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Haciendo escuela
Roxana Grinstein. Estrenó una obra donde reflexiona sobre su pasión: la enseñanza. Directora de la compañía del IUNA, formó a toda una generación que hoy toma sus banderas.
¿Cuántas acciones puede realizar una persona en pos de impulsar y contagiar una pasión? Roxana Grinstein muestra que muchas. Con este entusiasmo marcó el crecimiento de una nueva generación de profesionales de la danza que ocupan el espacio, conmueven con sus creaciones y luchan por sus derechos. ¿Una muestra de la sensibilidad de Roxana hoy? Lub-Dub, su obra en cartelera. El movimiento que logran las bailarinas, Carla Rímola -quien también conmueve en La Wagner– y Julia Gómez, sacude cualquier corazón. Sus cuerpos se extienden, se contraen, se tensan, se relajan, se caen y se elevan. Carla repite las tablas de multiplicar mientras se mueve de una forma bella y robótica. Julia grita: “No respires”, y Carla, con rostro de niña, baila en puntas de pie por un tiempo que resuena incalculable. ¿Una hora? ¿Más? Ese equilibrio nos inmuta casi toda la obra. Hay presente un esfuerzo corporal que estremece en esas extremidades disciplinadas. Sin embargo, de esas mismas zapatillas se desprenden destellos de dignidad creativa. Afloran de los pies posiciones corporales que juguetean con contrarrestar ese sometimiento. A pesar del rígido disciplinamiento, no pierden su Lub-Dub.
La trinchera
¿De dónde nace Lub- Dub? Roxana encontró el casette que usaba su hija para aprender las tablas de multiplicar y lo transformó en una metáfora para hablar de muchas otras cosas. “Me despertó pensamientos sobre un criterio del aprendizaje, que por momentos es mecánico y, por eso, se pierde la idea que origina esa mecánica. Me resonaron una serie de sometimientos pequeños y cotidianos que vivimos todos y quería decir algo sobre esto”.
El nombre de la obra tiene que ver también con el sonido del corazón. “Uno lo asocia con el alma y con el ser. En esos pequeños momentos en los que uno pierde cierta dignidad queda sólo la mecánica y se pierde el corazón que late, está por adentro y genera otras cosas”.
El tema es clave para alguien a quien varias generaciones llaman “maestra”. Roxana se formó en Buenos Aires y Estados Unidos como bailarina y tomó cursos de composición coreográfica con Ana Itelman, una de las pioneras de la danza contemporánea argentina. En un punto de su vida decidió cambiar el camino: dejó de bailar y se dedicó de lleno a la composición. “A partir de ahí empecé a encontrar un placer distinto, que era el placer de la mirada”.
¿Qué implica componer? “Armar una coreografía es tener una hoja en blanco. Es generar un recorrido y una estructura con líneas dramáticas, desde el lenguaje del cuerpo”, explica. Y agrega: “Cuando comienzo una obra pienso en cosas que me preocupan. Investigo el concepto.Y el lenguaje corporal está pensado desde ese concepto”.
En 2004 se convirtió en la directora de la compañía del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte) y, desde esa trinchera, puso en marcha un proyecto pedagógico y de producción. Fue significativa su labor para dar forma a esta compañía porque cuando la tomó era muy nueva: ella armó sus lineamientos. Desde ese espacio se impulsa a jóvenes a realizar un trabajo comprometido con la disciplina, tienen clases de lunes a sábado, en grupos cerrados, con profesores de alta formación y entrega y coreógrafos invitados. Todo con la gratuidad de una universidad pública. ¿La importancia de esto? Responde Roxana: “Hoy hay una universidad como el IUNA porque hay cosas para hacer. A la vez, hay cosas para hacer porque hay una universidad como el IUNA. Se forma una dialéctica muy importante. Muchas de las personas que están en este momento dentro de la danza independiente han pasado por la compañía del IUNA. Logran gran versatilidad gracias a que pasan por diferentes coreógrafos y ven distintos lenguajes. Además, posibilita que encuentren cierto parentesco entre ellos porque se estímula que fluya una energía conjunta interesante”.
