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La prisión del plan social

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Por Raúl Zibechi. La hipótesis de este uruguayo, que se resiste a definirse como periodista o intelectual, es que los movimientos sociales ganaron. El ciclo de luchas de 97 a 2002 impuso la agenda de los gobiernos progresistas latinoamericanos y hasta sus modales. Ahora, el desafío son las nuevas prisiones con las que intentan domesticarlos. Planes sociales, educación popular y militantes convertidos en funcionarios forman parte del menú que el Estado les ofrece a cambio de que “no molesten” al modelo neoliberal. Su apuesta es a los más jóvenes, víctimas preferenciales de los mecanismos de control territorial. El rol de las oenegés y los profesionales que trabajan gracias a la pobreza. La diferencia entre los discursos y las prácticas. Y otras delicias del Estado progre.

La prisión del plan socialToma el mate, enciende un cigarrillo y apaga el fósforo, pero deja prendida la mecha de una idea: “Las organizaciones sociales que jugaron un papel fundamental en el ciclo de luchas que fue del 97 a 2002, claves en la caída del gobierno de De la Rúa, son ahora engranajes de los planes sociales, o sea, de la dominación y la domesticación social”.
Puede observarse que este uruguayo sereno y profundo no compite por el trofeo sobre cómo ganar amigos, o al menos no hace demagogia hacia movimientos sociales y piqueteros a los que viene acompañando por décadas. Sus trabajos han sido plasmados en libros desde Genealogía de la revuelta hasta el recientemente reeditado Territorios en resistencia, cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas, que ya agotó su primera edición.
Cada uno de sus periódicos regresos a Buenos Aires suele significar la apertura de nuevas ideas, polémicas e hipótesis que plantea bajo una aclaración: “Más allá de juzgar, creo que lo importante es describir tendencias y lógicas que permitan comprender lo que está pasando”. En vista del actual panorama intelectual porteño, es una suerte que el Buquebús funcione más o menos a horario.
Zibechi trabaja en el semanario Brecha de Montevideo, es analista de política latinoamericana, sus columnas de análisis sobre política latinoamericana e internacional circulan por medios de todo el continente pero, más aún, es un investigador permanente de ciertas geografías: ese extraño territorio llamado “realidad”, las fronteras entre las sociedades y el poder, los flujos de acciones que las personas y grupos sociales van elaborando para lograr una especie de hazaña moderna: hacer su vida.
Como trabaja, estudia, se mueve y conoce de modo personal aquello de lo que habla, Zibechi es lo contrario de un opinólogo (oficio propio de algunos taxistas y, de modo más patético, de empresas periodísticas). ¿Qué es entonces Zibechi? Su primera respuesta a semejante consulta es asombrosa, y tal vez sabia: “No sé qué soy”. Mira el techo: “Periodista no. Sólo trabajo como periodista. Y tampoco me siento militante. No me siento un intelectual. Una amiga que es María Esther Giglio dice que el periodismo es un mar de conocimiento de un centímetro de profundidad. Creo que es una linda definición con la que no me siento para nada identificado. Pero bueno, no me siento como los periodistas. Ni me siento con los periodistas. No sé qué es lo que soy. Puedo ser un activista. O un colaborador. La imagen que los teólogos de la liberación han fraguado me gusta: acompañar. Acompañar a la gente y a los movimientos”.
 
