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Nada se pierde
Sale El Niño Rodriguez, entra Diego Parés. Dos exponentes del humor gráfico de una generación que se crió burlándose del cinismo de la clase media y poniendo a prueba todos los límites, incluido el de mu.
El dibujo del que hablo es bien básico. Diego Parés tiene una técnica extraordinaria y puede hacer prácticamente lo que se le cante, pero en este dibujo ha decidido prescindir de ella. La situación es, en sí misma, vertiginosa y Parés dibuja, por lo tanto, como si no tuviera tiempo para dibujar. Es una especie de planito de Avenida de Mayo, desde la Casa de Gobierno hasta la 9 de Julio: podría haberlo dibujado sobre una servilleta, en un bar, no debe haberle tomado más de cinco minutos. Créanme: cualquiera de nosotros podría hacerlo, si se lo propusiera y si se le ocurriera. Y sin embargo es tan poderoso que él mismo lo eligió para que ocupe una página entera de su libro La esperanza fue lo último que se perdió. Se llama Mi 20 de diciembre (o “Cómo puse el hombro para que Duhalde sea Presidente). Así de clarito. Sin eufemismos. Nombro una sola de las imágenes del dibujo: llegando a la 9 de Julio hay una nube de humo, o de polvo, de esas que los lectores de historieta identificamos con el concepto “quilombo”. En medio de la nube hay una carita. Debajo, la leyenda “Acá vi como le tiraban gases a la gente a quemarropa y me fui a la mierda”. Diego Parés ha llegado a Mu a reemplazar a El Niño Rodríguez, quien, como los lectores saben, hasta ahora se ocupaba de los chistes de tapa de la revista, si es que se puede llamar “chiste”, por ejemplo, a un televisor que proyecta la imagen de una locutora de noticiero que tiene puesto un barbijo y anuncia, en tiempos de paranoia porcina: ¡“Atención, población… Todos tienen que ponerse un barbijo!… así, cuando les decimos que se pongan una mordaza ya van a estar más acostumbrados.”
La transmisión de mando, en este caso, es amable. Más allá de sus diferencias estilísticas, Parés y El Niño conciben su trabajo de manera parecida.
Niño: No hay temas difíciles. Depende de la habilidad con que se los toca. Yo nunca descarto un tema. Capaz algunas cosas se hacen con cosas más abstractas. Una cosa es de dónde arrancás y otra es adónde llegás.
Parés: En este momento, el tema difícil es cómo no ser ciego ante otras cosas que pasan con este gobierno sin ponerme en el lugar de la oposición.
Niño: Tu problema es cómo ser gris en un mundo blanco y negro.
Parés: Sí. Gris o de un color. Tener una tercera posición que no se sepa qué es. Se me complica. Pero hago una contra el gobierno y otra contra la oposición. Es jodido. Antes había un enemigo claro que eran los milicos. Después vino la liberación con Satiricón, etc. Ahora estamos en el barro.
Niño: En mi casa había muchas historietas españolas. Mi viejo siempre había comprado historietas y nunca las tiró: me las dio todas. Las historietas de Billiken, Asterix, etc.
Parés: En mi casa, en cambio, había muy pocas. Mi viejo compraba algunas por error. Compró la Superhumor, y con el humor gráfico de los diarios: Clemente, Quino y Fontanarrosa. A mí ellos me educaron la cabeza. Yo era de clase media, no leía D’Artagnan, leía Skorpio. En la Superhumor había cierta pretensión.
Rompían con cierta moral…
Parés: Eran clasistas en sentido cultural, aspiraban a atravesar las clases sociales. Fontanarrosa, por ejemplo, tenía chistes de humor negro terribles, todo eso estaba en Satiricón. Eso influyó mucho.
Esa generación de dibujantes que se crió en dictadura se reía del cinismo de la clase media ¿ quizá por eso se los consideraba cínicos?
Niño: En el humor grafico, el dibujo vale más que la palabra. Vos jugás con el adn de la época, porque la palabra construye poder.
Parés: Nosotros le hablamos a gente que concuerda con lo que pensamos. Esa es la picardía, lo que sabemos hacer. Una forma de expresarse. Otros van a marchas y hacen otras cosas: yo dibujo. No tengo ningún objetivo, sino que es mi manera de comunicarme. Quiero que me vean a mí, hay mucho ego en este laburo, es así.
Niño: Hay una dificultad para definir al dibujante de humor gráfico. Es tan complicado de explicar y tan fácil de hacer que resulta un conflicto. Me parece dificilísimo teorizar y explicar lo que hago. Pero cuando lo hacés es mucho más fácil: tanto para mí como para el lector. Si no, entramos en un berenjenal que se puebla de cuestiones políticas, artísticas y semiológicas, y llega un punto en que el mismo dibujante gráfico dice “chicos, me voy que mañana tengo que entregar un trabajo” (risas). Es divertido hacer un chiste de judíos ahora porque estoy jodiendo con que eso no se puede decir. Es un chiste dentro del otro. Lo mismo con los “negros de mierda”. Volvés desde un lugar mucho más gracioso, porque le tocás el orto al que te dice que eso no se puede decir. Por ejemplo, si hago un chiste de pobres, va a venir a decirme que eso no se puede, pero en realidad porque no se está luchando para que desaparezcan, sino para que no se verbalice. Eso es muy reaccionario porque no mejora un sorete y te neutraliza. A los cartoneros hay que llamarlos “recicladores vintage” y listo (risas). La aparición de esa corrección política rápidamente adoptada por medios de muy dudosa calaña: la tolerancia con los homosexuales. Eso es más un negocio para el poder
Parés: La moral es un gran negocio para el poder. Marca la línea entre lo que se puede hacer y no. Yo creo que existen las clases sociales en el humor. Hay una línea de humor de clase social alta: Landrú, Liniers, etc. que tiene que ver más con el absurdo. Después estamos los de la clase media, que somos más directos. Y los de la clase baja no porque no tienen para comprar lápices.
El Manual de historia argentina de El Niño (Doedytores, 1995) y La esperanza fue lo último que se perdió, de Parés (Gente Grossa, 2008) merecen compartir un mismo estante en la biblioteca. Pienso en el dibujo del Rellenado de Evita, de El Niño o en la feroz historieta Las aventuras del Che Guevara, de Parés, dos maneras de decir que las cosas no siempre salen como uno desearía, dos maneras de mostrar que a menudo la incorrección política es, también, una forma de lucidez.
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Lo esencial
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Las venas de Andalgalá
El 15 de febrero pasado una fiscal ordenó desalojar a los vecinos que montaban guardia para impedir que avanzara el proyecto minero Agua Rica. Resistieron pacíficamente y soportaron una brutal represión, que al día siguiente fue repudiada por toda la ciudad con una movilización que presionó para que liberaran a los presos, apedreó la sede de la minera y sacudió la intendencia, que terminó arrasada por el fuego. Lograron así ser escuchados: un juez ordenó detener las obras. La determinación de los vecinos de Andalgalá tiene su base en una experiencia concreta: allí se estableció hace más de una década Bajo Alumbrera, la minera que anunciaba el progreso y sólo les deja hambre y contaminación.
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