Gestionando futuro
En el año 97 fue parte del grupo fundador de COCOA (Asociación de Coreógrafos) a partir de la cual se impulsó la Ley para la Danza de la Ciudad de Buenos Aires. De allí surge el instituto de Prodanza, que luego le tocó dirigir. “Esta fue una batalla bastante personal que di junto a Margarita Bali. Siempre he tenido una importante militancia en gestión, que para mí implica el entrenamiento de asociarte, buscar recursos y triangular”. Prodanza representa hoy una fuente de recursos para artistas jóvenes, insuficiente pero significativa: a los que son porteños les permite arrancar y a los del resto del país les permite tener un antecedente para exigir una institución similar.
Roxana también creó su propia escuela y teatro: El Portón de Sánchez, un espacio de arte que armó junto con Roberto Castro, encargado del área teatral. Hoy, gran parte de las obras de danza independiente encuentran lugar de ensayo y exposición en ese nido.
El motor de tanto trabajo: poner el cuerpo ante las dificultades. “Cuando yo bailaba la diferencia era abismal. No teníamos subsidios, no había teatros y había que pagar seguro de sala. Hoy se puede lograr una mayor visibilidad. Esto se alcanzó a través de la gestión”, dice Roxana y explica que el movimiento actual es producto de haber ganado esos espacios, y que solo de este modo se puede alcanzar la profesionalización de la danza.
Con qué se come
Para los que desconocemos el tema, una aclaración necesaria: ¿qué significa danza contemporánea? Enseña Roxana: “Cuando hablamos de danza contemporánea, hablamos de movimiento constante. Otra característica: cada creador tiene algo diferente, especial, porque la danza contemporánea tiene que ver con las miradas. Hay tantos creadores y obras como personas y universos hay. Lo contemporáneo implica que todos los lenguajes son diferentes y que cada persona tiene algo personal y único. Poder librarse de las modas y hacer lo que cada uno considere. También define a lo contemporáneo la falta de bordes. Cada creador toma todo tipo de elementos para armar la obra”.
En esta diversidad, podemos encontrar hoy una sensibilidad que cruza varias obras contemporáneas: la violencia. Roxana explica su presencia: “La violencia está instalada fuertemente en casi todas las obras. No solamente en la danza. También se encuentra publicitada en todos los niveles de la sociedad. ¿Es una lectura de la realidad o es otra cosa? La violencia está flotando en la sociedad y nadie está demasiado exento de esto. El arte es un relato discursivo de lo que está pasando y de lo que estamos viviendo”.
¿Y con el público en la danza qué pasa? Roxana expone su visión: “La recepción cuesta más que en otras artes porque el lenguaje es sumamente abstracto; la gente tiene menos entrenamiento y tampoco sabe dónde buscarlo. Siempre digo: en la cartelera nunca figuró teatro, cine y danza. Nunca tuvimos ese espacio.”
Roxana también describe que con el tiempo, no sólo se fue transformando la danza contemporánea sino también la percepción del cuerpo en sí: “Hay una idea de la kinesis y del movimiento superior a la de mi época. Hay una evolución”.
Roxana nos recuerda entonces lo más importante: cómo se alimenta todo este rico y diverso movimiento cultural. Señala una deuda, lo que todavía falta por hacer: La Ley Nacional de Danza. “El potencial de la danza a nivel nacional es de un alcance incalculable. Todo lo que se puede hacer con ello es de un peso impresionante: corredores, festivales, intercambios”. Y señala otro cambio: todos los que trabajan en danza se sienten muy involucrados, pero festeja que la ley sea una bandera de las nuevas generaciones: “Es imprescindible que no sean siempre las mismas personas las que lleven adelante los proyectos y haya un recambio generacional entre quiénes mueven la gestión”.
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