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Trópico de cáncer

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El caso de San Salvador, Entre Ríos. Vecinos preocupados por la cantidad de enfermos de cáncer comenzaron a organizarse para saber qué los mata. Censos caseros, movilizaciones, reuniones con autoridades y disparates médicos, mientras en la Capital del Arroz, la mayor producción es de soja transgénica.

Trópico de cáncer

Y un buen día la gente de San Salvador, Entre Ríos, empieza a morirse y a contraer enfermedades extrañas, hecho absolutamente incómodo para las autoridades políticas y sanitarias de la región que administran lo suyo con la esperanza de que la gente se enferme y se muera de cosas normales aunque, pensándolo bien, no es un buen día sino un mal día aquel en el que empiezan a morirse más de la cuenta, fecha que nadie sabe detectar en el calendario porque en realidad se trata de una multiplicación de velorios, de casas con persianas bajas, de silencios mezclados con llantos que son gritos, de personas en viaje terminal al cementerio o haciendo escalas en el abismo de los hospitales, incluso adolescentes y bebés, es una acumulación de susurros sobre tumores y temores, sobre leucemias y oncólogos, sobre sistemas nerviosos centrales y funcionarios centrales nerviosos, sobre sarcomas, biopsias y linfomas, cuando hay tantas otras cosas menos oscuras sobre las cuales hablar en este clima con precipitaciones de lágrimas y tormentas de angustia, pero es tan asombrosa esa acumulación, cuentan todos, que en un momento les cae la ficha y algunas vecinas y vecinos empiezan a levantar la mirada que tienen por el suelo, y cuando lo hacen ven reflejado su desconcierto en la mirada de los demás, y es como si descubrieran que en la punta de la lengua y del asombro hay una pregunta que piensan en voz alta: ¿Qué está pasando?

El aire blanco

Cáncer es el nombre de varios misterios. Es un signo del zodíaco, uno de los dos trópicos de este extraño planeta, una constelación de estrellas. Es también la multiplicación anormal y sin control de células que invaden y destruyen diferentes zonas del organismo. La palabra se origina en el cangrejo, ligado a este mal por la forma ramificada que tienen algunos tumores, o por esas pinzas que griegos y romanos usaron para simbolizar un bicho interno capaz de carcomer los tejidos.

El diccionario incluye otra acepción de cáncer: “Proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”.

San Salvador es la Capital Nacional del Arroz, a 56 kilómetros de Concordia y 200 de Paraná, 15.000 habitantes, serenidad interior y signos de la época: negocios con smartphones, televisores inteligentes, electrodomésticos doctorados y 4×4 satelitales. Buenos tiempos para los productores, sobre todo los de soja, cuyo cultivo carcome sin control al de arroz, que cayó en más de un 30% en los últimos dos años. Quedan 8.000 hectáreas de arroz, contra más de 30.000 de soja. “Estamos rodeados de fumigaciones”, dice Liliana, la mamá de Lía Yano que tenía 23 años cuando murió en abril de 2013 de un cáncer en el sistema nervioso central, después de parir a una beba que tiene ojos inmensos, cachetes al tono, y un nombre descriptivo: Milagros.

“Pero además de las plantaciones tenemos todos los molinos y silos de arroz al lado de las casas”, agrega Bruno Yano, empleado municipal, padre de Lía: “Esto es como un pozo lleno de polvo de cereal y pesticidas”. El paisaje intercala viviendas y grandes depósitos desde los que se expande un polvillo de arroz fumigado que al acercarse a la ciudad se ve como una nube de smog, y muchas noches instala una aureola en las luces, incluso de las 4×4. “Y ensucia todos los muebles”, me explica Roxana, que vive a dos cuadras de la casa de Lía, y es la mamá de Pablo González, fallecido en enero de una leucemia: 18 años. Roxana: “Pasás el dedo por la mesa y está llena de polvillo, a veces hasta el aire se ve blanco”, dice y se tapa la boca para que el llanto no se le escape por el barrio.

La lista

Lía y Pablo vivían en el barrio Centenario, que está a unas 8 cuadras del centro, pero es la periferia de San Salvador. Las calles de Centenario son de tierra. En tres cuadras de la calle 1° de Mayo (del 400 al 600) los vecinos llevan contabilizados 9 casos de cáncer. Y en las manzanas de alrededor, la estadística que hicieron casi de memoria en la casa de Gisela Leyes –docente, dos hijas- llega a 49 muertes, 20 casos diagnosticados que siguen en tratamiento, y 3 que hay que averiguar. No son los datos oficiales –que nadie conoce-, sino verdaderos.

