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Los ultralibros
Rompan Fila fue una editorial prohibida por la dictadura, que ordenó secuestrar sus libros “para preservar el orden”. Dos de sus cuentos para chicos fueron ahora rescatados. La historia de estas joyas, tan vigentes como hace 30 años, que hablan sobre el poder, la publicidad y la gente que no quiere ser gris.
Había una vez un rey grande en un país chiquito. En el país chiquito vivían hombres mujeres y niños. Pero el rey nunca hablaba con ellos, solamente les ordenaba. Y como no hablaba con ellos, no sabía lo que querían y lo que no querían, y si por casualidad alguna vez lo sabía, no le interesaba.
Así comenzaba, y así comienza, El pueblo que no quería ser gris, libro para chicos de 6 a 9 años, aunque su difusión entre niños mayores, incluidos los que habitan palacios legislativos, judiciales y ejecutivos, sería prudente. El libro narra el conflicto entre ese rey que quería pintar todo de gris, y las personas que querían las cosas y las casas de colores. En septiembre de 1976 la dictadura argentina, intitulada Proceso de Reorganización Nacional, censuró ese libro y el segundo de la editorial, La ultrabomba, “para preservar el orden y la seguridad públicos”. Los reyes grandes de los países chiquitos habían escapado de los cuentos.
“Hay que ubicarse hoy en lo que era esa época” dice ahora Augusto Bianco, escritor e inspirador de aquel proyecto colectivo que fue la editorial Rompan Fila. “Yo había terminado el secundario mientras Fidel entraba a La Habana” dice al recordar toda la efervescencia posterior, a partir de mediados de los 60: la politización y rechazo a las dictaduras en el continente, Mayo en Francia, el Cordobazo, Salvador Allende en Chile, el regreso de Perón y la democracia, Cámpora, la guerrilla, la juventud movilizada y luego el golpe de Pinochet allá, la violencia aquí. “A fines de 1975 había un clima enrarecido por la represión y los Falcon de la Triple A (escuadrones de la muerte creados por José López Rega), que patrullaban las calles con los caños de las armas sobresaliendo de las ventanillas. No lo sabíamos pero teníamos por delante un espacio ínfimo. Tampoco previmos la gravedad de lo que se venía”.
Cuando los Citroën volaban
Rompan Fila se largó pese a todo. “La intención era llenar un hueco. En pedagogía anti-autoritaria no había nada. Nada que tuviera como objetivo rendir culto a la autonomía; que apuntara a formar mentes críticas, devotas de la verdad que a cada edad el niño puede comprender y asumir. No había casi nada que fuera capaz de responder con honestidad a las preguntas de los chicos, preservando y estimulando la curiosidad y sensibilidad de cada uno. La intelectualidad progresista empezó a llenar ese hueco con la creación de escuelas privadas como Casa de los niños, Jean Piaget o Mundo Nuevo, en cuya fundación participaron tipos como Fernando Ulloa y Gregorio Klimovsky”, uno psicoanalista, otro epsitemólogo, aunque en cada caso las etiquetas parecen tan chicas.
Augusto recuerda la influencia de los primeros libros del brasileño Paulo Freire y Cartas a una profesora (obra colectiva de estudiantes italianos que hacía toda una crítica al sistema y al estilo de educación). “Estaban la obras de Piaget, Freinet y Lodi, no casualmente prohibidos durante la dictadura. En esa línea se armó el equipo. Si educar es básicamente combinar afecto y autonomía, sintetizaría esa línea pedagógica con la frase: amar a los hijos es enseñarles a defenderse de nosotros mismos”.
Después de El pueblo que no quería ser gris, escrito por Beatriz Doumerc con ilustraciones de Ayax Barnes y coordinación de Augusto, editaron La Ultrabomba, del italiano Mario Lodi, cuento sobre el patrón Palanca, que fabricaba un brebaje oscuro y luego ultrabombas para hacer la guerra que quería el rey. Patrón Palanca entendió que había que ser Jefe de la Televisión para poder convencer desde ahí a la gente de todo lo que quería… pero no arruinaremos aquí el último tramo del cuento.
Augusto: “Se editaron 5.000 ejemplares de cada libro. La editorial no tenía sede física y era un proyecto cultural independiente de cualquier sector político. Se pudo hacer con el aporte de Pablo Lijtztain. Cada uno trabajaba en su casa, la coordinación y casi todo el trabajo lo hacíamos Mirta Goldberg y yo. A pata, librería por librería, a pulmón. Los libros circulaban en las escuelas privadas y públicas, íbamos a dar charlas”.
Todavía puede encontrarse en cada ejemplar un díptico destinado a mantener un vínculo con los chicos y proponer actividades. “Nos llegaban las respuestas a una casilla de correo postal, que íbamos a buscar de a dos, o más, como medida de seguridad y luego contestábamos una por una”.
Las medidas de seguridad eran la vida cotidiana. Augusto era un simpatizante del prt (Partido Revolucionario de los Trabajadores) e integraba la redacción del quincenario Nuevo Hombre, que durante un tiempo había dirigido Silvio Frondizi, uno de los cientos de asesinados por la Triple A en esos años previos al golpe. “A veces en mi camioneta se juntaban las pilas de la revista con las pilas de los libros infantiles. En una oportunidad, me reemplazan en la tarea de ir a buscar la revista a la imprenta. Van una compañera y un compañero en un Citroën 2cv. Le habían puesto una bomba. El auto voló por los aires pero increíblemente ellos se salvaron porque al ser un vehículo tan liviano la onda expansiva salió por abajo”.
