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Corazón sojero
Pergamino. El caso de un embarazo perdido por culpa de las fumigaciones impulsó la creación de una asamblea en pleno cluster sojero, donde residen 800 empresas vinculadas al agronegocio. Darío Aranda cuenta qué reclaman y cómo resisten en la trinchera tóxica.
Sabrina Ortiz, docente, madre de dos hijos, vive en el barrio General San Martín, en Pergamino, frente a un campo de soja. El productor vecino fumigaba sin importar viento ni horario. Y el agroquímico llegaba hasta dentro de la casa de Sabrina. En marzo de 2011, fumigación mediante, Sabrina se descompuso. Náuseas, irritación de ojos, malestar general. Estaba embarazada. Perdió el bebé. Hizo la denuncia en la Municipalidad, pero no tuvo respuestas. El que sí reaccionó fue su vecino: baleó al perro de los Ortiz. Sabrina hizo la denuncia en la Fiscalía, pero (otra vez) nadie la auxilió.
En marzo de 2013 volvieron las fumigaciones. Y la Municipalidad volvió a mirar para otro lado. Más presión. Llegaron, finalmente, los inspectores municipales, pero alegaron “falta de pruebas”, aunque había fotos recientes de los tractores “mosquito” fumigando.
Sabrina Ortiz repite la historia de madres que luchan por sus hijos, que defienden la vida y contagian resistencias. A partir de su caso nació la Asamblea por la Protección de la Vida, la Salud y el Ambiente de Pergamino, un espacio que cuestiona al modelo agropecuario desde el corazón sojero de Argentina.
Latidos
Pergamino está ubicada en el noroeste bonaerense, a 220 kilómetros de Capital Federal. Tres horas de auto por rutas donde transita la riqueza de la Pampa Húmeda, las tierras más productivas del país. Muchos camiones (época de cosecha), paisaje monocorde a los costados. Muy cada tanto, algo del vistoso girasol. En la zona prevalece la soja.
Pergamino tiene 105 mil habitantes y 300 mil hectáreas. El 60% tiene soja. El otro 20%, maíz transgénico y trigo.
Desde 1997 y por decreto es la “Capital Nacional de la Semilla”. En el corazón sojero sobresale una planta de Monsanto, la líder mundial de semillas transgénicas. Con edificios propios, o mediante representantes, están presentes Palaversich, Produsem, Sursem, Rizobacter, Dreyfus, Agronort (distribuidor oficial de Bayer CropScience, Dow, BASF, Syngenta y Don Mario), y Gesagro (representante de Syngenta). Las pocas empresas que no están en Pergamino se localizan a 140 kilómetros. Es el “Cluster de Semillas”, área en la que radican unas 800 empresas vinculadas al sector.
Locuras
Sabrina Ortiz relató su historia en la radio local. Acompañada por conocidos, realizó una convocatoria para que se sumaran vecinos, intercambiaran ideas y evaluaran qué podían hacer antes las fumigaciones indiscriminadas. Nacía la Asamblea por la Protección de la Vida, la Salud y el Ambiente. “Queríamos hacer algo porque desde el Estado no se hacía nada. Fuimos siempre desoídos”, recuerda Sabrina, mientras da una charla en el Bachillerato Popular La Grieta de Pergamino, otro de los espacios que, desde la educación, plantea críticas al modelo agropecuario.
El Bachillerato comenzó en 2010 en el barrio Kennedy; recibe a 53 alumnos, que conviven con enormes silos linderos a las aulas. Y, para colmo de males, está ubicado en diagonal al parque industrial, publicitado como fuente de trabajo (que es cierto) y, menos publicitado, también como fuente de contaminación. Las chimeneas que esparcen olores día y noche, y un zanjón a cielo abierto que hace las veces de cloaca clandestina. Según el día, se dejan ver líquidos rojos, azules o verdes, siempre olor a solvente y químicos indescifrables.
Sabrina habla suave, es tímida y no le gusta contar detalles de su padecer. Recuerda que la acusaron de loca y de atentar contra el trabajo de sus vecinos. Aclara que no quiere el mal para nadie, pero tampoco quiere que envenenen a sus hijos.
Curiosidades de la administración pública: la Municipalidad perdió el expediente de reclamo contra las fumigaciones.
Oveja negra
A la salida de Pergamino, por la ruta provincial 32, se observa a la derecha las instalaciones del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA)que ya es parte de la identidad local. Para los productores es casi palabra sagrada. Para los críticos al agronegocio, el INTA fue (y es) el brazo técnico de un modelo con consecuencias sociales, sanitarias y ambientales.
Cinco minutos de ruta, giro a la derecha, camino de tierra, tranquera amplia y un paisaje variopinto. Un puñado de hectáreas peladas, como recién cosechadas, ni pasto, pura planicie desnuda. 150 metros al fondo, largos corrales de engorde de vacas, más conocidos como feed lots, esa forma creciente de producir carne en tiempo récord. Las vacas ya no caminan el campo. Están encerradas y todo el tiempo se les suministra alimento balanceado. Llegan terneras (o casi) y se van gordas y listas para faenar.