La nómina mezcla apellidos, apodos (gordo, melli), referencias familiares (“mamá de” o “hija de”), lugares de trabajo (bufet), o diminutivos (Carlita). Al lado de cada nombre hay palabras como “leucemia”, “melanoma”, “ca snc” (cáncer del sistema nervioso central, o sea cerebral o de médula), “ca pene” (dos veces), entre otros. Son tres hojas A 4 con errores de mayúsculas y minúsculas y algunos nombres mal tipeados, pero exactos en lo que refiere a vida y muerte: las páginas blancas de la desesperación.

Mensajito

Ese borrador se completa con otra lista más completa todavía (15 páginas) realizada en base a los enfermos que pasaron por el hospital San Miguel de San Salvador. Gisela combina la organización de cadenas de oración religiosa para espantar tanta muerte con la actualización de este registro que tiene grabado en una netbook de Conectar Igualdad. Incluye a las personas de San Salvador fallecidas por enfermedades desde 2010. Aparecen las iniciales, sexo, edad y causa de muerte de cada quien.

Contexto:

Según el Ministerio de Salud, el cáncer es la segunda enfermedad causante de muertes en el país (luego de las agrupadas como “corazón”), y su promedio nacional oscila entre el 18 y 20%. En San Salvador la proporción es notablemente mayor.

En 2010 registraron 58 muertes, 27 de ellas de cáncer (10 mujeres, 17 hombres).

En 2011, de 80 muertes, 40 fueron de cáncer (16 mujeres y 24 hombres).

En 2012, 52 muertes, 22 de cáncer (8 mujeres y 12 hombres). 

En 2013, 59 fallecidos, 19 de cáncer (7 mujeres y 12 hombres).

Los promedios de San Salvador abarcan del 33 al 50% por cáncer.

Hay casos de colon, pulmón, próstata, y otros como tiroides, riñón, sistema nervioso central, páncreas, pie (izquierdo), testículo, estómago, laringe, intestino, columna, huesos. En todos, el promedio es mayor que el nacional.

Se especifican 39 tratamientos de quimioterapia en el último año, y 10 tumores cerebrales.

El 2014 hay 6 muertes registradas. Femenino, 90 años, insuficiencia cardíaca. Masculino, 55, herida de arma blanca. Otro masculino, infarto. Y luego: 2 cánceres cerebrales (hombre de 50 y mujer de 38) y una leucemia (17 años). El 50% exacto: triunfo del cáncer.

Mientras intento averiguar en medio de la angustia cómo se escribe esta nota, el porcentaje cambia con un mensajito de texto desde San Salvador: “Otro muerto. José Soto. Pulmón”.

Animaladas

Dos de esos casos, el de Pablo González (el chico de 17 años) y el de Cecilia Gómez (enfermera de 38, con tres hijas) superpusieron velorios en enero de este año. Un grupo de vecinas y enfermeras consideró que ya era suficiente. Le pidieron opinión a Andrea Kloster, organizadora de eventos, cumpleaños y fiestas, mujer no partidista, pero alarmada por lo que la rodea, que  propuso: “Mañana mismo hagamos una marcha”. El evento dio nacimiento al grupo de autoconvocados Todos por todos. Unos marchaban orando católicamente, en tierra de gauchos judíos se hizo presente la Asociación Israelita, varios reclamaban laicamente a las autoridades terrestres, y todo tuvo fuerte rebote en Facebook.

El intendente Marcelo Berthet, del Frente Entrerriano Federal (incorporado al kirchnerismo) los recibió y decidió realizar encuentros semanales en el propio municipio para discutir el tema. Gisela: “Van ingenieros, van funcionarios, han ido médicos que invitamos nosotras, pero la sensación es que no se avanza”.

Llegó también a San Salvador Silvina Saavedra, directora de Epidemiología de la provincia. Cuando los vecinos le mencionaron el tipo, cantidad y virulencia de los cánceres en barrios como Centenario, la señora Saavedra contestó: “Puede ser casualidad”. La profesión de la funcionaria no tranquilizó a sus interlocutores: es veterinaria.