Entre Pinochet y Susana Giménez
La editorial seguía publicando libros como Chile no es cuento, del propio Bianco con ilustraciones inolvidables de Tabaré (en la tapa hasta hay una premonición del perrito Diógenes), pensado para mayores de 12 años. Es una descripción de la situación chilena bajo Salvador Allende y su vía pacífica al socialismo, y una denuncia del golpe de Estado coordinado por el ejército de Augusto Pinochet en septiembre de 1973, con el apoyo de Estados Unidos. El libro de Chile tuvo sus dificultades, y una historia: “Había una foto siniestra de Pinochet, y nadie lo quería imprimir, hasta que dimos con José Luis Mangieri (fallecido en 2008, editor de La Rosa Blindada). Creo que ni nos cobró la impresión. Salió sin pie de imprenta (para no revelar dónde había sido hecho) y circuló clandestinamente en Chile. Luego formó parte de la campaña mundial contra la dictadura, y se editó en Portugal, Italia, Dinamarca y Hungría”.
Otro título del que quedan sólo algunos incunables fue El cuento de la publicidad, también ilustrado por Tabaré, sobre cómo la publicidad engaña, influye y moldea la conducta de la gente. Entre notables hallazgos, pueden verse dos avisos de camisas Perfecta Lew, uno con Carlos Monzón de smoking y otro con su pareja, la joven Susana Giménez apenas vestida con una camisa. En ambos casos el eslogan es “La personalidad dominante”. El libro plantea que para la publicidad la mujer es, sobre todo, un objeto. Un narigón dibujado por Tabaré le grita a Susana otro hit de la época: “¡Haceme shock!”.
Tras el golpe de 1976 Augusto se enteró de la prohibición de La ultrabomba y El pueblo que no quería ser gris por un llamado de Carlos Firpo, de Granica, editorial que cayó bajo el mismo decreto. “Fue un mazazo, ya nadie estaba recibiendo nuestros libros salvo algunas excepciones como Librería Hernández y La Nube”. El equipo respondió a su nombre, Rompan Fila, y se disolvió rápidamente, incluyendo exilios varios. “Hice algunos saltos al Uruguay, y dentro del país, pero permanecí. Me queda en la memoria la desorientación, la hermandad y el desahogo de largas charlas de ultratumba con Mangieri, Norberto Pérez y Rubén Naranjo, tratando de adivinar el destino que nos depararían los astros”.
Abrir cabezas, o bajar línea
El pueblo que no quería ser gris y La ultrabomba, permanecieron durante años en los depósitos de una empresa, en medio de pilas de herramientas. “Nuestras expectativas fueron desaforadas, no comprendimos que no había espacio y no supimos tener más ‘muñeca’ como sí la tuvo, por ejemplo, el tano Andrés Cascioli que logró sostener Humor durante años, revista donde confluyó y creció una cultura de resistencia a la dictadura. El proyecto más ambicioso de Rompan Fila, que nadie retomó, era una Historia de Latinoamérica escrita e ilustrada por latinoamericanos, dirigido a preasdolescentes. Como una especie de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, en formato goma de mascar”.
Augusto retomó otro proyecto, la Pequeña Historia del Trabajo que pudo publicarse ya en democracia, y ahora está reescribiendo. “En el pensamiento marxista faltan dos grandes dimensiones: la psicológica que es indispensable para entender el proceso de toma de conciencia, y la ecológica. Sin renegar de los aciertos de Marx, necesitamos nuevos instrumentos. Yo los encontré sobre todo en dos pensadores que años antes había mirado con desconfianza: Cornelius Castoriadis y Edgar Morin. Creo que con ellos se puede obtener un retrato más realista y complejo del sujeto y de la dinámica del mundo actual. Se pueden analizar mejor y con más felicidad los formidables avances obtenidos en Bolivia, en Ecuador, en movimientos como los Sin Tierra de Brasil. Avances asombrosos por la libertad mental”. Augusto sostiene que “en nuestro país, después de la pesadilla de Menem, De la Rúa y Duhalde, más allá de la acumulación de errores en que incurrieron, los Kirchner son también un avance que debe ser defendido. ¿Qué otra cosa podés hacer cuando escuchás el discurso de Biolcati en la Sociedad Rural?”.
Bianco escribió también un trabajo sobre la historia de la Escuela Cossettini, y más recientemente la novela Todo esto será tuyo, vertiginoso y fantástico relato que descubre a un escritor que hasta ahora no se había dedicado a la literatura “adulta” (si tal cosa existe). “La literatura, la novela, es tal vez el único instrumento que te permite incursionar en la complejidad humana”. Comienza así: “El tren venía por el espacio abriendo el universo”. El resto de esa aventura merece ser leído.
¿Qué nexo o qué distancias hay entre aquellas militancias de los 70 y los estilos actuales de acción?
Hoy puedo decir que éramos militantes de una sola pieza, sin contradicciones, es decir, deshumanizados, en cierto sentido, deformes. Deformados por un exceso de optimismo de la voluntad y una prácticamente nula presencia del pesimismo de la razón. Hoy sabemos que ambas instancias pueden y deben ir de la mano. Nos equivocaremos igual, pero seguramente menos y con menos sufrimiento.
Augusto sigue desparramando ideas y –lo que es más sabio aun– dudas: “La multiplicación de innumerables núcleos de autonomía de los cuales hay tantos ejemplos, ¿producirá un día un salto de calidad? ¿O se diluirán sin pena ni gloria? ¿Cuál es el camino? Como dice Edgar Morin, avanzamos por un archipiélago de certezas en medio de un mar de dudas. Y de las certezas, quizá la principal, la que condiciona a todas las demás, la grilla que hay que aplicar para leer los hechos políticos, es ver si restringen o ensanchan la democracia. Si incluyen o excluyen, si abren cabezas o bajan línea”.
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