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El otro choque urbano
Este original ensayista dedicó varias de sus investigaciones a las periferias urbanas del Tercer Mundo. Sus conclusiones dan vuelta el dedo acusador: no es la pobreza, sino el consumo lo que violenta a las ciudades.
En estos años, por primera vez en la historia de la humanidad, la población urbana superará en número a la rural. La mayor parte de estos urbanitas no vive en lo que normalmente entendemos por ciudad, sino en inmensos suburbios sin infraestructuras ni servicios. Mike Davis, uno de los pensadores más originales de los últimos años y una fuente inagotable de nuevas perspectivas y temas de estudio -su último libro es una breve historia del coche bomba-, aborda esta nueva realidad en Planet of Slums (Planeta de suburbios) y Ciudades Muertas (traducido al español), dos de esos libros imprescindibles que te hacen preguntarte cómo es posible que nadie los haya escrito antes.
¿Cuál es la representación cultural más adecuada de los suburbios del Tercer Mundo que describe en Planet of Slums?
Si Blade Runner fue un día el icono del futuro urbano, el Blade Runner de los suburbios es La caída del Halcón Negro, la película de Ridley Scott. Reconozco que no puedo dejar de verla: su puesta en escena y su coreografía son increíbles. Representa a la perfección esta nueva frontera de la civilización: la “misión del hombre blanco” en los suburbios del Tercer Mundo y sus amenazantes ejércitos con aspecto de videojuego, enfrentándose a heroicos tecnoguerreros y a los rangers de la Delta Force. Por supuesto, desde el punto de vista moral es una película aterradora: es como un videojuego, en el que es imposible contar a todos los somalíes que mueren. Por lo demás, la realidad es que los blancos no son mayoría entre los Rangers desplazados al extranjero: son americanos, sí, pero casi todos ellos proceden también de los suburbios. El nuevo imperialismo, como el viejo, tiene esta ventaja: la metrópoli es tan violenta y alberga tanta pobreza concentrada que produce excelentes guerreros para este tipo de campañas militares. Un antiguo profesor mío escribió un libro magnífico que mostraba, contra todo pronóstico, que en las victorias en las campañas militares del Imperio Británico el factor decisivo no era la tecnología armamentística sino la habilidad de los soldados británicos en el cuerpo a cuerpo con bayoneta, una habilidad que era consecuencia directa de la brutalidad de la vida cotidiana en los barrios bajos ingleses.
Más allá del giro hacia la violencia, ¿está surgiendo algún sistema de autogobierno en los suburbios?
La organización en los suburbios es extraordinariamente diversa. En una misma ciudad latinoamericana, por ejemplo, hay desde iglesias pentecostales hasta Sendero Luminoso, pasando por organizaciones reformistas y oenegés neoliberales. La popularidad de unos y otros colectivos varía muy rápidamente y es muy difícil hallar una tendencia general. Lo que está claro es que en la última década los pobres -y me refiero no sólo a los de los barrios urbanos clásicos que mostraban ya niveles altos de organización, sino también a los nuevos pobres de las periferias- se han estado organizando a gran escala, ya sea en una ciudad iraquí como Sader City o en Buenos Aires. Los movimientos sociales organizados han puesto sobre la mesa reivindicaciones de participación política y económica sin precedentes, que han impulsado un avance en la democracia formal. Sin embargo, generalmente los votos tienen poca relevancia: los sistemas fiscales del Tercer Mundo son, con escasas excepciones, tan regresivos y corruptos y disponen de tan pocos recursos que es casi imposible poner en marcha una redistribución real. Además, incluso en aquellas ciudades en las que hay un mayor grado de participación en las elecciones, el poder real se transfiere a agencias ejecutivas, autoridades industriales y entidades de desarrollo de todo tipo sobre las que los ciudadanos no tienen ningún control y que tienden a ser meros vehículos locales de las inversiones del Banco Mundial. La vía democrática hacia el control de las ciudades -y, sobre todo, de los recursos necesarios para acometer las reformas urbanas- sigue siendo increíblemente difícil.