En el mismo campo, pero del lado izquierdo, un pastizal de medio metro de altura, árboles distantes que crecen a gusto, y unas huertas como antaño, con algunos brotes en los surcos.
Germán Neffen es el dueño de casa. Forma parte de la Asamblea. Su padre tiene 400 hectáreas. Su hermano administra las 200 en las que está el feed lot y cada tanto hace algún cultivo industrial. Las otras 200 las trabaja él, estudiante de agronomía en la Universidad de Rosario, llegó hasta el último año pero se cansó del discurso transgénico y la bajada de línea empresaria dentro de las aulas.
Dejó la facultad y se volcó a la producción sin agroquímicos. Produce trigo, hace harina integral, pan y prepizza y los comercializa en Rosario. Alto, delgado, barba y cabello rubio. Sincera: “Mi viejo no me dice nada, me deja hacer, pero sabe que si hiciera soja en las 200 hectáreas sería una situación económica distinta. Yo también lo sé, pero estoy probando con mi trabajo que se puede producir diferente. No lo repito como teoría, intento hacerlo”, explica. Avisa que no se define como productor agroecológico. Que le hace ruido el término, que en boca de universidades y funcionarios le parece más una lavada de cara del modelo que una real búsqueda de alternativa.
El sol y la mano
Junto a Germán Neffen están Jorge Dauach, Leonardo Arizmendi, Agustina Aller, Yamila Panarisi y Pablo Barros. Todos integrantes de la Asamblea. Sentados en el pasto, la tarde de sol parece casi primaveral y el mate circula. “La asamblea es un espacio diverso que surge ante la injusticia de las fumigaciones descontroladas, donde parece más importante la soja que la salud de los vecinos”, abre el juego Agustina, estudiante de Lengua y Literatura, y militante en el Bachillerato Popular La Grieta. Hace eje en los tres aspectos principales y que figuran en el nombre de la asamblea: la vida, la salud y el ambiente. “Van juntos y son derechos constitucionales”, recuerda.
Surgen ejemplos de familias fumigadas. Resuenan casos en el Barrio General San Martín (donde vive Sabrina) y el barrio Belgrano, el otro extremo de Pergamino, donde un chiquito padeció intoxicación crónica y terminó internado en el Hospital Garrahan, en la Capital porteña. Los médicos le dieron una serie de pasos para el tratamiento, pero el más importante era de difícil cumplimiento: estar lejos de las fumigaciones.
Es regla en Pergamino (y en casi todo el país) que las familias fumigadas son humildes, de barrios empobrecidos, en los márgenes de la ciudad. Nunca las quejas provienen de los barrios pudientes porque, claro, ahí no se fumiga.
Otra particularidad: todos los integrantes de la asamblea suelen ser vistos como los locos del barrio (o de la familia, según el caso). Insisten en la necesidad de un debate amplio sobre los agroquímicos y el modelo agropecuario, pero donde haya apertura a escuchar no sólo al INTA y a los productores, que suelen ser las voces con más micrófono.
La asamblea redactó un proyecto de ordenanza para crear una “zona de resguardo”, limitar las fumigaciones terrestres a 500 metros de las casas y las aéreas a 3.000 metros. En plena Pampa Húmeda sojera, el límite propuesto puede parecer (para muchos) poco más que una reforma agraria.
¿Cómo es cuestionar el modelo en el corazón del agronegocio?
Todos sonríen. Recuerdan una charla en 2013 convocada por el INTA, la Federación Agraria y la Universidad Nacional del Noroeste de Buenos Aires (Unnoba). “Eran 300 afines a la soja y nosotros éramos siete”, cuenta Pablo Barro.
Jorge Dauach se pone serio. Recuerda el caso del Barrio Ituzaingó Anexo (Córdoba) y traza paralelos. Afirma que en toda la Pampa Húmeda hay evidencias claras. Malformaciones, alergias, pérdidas de embarazos y una catarata de casos de problemas de tiroides. “Hace treinta años no pasaba todo esto. ¿Qué pasó? Soja y químicos, soja y químicos”, resume. Y advierte: “No pueden tapar el sol con la mano”.
Yamila Panarisi es la más joven. Último año del colegio normal. No quiere dejar fuera otro factor de peso. “En la escuela no se puede hablar del tema. Los profesores dicen que los transgénicos no hacen nada, pero ni leen cuando les llevás alguna información crítica. Si cuestionás te dicen que sos una hippie”, lamenta.
