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Fulgores. El Fulgor Argentino, del Grupo Catalinas Sur
Una obra emblemática del teatro comunitario cumple 26 años. Repasa la historia argentina de 1930 a Milei, con más de 100 actores y actrices en escena, choripanes y sonrisas aseguradas. Historia y presente como una invitación a apoyar al más puro arte: aquel que teje organización barrial, inspira formas de hacer, llena salas y, pese a todo, imagina un futuro mejor. Por María del Carmen Varela.
Es sábado a la noche y en una esquina ubicada en el corazón del barrio de La Boca –Benito Pérez Galdós y Caboto– muy cerca del Riachuelo, sucede algo extraordinario: se ve mucha gente feliz. ¿Tiene esto alguna explicación? Investiguemos…
Varias personas traspasan una puerta portando instrumentos musicales; detrás, otras tantas ingresan al lugar. Hay de todas las edades y existe un factor común: todas sonríen.
En poco tiempo más las veremos maquilladas y con otros atuendos en el escenario.
Del otro lado de la barra, el café, las porciones de tortas, el vino y los bocados salados están listos.
Afuera, la humeante parrilla aporta hamburguesas y choripanes y quienes te atienden también sonríen, y hasta te elogian el look y te hacen reír con chistes improvisados.
Falta poco más de una hora para que comience la función y el lugar se va poblando de futurxs espectadorxs.
Estamos en el Galpón de Catalinas, lugar donde se amasan lazos de profunda complicidad, se tejen conspiraciones con neuronas y latidos de diversos genes y se construyen sueños materializados en expresiones del arte.
El Galpón alberga un deseo que germinó hace más de cuatro décadas y fue creciendo al calor del movimiento de una comunidad que hizo propia la ilusión del actor y director uruguayo Adhemar Bianchi, afincado desde 1973 de este lado del charco –aunque en este momento va y viene–, impulsor de esta gesta artística, social y autogestiva a la que bautizaron como “teatro comunitario”.
Policía, mondongo y estallido
Una choriceada en la plaza Islas Malvinas del Complejo Habitacional Catalinas Sur el 9 de julio de 1983 fue el puntapié inicial de esta aventura. Aquel día el alumnado de la escuela Carlos Della Pena, madres, padres, vecinxs y compañía se dieron cita para compartir comida, juegos y escenas teatrales al aire libre, particular decisión teniendo en cuenta el contexto de la época: últimos estertores de la dictadura y vigencia del estado de sitio.
La policía se acercó, merodeó, hasta sobrevoló un helicóptero… Pero la fiesta no se detuvo. Y sigue hasta hoy.
Adhemar Bianchi daba clases de teatro en esa escuela, a la que iba su hija Ximena, pero propuso que no fueran dentro del establecimiento educativo sino en la plaza. Para dar forma a la primera obra –Los Comediantes– parida por el flamante grupo teatral, trabajaron con textos del Siglo de Oro que aludían a la censura impuesta por el rey. “Somos un grupo de locos. Nos llaman utópicos. Pertenecemos a una generación que creyó en un mundo más justo y más solidario”, anuncia el Grupo de Teatro Catalinas Sur en su página web. “Nos hemos permitido, en tiempos pasados y en los actuales, la imprudencia de soñar y hacer realidad nuestros sueños y de no aceptar, bajo ningún concepto, la turbia mediocridad que nos imponen los poderes de turno sobre cómo organizar nuestro presente y nuestro futuro”.
Este “grupo de locos” comenzó a alquilar lo que a mediados de los 90 había sido un depósito de tintas. Adhemar se asomó y en esa inmensidad de 60 x 40 metros imaginó todo lo que podría suceder…
Con ollas repletas de guiso de lentejas y mondongo más música y obras de teatro juntaron dinero y finalmente lograron comprarlo en 2001, unos meses antes de que estallara el país. Lo llaman la “plaza techada” porque las ganas de ocupar y disfrutar del espacio público forman parte del ADN de estos locos y locas que saben construir comunidad. “El arte y el teatro no son una herramienta para. Creemos que el arte en sí es transformador”, define Bianchi en el libro Actores sociales, Teatro comunitario argentino, escrito por Luiz Zarranz y editado por La Vaca Editora en 2015, una obra que compila la historia de las decenas de grupos de teatro comunitario que existen a lo largo y ancho del país, incluyendo una guía de cada uno de ellos y parte de la dramaturgia de algunos.
El nacimiento de un hit
En su actividad incesante, el Grupo de Teatro Catalinas Sur creó más de veinte obras como Pesadilla de una noche de conventillo, Entre gallos y medianoche, Los negros de siempre, Carpa quemada, Con ojos de pájaro y sus obras más emblemáticas y siempre repuestas: Venimos de muy lejos y El Fulgor Argentino. Esta última, estrenada en el Galpón en noviembre de 1998, es la que está en cartelera en este momento, hasta fin de año, siempre a sala llena.