Andrea: “Te mandan una veterinaria como si fuese lo mismo tratar un gato que una persona. Es una animalada”, plantea, sin pizca de intentar un juego de palabras. “El intendente me dijo: bueno, si está en el cargo será porque sabe de epidemias. Pero para mí es una burla a las familias que están destruidas”. En las redes sociales se planteó atender a las mascotas en los hospitales.

Miren funcionarios

La primera reunión pública sobre el cáncer y los tumores en San Salvador fue convocada por Todos por todos en la Parroquia Santa Teresita. Estuvieron el intendente Berthet, el vice Lucas Larrarte, integrantes de la Asociación de Lucha contra el Cáncer, del Centro Económico, el director del hospital San Miguel Leonardo Torrez, Pascual Rivelis de la Asociación Israelita, un senador, concejales, y el biólogo Daniel Verseñazzi que además integra el Foro Ecologista de Paraná. La curiosidad fue que ante la angustia social por la situación, tanto el representante de ALCEC como el director del hospital plantearon la necesidad de cuidarse del cigarrillo y de hacer exámenes ginecológicos. De agrotóxicos, fumigaciones y cánceres como los que hay en la ciudad, no hablaron. El senador Víctor Vilhem aseguró que acompañará cualquier trámite que haya que hacer, y dijo que se sigue debatiendo una ley que regule las fumigaciones.

El intendente explicó que van a realizar estudios de las tierras y que ya los hicieron del agua. “Yo no sé por qué se producen estos cánceres, pero no me olvido de los que sí sabemos, como los que vienen del cigarrillo”. Una mujer le dijo: “¡Pero se muere la gente!”. Contestó: “No busquemos lo imposible: hasta que sepamos lo que pasa con los agroquímicos, trabajemos lo que conocemos, como el cigarrillo. ¿Qué vamos a descubrir nosotros?”. Mujer: “¡Pero no queremos que se sigan muriendo chicos y jóvenes con cáncer de cerebro, no queremos más niños malformados!”. Andrea Kloster trató de aplicar una sustancia extravagante llamada sentido común. “Lo que decís del cigarrillo es algo que se conoce, lo que queremos es saber la otra parte, la que está matando gente todos los días”. El vice intendente Larrarte: “En el Concejo Deliberante pedimos al Senado provincial que voten la ley ante la preocupación de los vecinos que ven que los agroquímicos pueden ser una causa potencial del cáncer. Lo hicimos consultando informes de los Médicos de Pueblos Fumigados y del caso San Jorge en Santa Fe” ( contado en la edición de MU N° 33, cuando los vecinos lograron en 2010 alejar las fumigaciones terrestres a 800 metros de las zonas urbanas, y las aéreas a 1.500 metros). En San Salvador recién en 2012 se hizo una ordenanza que resguarda las fumigaciones a 500 metros: ante la oposición de la UCR, la concejal oficialista Graciela Fernández dijo que ese discurso parecía el de Monsanto. Curiosidad: la ley provincial vigente, que ahora quieren cambiar, prohíbe las fumigaciones aéreas a menos de 3.000 metros de zonas urbanas, pero Verzeñassi denunció que el proyecto de nueva ley plantea reducir el límite, por ejemplo, a 100 metros para las terrestres.

Cuando le tocó hablar, Verzeñassi recordó el Artículo N° 41 de un libro que se supone de no ficción, llamado Constitución Nacional: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo”. Tal vez por eso mismo, el biólogo propuso al público: “Levante la mano quién ha tenido o tiene cercano un familiar o amigo con cáncer, infertilidad masculina, aborto espontáneo, problema tiroideo, leucemia, linfoma, tumores, malformaciones de bebés”.

El 90 % de los 80 asistentes levantó la mano.

Los que no, miraban para otro lado, incómodos.

Verzeñassi: “Miren funcionarios, y miremos nosotros mismos. Esta es la realidad. Estamos en un problema grave”.

