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Efecto Noy

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Fernando Noy. Alguien lo definió como “el poeta de las intensidades” y es cierto. Es uno de los grandes, en todos los sentidos posibles: por su obra, por su vida y por todo lo que representa y desordena. Así es ser Noy.

Efecto NoyEstá sentado en una mesa de un bar de San Telmo, volando de fiebre en una noche fría. No debería estar aquí, pero estamos hablando de poesía. Fernando Noy es poesía, y si hay que arder, prefiere arder hablando sobre aquello que más ama.
El médium. La poesía no está en la boutique, ni tampoco está en los libros. La poesía es dura, es resistente, es acción. Por eso uno de los poemas de mi nuevo libro, Piedra en flor, dice: “Ya no compro libros, leo las ventanillas, las caídas del sol.” Ahora termino el quinto libro y luego estoy empezando el sexto, porque los libros se hacen solos, uno es medium, chamán, mentira que uno se sienta a escribir un poema. El poema es una constelación, no es que me ponga a llenar algo para cumplir la cuota. El poema te pone la silla, el poema te pone la piedra, el zaguán, el poema te pone hasta el pelpa, yo iba a lo de Alejandra Pizarnik con papeles encontrados en los tachos, yo escribía ahí, aunque ahora soy más de los cuadernos Gloria. Alejandra era una sibarita de los papeles, me decía ¡Cómo podés escribir en una servilleta! Varios años después de su muerte, un día vamos por la calle con su hermana Miriam y vemos una de esas librerías preciosas que hay ahora, que tienen cosas insólitas, nuevas, y me dice Miriam: ¡Pensar que hasta en eso fue precursora mi hermana! Y es verdad, porque Alejandra , por ejemplo, toda la biblioteca la tenía absolutamente forrada. Entonces me decía, por ejemplo, Octavio Paz, ¿qué es? Ya sé, plateado. ¿Nerval? Bordó. ¿Dorado? Artaud. Estaban todos, Milosz, Trakl, esos poemas que no se encuentran más.
 
 
En llamas. Yo perdí muchos libros. Resulta que vuelvo después de un viaje muy largo, de un año, algo así, le había prestado el departamento a un amigo y había dejado muchos libros en una portería, libros artejibarizados, intervenidos, dibujados, y el portero me dijo, mire, yo no se los doy si no me paga 1.500 dólares, porque su amigo se fue y no pagó nunca nada. Yo me quería morir. Fabiana Cantilo y un grupo de gente amiga me ayudaron. Tardé 48 horas en juntar la plata y cuando llego, el tipo había prendido fuego dos valijas mías. Ahí nace Cuentos quemados por el portero, donde reescribo todos esos cuentos inéditos que estaban en las valijas que quemó este hijo de puta. Yo dejé de escribir cuentos porque descubrí que a nivel estilístico todos los cuentos son el mismo. Entonces nació un estilo, una grafía, una manera de narrar. Quería hacer un cuento hiperrealista, un cuento surrealista, un cuento con un devenir, y en este libro lo logré, falta un pim, pam, éste sale, éste se queda. Leopoldo Brizuela, Oliverio Coelho, Luisa Valenzuela, por ejemplo, son buenos escritores, pero son autores de repertorio. No son contracanto, no son atonales: siguen una línea. Ahora yo te voy a decir una cosa que te va a poner contento: en mis cuentos me resulto genial. Ahí sí me aplaudo.
 
 
La orfebrería del lenguaje. Tengo casi sesenta pirulos, no es tanto, hay gente que tiene mayor obra y más importante, pero no puedo parar de escribir un poema por día. Algunos, una vez terminados, no se pueden tocar, como si fueran un haiku: es posible que alguno lo desarme, lo vuelva a armar, pero la primera versión es la que reina. Con otros, en cambio, me encarnizo, me obsesiono en este trabajo de orfebrería del lenguaje. Amelia Biagioni se quejaba de que no podía parar de corregir, de que aun editados sus libros, sigue corrigiéndolos, a mí me pasa lo mismo. Uno corrige, corrige y corrige, porque es su modo de corregir el mundo. Porque la poesía, el libro, siempre va a estar en el mundo. Ahora, qué hermoso cuando el poema no se deja tocar más, cuando está coagulado, cuando es realmente un zafiro, una esmeralda o un pedazo de carbón. Hay poemas que pueden ser joyas y otros que pueden ser latas de un coche de bodas.
 
 
Las grandes. Yo creo que hay tres grandes grandes acá: la pasionaria, que es Alejandra Pizarnik; la hechicera, que es Olga Orozco, y la cósmica, que es Amelia Biagioni. Alguien me dijo: tenés que dar un taller, y cobrar mucha plata, y yo dije no, taller no doy, porque soy la persona menos indicada para aprehender la poética, y ahí se me ocurrió hacer un recital donde yo recitara a las poetas que a mí me enseñaron qué, cuándo y cómo. Y ahí empezaron los recitales con Alejandra, Orozco, Biagioni. Ahí soy la Callas.
 