¿Cuál es el secreto de este éxito?
Con dirección general de Adhemar Bianchi y Ricardo Talento –el otro gran referente del teatro comunitario, director del Circuito Cultural Barracas–, Nora Mouriño, Stella Giaquinto, Ximena Bianchi y Gabriela Mora en el equipo de dirección, con canciones de Cristina Ghione, dirección musical de Gonzalo Domínguez y cien personas brillando en escena, El Fulgor Argentino, Club Social y Deportivo repasa casi cien años de historia argentina. Desde 1930, con Hipólito Yrigoyen como presidente y su derrocamiento por parte del general José Félix Uriburu, pasando por el nacimiento del peronismo, su proscripción, la muerte de Eva Perón, la de Perón, la dictadura del 76, las Madres y Abuelas, y los presidentes y presidenta que asumieron en democracia, hasta la actualidad, entre otros tantos hitos arraigados en la memoria colectiva.
El pueblo, la oligarquía, sus transformaciones a lo largo de las décadas, el hambre, la huelga, los negociados, el poder, una historia de amor y lucha y el Club El Fulgor, con música en vivo, como escena permanente donde hace pie la historia de un país. “Estamos muy contentos de estar haciendo El Fulgor argentino, de poder revalidar que el arte es una manera de comunicarnos y en este contexto, es muy movilizante ver eso”, señala Nora Mouriño, directora artística del grupo, del elenco de niñes que participa en El Fulgor y en el Grupo de Teatro Catalinas Sur desde hace treinta años. “Nacimos en un momento bisagra de la historia argentina. Creo que no es casual que hayamos nacido en el 83, no es casual que en el 2001 haya proliferado toda la Red Nacional de Teatro Comunitario: el ser humano cuando está en situaciones de crisis recuerda lo importante que es lo colectivo. Los grupos de teatro comunitario que son lugares de resistencia, de militancia, de otro tipo de militancia, pero que también son muy necesarios hoy por hoy para construir y soñar, como dice Ricardo Talento: ‘Un mundo mejor es posible: solo hay que imaginarlo y desde el arte lo podemos imaginar’.
Entre Gilda y los presidentes
Corrían mediados de los 90 cuando Ricardo Talento le propuso a Adhemar Bianchi hacer una obra que hablara sobre la historia argentina, inspirada en El baile, la icónica película muda de Ettore Escola estrenada en 1983, que recorre la historia de Francia durante cinco décadas y en la que, como en El Fulgor, los cambios de época se advierten por el vestuario, los peinados, los ritmos musicales, y por supuesto por los hechos históricos que irrumpen en escena.
Esta versión argentina se estrenó en el 98, en plena época menemista, y fue tal el éxito que el Galpón de Catalinas se compró gracias a El Fulgor Argentino. “En ese momento era todo mirar para afuera, para Miami, el uno a uno, nadie hablaba de historia argentina. El Grupo Catalinas contó cien años de historia y era muy necesario” cuenta Nora. “La gente vino a verlo y llenábamos la sala con tres semanas de anticipación”. Hoy, 26 años después, las salas siguen llenas.
La obra se iniciaba en la calle, con participación de caballos para la década del 30, y en los 50 entraban al Galpón para continuarla hasta su finalización. Nora: “Cuando se hizo, el 1930 era muy lejano y tenía muy poquito de la democracia, pero ahora se va aggiornando en cada reposición. Vemos qué es lo que sigue resonando en estos 40 años de democracia”.
Un tropezón y golpe en la frente, una frase repetida, una canción de Gilda, una guitarra, un “este…digamos”, son algunos de los guiños humorísticos con los que lxs últimxs presidentxs son representadxs. Cada integrante del grupo interpreta varios roles en escena, por lo que en bambalinas el nivel de vértigo es alto. “Hay otra obra atrás del escenario”. Si bien Bianchi, el director de Catalinas está pasando más tiempo en Uruguay, va seguido al barrio de La Boca. “Llega más rápido de Uruguay que de Lomas de Zamora. Sigue siendo nuestro director general y va y viene todo el tiempo”, dice Nora. “Reta, corrige, abraza”, suma Analía Vera, quien participa en el Grupo Catalinas desde 2002, y que fue incorporando a su propia familia al asunto.
Analía le insistió a su hijo para que se sumara al grupo de teatro pero solo aceptó cuando lo invitó Nora. A su vez, Nora tiene dos hijos participando también activamente del Grupo Catalinas. “Los niños que nacen en Catalinas –apunta Nora–actúan desde la panza y después no bien se puede, participan de las obras, generalmente en Venimos de muy lejos”.
