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Popen: crear y criar
Acaba de editar una obra musical en cuatro partes, que refiere al proceso de ser madre. Lo grabó en su casa, de manera artesanal y autogestiva, con Uriel en brazos y una catarata de canciones que le brotaban de su historia. Es el tercer disco que edita esta cantante de una familia musical, que vivió en España y ahora en un depósito abandonado que convirtió en hogar y fue sala de estudio (y crianza). Lo que tienen en común el arte y maternar, entre la violencia y la libertad. Por Anabella Arrascaeta.
Urian se para frente a las sillas aterciopeladas rojas, todas llenas de gente, la música instrumental que suena de fondo frena y, con su voz de siete años y medio, recibe al público. El telón todavía está cerrado y él tiene en una mano el micrófono y en otra un papel, y dice:
-Bienvenides a Obra Madre.
Luego baja los un, dos, tres, cuatro escalones del escenario y se va entre la gente.
Entonces la música se enciende, también las luces, y en el escenario aparece Popen y su banda: Ana Vidal en bajo, Natalia Pellegrinet en guitarra, Martín Santillán en teclados, y Gerónimo Mangini en batería.
La primera frase que canta Popen dice “hoy el viento tus letras traerá”, como una suerte de oráculo que forma parte del primer tema de la primera parte de su último disco.
Estamos en el Teatro Margarita Xirgu, en San Telmo, donde Popen está presentando su última producción de 19 canciones en cuatro partes -fecundación, gestación, parto y puerperio- que compuso mientras cada uno de esos momentos sucedían en su vida y en la de Urian, su hijo.
Bienvenides a Obra Madre.
La familia y la concha
Popen (quien elige llamarse así, y no revelar su nombre de DNI) nació en el 83, con el regreso de la democracia, en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, y en una casa llena de música. Su abuela, cantante de ópera; su mamá, melómana; su papá, cantante de orquesta de tango: de ahí viene, y de ahí trajo hasta acá su nombre. “Popen es esa niña con un mundo muy creativo que está desde la infancia y que he podido conservar y darle un lugar de predominancia en mi vida”, dice una semana después de la presentación de su obra, todavía vibrando.
Fue a una escuela católica, donde cantaba en los actos y también en las misas. Tiene dos hermanos y una hermana; el mayor es maestro de escuela pública y hace teatro; el menor, Nacho Vidal, es músico y por años Popen cantó sus canciones junto a él; la hermana es la bajista de su banda y tiene además proyecto propio, llamado Guineana. “Al ser cuatro hermanos yo tenía mi mundo íntimo muy desarrollado desde el oído: me hablaba, me encantaba susurrarme, me aprendía canciones y me las cantaba”. También componía. “Y después olvidé que lo hacía”, avisa.
Popen volvió a componer recién a los 18, cuando se fue a España, donde vivió 15 años. Allá grabó sus dos primeros discos. Primero, “Resiliencia” (2014) un concepto que, dice “ahora es muy escuchado, pero hace diez años no era tan conocido”. A diferencia de Obra Madre, Resiliencia tiene un sonido más jazzero, con canciones más largas.
El segundo disco lo hizo en 2016 y se llama “Jare, jare, la figa la mare”: “Significa la concha de tu madre”, revela Popen. “En ese momento vivía en una casa antigua en la huerta de Valencia que tenía una higuera en la puerta, higo en España es coño y vagina, la figa. Por eso la tapa es mi concha, pero después la tapé porque me la censuraron en todos lados”.
Después de su segundo disco volvió a Argentina, y ese es otro capítulo.
Este.
Parir canción
«Me siento una persona creativa y siento que por eso la maternidad fue tan explosiva: es crear una persona y también crear las formas de criar a una persona”, define Popen y traza una línea que une el ser madre y el ser artista. “Tienen cosas muy similares”, asegura. ¿Cuáles? “No son valoradas económicamente, todo es por amor al arte, por amor al hijo, y ninguna de esas cosas te da plata”. ¿La parte buena? “Claro que los dos tienen su parte hermosa: la gratitud que da poder expresarme permite poder darles cauce a las emociones, sentirme libre cuando estoy en el escenario con mi música o cuando estoy componiendo”, reflexiona. Y sigue: “Y tener un vínculo con un niño también es de mucha satisfacción, es un vínculo de mucho amor, de mucho crecimiento. Pero ambas cosas son mucho trabajo que no es reconocido y que para poder disfrutar de tus proyectos, tenés que asegurarte una casa y comida”.
