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Señora patotera: Beatriz Blanco, jubilada agredida por la policía
Para ocultar la represión el gobierno acusó a Beatriz (81 años) de patotera, de haberle pegado 10 bastonazos a un efectivo, y de haberse caído sola en la calle golpeando con su nuca la vereda. “El problema de Bullrich es la maldad”, responde esta mujer que trabajó desde los 14 y se jubiló haciendo todos sus aportes. Vivió en un conventillo, fue tejedora, cuidadora, secretaria, cooperativista: una historia paralela a la del país, siempre con un hueco para bailar tango. Las emociones de estos días y las cosas a las cuales tenerles fe. Por Sergio Ciancaglini.

Advertencia: Beatriz Blanco ha sido denunciada por la ministra Patricia Bullrich como una “señora patotera”. Esta señora nacida en 1943 bajo el signo de Leo se acercó el 12 de marzo último a un grupo de efectivos de seguridad apenas protegidos con sus cascos reforzados, chalecos antibalas, guantes de autodefensa ignífugos con nudillos y tiro de acero, rodilleras tácticas antidisturbios, protectores de piernas, antebrazos y codos, escudos antimotines, borceguíes, itakas, proyectiles de gases, tubos de gas con capsaicina (más conocido como gas pimienta), todo sazonado por el consumo problemático de chicles. Los uniformados daban cuenta de jubiladas y jubilados disconformes pero –en el caso que aquí se describe– la citada Beatriz Blanco atacó a uno de los agentes de la ley pegándole con su pecho al bastón o tonfa policial de un metro de largo.
A posteriori, la susodicha intentó romper la vereda de la calle Entre Ríos golpeándola con su nuca, acaso para empezar a reunir 14 toneladas de piedras según una vieja mitología urbana. Las acciones de esta mujer y de cientos de jubiladas y jubilados cada semana confirman la urgencia de subir la edad de imputabilidad. Como lo ha planteado la ministra, el que las hace las paga (y si no las hace, también).
El viaje con el ángel
«En un momento creí que estaba muerta, con un ángel guardián que me llevaba agarrándome la mano” cuenta Beatriz, que llega a MU con su bastón ortopédico bordó oscuro, puntos quirúrgicos en la nuca y un dolor persistente: relata levantando las cejas que tras el golpe policial su pecho se ha convertido en un enorme moretón que va del violeta al negro.
Tiene un estilo sereno, atento, y el andar frágil. “Voy con bastón porque me duele la cadera pero hace meses que no logro que en el PAMI me digan qué tengo”. El ángel guardián existió aquel 12 de marzo violento. Era una ángela llamada Mabel Silva, nacida en Uruguay y radicada en Argentina desde hace medio siglo, quien acompañó a Beatriz en la ambulancia aferrándole la mano rumbo al hospital Argerich tratando de animarla para que no se durmiera tras la caída y el golpe en la nuca.
Beatriz toma un té y narra sobre aquel día: “Los policías estaban de espaldas a mí atacando a un grupo de jubilados en la esquina del Congreso. Siempre trato de hablar con ellos. Les pregunto si no tienen madre, si no tienen abuelos, si no entienden lo que están haciendo. Me miran y no contestan. Ese día crucé Entre Ríos y empecé a decirles que lo que hacían era humillante. Toqué a uno para hablarle, para que me prestara atención. Se dio vuelta, me pegó con su bastón en el pecho y me tiraron gas pimienta a la cara”.
Unos minutos después, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, la policía disparaba un proyectil de gas lacrimógeno a la cabeza contra el fotógrafo Pablo Grillo. Resultado: pérdida de masa encefálica que lo dejó al borde de la muerte de la que hoy está zafando, aunque con pronóstico reservado, gracias a tantos ángeles guardianes que andan por el hospital Ramos Mejía haciendo lo suyo.

Triple violencia
Patricia Bullrich dijo que Beatriz le dio “diez bastonazos a un policía hasta que él se dio vuelta y la señora se cae” y el ministro Guillermo Francos espetó: “La señora se cayó sola”, afirmaciones desmentidas por la realidad y los videos. Francos (74) y Bullrich (68) son tan ancianos como los jubilados agredidos, aunque no ganan la mínima, comen y beben mucho más copiosamente, visten más caro y se tiñen más. Sería interesante saber qué opinarían de ser ellos víctimas de la triple violencia: la destrucción de sus haberes, la agresión estatal por reclamar pacíficamente y las posteriores mentiras oficiales.
Conviene recordar que Bullrich organizó en septiembre de 2024 un encubrimiento al negar que Fabricia, una niña de 10 años, fue gaseada por la policía mientras estaba sentada en la vereda con su mamá en una de las marchas, engaño que terminó generando insultos a la ministra de parte de la propia tropa mediática oficialista. Luego denunció a una falsa “célula terrorista” formada por un peluquero y un profesor de ping pong. Señaló como “sediciosas” a personas que no estuvieron en ninguna marcha. Dijo que el policía Elías Montenegro había sido baleado con armas de fuego por manifestantes “preparados para matar”, hasta que se confirmó que el agente solo había recibido un perdigón de goma en el codo disparado por la propia policía. Mintió sobre supuestos barras bravas presentes en las marchas, dijo que los gases lacrimógenos se apuntaron siempre hacia arriba, “45 grados”, y no de frente como ocurrió con el cuasi homicidio de Pablo Grillo y como en casi todas las represiones oficiales. Declaró que Pablo “es un militante kirchnerista que está preso” cuando en realidad es un fotógrafo que estaba en terapia intensiva (y se suspende aquí la enumeración fake para no saturar a la audiencia).
