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Diario de una sobreviviente

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Dafne Mociulsky. Su novela Solitúdine narra la mudanza de una adolescente de Belgrano a Ciudadela, vía ajuste económico.

Diario de una sobrevivienteDafne descansa cómodamente en el sillón de su casa en el barrio del Palomar, y mientras tanto, mordisquea una pequeña manzana roja. Una de las tantas semillas que va dejando en el pote al costado de sus piernas, se pierde detrás del sofá. Dafne, inquieta como una niña que cometió una grave falta, corre a relatarle a su mamá el suceso, y la madre, acariciándole el largo pelo, la tranquiliza diciéndole que no hay nada por hacer: solo esperar que crezca un árbol detrás del sillón. Corren las horas, los días y los meses y Dafne sigue implorando ver aunque sea, tan solo una pequeña rama trepar por la pared de su living. Tristemente para ella, el árbol nunca aparece. Sin embargo, Dafne sigue esperándolo.
Pasaron largos años desde aquella epopeya infantil, y ahora Dafne tiene 31 años, una buena cantidad de libros publicados, un pequeño hijo y varios proyectos. Se gana la vida vendiendo sus libros por la calle, participa de la flia (Feria del Libro Independiente), tiene algunas novelas en el guardarropa, y otra a punto de ser editada por el Octavo Loco: Solitúdine –Soledad en italiano–, diario personal de una chica de 13 años, cuyo paralelo con Ana Frank es inevitable, salvando que el peligro de esta pequeña protagonista no es el inhumano acoso de un estado genocida, sino el drástico cambio de su modo de vida: sus padres se ven obligados –por venenosos movimientos financieros– a mudarse de Belgrano a Ciudadela. Soledad, en tanto, descubre secretamente un mundo nuevo, de viajes en colectivo a la escuela –que ahora es pública–, de revelación religiosa –se relaciona con umbandistas y hare krishnas–, de convivencia con su medio hermano –que es un riguroso fumador de marihuana–, y de sus primeros enamoramientos: el carnicero del barrio y un asneado compañero de colegio.
A todo esto, el comienzo no fue vano, y Dafne, recordando nuevamente el episodio de la manzana, se explica: “Siendo chica, tenía un nivel de ingenuidad que ya rozaba el límite con la imaginación. Quizás una mirada inocente sea imaginativa, pero no era lo que uno llama ‘tontita’: quería creer. Esa manera de ver el mundo me fue llevando a escribir”. Dafne, yo no sé si lo sospecha, pero comenzó a escribir este diario hace ya mucho tiempo. ¿Cómo continúa la historia de esta chica que “quería creer”? Con una adolescencia tumultuosa: “Estaba muy enganchada con la lectura, me llevaba libros por si me aburría en clase. No era razonable en esa época, todo pasó de una manera muy loca, impulsiva. Me drogaba mucho, me gustaba la calle, me gustaba salir con mis amigas. Después terminé internada en un centro de rehabilitación, me escapé y me fui a Bariloche. Mientras estaba internada, mientras estaba fugada, no sabés lo que escribí, estaba muy prolífica. Después traté de encontrar nuevamente el tiempo perdido. Me la pasaba leyendo y escribiendo”.
No es casual que Soledad, la protagonista de la novela, pase su tiempo también escribiendo, leyendo e impresionándose por la magia de los distintos cultos que va descubriendo. Dafne parece haber usado la novela como un instrumento literario que la ayude a ir, al menos de manera ficticia, en busca de ese tiempo perdido.
 
 
De dios a Enrico Malatesta
Fuera de la literatura, Dafne estudió Cine Documental en la Universidad de las Madres, y el año pasado estuvo en el Chaco salteño haciendo un film sobre una escuela dentro de una comunidad wichi, un lugar en el que “podés tener 10.000 pesos y nada en qué gastarlos.”
Dafne cuenta lo que aprendió de cine: “A mí me sirvió estudiar en Madres para ampliar la mirada social, porque no había hasta ese momento mirado a mi alrededor. Aprendíamos más de política que de lo que estábamos estudiando. Aprendí a definirme políticamente: creo que soy anarquista porque soy poeta. Me parece que es así, en principio, tengo un espíritu rebelde. Hace poco leí Entre campesinos de Malatesta, y me emocioné tanto, porque Malatesta le explica al campesino qué es la anarquía de una manera simple y hermosa. Es la búsqueda de la belleza social, la búsqueda de la perfección de la convivencia, en libertad. Es un sueño. La anarquía es lo que debería ser si todos nos amáramos, lo veo lleno de poesía y de belleza. La anarquía no es tan diferente a una idea de paraíso o mundo ideal del que se habla en cualquier biblia de cualquier religión”.
Dirán: pero el prototipo de anarquista es el ateo. “Es raro decir soy anarquista y creo en dios. Yo lo veo como un todo, como lo completo de lo cual todo forma parte. De alguna manera todas las religiones lo dan a entender metafóricamente, tienen mucho de literatura. La gente debería dejar de discutir por religiones y ser más curiosa, que uno vaya al culto del otro a ver cómo es la versión de ellos, y que deje de ser ‘esta versión es la verdad’. Ésa es mi utopía, que deje de haber conflictos, nadie debería someter a otro para que crea en tal dios. Yo creo en dios de todas sus maneras, me gustan todas sus manifestaciones. Es como ser atea al revés, porque se acaricia el límite, porque el ateo no cree en nada, pero si crees en todo, es muy parecido, y se tocan”.
 
La próxima ofrenda
La Umbanda es una religión animista afro-brasileña, que surgió como una resistencia de los esclavos africanos en América para conservar su religión original. Para lograrlo y no caer en el grave epíteto de “herejes”, tuvieron la genial idea de combinar elementos del cristianismo con sus ritos africanos originales. En la mitología Umbanda, incorporar una entidad (las mayores son Olorum, Oxum, Exú, como podrían ser Zeus, Apolo y Hera en la mitología griega) sería el summum, el objetivo máximo de la vida espiritual; el inverosímil nirvana. Incorporar una entidad es permitirle a esa divinidad que tome el cuerpo y libere el alma para poder entrar en un orgiástico frenesí espiritual. Y Dafne, entonces, cuenta sus revelaciones místicas: “Empecé a creer que mis personajes bajan y viven incorporados en mí unos instantes, para que yo escriba. Cuando escribo una novela, es como una suerte de convivencia, porque mientras la escribo estoy pensando en ellos, estoy desarrollando escenas y es un compromiso grande”.
¿De dónde nació todo este combo religioso? ¿A cuento de qué se le ocurre a esta muchacha crear su “alter ego” para dibujar nuevamente su vida de adolescente?. La respuesta: “Ésta es en la única novela en la que hay una bajada de línea mía, es este tema de la multirreligiosidad y de la aceptación y de la diversidad. Y se me ocurrió crear a una nena de 13 años que decide creer en todo junto al mismo tiempo”.
En la periferia bonaerense las ofrendas umbandistas son relativamente comunes. Caminando por la calle, cuenta Dafne, uno puede encontrar un gallo muerto con velas rojas y negras alrededor, pochoclo con miel en la raíz de un árbol o incluso –y esto debe haber generado más de una profanación– una torta adornada con figuras espaciales. No sería descabellado decir entonces que la próxima ofrenda Umbanda será el diario de Dafne Mociulsky, y que ese diario misteriosamente aparecerá pronto, acompañando un pequeño árbol de manzanas rojas, detrás del sofá cama de cierto living de El Palomar.

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