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La embajadora: Elia Espen, de Madres Línea Fundadora
Retrato de lo que transmite y piensa una madre de 93 años que marcha todos los jueves desde 1977. La historia de su hijo Hugo Orlando. El día que los militares le invadieron la casa. El secuestro de las tres Madres, su mirada sobre la división entre la Asociación y la Línea Fundadora. El recuerdo de sus amigas, Norita Cortiñas y Mirta Baravalle y la invitación de una mujer que nunca aflojó: “Ya no somos nenas, vengan a marchar”. Por Lucas Pedulla.
Le gustan el tango. Los valses, la música clásica.
“Y la cumbia”, agrega con una sonrisa coqueta, pícara y política, mientras se acomoda el pañuelo blanco, se peina sus finos rulos, se acaricia el arito y vuelve a tomarte de la mano.
Su nombre tiene en el origen griego una de sus posibles definiciones: “La que resplandece como el sol”. Y si bien es cierto, Elia Espen resplandece no solo como el sol sino como otros innumerables sustantivos, por lo general luchas, que ella encarnó y sigue habitando hace 47 años, como los jueves de ronda de Madres Línea Fundadora a las 15.30, los cortes de ruta de obreros que toman sus fábricas, o los territorios como Las Heras, en Santa Cruz, donde no siempre hubo sol cuando acompañó a los trabajadores petroleros.
Elia resplandece ante cuerpos y mentes y espíritus de quienes la ven y la escuchan, en un 2024 que busca luces entre tanta incertidumbre. Porque Elia va, invita a hablar, a no callarse, a seguir marchando y también a cantar, “pero bien fuerte para que llegue allá”, dice y señala a la Casa Rosada, cuando entona con su dulce voz Como la cigarra, el himno de María Elena Walsh, la canción de cierre de todos los jueves. Una forma también de curar malas noticias, y bien lo sabe Elia, Madre de la Plaza, cuando levanta el puño y se despide con otra invitación:
“Vengan el próximo jueves. No abandonen la lucha”.
Porque Elia, a sus 93 juveniles julios, coqueta, pícara y política, te agita.
Presente
Le encantan las tortitas negras y leer mucho de política sobre todo, como una de las cosas que le inculcó su padre, un militante socialista, “pero de los buenos”, que conoció a Benito Mussolini antes del poder y luego tuvo que huir de la Italia fascista con su compañera embarazada para arribar a un lío llamado Argentina. Aquí nació Elia, un 3 de julio de 1931.
“Mamá, tenés que leer como hacías antes”, cuenta que le dice una de sus hijas. Reconoce que lee menos. Pero lo que no dejó de hacer, aclara bien seria, es escribir. A mano. Escribe lo que tiene ganas de decir en sus jueves de ronda en la Plaza, como aquel jueves de enero, el primero del año, cuando no podía hablar por un problema en la garganta que, sin embargo, no la privó de estar, de marchar y de hacer oir lo que había escrito con precisión. Una de las hermanas que acompañan a Madres Línea Fundadora leyó las palabras:
“Hola, ¿cómo están? Pienso que todos estamos mal. Queremos que haya justicia y saber la verdad sobre los treinta mil y los niños apropiados, de los cuales no hablan. Estamos pasando momentos difíciles, pero que quede claro: no abandonamos la lucha. Seguiremos reclamando memoria, verdad y justicia. Al que no le caiga bien, lo lamento. No fue fácil para nosotras, pero acá estamos. Hay varios culpables de por qué no sabemos la verdad. Ante todo, la justicia, que ocultó y protegió a los genocidas. Es hora de que abran los archivos”.
Esa imagen toca corazones. A su lado había otra gigante, Nora Cortiñas. Por allí, en ese principio de año que parece de otro año, se ve también a otra enorme, Mirta Acuña de Baravalle, que por achaques de salud ya no podía marchar con la frecuencia de siempre, en esa Ronda que ellas iniciaron el 30 de abril de 1977, hace 47 años. La última foto de las tres juntas es de febrero de este 2024. Verla emociona. Norita partió el 30 de mayo. Mirta, el 1º de noviembre.
