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Un virus llamado Monsanto
La denuncia del médico pediatra Rodolfo Páramo. Fue el primero en denunciar los terribles efectos del glifosato. Los descubrió en Malabrigo, una pequeña localidad agrícola al noroeste de Santa Fe cuando lo relacionó con las malformaciones congénitas que allí veía.
La historia comienza así: Rodolfo Páramo era un médico pediatra y neonátologo que trabajaba en el hospital José María Cullen de la ciudad de Santa Fe donde hacía 24 horas de guardia cinco días a la semana, incluyendo un fin de semana por mes. Pero un día decidió irse “para no morir ni ulcerado ni infartado”. El stress provocado no por la cantidad de horas trabajadas sino por el vértigo de estar “permanentemente tratando de salvar la vida de los bebés” hizo que se trasladara a un pueblo de 9.500 habitantes, ubicado al noroeste de la provincia santafesina, llamado Malabrigo y considerado “Ciudad Jardín” por el increíble arbolado que despliega. Corría el año 1988.
Al poco tiempo de llegar, el doctor Páramo descubrió que, paradójicamente, la ciudad jardín provocaba en los más chicos problemas respiratorios. Buscó bibliografía y llegó a una conclusión: los pueblos que se dedican a la agricultura suelen tener problemas de tipo alérgico. El motivo: los agroquímicos.
El tiempo fue pasando y la escena cambió. En una población que tenía de 15 a 20 partos al mes, acumulaba en un año 12 chicos nacidos con diferentes tipos de malformaciones congénitas. Algo estaba pasando. El doctor Páramo lo averiguó y le puso nombre propio: Monsanto.
Y si al comienzo de la historia el médico pediatra y neonátologo que recién estrenaba su profesión se tuvo que mudar para no morir de un infarto, al final de este cuento el mismo médico pediatra y neonatólogo -recientemente jubilado- se tuvo que ir a otra ciudad para no morir de dolor: una ex paciente que había salvado a los seis años de una meningitis, murió de un cáncer provocado por los agrotóxicos. Cuando regresó a Malabrigo decidió sistematizar los casos y estableció los datos que hoy citan todos los estudios referidos a los efectos nocivos del veneno producido por Monsanto. Así reportó un índice de 12 malformaciones sobre cada 250 nacimientos.
¿Cuándo comenzó a notar que la población se estaba enfermando por estas causas ?
Al poco tiempo de llegar, fines de los 80, comienzo a observar una presencia elevada de chicos con problemas respiratorios. Buscando bibliografía, llego a la conclusión que los pueblos que se dedican fundamentalmente a la agricultura suelen tener problemas de tipo alérgico referidos a los productos agrícolas. En ese entonces, los silos acopiadores que pertenecían a la Cooperativa Agropecuaria Malabrigo estaban a una cuadra del centro del pueblo. Era simple: debían ser retirados de allí. Entonces, comencé a organizar reuniones para charlarlo. En uno de esos encuentros le planteo al intendente dos cosas: que tiene que sacar los silos y, además, que los dueños de esos silos debían hacerse cargo de los gastos por los medicamentes que los habitantes estaban obligados a comprar por culpa de las enfermedades provocadas por la polución generada por los acopiadores de cereales.
¿Cuál fue la respuesta a sus reclamos?
Obviamente se rieron. Dijeron que estaba loco, que era imposible porque era muy costoso. Entonces buscamos la forma de solucionarlo. Nos reunimos una docena de personas. Hicimos una solicitud a la justicia para que sacaran los silos. Recurrimos a la Defensoría del Pueblo de la provincia que realizó las inspecciones pertinentes. A todo esto, yo me basaba en un expediente de diez años atrás, donde la Secretaría de Producción ordenaba a la cooperativa agropecuaria adoptar distintos tipos de medidas para evitar la contaminación.
¿Con la Defensoría del Pueblo a su favor y con el expediente de la Secretaría de Producción que los respaldaba, lograron sacar los silos?
Logré primero y antes que nada, que me amenazaran de muerte. Me llamaban y me decían: “Te vamos a matar, estás loco con lo que nos querés hacer gastar”. Pero nunca tuve miedo. Ellos creían que podían seguir haciendo lo que quisieran. En el interín muere un amigo que era alérgico a la soja. El diagnóstico fue: edema angioneurótico reactivo a la soja. Lo redactó el director del hospital porque era paciente suyo. Y la Justicia llegó detrás de esa muerte. Recién ahí sentenció que los silos debían ser trasladados.
¿Sacar los silos de la ciudad fue una solución al problema?