Ese es el caso de Delfina Pereyra, de 20 años, quien participa en las obras prácticamente desde que nació. Su mamá y su papá se conocieron allí así que ella participó a upa, siendo bebé: “Este es nuestro lugar de encuentro una vez por semana, donde la pasamos bien, nos divertimos, donde sabemos que están nuestros amigos, la gente que conocemos hace tanto tiempo y tan variada también de edad porque te llevás bien con alguien que puede ser tu mamá, tu abuelo, alguien más chico que vos o de tu misma edad y está buenísimo. Estamos en en El Fulgor en este momento tan representativo y nos gusta estar. Nos gusta recibir el cariño del público, con lo que genera la obra”.
Orquestas atípicas
¿Cómo es hacer teatro comunitario hoy? Nora: “Cada función es distinta, es eso que tiene el teatro, que todo depende de ese día, de lo que salga y del público que venga y de cómo estemos nosotros también. Es siempre algo nuevo, aunque hagamos lo mismo, siempre es distinto y es nuestro lugar de pertenencia, poder estar acá y expresar lo que pensamos y lo que queremos a través del arte que es tan lindo y tan sanador”. Analía destaca el rol que cumple el Galpón en la vida de sus integrantes: “Yo siempre hago la comparación de que hay pibes, pibas, que en los clubes encontraban esos espacios barriales de pertenencia. ‘Me voy al club’ para nosotros es ‘me voy al Galpón’. Tengo amigas de acá de 85 años, que son más grandes que mi mamá y hay niñitos que vienen, está Delfi, que la vimos crecer”.
El Grupo de Títeres, la Orquesta Atípica, los grupos para niñeces y adolescencias para hacer teatro, canto, percusión y circo, funcionan en esta colorida esquina de La Boca, radiante de creatividad por la que transitan más de 500 personas por semana.
La magia de darse cuenta
Ismael es uno de ellxs. En 2008 empezó con el taller de teatro y como tenía muchas ganas de entrar en escena, se sumó también al nuevo proyecto que por aquel entonces era la Orquesta. Había escuchado hablar del Grupo de Teatro Catalinas gracias a la recomendación de una profesora de Literatura Dramática en Rosario, su ciudad natal. Cuando vio una nota cortita en el diario La Capital que anunciaba la llegada del Grupo no dudó en ir a a verlo. Hicieron una función de Venimos de muy lejos en el Centro Cultural La Grieta, al sur de Rosario. “Sale este artículo y yo se lo comunico a una amiga con la que habíamos hecho un taller de teatro, a otra amiga, y nos fuimos. Yo entraba a trabajar a las doce de la noche, pero ver el Grupo en ese lugar, con ese público, era mágico: los chicos y los perros dando vueltas, había algunas sillas. Era en la calle, en un cruce de calles de tierra, en una zona de mucha carencia. Ahí me planteé de verdad: yo voy a estar en este grupo, voy a formar parte”.
Al tiempo se fue a vivir a la ciudad de Buenos Aires, se acercó a Catalinas para cumplir su deseo y poco más tarde se mudó a La Boca. “Cuando entrás a formar parte del grupo tenés que investigar tus ancestros y ahí descubrí la historia de mi abuelo, que había trabajado siendo muy joven en el trazado del ferrocarril, acá en La Boca, como inmigrante italiano. Para mí fue muy importante estar pisando yo también esta tierra”.
Dicen algunos historiadores y filósofos que la historia es cíclica, que los acontecimientos se repiten una y otra vez. Si prestamos atención a nuestra historia, podríamos atrevernos a afirmar la veracidad de estas teorías. Si ese viaje recurrente incluyera aprendizaje para no volver a los mismos errores, quizá no sería tan abrumador. “Es necesaria la memoria, si no, volvemos a tropezar con las mismas piedras”, sintetiza Nora. “Todos los espectáculos de Catalinas tienen vigencia, porque hablan de las cosas que nos pasan como sociedad, entonces lo hagas en un momento o en otro siempre hay una fibra que te toca. Acá hay saberes que se van transmitiendo, de respeto, de cuidado. Se los recomiendo a todos, que crezcan así. Cuando decidí hacer teatro comunitario quise que mis hijos crecieran con otros en la construcción de un nosotros. Hoy nuestro espacio está muy sostenido y representado por los pibes que crecieron en Catalinas. Hay que intentar otra lógica de construcción que no es el capitalismo, el individualismo y el sálvese quien pueda. La base de la construcción colectiva es necesaria”.
Para finalizar, Nora mete spoiler de la canción final de El Fulgor. “Si logramos conmover tu corazón, nuestra utopía ya se cumplió”.
¿Por qué en Catalinas se ve tanta gente contenta? Analía arriesga: “Acá hay un abrazo que te espera, una grupalidad que sostiene y cada persona por diferentes situaciones y motivos elige participar, estar, ser parte. En eso también hay un compromiso que no solo es la responsabilidad de tener que hacer tal o cual cosa, sino el encuentro y la esperanza de que algo ahí se genera que es diferente a este contexto hostil, tan cruel, tan amenazante, tan triste, que no desconocemos. Quizás nuestra batalla sea esta: seguir haciendo juntos”.
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