La nueva clase media  
¿Por qué planteás que los movimientos sociales están en una prisión?
El punto de partida puede ser pensar que los movimientos sociales triunfaron en varios sentidos. Consiguieron deslegitimar la fase privatizadora del modelo neoliberal, la de Menem. Ese tipo de gobierno, como pudo ser el de Sánchez de Losada en Bolivia, o Cardozo en Brasil ya no corre más. Triunfaron también porque la agenda de los Estados, en gran medida, ha sido marcada por los temas planteados por los movimientos. En un sentido más sutil y menos visible, triunfaron frente a los mecanismos que había creado el Estado para neutralizar a los movimientos: la represión y, en el caso argentino, los punteros.
¿De qué modo?
El mecanismo “municipio-punteros- manzaneras” fue desbordado por la oleada piquetera, principalmente, las fábricas recuperadas y asambleas del 97-2002. No tomaron el poder ni hicieron la revolución, pero desarticularon por arriba y por abajo los modos de la dominación. Entonces los que gobiernan posteriormente a esa etapa neoliberal, no pueden pasar por alto ese triunfo de los movimientos. Y tienen que reconstituir unos nuevos modales de gobernar. A nivel de políticas generales se inicia una etapa de acumulación, que ya no son las privatizaciones, como en tiempos menemistas, sino la apropiación de la vida: minería a cielo abierto, el complejo soja, caña, palma, celulosa, forestación. A nivel micro lo que hicieron fue zurcir la herida generada al clientelismo punteril. Entonces aparece una nueva dinámica, la de los planes sociales, que intenta con éxito asumir el triunfo de los movimientos que ya no pueden ser detenidos con represión ni con punteros, y se ensayan otras formas de dominación. En esas formas, los movimientos que protagonizaron este período juegan un papel fundamental.
Me perdí: ¿un papel de dominación?
Claro, porque ¿dónde hay que reconstruir la dominación? En los territorios periféricos, de resistencia, empobrecidos. Allí los pobres habían construido movimientos sociales, que ahora son trabajados desde el poder para convertirlos en un engranaje de planes sociales. Esto quiere decir que el poder (el Banco Mundial, los gobiernos progresistas, los ministerios de desarrollo social) supieron leer esta realidad. Y así reacomodaron las nuevas formas de dominación. Insisto: las organizaciones que jugaron un papel fundamental en el ciclo 97-2002 claves en la caída del gobierno de De la Rúa son ahora engranajes de los planes sociales, o sea, de la dominación.
Pero estamos hablando de grupos que siguen reivindicando su intención de transformación social…
Esto no es nuevo. Los sindicatos creados en las últimas décadas del siglo 19 hasta los años 30, fueron duramente reprimidos. Pero ya en los años cuarenta fueron engranajes de la dominación. Y las luchas posteriores, tanto la resistencia peronista del 55 o las Coordinadoras Interfabriles en los 70, tuvieron que pasar por encima de las burocracias sindicales. Y en el Cordobazo, donde algunas dirigencias jugaron con los trabajadores, que recuperaron sindicatos para convertirlos en herramientas para su lucha. Pero además, el ciclo piquetero se inicia fuera y contra los sindicatos. Entonces no es la primera vez que pasa que quienes jugaron papeles importantísimos en la organización y lucha popular pasan a convertirse en engranajes del sistema.
¿Todos?
No. Hay organizaciones que se resisten a esto. Pero los grupos que se resisten (ciertos mtd, el Frente Darío Santillán y algunos otros), son hoy una pequeña porción del enorme mundo piquetero. Uno puede decir “sí, es mejor que en estos planes participe el movimiento piquetero, antes de que quede en manos del ministerio”. Pero en realidad es al revés: para los gobiernos las organizaciones son claves en la ejecución de las políticas sociales. Entonces las luchas por cuotas de poder o reparto, terminan siendo luchas sobre quién domestica, salvo para una minoría de grupos que tratan de dar vuelta los planes, no subordinarse. Pero son minoría.
Pero los movimientos no se perciben como engranajes del sistema, sino como un aporte. Y dicen: “Mejor que lo hagamos nosotros”.
Ése es el discurso de los dirigentes que, como pasó en el sindicalismo burocrático, utilizan muchas veces a las organizaciones sociales como escaleras de ascenso social. Cuando se le da un cargo a un dirigente social no se le da al movimiento. Los que juegan un papel destacado en el reparto de planes son un pequeño núcleo. Lo que se está creando es probablemente –entre comillas– una “nueva clase media de la pobreza”, formada por los que operan como bisagra e intermediarios entre el Estado y la gente.
 