Beatriz me muestra un símbolo impreso en un pañuelo blanco: la tonfa policial frente al bastón ortopédico. Sonríe: “Así estamos”.
La chica baila tango
Los entreveros de Beatriz en las marchas son el resultado de toda una historia. Nació en Floresta, su papá era mozo. “Él, mis abuelos, mis tíos, estaban relacionados con los socialistas. De chiquita te imaginás que no entendía nada de política, pero conocí a Alfredo Palacios y a Alicia Moreau de Justo en el comité de Barracas. Mi papá mucho no hablaba, pero le cedieron durante un tiempo una habitación para que viviéramos allí”. En los años 50 tuvieron que mudarse: “Nos fuimos a un conventillo en Floresta de un italiano peronista, Cataldo Zapulla. Nuestro cuarto estaba separado del suyo por una puerta. Yo los quería y ellos también a mí. Pero no la pasamos muy bien. El italiano ponía la Marcha Peronista a todo lo que da los fines de semana. La gente del barrio era medio exquisita, le tenían rabia, iban a protestarle. Mi papá no lo quería, pero no le gustaba discutir y se iba a trabajar. Después del golpe contra Perón aparecieron militares y policías para llevarse preso al italiano. Pero había fallecido el día anterior. Pasamos la noche con el muerto del otro lado de la puerta. Así que ese comando en lugar de detenerlo se lo tuvo que llevar al cementerio. Cosas que pasan”.
Cuenta de su padre: “Trabajó siempre. El problema era la vivienda. Lo estafaron una vez con unos departamentos de pozo” dice sobre fraudes que siguen pescando incautos desde antes que las criptomonedas presidenciales. Beatriz hizo los dos primeros años del secundario y allí abandonó. Tenía 14 años: “Empecé a trabajar en una tejeduría. Quería comprarme una máquina para hacer mis propios trabajos”. A esa edad había descubierto otro horizonte: el tango. “Iba a bailar a un salón de Segurola y Rivadavia. A veces no iba al colegio para irme a bailar a las dos de la tarde” confiesa. Casi 70 años después sigue yendo, pero ahora es habitué de El Pial, en la calle Ramón Falcón, con taco aguja, elegancia y muchas amigas con las que se encuentra. “Me gusta el tango. Pugliese sobre todo. La Yumba. Y si no, cuando cambian la música, un poco de cumbia. La música gringa no la soporto”.
El trabajo de vivir
La joven Beatriz estudió inglés, trabajó como secretaria, se casó con Alcides Ippolito. Tenían que seguir viviendo con los padres de ella. Tuvieron un varón y tres mujeres. “Él nunca tuvo suerte. Trabajaba como camionero con el padre, que tenía un almacén mayorista y vendía cosas al supermercado La Anónima en el sur, los que hace poco decían que había que remarcar precios. El padre nos quería pero era muy odioso con mi marido, que tenía mucha depresión. Cuando su padre murió, mi marido no iba a trabajar, estaba mal, no se recuperaba”.
Ella siguió adelante. “Con la crisis todo lo de tejer se vino abajo, como siempre. Creo que fue el Rodrigazo. Luego estuve en una cooperativa de fletes. Eso fue un trabajo lindísimo, con gente muy inteligente. Aprendí lo que es el cooperativismo, se conversaba mucho sobre lo que es trabajar en grupo. La diferencia es que en una empresa trabajás para el dueño, que decide y se queda con lo que quiere. La cooperativa es de todos y entre todos decidimos”. Su marido murió de un infarto y Beatriz se fue con los chicos a vivir con su mamá. “Después el país empezó a ir muy mal con los militares. Había mucho miedo, y encima la crisis económica como siempre, y al final la cooperativa no pudo seguir funcionando”.
Relata: “Y hay algo que mucho no le conté a nadie. En una época estuve muy enamorada de un muchacho, se llamaba Pedro, era peronista y militaba. Lo conocí en uno de los bailes. Por esas cosas de la vida la cosa no siguió adelante pero yo tenía su teléfono. Una vez lo llamé, me atendió la hermana y me dijo que estaba desaparecido. Lo desaparecieron. Fue un golpe, pero eso me hizo más fuerte para entender a la gente de otro partido”. Ya con el regreso de la democracia se entusiasmó con Alfonsín, y decidió trabajar en una villa: “Me enamoré de esa gente. Iba a ayudar a los chicos con tareas de la escuela. Y hacíamos tapices que salíamos a vender”. De tiempos de Menem: “Mi hijo trabajaba en Entel (telefónica) y lo echaron. La gente aplaudía las privatizaciones y yo no lo podía creer”.