Cambiaron los problemas. Comenzamos a ver nacimientos de chicos con diversas malformaciones. Antes de establecerme en Malabrigo, había vivido en una gran ciudad como es Santa Fe y venía de trabajar en un centro donde se daba una malformación congénita entre 2500 a 3000 nacimientos por año. De repente me encontré en un pueblo pequeño, de apenas 9.500 habitantes, que tiene entre 15 a 20 partos al mes, con un promedio de 12 niños al año con malformaciones.
¿Qué estaba pasando?
En aquella época no sabía definirlo. En cambio, sí habíamos descubierto que predominaban las malformaciones del neuroeje. Dedujimos que podía ser debido a la falta del ácido fólico (es el protector del desarrollo del sistema nervioso, sobre todo en períodos embriológicos tempranos) o, en su defecto, a alguna sustancia que lo inhibía.
Pero lo que estaba pasando por Malabrigo era una multinacional…
Sí: Monsanto. Había comenzado a sembrar soja transgénica en esta región y utilizaba el glifosato (marca Roundup) para fumigar los campos vecinos. Recuerdo que las máquinas autopropulsadas entraban en la ciudad, inmediatamente después de hacer su trabajo y chorreaban el herbicida por toda la zona urbana.
Diccionario Monsanto
Hidrocefalia, acefalia, mielomeningoceles, agenesia total de pared abdominal, agenesia de diafragma, labio leporino, son todas palabras que, traducidas al cristiano, significan malformaciones congénitas. El doctor Páramo las atribuye al efecto contaminante del glifosato, cuya marca comercial más conocida es Roundup, de la compañía Monsanto. Además de las malformaciones, el doctor Páramo comenzó a notar que muchos chicos no cumplían con los parámetros que marcan el desarrollo y el crecimiento normal establecido. Y aparecieron lo que define como “los mal llamados abortos espontáneos” porque para él se trataba de mujeres con antecedentes tocoginecológicos normales y en plena edad fértil. “Ni hablar de los casos de cáncer, sobre todo en gente joven. Personas menores a 50 años con patologías oncológicas que no respondían a los tratamientos tradicionales y tenían un desarrollo letal de tiempo corto. Y a nosotros nos decían que para la soja se estaba usando una sustancia que no producía toxicidad en el ser humano y que al contacto con la tierra se degradaba y que no tenía acción residual. Monsanto siempre mintió en todo el planeta”, denuncia el doctor.
A Rodolfo Páramo no le gusta que lo llamen investigador. “Yo no hice ningún experimento de laboratorio”, sentencia. Andrés Carrasco, investigador del Conicet y de la uba, sí realizó análisis de laboratorio. Y los resultados de sus estudios confirmaron que el glifosato daña las células embrionarias. Rodolfo Páramo insiste: “Directamente relato lo que me tocó vivir y lo que me tocó sufrir. Lo que me importa es que la gente viva bien y no siga exclamando ¡por qué dios nos castiga así!”.
El doctor cuenta que le gusta andar en bicicleta. Un día, paseando por el campo observó una mancha amarilla al costado de la cuneta. Era el resultado de la fumigación. Había llovido y el agua arrastró el herbicida al borde del camino. Y secó todo. Desde malezas hasta vegetales.
¿Denunció este hecho?
Me generó tanta bronca que me presenté en la radio local y le pregunté al periodista si podía hablar. Me fui con todo el material que había recopilado, con los antecedentes del glifosato y la toxicidad. Estuve charlando una hora en la radio.
¿Generó interés esa charla?
Se armó un revuelo bárbaro. Y generó que yo me siga informando. Pude hablar con el doctor Oscar Scremin, de la Universidad de Los Angeles, Estados Unidos. Y lo que detalla Scremin es cuánto adn compartimos los seres humanos con los vegetales, con los insectos y con los vertebrados. El adn se transfiere de generación en generación. Es decir que si se altera el adn ingresando venenos lo que se genera es contaminación crónica persistente y permanente. Que sería, en otras palabras, una dosis letal media que mata de manera lenta y profunda. Fue entonces cuando comencé a hablar de genocidio.
El 14 de abril de 2008, falleció por un cáncer provocado por los agrotóxicos una paciente que había salvado a los seis años de una meningitis. Rodolfo viajó a la ciudad de San Lorenzo para no morir de dolor. Y transformó la bronca en pelea. Ese día inauguró la Asamblea Permanente por la Dignidad en un espacio radial de una fm local. “No tengo cara de piedra como médico. Atendí siempre chicos y con ellos jugaba. Nunca pude separarlos de mi vida”, define con más estilo humano que profesional, el doctor Rodolfo Páramo.
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