100 millones de planes
Al hacerlo, ¿no están aliviando, se supone, la situación de sectores que están sin trabajo?
El eje de todo movimiento social y de la creación de un sujeto, es el conflicto. Por ejemplo, cuando se habla de “lucha de clases” el término “lucha” es el decisivo. El movimiento piquetero nace por la disputa de los planes sociales, que terminó cuando en 2002, después de la masacre de Puente Pueyrredón, Duhalde convoca a elecciones. Hoy la pelea por planes es una pelea sin conflicto, y lo que está en el primer lugar del orden del día es la negociación de cuotas de participación en las políticas sociales, el aspecto domesticador. En el kircherismo el conflicto se desarticula y, por lo tanto, no hay sujeto, no hay movimiento. Hay sólo una clase, la dominante, y el principal actor es el Estado. El gran éxito de las políticas sociales es haber conseguido implementar los planes sin necesidad de acudir a la confrontación.
Pero esos movimientos mantienen sus discursos y principios aparentemente idénticos, o parecidos, a cuando peleaban en la calle.
Pero es un discurso que sustituye al conflicto. No hay necesidad de luchar para conseguir planes, porque el gobierno no sólo está abierto, sino que fomenta la participación en el reparto de dinero, tarjetas alimentarias y muchas más. El gobierno de De la Rúa y antes el de Menem confrontaban con los movimientos y éstos le arrancaban planes al Estado. Hoy se consiguen muchos más planes yendo a tocar el timbre al ministerio correspondiente. Deja de haber lucha social. Los planes desarticulan cualquier sujeto o colectivo y, por lo tanto, resultan domesticadores.
¿Sería mejor, entonces, que no haya planes y sí conflicto?
No, lo que pasa es que cambió la lógica. Grosso modo, puede decirse que los espacios de disciplinamiento han colapsado: la familia, la escuela, el cuartel, la fábrica. Hoy en día camadas enteras de la población, millones de personas, no atraviesan esos espacios, o lo hacen muy parcialmente. La familia y la escuela están en crisis, entonces el Estado necesita formas de control a cielo abierto. Esto es lo que planteaba Gilles Deleuze hace veinte años. La gente no pasa por lugares de encierro, entonces hay que ir a los barrios y casas a controlar y disciplinar. Como el Estado no puede abarcar a millones de personas, recurre a las organizaciones sociales y a los mecanismos que utilizaron siempre, como la educación popular. Esa estatización de la educación popular puesta al servicio del control es uno de los grandes triunfos del progresismo, que se sostiene gracias a los planes sociales. El plan “Hambre cero” en Brasil abarca al 30% de la población, 50 millones de personas. Pero en los estados pobres del nordeste, llega a 2 de cada 3 brasileños, el 65%. En América Latina no menos de 100 millones de personas reciben planes sociales.
¿El plan social no funciona como un derecho para gente en situación vulnerable?
Los planes sociales no son derechos universales. No tenés derecho a la salud. O sea, solucionan problemas básicos, pero no te dan derechos. Es una reconversión de la dominación. Si el Estado tuviera la intención de cumplir lo que sus propios discursos plantean, se lucharía por derechos universales como el derecho al trabajo. Pero no todos tienen ese derecho. Los trabajos que se consiguen son sumergidos, de pésima calidad, mal pagos y en condiciones de precariedad total. Y otros no consiguen nada. Al no cambiar esa condición estructural, las personas siguen subordinadas, pero ahora cosumen. Tienen algo de educación y salud, pero su condición de estar en el sótano no ha cambiado. Y eso sólo puede cambiar en un proceso de constitución de sujetos, de lucha y de conflictos, que modifique la relación de fuerzas en la sociedad. La novedad de los planes del Cono Sur es que el papel asignado a las organizaciones sociales en esta tarea es fundamental. Llevan la política concreta al territorio concreto.
Pero se perciben como mecanismos de liberación, o al menos eso dicen…
Un movimiento que tiene un discurso de liberación, antiimperialista, pero es vehículo de las políticas sociales del Estado, en la práctica cumple la misma función que siempre cumplieron las burocracias sindicales. Los modos son distintos y han cambiado las épocas, pero el objetivo es parecido. Lo cual me hace pensar que el próximo ciclo de luchas va a tener que pasar por encima de estas organizaciones, porque más allá del discurso tienen prácticas verticales; aunque asuman metodologías de la educación popular, pueden ser autoritarias, discriminatorias. Y es la política del Estado aterrizada en territorios específicos y concretos, que fueron territorios en resistencia, donde el objetivo central no es modificar las condiciones estructurales de la pobreza, sino neutralizar la capacidad de los pobres de transformarse en sujetos políticos. Y desarticular a los movimientos.
Pero si no son los planes sociales, ¿cuál sería la opción?
La única salida alternativa a los planes sociales es con una reforma agraria, sacar la soja del medio, volver a que haya cientos de miles de campesinos en sus tierras, volver a hacer fábricas y tener empleos dignos, legítimos. O sea, una etapa que el capitalismo considera superada. Eso es el neoliberalismo. Hoy Argentina es un país exportador de productos primarios para mercados europeos, norteamericanos y asiáticos: soja, minería, etc. Ya no es un país industrial, entonces no va a haber trabajo. En vez de modificar esa situación estructuralmente, dando empleo, se les aseguran migajas. Y al hacerlo, se está desarticulando su capacidad de resistir. Concretamente es lo único que le preocupa hoy al capital: que no molesten.
 