 
Los fabulosos cuatro. En los 70 había grandes escritores. Estaban Néstor Sánchez y Osvaldo Lamborghini. Ésos son los más grandes y suelen ser opacados por el falso resplandor de la biyuya. El tercero es Laiseca, y el cuarto sería David (Viñas). Hay toda una conjura contra Sánchez: vivió una vida muy terrible con la obra más importante de Argentina, era tan delirante y tan genial que no le daban el placet de genio. Liliana Heer fue muy amiga de él. Es lógico: el que los lee nos mira, somos ese eco. Liliana Heer destruye el canon con sus libros, está formando parte de esa pléyade de artistas que son únicos, como Clarice Lispector, como Leonora Carrington, que acaba de morirse. Es un surrealismo más surrealista que el propio surrealismo. Cortázar se declara enorme admirador de Sánchez: no le llega ni a los talones. Sánchez no era un conformista, no era un lobbysta, no hacía todo lo que hay que hacer para después ser. El amhor, los Orsini y la muerte, ¿Eso que es? ¿Novela? ¿Poesía? Es como Lautréamont. Los demás son poetas de diploma, poetas diplomados, poetas de heladería, de carrera, poetas del jet set. Son poetas transgénicos: se están mintiendo a sí mismos y sobre todo, a la poesía, porque se la creen, loco. Es muy triste ver grandes escritores que van siendo destruidos por esa pandilla falsa… Hay algunos grandes que no están supermercadizados: Irene Gruss, Juana Bignozzi, y hay otros más jóvenes, muy importantes, como Daniel Amiano, Martín Gambarotta, Rodolfo Edwards, Clara Muschietti, Pablo Marchetti… Se es o no se es poeta. Algunas figuras hemos llegado a ciertos lugares más sólidos y aéreos. Yo agredo a los falsos poetas, los recrimino, los insulto, porque todos se llenan la boca con la Pizarnik, pero si supieran lo que sufrió esta mujer para ser quién era. Es fácil guitarrear desde afuera. También hay un problema: en esa época, por ejemplo, Pizarnik comenzaba a hilar sus juegos verbales, experimentando con textos nuevos, incursionando en el lugar donde las palabras se mordían y se violaba a sí misma y provocaba una situación hilarante y al mismo tiempo sorprendente, y la gente –los pares de ella, incluyendo a Olga Orozco– decían que estaba loca, que eso no era nada. Y justamente eso es el mayor aporte, la revolución en la plena quietud de sus certezas. Yo no niego la influencia de ella: todo lo contrario, hay gente que la oculta, que dice: “Sí, es cierto, este trajecito me lo hice parecido, pero la tela me la compré en París”.
 
 
La fija. La poesía es como el fútbol y como el hipódromo: uno sabe cuáles son los caballos que jugó, y cuál ganó, cuál perdió, es un lenguaje de pares. Cuando uno nombra a Joyce Mansur, por ejemplo, es como decir “la yegua Bataraza”, o como hablar del gol que le hizo Riquelme a no sé quién. Mi padre gastó toda su fortuna en los caballos, y yo creo que los caballos son los poetas y con los poetas yo no pierdo, gano. Los poetas son la fija, ¿no? La gente escucha más el ronroneo de las bestias porque no ha ejecutado el gusto de la percepción poética. Algún día será simplemente eso.
 
 
Matrimonio igualitario. Hubo muchos amigos que quedaron en la indefensión y en la calle, fueron eyectados de mansiones ante la muerte de sus compañeros. Tengo diez casos para contarte; entre ellos está el de la pareja de Bergara Leumann, pero creo que el matrimonio es un tema de cierta asociación dentro del amor para poder cuidar al otro. Cuando anunciaron el matrimonio igualitario yo estuve muy de acuerdo, pero dije: ¿para cuándo el divorcio?, y ahí se reían todos, pero se quedaban mudos, porque no sabían qué responder ante el humor, porque el humor es una especie de granada o bomba atómica que explota. Yo creo también que se puede ser padre, todo bien, se pueden tener hijos, de todo tipo, de todo origen, que un hombre con otro hombre pueden criar a una niña o un niño, pero creo que así se diluyen los estigmas originarios, porque así uno ya no es gay: es un padre, un hermano, un hijo o un marido. Por eso digo ya no soy mas gay, yo prefiero ser puto, yo sigo siendo puto.
 
 
El terror y la maravilla. El destino me llevó a un lugar realmente hermoso. Yo nunca pensé que andaría por la calle mariconeando, fumando marihuana, y no tendría problemas. En el Proceso, cuando lo hacía, era tan buena actriz que no se daban cuenta. Fumaba contra el viento: era toda una apuesta para sobrevivir. Ahora es la libertad absoluta, que es el terror para algunos y la maravilla para otros. Ahora, lo único que siento excepcional es el hecho poético, la poesía, ajeno a todo este menjunje, a toda esta coyuntura, porque está eso de “Piden pan no les dan”, pero después del alimento, ¿qué?
 
