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Guachos
Oscar Fariña. El poeta que transformó a Martín Fierro en un pibe chorro. Un guacho en vez de un gaucho.
Paraguayo y argentino. Conurbano y capitalino. Maleducado en Puán. Librero infiltrado. Poeta de los márgenes. Poeta.
El que hizo del Martín Fierro una novela de pibes chorros.
Aunque cualquier mote está de más para Oscar Fariña, su libro más reconocido le vale, al menos, una responsabilidad: él bardeó al Martín Fierro. Tanto –o tan bien– que una vez un tipo le quiso pegar por eso.
La cosa no pasó a mayores porque Fariña es poeta: trabaja la palabra; chamuya. Imagino esa resolución cuando me previene sobre uno de los orígenes del libro: “Yo curtía mucha calle con mi primo Bombi y sus amigos, en años muy importantes en cuanto a mi formación como adolescente y al intercambio oral… Era un grupo de pibes que, en definitiva, no eran violentos, los salvaba la palabra. A lo mejor, los que ya no manejan la palabra son los que terminan en el bardo, ¿no?”.
La hipótesis hecha poemas se llama Pintó el arrebato, el libro anterior a El Guacho, donde Fariña trabaja un registro villero, cumbiero y tumbero que narra historias más ajenas que propias sobre sus aventuras del conurbano, y que, alguna vez, un “estudiantito” bautizó “gauchesca 2.0”.
Don Zombi
Le duró poco, cuenta, la emoción que le provocó la idea intentó transformar Don Segundo Sombra en una novela de zombies: Don Segundo Zombi. Tardó dos capítulos en enojarse con la obra de Guiraldes: “Está cada vez más cosificada la imagen del gaucho bueno, inocente, sabio, la criatura original de estas pampas, el reservorio moral de esta nación”, ironiza. Agarró entonces la otra cara del gaucho argentino: “Mirtha Legrand no debe haber reparado que cuando recibe el premio le dan la representación de un asesino”, tira Fariña.
Un premio televisivo o un ladrillo en la biblioteca: “Es para hacer pinta en un estante, para quedar bien con tu médico que este año te mantuvo bien la vesícula… Me molesta porque es un texto que yo quise mucho, que quiero mucho. Y cuando ves la imagen del texto cosificado uno tiene ganas de romper un poquito las pelotas”.
Tincho Fierro
El anagrama gaucho-guacho le había dado un título al que faltaba ponerle contenido: “El guacho era un malentretenido, un vago, no respetaba nada, no tenía familia, tierra, no tenía patrón, se iba conchavando en distintos laburos”, describe. Así, El Tincho Fierro vive en el conurbano, cae por una causa armada y, en vez de al malón de los indios, se enfrenta a un motín de Los Pitufos, una inescrupulosa banda de delincuentes de los 90 que operaba en las cárceles a favor del servicio penitenciario. Este es un anclaje real –que Fariña sacó vergonzosamente del libro Fumar bajo el agua de Guillermo Coppola, donde cuenta del tiempo en que estuvo preso– que invita a leer, como muchas otras referencias y dibujos en el Guacho Martín Fierro, la novela en clave política: cuerpos marginales, que el estado no tiene en cuenta y aprovecha. “Hoy eso está más bardeado todavía”, dice Fariña.
Pero su intención no es enojar a nadie: lo suyo es un trabajo poético con el lenguaje marginal que busca provocar, no sólo enojar. Tanto en Pintó el arrebato como El Guacho Martín Fierro la lengua tumbera va de la mando con un guiño de ojo para los entendidos: hace reír con guiños groseros, demasiado reales para no ser poesía; hace sentir historias de calenturas, embarazos apresurados, soledad, violencia y muerte en bocas crudas.
Pero, insiste, lo suyo no es un trabajo documental. “Yo en definitiva no quiero arribar a ninguna conclusión, no hice este libro porque quiero decir estas cosas pero sí la propuesta es pensar un poquito”.
Esto de hacerle decir al texto cosas que no dice o que el autor no quiso decir es un mal que no soporta ningún guacho matrero, ni siquiera un guacho del barrio 9 de abril, sino –solamente– un escritor que fue estudiante de Letras.
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