“Pueden haberse ido pero siguen presentes”, dijo Elia en la despedida de su amiga Mirta. “Sigamos adelante. Tenemos que pelearla. Ayúdennos y ayúdense. No abandonen la lucha, porque nosotras ya no somos unas nenas. Pero vamos a seguir como siguieron Mirta y Nora. Ellas dos y muchas más pueden haberse ido pero están siempre con nosotras. Le guste a quien le guste. Y si no le gusta, que se la banquen. No aflojen, chicos”.
Y levantó el puño.
Elia, aun cuando sentís que no podés más de la tristeza, te convoca.
Trompada y manuscrito
Elia siempre cuenta en entrevistas que fue una ama de casa con mucha conciencia política por haber crecido en un hogar socialista. En su casa se hablaba de todo y escuchaba las reuniones que su papá tenía todos los 1º de Mayo como celebraciones en un día cien por cien obrero. Le hubiese encantado ser bioquímica, pero su mamá la mandó a estudiar corte y confección. A los 14 años trabajaba en una imprenta y de noche iba a estudiar.
Se casó y tuvo cinco hijas y un hijo, Hugo Orlando Miedan. “Mi hijo estaba en cuarto año de Arquitectura cuando desapareció”, contó en una entrevista en la Biblioteca Nacional. El testimonio está en YouTube. Hugo, 27 años, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y trabajaba en la editorial El Derecho. Cuando llegaba del trabajo tenían largas charlas en la cocina. Elia lo esperaba. Hablaban de la pobreza, de los conflictos sindicales. Hugo también le contaba que tenía compañeros desaparecidos. “Un día me sale la mamá y le digo: ‘Hugo, ¿no te querés ir?’. Y me responde: ‘No, mamá, no me voy a ir’”.
El 18 de febrero de 1977 Hugo no volvió. Le había dicho a Elia que no llegaría a cenar porque tenía que preparar cosas para la facultad. Pero Elia estaba intranquila porque sabía todo lo que estaba pasando. Al día siguiente, a las 8.30, Elia cruzó a un almacén para hacer compras. Cuando volvió habían cruzado de esquina a esquina camiones del ejército y coches. La puerta estaba rota. Ni bien entró la golpearon y le vendaron los ojos. La llevaron insultándola hasta el cuarto donde estaban dos de sus hijas, de 23 y 11 años, también vendadas. Lloraban. Atinó a tocarlas para que supieran que estaba ahí. La llevaron a su habitación y se corrió un poco la venda para ver una cajita de música que sus hijas le habían regalado. Pudo ver, también, a uno de los militares: tenía un pilotín del Ejército y el torso desnudo. Supuso que había venido de torturar, “por el estado en el que estaba”. El tipo se dio cuenta y le dio una trompada tan grande que la dejó sorda del oído derecho.
Pasó un rato hasta que se fueron. Se destapó los ojos y fue a ver a sus hijas: “A la de 11 le dejaron la marca de una itaka en la espalda y golpes en la cabeza. A la de 23 le levantaron el camisón, le retorcieron los pezones y la manosearon”. Trató de tranquilizarlas y fue a hacerles el desayuno. La casa estaba destrozada: “Si hubiera entrado un tsunami hubiera hecho menos desastre”. También se robaron toda la ropa. Llamó a sus otras hijas para que vinieran: “Fue un caos todo. Ellas no sabían de la militancia de Hugo. Ni el padre. Yo sola”.
Uno de sus yernos conocía un abogado, pero no quiso intervenir. Sí le explicó cómo confeccionar un habeas corpus. “Lo hice manuscrito –recordó Elia–. Ahí empezó la historia”.
Pañuelos secuestrados
Cuarenta y siete años después, Elia está sentada con MU en el bar La Embajada, el lugar que completa la ceremonia de cada jueves: luego de la Ronda, viene con su hija Cristina, las hermanas que acompañan a Línea Fundadora, y otras y otros militantes de años, a tomar algo, charlar, y seguir conspirando, como hacía con sus amigas Nora y Mirta.