Popen aprendió esto en su propia experiencia. “No fue fácil sostener ambos proyectos, no irme a trabajar a otra cosa y abandonar la crianza y el arte. Soy muy austera, vengo de una familia así, y valoro poder pasar tiempo con mi hijo y valoro poder hacer mi música, por eso resigno algunas ‘comodidades’: sino lo hiciera, no sería feliz”.
Cuando Urian nació, Popen se quedó cuidándolo mientras el papá trabajaba fuera de la casa. “Fue la típica historia: al tercer día de parto se fue, se iba de noche, volvía de noche. Y yo sola en la isla, dije: ‘me cagaron’”. Estaba en Argentina, donde las licencias por paternidad son prácticamente inexistentes e incongruentes con toda necesidad. Sigue Popen: “El dinero era suyo, no era mío, me dejaba plata en una cajita pero nunca supe cuánto dinero había en la casa; yo era re independiente y de repente no sabía si me podía comprar algo, si podía comprarle algo a bebé. Me sentí en una jaulita. Después él tuvo una historia con otra mujer y ahí nos separamos”.
Cuando Urian tenía un año, Popen ya vivía sola con él, un tiempo en la casa de su familia, y después le ofrecieron ir a vivir a un depósito que estaba abandonado: se lo alquilaban por un monto que ella podía pagar. Para ella un depósito abandonado era de repente “un sueño”: era la posibilidad de estar con su hijo y seguir haciendo música. No tenía suelo pero era un techo, así que se puso a arreglarlo y a convertirlo en una casa. Todavía viven ahí.
Cuando sus hermanos y hermana la visitaban y le contaban de sus shows o canciones, ella creía que, además de armar una casa y una crianza, no estaba haciendo otra cosa. “Ahora digo: estaba haciendo más canciones que nunca, se estaba forjando algo muy fuerte en mí también en esto de ser artista y de tener algo para decir bueno. La maternidad me trajo un mensaje fuerte: me trajo la oportunidad de hablar de muchas cosas. Yo ya venía cantando en mis otros discos de procesos personales, de inquietudes, pero encontré una bandera y dije se van a cagar, yo voy a hablar de todo esto: de la violencia económica, de la violencia obstétrica, de la soledad, de todo eso”.
Mientras criaba, Popen paría ¿sin saberlo? una catarata de canciones.
Manos a la obra
Grabándose con el celular, a veces en la computadora, Popen fue maquetando toda su obra de manera artesanal, casera y autogestiva. Armó una carpeta para ir guardando los registros que hacía. Cuando Urian cumplió 3 años, y ya vivían en la casa que poco a poco iban refaccionando, se dio cuenta que había llegado el momento de volver a esas canciones. “Agarré todos esos archivos, Uri ya pasaba algunas horas con su papá, yo ya estaba tranquila que tenía cómo vivir, cómo comer, entonces empecé el disco”.
Ahí se dio cuenta que no tenía un disco: tenía cuatro. Y decidió hacer una obra, que fue encarando y publicando por partes.
La primera persona con la que compartió la búsqueda musical fue con Martín Santillán. Juntos laburaron la producción, el sonido, grabaron, crearon las atmósferas. Durante la pandemia grabó algunas voces en un estudio, pero cuando las escuchaba le gustaba más lo que había grabado con la compu: entonces decidieron que todo el disco se iba a grabar en su casa. “Lo hicimos con Martín, con su compu y la mía. Él me dijo ‘¿pero estás segura?’, ‘Sí, sí’, ‘¿Y cómo vamos a masterizar?’, que es el último paso y es carísimo, imaginate 19 canciones, y le dije: ‘busquemos un curso sobre masterización’. Martín hizo el curso, sabía que lo iba a hacer re bien, es muy prolijo”. La mezcla la hicieron entre los dos y él hizo finalmente el máster.
En el mientras tanto iban mostrándoles las canciones a otras personas, comparaban sonidos, buscaban lo que faltaba. Así fueron terminando una a una las etapas de la obra; y cuando cerraban una etapa, la publicaban; el disco fue saliendo por partes. “Dedicamos mucho trabajo a hacer lo mejor posible, y para mí estuvo al nivel. Yo escucho mis otros dos discos que están grabados en España, en estudios que me regalaron y que eran de alto nivel, y hay cosas que sí se escuchan mejor, pero está a nivel. Hoy realmente escuchamos la música en un celular y hay tanto extremo de todo: los mejores mics, los mejores estudios, la voz procesada del auto-tune, todo tanto que termina siendo un producto. Banco mucho que Obra Madre sea así y que aún así suena bien’”.