Beatriz formó luego pareja con Jorge. “Lo conocí en el tango. Un tipo muy agradable. Nos fuimos como caseros a una quinta en González Catán. Yo organizaba todo, la comida cuando venían los dueños. Nos dieron una casa linda. Aproveché para tejer para afuera, y Jorge cosía. También pusimos un negocio para vender comida y una parrilla”. A Jorge le detectaron un cáncer. “Peleó mucho, pero se murió el día que fue lo de Cromañón” recuerda Beatriz sobre aquel 30 de diciembre de 2004. “Después una pediatra me pidió que cuidase a una señora, me llamaron también para limpiar casas y edificios, y también una familia me contrató para cuidarle a la nietita. Así que siempre unos rebusques bárbaros” dice, y comenta que hizo todos los aportes jubilatorios habiendo trabajado más de 60 años. Hoy cobra 400.000 pesos y la pensión de su marido. “Gasto 170.000 solo en remedios, imaginate” dice tocándose el pecho golpeado, sin perder el tono: “Pero bueno, te voy a nombrar mi pastor. Te conté casi toda mi vida”.
Lo oscuro y un proyecto
Como en el PAMI no atendían a Beatriz, Mabel, la ángela enfermera, le quitó el punto de la nuca con una tijerita mientras hacíamos la entrevista: “Así no te molesta cuando te peinás”. La señora patotera reconoce asombrada que es una época rara para ella. “Con todo lo que pasó fueron muchas emociones. Pero no quiero llorar. Y en general, con el país, hay gente que entiende. Y otra gente que no entiende nada y me da lástima, pero qué voy a hacer”. Por historia, se siente socialista y no peronista pero elogia a Néstor Kirchner y a Cristina: “Con ella estuve bien, con el Hipotecario me pude comprar un departamento y con el Procrear arreglarlo”. ¿Qué pasó para que termine gobernando Milei? “Algo se ha hecho mal. Hay un hartazgo contra el cristinismo. No sé si será que ella era medio soberbia, pero algo pasa. No sé qué decir”.
Desde hace cinco años Beatriz participa en las marchas de jubilados, convertidas en las batallas semanales de los últimos tiempos y paradoja de una sociedad supuestamente desmovilizada. “Una señora me dijo: ‘vení a las marchas, te va a hacer bien no estar sola sino con otra gente’. Es lo mismo que hablábamos en la cooperativa de fletes. Ahí empecé esta lucha, y no la dejé más”.
¿Qué opina sobre Milei? La respuesta podría ser el síntoma de un cambio climático en la política: “Me parece una persona repugnante. Lo que dice, lo que hace. Y los que están con él están contagiados. Es una persona enferma. Tendrían que hacerle un tratamiento, y la hermana es un ser muy oscuro. El problema es que los otros políticos no se meten, se callan. No por simpatía sino por interés. Muchos tendrán su regalo, ¿no?”.
Sobre Bullrich: “Creo que si la viera no le diría nada. No sabe nada de seguridad, y me parece que el problema que tiene es la maldad. Nada le importa. Miente siempre. La denuncié, así que lo que espero es que haya justicia. Igual que con Pablo Grillo. Casi me matan, pero no quiero que le pase a ningún otro jubilado. Ya sufrimos mucho y nos siguen queriendo jorobar. O exterminar. Es terrible lo que le hacen a la gente. No hay ni una comida decente en la casa de ningún obrero, jubilado, de nadie. Y encima el alquiler, la vida, los remedios, todo. Yo espero que la gente se despierte. Al gobierno no le tengo ninguna fe. A la gente sí, que sale a dar la cara aunque nos den un palazo en la cabeza. Lo que estamos planteando es justamente que no nos peguen ni nos empujen ni nos humillen. Que haya libertad para defender nuestros derechos”.
Las mujeres: “Es una época donde las mujeres ya no nos callamos más. Noto mucha garra. En eso las mujeres tenemos que tener cuidado, me da un poco de miedo lo que haga la policía que se ve que no cambia, es como si tuvieran el cerebro lavado. Pero en realidad no tengo miedo. Y no pienso dejar de ir ningún miércoles hasta que logremos que las cosas mejoren”.
Explica cómo se siente: “Nunca fui pesimista. De alguna forma vamos a salir de esto. Pasamos por miles de cosas horribles, y siempre pudimos salir. La gente está abriendo los ojos. Despertándose. Yo hablo en el colectivo: ‘¿Vieron qué barbaridad lo que está pasando?’ Y todos me dicen que sí: ‘Tenés razón’. Pero a la vez nadie sabe muy bien qué hacer. No sé si la gente tiene miedo, o no le importa mucho que hagan bolsa al país. Pero igual creo que en algún momento esto se tiene que terminar”.
¿Y si eso pasa, qué habría que hacer? Beatriz me mira muy seria y recuerda para el futuro las cosas que tantas veces la sacaron de los abismos: “No quedarnos solos, trabajar mucho, cooperar entre todas las personas”. De pronto sonríe: “Y de paso, organizar un baile”.
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