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La mejor Solá
Dolores Solá. Hermana de Felipe, cantante de La Chicana y protagonista de un exquisito disco solista, logró forjarse un lugar propio en la escena tanguera con esa voz que todos elogian y esa interpretación que deslumbra hasta a los más engominados.
“Quiero que suene a Tim Burton”. Así se imagina un tango Dolores Solá, cantante desde hace quince años de La Chicana, una banda constituida por varios hombres y una mujer que se conformó en plena década de los noventa y que vio en el tango la cuna de la rebeldía. Y es cierto: la voz de Dolores es como una película de Burton.
Poética, enigmática, profunda.
Perfecta.
Es la sexta hija y la menor de una familia de clase media alta, peronista y de Barrio Norte. Su síntesis: “Con un corazón muy nacional y popular, en donde todo se pudo dialogar, incluso con algunos personajes con los cuales temporariamente no coincidimos”. Larga la carcajada y aclara lo que sospechamos: el personaje es su hermano Felipe Solá. Para desilusión de la prensa amarilla hay una novedad: se quieren mucho, son muy amigos y, sobre todo, saben poner límites cuando la discusión llega al nivel personal.
Cuenta que su padre era un tipo muy tanguero, por lo cual la Solá nació y creció escuchando tangos en plena era del rock, allá entre los setenta y ochenta. Reconoce que fue una nena “medio freaky”, pero ese desprejuicio hizo que acepte como pertenencia y sin conflicto lo que se lleva en el alma: “Dicen que es más difícil cantar tangos porque lo importante es qué se dice y cómo se dice. Sin embargo, a mí me cuesta más cantar rock”.
Y olé
A principio de los 90, después de dejar atrás la adolescencia y luego de actuar en la tevé junto a Tato Bores o participar en el documental El ángel del olvido, de Eduardo Mignogna (que el director impulsó para dejar registro del rechazo a las leyes de olvido proclamadas por el menemismo), se fue a Europa. Trabajando como moza en Madrid conoció a Acho Estol, se hicieron amigos e inmediatamente salieron a patear las calles de la ciudad ibérica delineando su futuro a ritmo de tangos.
Dejaron España, pero se trajeron la impronta del nuevo flamenco que eclosionó durante su estadía bajo grupos como Ketama y Pata Negra. Narra Dolores: “Estas bandas eran tan gitanas que hicieron todo desde las raíces absolutas, ponían arriba de cada mesa toda la data genética y cultural”. Así, interpreta, pudieron fusionar el flamenco con rock, jazz, salsa, y hasta el pop “de una manera muy honesta y profunda”. Su conclusión: “Nos hizo pensar que tenía que pasar algo así con el tango”.
Aterrizaron en Argentina, formaron pareja y parieron a La Chicana, en 1996, junto a Juan Valverde. En una época donde el mix de ser joven y cantar tangos resultaba démodé, atravesaron la historia hacia principios del siglo pasado, saltearon la época de oro del tango de salón y las grandes orquestas y se pararon justo ahí, en la década del 20 y 30, en los inicios de aquel tango reventado, marginal, primitivo, hecho por gente de la calle. Se encontraron entonces con un “Carlitos” como el que describe en uno de sus temas el Conjunto Falopa: un Gardel cantando fado, foxtrot, pasodoble.
Así abrieron el juego.
La fórmula
Lograron hacer convivir al tango con Kurt Weill, Tom Waits y Charly García. El resultado fue un maridaje perfecto entre distintos géneros, al que anexaron el folklore, por ejemplo, “para recuperar lo popular” y conjurar el maleficio. En palabras de Dolores: “El tango estilizado que se impuso en los años 40 logró internacionalizarse, pero provocó que se encapsule y se devore a sí mismo”.
Crearon nuevos esquemas, tocaron a su propio ritmo y salieron a cantarlo, con vocación de melodrama. Sacaron discos e hicieron miles de giras por el mundo. “Nuestro viaje a África nos empujó definitivamente a nuestra previa tendencia a unir los parches de cuero con el bandoneón, a reafricanizar el tango. Las guitarras, el bajo, las cuerdas y los vientos agregan una gama de arreglos que puede ir de clásica a moderna: contenido tanguero y aspecto pop en energía y lenguaje. En Porto Alegre tuvimos la suerte de conocer a muchos músicos locales y reforzar así la idea de la hermandad musical, a través de géneros en común con los propios, como el chamamé, la milonga o la ranchera. Intentamos entonces destacar estos elementos: el tango como música folklórica, sus componentes étnicos y sus relaciones con la actualidad”.