La nueva camada
Lo que cuenta Zibechi se comprueba en historias como la relatada en mu, número 2, en marzo de 2007, sobre la actitud del gobierno ante un movimiento social de Bajo Flores. Uno de los militantes de ese movimiento, pese a su entusiasmo con respecto al oficialismo, estimaba: “Te dan lo suficiente como para que no te mueras, pero nunca tanto como para que levantes la cabeza”. Zibechi: “Lo particular de estos casos no es sólo que dan migajas, sino cómo las dan: del puntero clásico se pasó a un puntero colectivo, la organización social, que además es más respetada, legitima al poder, y da mejores resultados”.
¿Por ejemplo?
Logran una acción preventiva, Evitan que en los territorios se generen bolsones de resistencia al Estado, como fueron los propios piqueteros en su momento, que ahora están en esta otra función. Y a esa malla de las organizaciones sociales, se agregan -al menos en Uruguay- las nuevas estrellas: no sólo la oenegés (organizaciones no gubernamentales) sino los asistentes sociales, los sociólogos, los antropólogos, ciencias creadas para intervenir en el territorio de los otros, los diferentes y no controlables, los no-ciudadanos.
¿Y cuál es la función de estas estrellas?
Hacen relevamientos del territorio, encuestas, detectan situaciones, planean infraestructuras, cloacas, tendidos de redes eléctricas, que la propia organización social lleva a cabo. Lo que hace diez años era un espacio de resistencia contra el Estado, pasa a ser brazo ejecutor de las políticas estatales. Los dirigentes manejan las cuadrillas y ordenan el trabajo, hacen el papel de capataces. Otros se resisten, seguro. Y por fuera de todo este sistema quedan los no integrables: ladrones, drogadictos. Pero por sobre todo jóvenes pobres que no se integran a esos modelos, y terminan siendo carne de gatillo fácil.
Parece un relato sin salida.
Yo creo que hay espacios nuevos, las comunidades que se oponen a la minería a cielo abierto, los bachilleratos populares, los propios movimientos que no se amoldan a esta domesticación, cantidad de experiencias concretas que son elementos de reactivación del campo popular. Y aparece una nueva camada de jóvenes que no participaron en el ciclo anterior de luchas. Gente que en 2001 tenía 10 ó 12 años. Ellos son los que pueden llegar a modificar esta situación, al irrumpir con nuevas organizaciones o incluso en las viejas. Ahí hay un elemento de esperanza. No es fácil, pero estamos mejor que a principios de los 90 donde todo era un desierto.
Pero la agenda mediática habla de otro tipo de conflictos, los del sistema político: sectores más de derecha contra otros más progresistas. El mal menor, etcétera.
Pero el juego del poder en la cúspitde del Estado, el juego electoral, no debe confundirse con los sistemas de dominación. El fondo del problema es que no hay reconstrucción del aparato productivo, ni inserción en algún terreno de las nuevas tecnologías capaz de incorporar sectores importantes de trabajadores, no hay un ciclo de dinamismo económico que no esté asentado en la soja y la minería. Mientras el modelo sea ése, con tan poca vocación de producción industrial, seguirá siendo cada vez más excluyente. Y así no hay arreglo.
 
El uruguayo agrega una última desconfianza: “Resulta que la defensa de los pobres, por la que desaparecieron a 30 mil personas, ahora cambió de bando. Ahora nos quieren convencer de que se los defiende desde el Estado. Antes el discurso se centraba en defender el orden, y para eso había que combatir la subversión. Esto se resumía en matar a los que luchaban junto a los pobres. Ahora se trata de defender el orden, y para eso se hacen políticas sociales para aliviar a los pobres, pero sin la menor participación de ellos mismos. No se los considera sujeto. Siguen siendo objeto. Antes lo fueron de las iglesias y los militares. Ahora de las políticas progres”.

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