Popen se agarró de las posibilidades que hoy la tecnología le facilita a la autogestión. “Son infinitas y permiten tomar una decisión en base a las posibilidades materiales. Los medios que tengas no te tienen que limitar al momento de expresarte; hoy siento que muchas más personas tienen acceso a grabar un disco que antes, pero también acepté que hay un sonido al que yo no voy a llegar. Si yo quiero sonar como María Becerra, con la plata que tengo voy a grabar un tema, no puedo hacer una obra. ¿Vale la pena que yo gaste un montón de plata para grabar en el mejor estudio, con el mejor micrófono, con el mejor máster, para solo mostrar un 2% de lo que soy? No hay que perder el ojo de que el arte va a trascender el sonido: si vos escuchás una canción en un casette y si te tiene que conmover te conmueve; me decía a mí misma: ‘Tranquila, que si tenés algo para decir que realmente es verdadero y genuino, lo vas a poder expresar’”.
El show
Popen define a Obra Madre como algo más grande que un disco: “Es una obra, por su tamaño, por su concepto, y por el vínculo con sentirme obrera, es un trabajo”. Cada una de las canciones las fue componiendo mientras transitaba distintos momentos. “Creía que no estaba haciendo nada pero estaba haciendo ‘De río en río’ que es la canción más escuchada, desesperada a los gritos porque no daba más. ‘La teta’ también la fui haciendo por pedacitos, no tocaba la guitarra porque tenía a Uri a upa entonces empecé con la letra, la iba haciendo así y me iba grabando”.
“De río en río”, que Popen grabó junto a Luna Monti y el ensamble de mujeres cantoras Rondadora, y “La teta” forman parte del último capítulo del disco, “Puerperio”. En esta última parte las canciones son más cortas, y algunos instrumentos salen para que la voz aparezca muchas veces sola o acompañada simplemente de palmas o guitarra. “En esa etapa hay canciones que duran un minuto, son como pedacitos de canciones, pero dije: ‘a esto no hay que meterle más, no tiene más, tiene que ser así’, y son canciones que a mí me hacen llorar”.
Con el disco -y las emociones- ya rodando, Popen imaginó cómo quería que sea su presentación. Eligió el Teatro Xirgu como lugar: necesitaba llevar las 250 personas para no perder plata, y lo logró. Armó un espectáculo con muches artistas invitadas e invitados, una enorme cantidad de voces de mujeres se escucharon en el escenario.
Además de su banda la acompañaron las cantoras Luna Monti, Iamana Mari, Nadia Szachniuk, Flor Bovadilla, Carito del Aire, y Ariana Krystal, la música Agostina Elzegbe, el ensamble Rondadora, una orquesta sinfónica, su hijo Urian como presentador y la cuerpa de danza de la villa La Cava Artivismo Fuera de Foco Crew a quienes conoció en la grabación del videoclip “Histeria” y luego terminó siendo cómplice: dirige el coro de niñez del centro cultural comunitario que el grupo tiene en La Cava.
Fura de Foco realizó en el show una performance entre la gente para la canción que habla sobre violencia obstétrica. Fue un momento tenso, molesto, porque el relato cuenta un parto violento, que nadie quiere escuchar, justamente. Fue la única canción a la que Popen no le puso la voz, relatada por otra mujer.
Estas y el resto de las propuestas escénicas fueron imaginadas junto a Isabel di Campello: querían que fuera una obra, no la presentación de un disco. Cada parte tuvo así un vestuario en particular, por lo que Popen se fue cambiando en el mismo escenario: arrancó con un vestido claro, luego fue musculosa y pollera, después se los sacó y quedó vestida con medias y telas que eran como pieles. Más tarde con una tijera cortó cada parte y quedó en body; después se puso una bata delicada encima, y terminó con un vestido antiguo color vino tinto. Los cambios de ropa fueron las transiciones, u no hubo palabra más que las canciones: “Queríamos pensarlo como una obra de principio a fin y que el espectador lo pueda vivir y trasladar en su propia experiencia o en la experiencia cercana”, dice la artista.
El próximo destino de Obra Madre será adaptarla a distintos formatos para que pueda salir a girar.
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