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La justicia de cartón
Iván desapareció en 2003 en Chubut. Como la justicia no avanza en este caso que suma cuatro testigos muertos, su madre vive en el hall de la comisaría denunciada.
María no vive en un rancho, sino en dos. Uno está en un cerro de Comodoro Rivadavia que mira hacia el mar. Está construido con una mezcla de tierra, ladrillos y optimismo: que el suelo arcilloso no se desbarranque. El otro tiene como única vista la Mesa de Entradas de la Comisaría 1°. En ese hall capaz de competir con cualquier freezer de marca, María construyó una casita con cajas de cartón, para acampar ante sus acusados. Tras las cajas tiene una pequeña cocina a garrafa, una cama, dos sillas, una mesita, pava y yerba.
“Mire cómo me tiran cosas acá adentro”, dice señalando a agentes que miran para otro lado esforzándose por ignorarla. Muestra cigarrillos apagados que arrojaron sobre su cama, papeles viejos, basura. Sonríe, con los ojos muy abiertos, y una especie de vitalidad hecha de desesperación, nacida de un dato: su hijo está desaparecido.
El caso llegó a la Corte Suprema en Argentina, y a nivel internacional a la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. No se logró saber de Iván, ni enjuiciar a los culpables de su desaparición. Sólo se ordenó protección hacia los inocentes, como María, que tiene guardia permanente de la Prefectura frente a su domicilio “oficial” en el cerro, para cuidarla de la policía, curiosidad poco curiosa en estos pagos donde hay denunciadas al menos 20 desapariciones en los últimos años, y donde metódicamente aparecen cuerpos acribillados y mutilados, NN, cadáveres anónimos. En el caso Iván, en particular, cuatro testigos y personas relacionadas con la investigación fueron asesinadas o murieron en circunstancias “poco claras”, lo cual significa que son clarísimas. Por eso la Corte Interamericana ordenó la protección de testigos, familiares y abogados.
La casa de cartón en la comisaría fue hecha por María con cajas de Musimundo, Skip y Sony, entre otras, sobre las que pegó carteles que informan acerca de lo que no dicen los medios ni los funcionarios: “Mi hijo Iván Torres fue detenido, torturado y desaparecido forzadamente por policías de esta seccional el 2 de octubre de 2003. El gobierno provincial y nacional no quieren reconocer su desaparición forzada por sus policías y hasta el día de hoy nadie lo busca. En esta comisaría mataron a dos chicas. Mi hijo Iván lo vio por eso lo desaparecieron y David Hayes cargó los cuerpos. Por eso lo mataron”.
Una puerta de la comisaría se golpea sola, violenta, por el viento que afuera tiene ráfagas de 120 kilómetros por hora: empuja a la gente, impide casi caminar por la calle, aturde. Todo parece un terremoto perpetuo. Con sus ojos muy abiertos, María anuncia: “Conmigo no van a poder. Yo sólo vivo para que me devuelvan a mi hijo”.
Iván Eladio Torres desapareció a los 26 años, el 2 de octubre de 2003. La abogada de María, Verónica Heredia, explica que “fue levantado por el móvil policial 469 en una plaza del centro, y llevado detenido a la Comisaría 1°”. El móvil sigue en funciones: lo veo en la puerta de la comisaría. “La Gendarmería descubrió escrito como con un clavo, en el zócalo interno del auto, las letras i-v-a-n, como si lo hubieran llevado tirado en el piso”.
Iván hacía changas de albañilería. Pedro Morales, del Grupo Pro Derecho de los Niños, cuenta: “Al trabajar con chicos supimos desde siempre de los simulacros de fusilamientos y amenazas por portación de rostro. O la intención de involucrarlos con hechos delictivos, un robo de pasacasetes o lo que sea. Iván evidentemente tenía conocimiento de cosas que había hecho la policía, porque además se hacía cargo de algunos chicos de la calle, los llevaba a su casa a comer. La policía lo hostigaba”. La doctora Heredia agrega: “David Hayes estaba detenido el 2 de octubre y luego contó, en una carta, que vio cómo le pegaban a Iván en la comisaría”. Esa carta mezcla faltas de ortografía y denuncias concretas: “Yo bi cuando a Iván le pegaban desde una ventana que está en un baño. Le pegavan barios policias entre eyos estaba el oficial Montesino el comisario Teyeria, que me amenaso de muerte”. El día antes de su declaración ante el juzgado, casualmente, David Hayes murió de un puntazo en la cárcel. Es sólo uno de los cuatro muertos relacionados con un caso que parece una pesadilla en la que Franz Kafka hubiese sido un cronista de la página de policiales.
Verónica Heredia y Silvia de los Santos lograron llevar el caso hasta la Comisión Interamericana que tiene 10 años para expedirse. Se acusa al Estado argentino por la desaparición. Y luego llegará el juicio en la Corte Interamericana de Derechos Humanos que puede durar otros 4 años. Las abogadas opinan que la violación de los derechos humanos de los chicos pobres es una política sistemática de parte de los Estados, aunque no estemos en una dictadura. Citan a la docente Susana Reyes, ex detenida-desaparecida: “Estos chicos son los desaparecidos de hoy: todos saben de su existencia, pero nadie los ve”. Plantean, además, que a Iván y toda la población de niños, niñas adolescentes y jóvenes “invisibles” no se les garantizan sus derechos. “En el marco de la violencia policial, ingresan al sistema penal como única respuesta del Estado a su situación de vulnerabilidad que, en ese marco, se agrava”.
Verónica revela que en la Corte Interamericana, un abogado le dijo: “Es tan profundo todo lo que plantea este caso, que el sistema judicial internacional no puede digerirlo, y entonces lo vomita”. Los policías acusados fueron sobreseídos por la jueza Liliana Parcio. María ya estuvo con el entonces presidente Néstor Kirchner, con Aníbal Fernández, con Eduardo Duhalde, viajó a Washington y Costa Rica. Esa especie de inutilidad institucional global para hacer algo ante la impunidad chubutense la deja perpleja. “Nadie da respuesta de nada” razona en su casa de cartón en la comisaría. “Que me vean” dice como si fuese lo mejor que puede lograr, con la foto de Iván sobre el pecho y una determinación que sopla a mucho más que 120 kilómetros por hora.
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