Le cuento que soy nieto y sobrino de desaparecidos, y que verlas y escucharlas todos los jueves es una inspiración que se renueva semana a semana con tantas noticias tremendas que ocurren entre ese mientras tanto. Elia sonríe: “Los jueves representan, para mí, la presencia de nuestros hijos. Ahí están. Los vamos a seguir defendiendo, le guste a quien le guste. Y si no les gusta, problema de ellos, no nuestro. Es justo que sigamos defendiendo”.
Elia dice que el jueves es un día que espera toda la semana. “Imaginate, mi hijo desapareció en el 77. Al principio veníamos a la Plaza, una para acá, otra para allá. Después nos empezamos a juntar. No llevábamos pañuelo, nada. Nos sentábamos en los bancos y venían estos hijos de mala madre y decían ‘circulen, circulen’. Nos parábamos y empezábamos a circular alrededor de la estatua de Belgrano”. Su militancia empezó en Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, luego fue acercándose a Madres. Recuerda la marcha a Luján, en octubre del 77, cuando por primera vez usaron un distintivo que se convirtió en un medio de comunicación mundial: “El pañal de tela de nuestros hijos. Nos lo pusimos en la cabeza. Fue para reconocernos. Llegamos. Los curas no nos daban bolilla, más cuando supieron quiénes éramos. Salvo excepciones, los curas no nos querían. Después, cuando volvimos, empezamos a juntarnos cada vez más”.
Conoció a Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco, tres Madres fundadoras, secuestradas y desaparecidas en diciembre del 77. Ese día Elia no estaba en la iglesia de la Santa Cruz, donde el genocida Alfredo Astiz se infiltró para marcar a las Madres y al grupo que las acompañaba, sino en otra iglesia de Medrano y Corrientes: “Era para juntar firmas para la solicitada por los desaparecidos. Se me acerca un chico y me dice: ‘Te vas, porque se acaban de llevar a las Madres en Santa Cruz’”.
Silencio.
¿Cómo fue continuar después?
Con más ansiedad. ¿Por qué? Porque te quitan un hijo. En mi caso todo lo que hicieron, los golpes, los abusos a mis dos hijas. Con más bronca de decir: la tienen que pagar.
La separación de madres
Elia marcha todos los jueves con la foto de Hugo y la fecha de su desaparición, que lleva a todos lados como su pañuelo. Un día un muchacho le preguntó qué era ella de ese joven de la foto. “La mamá”, le respondió. Le dijo que habían estado en el mismo centro clandestino: así Elia supo que Hugo había estado en El Atlético, un campo de concentración ubicado en Paseo Colón al 1200, plena ciudad de Buenos Aires, un viejo depósito dependiente de la Policía Federal. Así, también, se enteró que fue víctima de los vuelos de la muerte. Elia declaró en el tercer tramo de la causa que en 2016 investigó los crímenes de lesa humanidad cometidos en el circuito Atlético–Banco–Olimpo. De nuevo, el tiempo: 39 años.
Le pregunto qué cosas de las rondas recuerda o la hacen sonreír: “Sonreíamos cuando nos podíamos escapar de los milicos. Pero si no, no, porque a mí personalmente no me gustó la separación Línea Fundadora. Si todas tenemos nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros parientes, ¿por qué esa separación? Por política. Yo puedo tener mi idea, ser radical, peronista o comunista, lo que se me ocurra, pero te respeto aunque no tengas mi idea”.
Hace muchos años que las Rondas, todos los jueves, son dos: una de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y otra de Línea Fundadora donde participa Elia. Pero también en Línea Fundadora hubo discrepancias políticas durante la etapa del kirchnerismo. Elia recuerda que sacaron una solicitada en Página/12 expresando la “disconformidad” de un grupo por algunos dichos suyos en otro diario. Elia, junto con Nora y Mirta, mantuvieron una independencia al acompañar, por ejemplo, luchas obreras (como los despidos en Kraft o Lear, con sus consecuentes represiones), ambientales (las denuncias contra el modelo extractivo y las fumigaciones sojeras) o de familiares víctimas de gatillo fácil y desaparición forzada (como Iván Torres en Chubut o Luciano Arruga en La Matanza) que las llevaron a ser voces críticas, incluso cuando la expresidenta Cristina Fernández designó a César Milani, cuestionado por varios organismos, como jefe del Estado Mayor del Ejército.