La pelota de tenis

Liliana Paiva es la mamá de Lía: “Mi hija quedó embarazada. Trabajaba en la casa del que ahora es intendente. Volvía cansada y le dolía la cabeza. El chico con el que quedó embarazada se borró, así que ella estaba triste. Empezó con vómitos, y a ponerse dura, rígida. Como la señora del intendente quería que volviera a trabajar, al final mi hija renunció. Los médicos me dijeron que era mañosa, que la llevara la psiquiatra. Yo decía: ‘se le duermen las piernas, se le parte la cabeza de dolor, me dice que ve todo como en cámara rápida, eso no es para un psiquiatra’. En el hospital San Roque, de Paraná, le hicieron un estudio, y vinieron médicos vestidos de verde, listos para operarla: ‘Con gran dolor le decimos que Lía tiene un tumor en la cabeza’”. Liliana calla para llorar. Se repone: “Le sacaron un tumor así (tamaño de una pelota de tenis). En febrero de 2013 nació la beba, Milagros. A Lía le apareció de nuevo el tumor en la médula. Estaba toda hinchada, no hablaba, no conocía a nadie. Una noche, en abril, pareció mejorar, y hablamos, pero al día siguiente murió”.

¿Qué pudo enfermarla? “Hay contaminación en el barrio. En la casa de acá al lado vivía Marisa, que tiene cuatro nenitas. Murió el año pasado. Y Cecilia Gómez, la enfermera. Tenía dolores tremendos en la cabeza en noviembre. Fue fulminante: murió en enero. Tres nenas tenía”.

Bruno, el marido de Liliana: “Fumigaban acá al lado. Pero nadie pega el grito porque nos cagamos de hambre. El pueblo vive de esto. Lo que empeoró estos años es que la soja es más contaminante, pero da plata, entonces todos nos callamos la boca”. 

A dos cuadras está Roxana Vargas, la mamá de Pablo González. Ya estoy desorientado hacia dónde son las dos cuadras: pero todos los caminos parecen conducir al cáncer. Roxana trabaja como empleada doméstica: “Le empezó la leucemia a los 17 años. Mejoró, después recayó, perdió la visión del ojo izquierdo. Cuando íbamos a Buenos Aires mejoraba, cuando volvíamos se empezaba a sentir mal. El tema son los agroquímicos: se sienten muchos olores, y paraba una avioneta acá nomás. Y está el polvo del arroz flotando, y encima el olor del basural”. Roxana vive en el N° 631 de la calle 1º de Mayo. En el N°629 la casa está vacía. La familia de Leila Derudder, 14 años, está en Buenos Aires, en el Garraham. Leila tiene leucemia. Roxana: “El otro día nos conectamos por Facebook, después supe que tuvo una recaída. Es una chica hermosa”.

Gisela habla también de Leila: “Le dolían los huesos. En el hospital de acá le dijeron que era dolor de crecimiento. En Paraná la mandaron urgente a Buenos Aires. Y me acabo de acordar de Teresita: vivía a la vuelta de lo de Leila. La van a operar en el Clínicas. Tiene una beba, la estaba bañando, se paró y veía dos bebés. Al día siguiente vomitaba. Le dijeron que tenía gripe, y en Concordia diagnosticaron sinusitis. En realidad tiene un tumor que le nace entre los dos ojos y baja hasta la nariz. La van a operar en abril. La gente acá está desprotegida”.

Andrea Kloster nos guía dos cuadras más abajo. “En la esquina falleció Lalo, trabajaba en una gomería, tuvo leucemia, no llegaba a los 40 años. En la casa de al lado murió otro muchacho, no me acuerdo el nombre. No murió aquí. Y enfrente una chica con cáncer de mama”.

El tema es tan denso que relega a enfermedades pulmonares, de piel o alérgicas. Marcelo Wendeler, su mujer y sus dos hijos huyeron de la ciudad al comprobar que los niños estaban contaminándose por las fumigaciones aéreas. “Se les inflamaba el cuerpo, la piel, y cuando les sacaban sangre, se coagulaba en la aguja”. Los Wendeler se mudaron a La Criolla porque allí no había fumigaciones, lo cual curó a los chicos, al menos mientras todo siga así.

Pollos y niños

Sergio Ecker, 52, anda con facón al cinto, trabajando a destajo, y menos interesado en su cáncer de labio que en el alboroto que genera en sus pollos el paso de avionetas fumigando: “Pasan tan cerca que los pollos se asustan, se machucan y se aplastan entre ellos, vea. ¿Lo mío? Un granito nomás, pero el médico me dijo: te opero porque si no te va a cazar el hueso”. Noemí, su mujer, está asombrada por todo lo que tuvieron que extirparle. Sergio: “Al que fumigaba le fui a decir que pare, y medio me quería pelear. Salgamos, le dije. Al final no peleamos. De Dios, se llama”. Aviones fumigadores conducidos por gente con semejante apellido: una obra que León Ferrari no alcanzó a plasmar. Noemí, como al pasar, me cuenta que sus cuatro hijos tienen problemas respiratorios.