 
Nomuerte en París. Yo soy antisuicidio totalmente, ¿y sabés por qué?, por haberme intentado suicidar. Yo estaba en París y había tenido un romance loco, con heroína y todo, y esta persona desapareció de mi vida y entonces ya no quería saber más nada. Había comprado todo lo necesario. Me tomé unos vinos para darme fuerza: estaba en un cuarto de hotel muy lindo en París, al mediodía, y tomé tanto que me quedé dormido. Y ahí en el sueño tuve una revelación: aparece Alejandra Pizarnik –te lo juro por mi madre, que vive– caminando, sinuosa, entre las mesas de un bar que podría ser La Paz. Y yo sentado ahí. Me dijo:
–Vengo especialmente a decirte algo.
–¿Qué?
–El suicidio no es la respuesta.
–¿Vos me venís a decir eso?
–Sí, justamente. Primero porque yo me suicidé. Suicidarse es conocer los pasadizos secretos de la desesperación.
Lo más gracioso es que yo me desperté de esa especie de embriaguez y corrí hacia el bar donde estaba el chico que me había vendido el veneno para ratas con el cual pensaba matarme. Era delgado, tenía el pelo largo, anteojos negros, y me dijo bueno está bien, yo te acepto la devolución de esto –yo le había dicho que los roedores estaban asolando una casa: todo mentira– pero tienes que hacer algo por mí. Y ahí, bueno, ¡sabés lo que fue eso! Era muy caro ese veneno: costaba como 100 dólares y en París no era nada fácil juntar 100 dólares. Fue una relación fugaz, yo entendí que el sexo por sexo no servía para nada, pero en este caso me salvó la vida.
 
 
La gaystapo. Cuando caía presa, tenía 17, 18 años, nos levantaban en Corrientes, nos llevaban a la 5° y nos pasaban electricidad por el cuerpo: tengo marcas, todavía. Tenía el síndrome de Estoeselcolmo, porque los canas, viste, “me chupás la pija y te dejo salir”, y yo bueno, dale, si no, no salía nunca más. Como era monona y bonitona, un par de veces lo hice y salí, entonces decían “la Noy es buchona, porque tiene el buche lleno …” de semen que vomitaba durante varios días, de asco, pero estaba libre. Era terrible lo que pasaba con la cosa gay. A mí me agarraban de los pelos, me arrastraban por el suelo, era muy grave la gaystapo.
 
 
Las drogas. ¿Por qué creés que están prohibidas las drogas? Porque si estuvieran permitidas ya no podrían dominarnos. Ni la iglesia ni la policía ni nadie. La marihuana es maravillosa. Si yo tuviera más plantas floreciendo en algún lugar del planeta, es lo único que me falta para ser absolutamente feliz. Como decía Giuseppe Ungaretti, “Hemos perdido el mar, tan solo el mar”. No hay evolución del éxtasis, no hay evolución del placer, no hay evolución de la colmena o el harén, donde lo gay sería casi sagrado, porque casi todas las civilizaciones lo ven así.
 
 
Los niños. Lo que más me horroriza es la Iglesia católica y es la que más tiene ese horror que es la pedofilia. Yo siempre tuve miedo de matar a un pedófilo, veo a un tipo molestando a un niñito y sería capaz de mutilarlo. Venero la infancia. Los niños de 5 años son la salvación. Mi sobrino de 5 años me hace unas preguntas que superan a la poesía. La niñez es evidentemente milagrosa. La niñez es la flor más hermosa, la bebida más hermosa, el sol más hermoso, el árbol más hermoso es un niño, hombre o mujer, lo que fuere, y después viene la adolescencia, que es fascinante. Ahora bien: una vez que pasaste los 20, ¡cuidado conmigo!
 
 
Cristina. Yo quiero decir que Cristina es MI Presidenta y mi Presidente al mismo tiempo, porque la palabra puede ser la misma, pero ése es un detalle de mi vida, como cuál es mi Obelisco, y cuál es mi heladería favorita, porque ya no podemos meternos en otra cosa que no sea poesía.
 
 
Los oráculos. Yo leo a Milosz y digo ¡cómo hiciste! Milosz es lo más grande. Milosz es el papá de Cioran. En Cioran, este rumano terrible, la melancolía es tan pesada, tan poderosa, que deja de lado la falsa celebración, la alegría porque sí. Es una melancolía tan fascinante como la mejor amante. Milosz es un poeta oracular: abrís una página y te responde todo, abrís una página de Rumi, el poeta persa y te responde todo. Por eso digo que lo único que nos faltaría es reeditar, reimprimir a todos los grandes poetas y listo. Y consumirlos, como si fueran botellitas de leche a la mañana.

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