejerce aparece otro personaje que auxilia a los vagabundos y los ampara para preservarlos –al menos por un tiempo– del terror: Sosa vive en la hacienda La Perseverancia en medio del quilombo, y a pesar de que el terrateniente monopólico se la quiere comprar, él resiste, perseverando en sus ideas, mostrando que hay cuestiones que el sistema no puede liquidar, y que se pueden hacer las cosas de otra manera: bien.

Gonzalo: “A medida que te vas poniendo grande hay temas que te importa rescatar. Suena un poco conservador, un poco Toro y pampa, a lo Iorio (risas), pero a mí me encanta eso del campo de que si vos mostrás que laburás, tenés un respeto automático. Hay algo con respecto al trabajo como fuerza vital que creo que está desarmado por la modernidad. Y me gusta pensar en cómo eran las cosas antes”.

Con 8 mil millones de personas en el mundo del siglo 21 parece difícil reproducir la vida campestre. Pero Gonzalo insiste: “Tiene que haber una manera de existir que no sea exponencialmente codiciosa y consumista. Tiene que haber un equilibrio”.

Se puede pensar a la novela de Gonzalo como la narración de una distopía que, lejos de la inteligencia artificial, vaticina un mundo más primitivo: la idea de que el colapso, la guerra que está adelante nos llevará a valorar sobrevivir no con lo que tengamos, sino con lo que somos. 

¿El futuro llegó? La actualidad parece indicar eso: “Hace dos meses empezaron a salir noticias de que la provincia se peleó con el gobierno nacional, los gobernadores amenazaban con cortar la electricidad… me mandaban mensajes diciendo: ¡está por pasar!”, cuenta sobre las conexiones entre realidad y ficción. “Ahora lo que puede o no pasar se diluyó un poco: que gobierne Milei es algo que pensábamos que era imposible”. 

Segunda propuesta: en tiempos borrosos de distopía y realidad, mejor literatura que noticias.

La perseverancia: Gonzalo Pardo y su primera novela

Qué es ser ser escritor

¿Cómo escribe una novela alguien que no es escritor? Lo cual lleva a preguntarse: ¿qué es ser escritor? 

Gonzalo, que ya lo es: “Yo de pendejo coqueteé mucho con la idea de escribir, hice muchos talleres, cursos, pero después me fui para el lado de la fotografía y el periodismo. Laburé en publicaciones de turismo escribiendo crónicas de viajes, haciendo fotos, pero la escritura de ficción fue mermando”.

Durante más de diez años Gonzalo no escribió nada de ficción. Y volvió en la pandemia: “Ya no sabía qué hacer, encerrados con mi novia en un monoambiente prestado de una amiga, queriéndonos matar”.

Retomó entonces un taller virtual de literatura. Escribió primero un par de cuentos. Y uno de ellos terminó siendo motor de la novela: “Me lo señaló la profesora: yo ni lo había pensado”. Ante la sugerencia, empezó a tirar de ese primer capítulo que ya contenía el clima de la General Paz como  frontera militarizada, simbolizando una guerra entre Provincia y Capital. Pardo: “Está atado a la idea de que yo me quería ir a la mierda y no aguantaba el encierro concreto de estar en un departamento, ni el encierro colectivo”. 

El germen de la historia, relacionado a la ganas de escapar. Y mientras Pablo se va, Gonzalo seguía en el departamento en Once, escribiendo. “La idea de escribir una novela no existía en mi cabeza”, sigue, pero la sostuvo: “Me copé y llegué con ese impulso hasta más o menos la mitad de la novela. Y ahí apareció la convocatoria…”.

La Editorial Panda había publicado hasta entonces un libro: El coloso justicialista, de Juan Rocco. Y para el segundo abrió una convocatoria a que se presentaran propuestas. Gonzalo envió una sinopsis de lo que tenía entre manos, y recibió un mail: “Quedaste preseleccionado”. Envió algunos capítulos (tenía como 20) y después de un tiempo dijeron que querían publicarlo. Dijo que sí, sin tener idea si podría lograrlo.

Con aval de su compañera, Gonzalo clausuró todas las otras cosas de su vida, y metodoligizó la escritura un poco más, de manera bizarra: “Me ponía el despertador a las 3 de la mañana y escribía de noche: había descubierto que a esa hora nadie te manda whatsapp, en las noticias no pasa nada, hay muy pocos estímulos. Me levantaba, me hacía un mate, me ponía una música instrumental y me metía ahí: taca, taca”.

Gonzalo vuelve a remarcar el rol de Nadia, su compañera, lo cual confirma que un libro no se escribe solo ni en soledad: “Fue posible porque me bancó mi compañera, a nivel sentimental también. Aguantamos lo que había que aguantar. Yo le decía: mi gratitud a ese aguante para poder hacerlo y ella me decía: si yo soy una ávida lectora es casi mi responsabilidad bancar a los que quieren hacer eso”. 