Por estos delitos, solidarios y callejeros, de corte de ruta y asamblea, Elia integró los listados del Proyecto X, un programa de inteligencia de Gendarmería Nacional utilizado para armar causas a delegados gremiales y militantes sociales, entre otros. El 24 de marzo de 2016, en la marcha por los 40 años del golpe, ya durante el macrismo, Elia sintetizó a la perfección lo inexplicable: “Si un obrero recurre a un patrón y su patrón no lo escucha, si recurre a su gremio y su gremio no lo escucha, ¿qué le queda? Salir a la calle y hacer lío. Por eso me metieron en el Proyecto X. Derechos humanos no son solamente nuestros desaparecidos: es buena educación, buena salud, es trabajo, vivienda digna, que los jubilados cobremos como corresponde”. Ocho años después, su mirada sigue siendo actual.
De regreso al tema de las Rondas y los jueves, Elia vuelve a la importancia de estar. Le pregunto entonces si los miércoles se duerme pensando que al día siguiente tiene que ir a la Plaza.
“Todos los días pienso –responde–. Siempre viene un pensamiento. No puedo evitarlo”.
Elia aprieta la mano.
“Dejar buenas personas”
Todos los jueves Elia termina pidiendo que, por favor, vengan al siguiente. Que inviten amigos, amigas. Que hay que estar y sostener. Uno de esos jueves post Ronda en La Embajada le dijimos lo importante que significa para nuestra generación venir a la Plaza, verla y escucharla. Lo inspirador. En un año difícil, sin Nora ni Mirta, sus principales cómplices y amigas, Elia transmite fuerza, lucha, comunicación, sostén, amor. Quien llega a la Plaza con la resignación del país, vuelve con fortaleza. Quien llega con la depresión de la época a cuestas, vuelve con ganas de hacer y activar. Es lo que irradia en media hora de marcha, entonando el ¡presente! ante cada nombre y apellido, pidiendo que abran los archivos, recordando que son 30.000, que sigue habiendo nietos y nietas por restituir, y por la aparición con vida de Jorge Julio López, sobreviviente y testigo, desaparecido en 2006.
Son décadas, búsquedas, pasillos, habeas corpus, caminatas, marchas y cortes de ruta en los que Elia te sonríe, te canta y te acaricia cuando te agarra de la mano, o cuando le pasan el micrófono, como ese jueves del 10 octubre, donde ubicó: “No nos rendimos hace 47 años, ¿nos vamos a rendir ahora? Son muchos años y no nos vamos a quedar callados. La marcha no es sólo de las Madres, sino de todos los que quieran venir a quejarse, a preguntar. A protegerse. A honrar la memoria de nuestros treinta mil”.
O como el 1º de agosto, cuando se preguntó: “¿Qué dejamos nosotras? Hay que dejar buenas personas”.
O como el del 18 de julio, que en verdad es lo que plantea todos los jueves, cuando nos pide: “No abandonen la lucha”.
Por eso, Elia te resplandece y te agita, para que no te desanimes en la oscuridad y sigas en movimiento, con otras personas, sean catorce o miles, con un objetivo en común, en una cooperativa o en un sindicato, en un partido político o en un movimiento social, con la tribu o la banda de tu calle, con tu pareja o con tu hije, o incluso viniendo por tu cuenta a las Rondas sabiendo que es un espacio donde nunca vas a estar en soledad, un ritual que te invita –te acompaña, te alienta, te empuja– a decir lo que pensás, sin callarte.
“Le guste a quien le guste”, como dice, para luego sonreír, toda coqueta, pícara y política, antes de cantar bien fuerte para que llegue allá: “Y si no les gusta, que se la banquen”.
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