Forjaron así una identidad ineludible: La Chicana era todo lo que habían querido que fuera.
Entonces, decidieron que había llegado el momento de “airear la relación musical”.
Solita y sola
Dolores asume su placer por la cuerda floja. “Tengo una necesidad de ponerme en riesgo siempre y a veces lo padezco”. La confesión viene a cuenta de su disco como solista, al que llamó Salto Mortal. “No se podría haber llamado de otra manera”, dirá por razones obvias.
Tirarse al vacio sin red implicó lidiar con varios efectos colaterales: “El miedo a que el disco no sea original y que sea malo, a la crítica, a encontrarme con nada para decir, a la soledad en las decisiones. Soltarme de Acho fue traumático porque él es un combo: toca y compone. Yo me hice bajo su ala. Fue como despegarme de un padre, porque lo necesitaba todo el tiempo. A la vez quería saber dónde comenzaba yo, cuál era mi gusto. Y logré reafirmarme. Me demostré que podía y que sabía más de lo que creía”.
En ese construirse a sí misma como protagonista de sus creaciones logró darle forma a un disco con canciones poco conocidas de Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi. El cd no tuvo arreglador porque ella se quiso darse el lujo de elegir muy bien sus interlocutores. Llamaba a los músicos, les comentaba qué tema tocaría y les enviaba la canción inspiradora. Un ejemplo: convocó a Rodrigo Guerra para que ejecute el serrucho y le propuso que tomase a Danny Elfman como referencia. Le dijo: “Si sabés tocar el serrucho, seguro sabés quién es Elfman”. El tal Elfman es un compositor norteamericano, creador de, por ejemplo, el famoso tema de la serie Los Simpson, pero para Dolores es algo más importante: el que le pone música a las películas de Tim Burton. “De todos modos fue una jugada muy grande y a ciegas”, reconoce, que le salió muy bien.
Acho Estol, por su parte, también hizo su camino solitario, reflejado en Buenosaurios, al que le puso voz de hombre a través de diferentes varones del tango: desde el Tata Cedrón hasta Antonio Birabent.
Los márgenes
Superada la prueba solista, Lola volvió a su primer hijo. Con La Chicana acaba de sacarse las ganas de un disco doble que bautizaron Revolución o Picnic y que, por un lado contiene covers y, por el otro, temas compuestos por Estol.
Siguen creyendo en aquel tango orillero, con letras zarpadas y lenguaje prostibulario, de cuidada poética. Será por ese don que tiene la Solá de ver lo que se escucha, que a ella no la seducen las grandes voces, sino una voz que sepa decir. “El tango te exige en el cantar otra manera: autoridad, carácter y urgencia. Esa cosa que tiene Nelly Omar, que apura. Al tango le encontrás la vuelta apretando o empujando, porque no te da tiempo”.
Mercedes Simone y Rosita Quiroga son sus referentes. A Susana Rinaldi la valora porque nunca imitó a nadie. Es que Dolores Solá busca parecerse cada vez más a ella misma. “A las mujeres nos preocupa el lugar que ocupará la figura masculina en el tango porque todo el tiempo estamos esperando a un hombre que sepa acomodarse a nosotras”, concluye.
“Nosotros, como producto de la generación del rock y como parte del momento que vivimos, contamos con una cantidad de licencias que nos permiten aportarle al tango crudeza y humor. Es la misma búsqueda que hacen los chicos de Falopa o Juan Vattuone. Me parece un desafío tremendo en relación al rock, que está en franca decadencia”.
¿Por qué?
Afila Dolores:
“Salvo por el Indio Solari, sus letras están muertas. Hay un lugar marginal que el rock está perdiendo y que actualmente lo tiene el circuito del tango. Y tiene sus razones”.
¿Cuáles?
Sigue clavando:
“Porque hoy lo chupó Movistar en forma de ring stones”.
¿Quiere decir que el rock está cooptado?, pregunto con falsa ingenuidad.
Lola responde con su cuchillo:
“Y decapitado”.
Y en el tango, ¿cómo andamos?
Dolores no enfunda:
“Creo que al tango lo corrompe mucho el turismo, Japón, los dólares. Han logrado que verdaderos temazos sean intocables. Es hermoso cantar Quejas de bandoneón, pero como artista lo que una tiene que preguntarse es, a esta altura, ¿de qué nos sirve?
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