En el hospital de San Salvador atendieron también a un bebé del cercano pueblo de Jubileo, y lo mandaron al Garraham. La estancia del mismo y festivo nombre tiene una de las casas para peones junto al cableado de alta tensión y una antena de telefonía celular: la idea es no privarse de nada. Allí instalaron a Leonardo Franco y Manuela Suárez. Joan es el hijo menor de ambos, nació en noviembre de 2011 y en enero de este año le extirparon el meduloblastoma (otro tumor cerebral) que lo estaba matando. Manuela: “Yo digo lo que vivo y lo que veo. Acá fumigan, y la verdad es que no tenemos a dónde irnos. No van a dejar de hacerlo porque mi hijo está enfermo. No sé qué hacer. Cada 28 días le dan quimio por vena en Buenos Aires y acá todos los días por boca. Hay un 50 y 50 de posibilidad que el tumor vuelva”, explica, mientras Joan no quiere separarse de la computadora.

Comité de Malformaciones

Daniel Verzeñassi me cuenta que uno de sus hijos también tuvo cáncer, pero en Paraná: “Tipo fibroso, 19 años, jugador de rugby. Teníamos una quinta frente a un campo de soja fumigado con glifosato. Era 1999. Llegó a pesar 35 kilos. La ganó. Volví a mi trabajo en el hospital de niños San Roque, donde los familiares de enfermos oncomatológicos habían hecho construir un piso entero, de tantos enfermos que había. Creamos un Comité de Malformaciones, por la cantidad de casos que aparecían. Después cooptaron políticamente al comité para que diga que las malformaciones son de origen genético, y no ambientales. Todo termina siendo esclavo de la soja, hasta la ciencia”, dice.

“Aparecían labios leporinos, paladares interrumpidos, gastrosquisis –las vísceras totalmente fuera del cuerpo- o bebés anencefálicos (sin cerebro) y hasta dos casos de sirenomelia, que nacen con las piernas unificadas en una, como una cola de sirena. Son inviables, obviamente. Y todos, apenas uno hablaba con la familia, venían de estar expuestos a las fumigaciones en distintos puntos de la provincia”. ¿Y el cáncer? “Hace diez años había cinco camas, llegamos a 17 y no dábamos a basto. Los tubos de análisis de casos oncológicos eran 3 por día, y hace dos años, cuando me jubilé, ya eran 15 por lo menos. En los tubos tenía el reflejo de un territorio que no se daba por enterado”.

Verzeñassi cree que se puede pensar un modelo de producción que no utilice agrotóxicos. “El norteamericano Douglas Tompkins tiene aquí el campo Laguna Blanca, y en 4.000 hectáreas está produciendo sin químicos y con gran diversidad: o sea que es posible. Como es norteamericano, lo toman en serio. Pero los entrerrianos también nos tenemos que respetar y hacer algo que permita producir sin matar ni enfermar”. Sobre San Salvador: “Hay que investigar también el agua. Estamos tratando de ver dónde se recarga el acuífero bajo la ciudad, porque si se recarga en zona de fumigaciones, eso es lo que después tomamos. Los estudios que se hicieron sobre el agua no fueron para detectar si hay químicos”. 

El médico cordobés Medardo Ávila Vázquez, que también visitó la ciudad, agrega otra hipótesis al combo de posibles causas de estos cánceres: “En el barrio Ituzaingo Anexo, además de detener la fumigaciones, se logró pavimentar todas las calles, porque la tierra misma estaba contaminada por años y años de absorber agrotóxicos. Cuando soplaba viento o se movía la tierra, imaginate lo que pasaba”.