¿Cuál sería, según su perspectiva, la forma correcta de abordar un tema tan complejo?
En casi todos los programas gubernamentales o estatales que intentan abordar la pobreza urbana, el suburbio pobre se entiende como un mero subproducto de la superpoblación. No tengo ninguna confianza en el concepto de superpoblación. La cuestión fundamental no es si la población ha aumentado demasiado, sino cómo cuadrar el círculo entre, por un lado, la justicia social y el derecho a un nivel de vida decente y, por otro lado, la sostenibilidad ambiental. No hay demasiada gente en el mundo; lo que sí hay, obviamente, es un sobreconsumo de recursos no renovables. Por supuesto, la solución ha de pasar por la propia ciudad: las ciudades verdaderamente urbanas son los sistemas más eficientes ambientalmente hablando que hemos creado para la vida en común. Ofrecen altos niveles de vida a través del espacio y el lujo públicos, lo que permite satisfacer necesidades que el modelo de consumo privado suburbano no puede permitirse.
¿Se trata de un problema urbanístico o político?
El problema básico de la urbanización mundial actual es que no tiene nada que ver con el urbanismo clásico. El auténtico desafío es conseguir que la ciudad sea mejor como ciudad. Planet of Slums da la razón a los sociólogos que señalaron en los años cincuenta y sesenta los problemas de la suburbanización norteamericana: ocupación caótica del territorio, incremento de los tiempos de traslado del domicilio al trabajo y de los recursos asociados a este traslado, deterioro de la calidad del aire y falta de equipamientos urbanos clásicos.
Pero, ¿acaso no hay ciudades demasiado pobladas para el entorno tan escaso en recursos en el que están implantadas?
La inviabilidad de una megaciudad tiene menos que ver con el número de personas que viven en ella que con su modo de consumir: si se reutilizan y reciclan recursos y si se comparte el espacio público, entonces es viable. Hay que tener en cuenta que la huella ecológica varía muchísimo según los grupos sociales. En California, por ejemplo, el ala derecha de los movimientos conservacionistas sostiene que hay una enorme marea de inmigrantes mexicanos que es la responsable de la congestión y la polución, lo cual es completamente absurdo: no hay población con menor huella ecológica o que tienda a utilizar el espacio público de forma más intensa que los inmigrantes de Latinoamérica.
Entonces, el problema no son los pobres…
El auténtico problema son los blancos que se pasean en sus cochecitos de golf por los 110 campos que hay en Coachella Valley. En otras palabras, un hombre de mi edad ocioso puede estar usando diez, veinte o treinta veces más recursos que una chicana que intenta salir adelante con su familia en un apartamento del centro de la ciudad. No hay que dejarse llevar por el pánico al crecimiento de la población o a la llegada de inmigrantes; lo que hay que hacer es pensar cómo se pueden fomentar las aptitudes del urbanismo para lograr, por ejemplo, que suburbios como los de Los Ángeles funcionen como una ciudad en el sentido clásico. También hay que respetar la necesidad absoluta de conservar las zonas verdes y las reservas ambientales sin las cuales las ciudades no pueden funcionar.
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La tierra del nunca jamás
Villa 31, el territorio más fecundo de la ciudad. Sobrevivió a la dictadura y a las amenazas de desalojo de Menem y Macri. Es el barrio más democrático de la Capital, con delegados por manzana que se votaron en elecciones transparentes y fiscalizadas por el juez Gallardo. Organizó una Mesa de Urbanización que logró imponer un proyecto que prepararon los vecinos junto a la Facultad de Arquitectura. Tiene equipos de fútbol femenino y de rugby que ganan torneos, grupos de hiphop, canales de tevé y cooperativas para recibir y dar trabajo a los que salen de prisión. Éstas son las lecciones de política, resistencia y organización de la verdadera cultura villera. Por Sergio Ciancaglini.
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