A medida que iba terminando capítulos, se los mandaba a los editores. “Ellos estaban re enganchados con la historia, querían saber cómo seguía. Eso me daba un combustible extra, que no era solo un deadline por llegar”. La novela estaba viva. 

Cuando terminó, los editores confesaron que apostaban entre ellos sobre lo que iba o no a pasar en la siguiente entrega.

Crear con otras lógicas

En la biografía de la solapa Gonzalo se toma la libertad de denominarse “obrero de la comunicación audiovisual”. Pero, ¿qué quiere decir? “Hace muchos años que trabajo en la industria de la comunicación, y el grueso funciona con lógicas del capitalismo más salvaje. Yo cuando laburo me pongo al servicio de lo que me piden para pagar el alquiler. Aunque, después de conocer las entrañas de la bestia, ahora decido un poco más dónde meterme y dónde no”.

Gonzalo integra la cooperativa M.A.F.I.A (acrónimo de Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs), grupo de fotógrafes nacido en 2015. “Cuando trabajás en experiencias con otra mirada y otra forma de trabajar se valora mucho. Que te traten como un ser humano ya es un montón”. Al igual que MAFIA, la editorial Panda funciona con esa otra lógica: “Los Panda son un poco eso: hay varios que laburan en la industria editorial tradicional y armaron Panda como un lugar donde poder publicar con otra lógica de reparto de ventas, con menos intermediarios y con una forma más libre de toma de decisiones”.

Como parte de esas libertades Gonzalo se dio el gusto de elegir a Guillermo Meza (@guillermommeza) para las ilustraciones de tapa e interiores, todas sin desperdicio: “Tengo otros amigos que han publicado con editoriales grandes que te ponen un contrato arriba de la mesa y si no te gusta chau. El libro ya no es tuyo”.

Habiendo pasado por el mundo de la fotografía, del periodismo y de lo editorial, Gonzalo asegura que las lógicas son las mismas: “Los monopolios, la falta de reconocimiento, la precarización”. Y diferencia las artes de esta manera: “A nivel de la fotografía, que es ir a ponerse un lugar a donde está pasando algo, eso que pasa es la realidad y genera una responsabilidad de qué mostrar. Acá (por la literatura) no: podés contar lo que quieras. Y eso en un momento me entusiasmó mucho, fue una especie de excitación”.

Tercera propuesta: crear algo que no existe.

El combustible para vivir

Gonzalo asegura que aún está descifrando qué significa haber publicado una novela y si se le pregunta si es escritor, dice: “No, qué sé yo, es raro, pero se ve que es un hecho”.

Su humildad no coincide con su talento literario. Más acá del autor, aparece la vida de una novela que tiene esa magia que, simplemente, sucede o no sucede: la novela que escribió atrapa y hace querer pasar al capítulo siguiente, y al siguiente, y al siguiente para ver qué pasará con Pablo y Dani. “Me da mucha gratitud que la gente lo lea, a mí me cuesta mucho leer libros, incluso de amigos”, confiesa este hombre sensible.

Ahora que sabe que puede, y que lo hizo, Gonzalo ya está escribiendo una segunda. Y su reflexión vale para todos quienes tengan ese bicho de escribir guardado en algún lugar: “Ahora sé que es verdad eso de que se escribe porque no se puede no escribir. A los 43 años, empecé a acomodar lo que hago por gusto o por placer, o lo que elijo hacer que no sea por dinero. Hay otra parte que hago para poder pagar el alquiler. En ese sentido, haber conocido cómo funciona la industria, por ejemplo la del periodismo, me genera una desilusión grande; con la fotografía no puedo ni pensar en las modificaciones que hay, qué puedo hacer, dónde poner el cuerpo y donde no… son preguntas que no tengo la respuesta. Pero sí sé que hay un lugar que me lo quiero reservar para hacerle un poco más de caso a lo que me mueve y me entusiasma. Esos momentos se pagan en otro lugar. Hay que bancar los lugarcitos que nos hacen felices. Ojalá hubiera un mundo posible donde trabajar un poco menos y defender a capa y espada los lugares de goce y disfrute”.

La frase del título parece pesimista, y esta frase última de Gonzalo también. Parece. Porque su Cualquier lugar es bueno para morir es –en sí mismo– su forma de pelear por esos lugarcitos que hacen bien, a él y a todxs: “A mí siempre me dio mucho miedo la muerte. Y durante mucho tiempo no quise lidiar con ese miedo y la pasé muy mal. Después con el tiempo me fui dando cuenta de que tenerle miedo a la muerte no era pesimista: la muerte es una certeza. Y en vez de un obstáculo, puede ser un combustible. Mientras estés vivo, todo puede suceder”. 

Incluso ser escritor, para correr a la parca hacia adelante (y hasta ponerla de título en una novela): “Me saca a patadas en el culo de la cama para escribir”.

Entonces: si como dice la novela cualquier lugar es bueno para morir y se escribe para vivir, cualquier momento es bueno para escribir. Y también para leer.

Cuarta y última propuesta: tal vez este momento sea el tuyo.

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