San Expedito y Dr. House

“Conté que me hicieron 72 quimioterapias en cinco meses. Cada una dura justo cinco padrenuestros”, dice Andrea Sandoval. Son 2 minutos y medio bajo los rayos. “Lo que yo tuve fue sarcoma, un cáncer en los músculos. Empezó en el muslo. Me atendieron en el Hospital Italiano de Buenos Aires. El equipo multidisciplinario de médicos lo primero que me preguntó fue dónde vivía, y qué plantaciones había. Les dije que estamos rodeados de soja y arroz. Se miraron y me contaron que en ese mismo momento había otras 5 personas de Entre Ríos atendiéndose allí por cánceres similares”. No quiere hablar de dolores: “Más me dolió estar lejos de mis tres hijos”. Se hace estudios cada 6 meses, “pero el último me dio tan bien, que me dijeron que vuelva en un año. A una cuadra había una chica también con sarcoma. Denis, 22 años, pero murió”.

Silencio.

“Yo lo que siento es que aprendí el valor del tiempo, de estar con los que uno quiere. Parar un poco. La vida como la vivimos, con esta presión, no está bien”.

Andrea atiende un quiosco y fiambrería, presidido por la imagen de San Expedito. “Es el santo de las causas justas y urgentes”, dice esta mujer que ha visto que los santos pueden ser más expeditivos que los funcionarios. 

A pocos metros, sobre la calle 1º de Mayo, vive Carla Joannás, sonrisa bella y con fierritos, pelo mojado, jeans azules, ojos negros, 18 años, superando su batalla contra un tumor de cerebro: se lo extirparon hace tres años, y ha perdido sensibilidad en el brazo izquierdo. Por eso se le cae un ejemplar de esta revista, que pesa 101 gramos. Liliana, su mamá, brinda una especie de versión local de la serie Dr. House: “Carlita empezó a caminar torcido y un traumatólogo le dijo que no tenía nada. Gritaba del dolor de cabeza y le daban analgésicos. Le salieron manchas en la piel y le dieron pomada para hongos. Tuvo arcadas y vómitos y le diagnosticaron desde bulimia hasta gastritis severa. Se le empezaron a caer las uñas, como si tuviera los dedos infectados y podridos, y decían que era por ponérselos en la boca”. Liliana es empleada doméstica y ordenanza en una empresa arrocera: “Carla estudió siempre mucho, pero como veía mal, se tenía que sentar oblicua para ver televisión o leer, y la mandaron al oculista. Y ese médico, Marcelo Latute, fue el que descubrió que había líquido en el nervio óptico. Pidió una tomografía, una resonancia y apareció el problema: un tumor en la cabeza que crecía yendo hacia la médula, causándole todos los síntomas que tenía: no era maligno, pero estaba a punto de provocarle un paro cardiorespiratorio”. Liliana todavía espera que alguien le pida disculpas a su hija, pero los médicos (clínicos, neurólogos, gastroenterólogos & afines) dedican más tiempo a echarse el fardo entre ellos.

“Ahora la van a operar para alinearle la columna, que tiene placas metálicas por lo que tuvieron que hacerle en la médula. Pero está de diez, salvo el defectito en la mano”. Liliana de pronto llora: “Mis hijos se fueron porque no quieren vivir en un lugar envenenado. ¿Por qué nos tenemos que ir nosotros? Carlita también va a irse, pero dice que va a volver”. 

La joven tiene un proyecto inesperado: “Apenas termine la operación voy a empezar Ingeniería Química en Campana. Es un campo de estudio y trabajo abierto, incluso para volver aquí. Me sirve para entender qué me pasó, y cómo podemos vivir en un ambiente que no esté contaminado de este modo, con estos efectos. Me interesa estudiar la contaminación tanto de las personas, como de las grandes compañías que desparraman tóxicos”. La futura ingeniera se prepara para salir, un poco más tarde, con su novio.

Últimas noticias

La Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario (materia Salud Socio Ambiental) investigará el perfil epidemiológico de San Salvador a pedido del intendente, como lo viene haciendo en otras áreas de producción agroindustrial. Será a mitad de año. 

Otro mensajito de texto: “Le consiguieron a Leila un trasplante de médula 100% compatible, parece que se lo traen de otro continente. La operan pronto”.

Liliana, la mamá de Carla, sostiene: “Aunque quedemos sólo dos locas, vamos a seguir adelante siempre, para que esto no pase más”.

Falta informar que Andrea Sandoval, al margen de San Expedito, mencionó algo llamativo cuando le pregunté qué se siente al superar el cáncer. No sé si la pregunta quiso ser personal o social, pero logró responder todo con una sola palabra: “Libertad”. 

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