Leonardo Arizmendi coincide. Egresó hace más de diez años de la Escuela Agrotécnica, una de las más importantes de la provincia, con 730 hectáreas, acuerdos con el INTA y relación con las empresas. Avisa que lo formaron para el agronegocio, muy poco en ganadería y nada del resto del campo argentino. Él optó por la apicultura: cría abejas, comercializa miel. Las fumigaciones vecinas le matan las abejas y arruinan las floraciones de las plantas. Conclusión: el agronegocio destruye la apicultura. “¿Sabés lo que logró este modelo? Que el campo esté vacío. Pero yo no me voy a ir. Tengo derecho a trabajar y vivir. Y tengo derecho a vivir sano”, advierte.
Todos coinciden: el campo se vacía. Aportan dos elementos. Los hijos de los antiguos chacareros pudieron estudiar en universidades y han migrado. Un segundo factor local: la oleada de robos con mucha violencia, con golpizas feroces, picanas. “Eran robos muy raros, muy agresivos. La policía nunca encontró a los culpables. Los viejos dejaban el campo llorando, se venían para el pueblo”, relata Leonardo Arizmendi, y deja flotando la duda de zonas liberadas para desalojar, de manera encubierta, los campos que aún no estaban en manos del agronegocio.
La media verdad
El imaginario instalado y reforzado a diario es que la Pampa Húmeda es la zona más rica del país, los mejores suelos, poblada por cyber chacareros exitosos. Verdad a medias.
Germán Neffen -el casi ingeniero agrónomo- produce sin químicos, es crítico al agronegocio, y conoce a todos los pequeños y medianos productores sojeros de Pergamino. Asegura que no les dan alternativas, pero no es condescendiente con sus vecinos. “Se enganchan en la línea de las empresas y repiten todo el tiempo eso de ‘producir más y mejor’, ‘producir alimentos para el mundo que tiene hambre’. Es todo un gran verso. ¿Qué me hablan del hambre del mundo si a tres kilómetros de acá tenés barrios sin comida y lo que ellos producen se lo llevan para el puerto para alimentar chanchos? Este modelo no va a terminar con el hambre del mundo ni con el hambre de los barrios pobres de Argentina”.
Al igual que en Pergamino, se multiplican las críticas en la Pampa Húmeda. Alberti, Rojas, Areco, Salto, Arrecifes, Cañuelas, Los Toldos, Chacabuco, Junín y Coronel Suárez, entre un centenar de pueblos donde la teoría del derrame noventista se repite de la mano de la soja, con el agravante ambiental y sanitario.
Jorge Dauach grafica que el modelo de agronegocios produjo un “encantamiento” en los pueblos sojeros, donde se los muestra como lugares florecientes y pujantes. Enumera desmontes, desalojos, perjuicios en la salud, pero en lo que más hincapié hace es en el cambio cultural que provocó y que acompañó al modelo de agronegocios. Ejemplifica con un dicho popular: “Nuestros abuelos decían que lo primero era la salud. Hoy el discurso de las empresas sojeras, mineras y petroleras hace eje en el trabajo. Se ha impuesto que el mercado, la producción privada, están primero que los derechos humanos. Hemos retrocedido como sociedad”.
Heavy Ata
Atahualpa Yupanqui, pilar del folklore nacional comprometido, nació en Pergamino. Yupanqui le escribía y cantaba al trabajador de campo, sus trabajos, sueños y pesares. Un campo diferente al actual, de transgénicos, agroquímicos y transnacionales con un ojo en Chicago (donde cotiza en Bolsa el precio de la soja) y el otro en Asia (donde el poroto argentino será comida por chanchos chinos).
Raza Truncka es una banda con raíces en el noroeste bonaerense, y varios integrantes de Pergamino. Mezcla de rock pesado y folcklore. Reivindican la identidad de los pueblos originarios y también a los trabajadores inmigrantes. Y describen en sus canciones al campo actual.
En el barrio han fumigado
suelen hacerlo esos gringos.
Desmontando ancestros,
reventando pueblos
la soja y su imperio,
envenena Monsanto por dentro.
La Pampa Húmeda hecha canción.
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Una mujer: Sofía Gatica
Desde el año 2002 sostiene una batalla contra los agrotóxicos. Hoy es emblema del No a Monsanto. Retrato de otra madre que se convirtió en símbolo político y social.
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Plantar el futuro
El acampe contra Monsanto cumple un año. Lograron paralizar la obra de la planta más grande que la multinacional transgénica construye en el mundo. Están alertas porque, aunque la justicia les dio la razón, ninguna autoridad se hizo cargo de anunciar públicamente el fin del proyecto. Cuál es la trama que sostiene esta resistencia, a qué se oponen y cómo lograron el apoyo social a pesar de las campañas, amenazas y represiones.
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Agromanipulite
La organización Maizar realizó un congreso que reunió a empresarios, funcionarios y periodistas con un objetivo: “mejorar la comunicación”. Buscan así revertir la mala imagen que tiene el sector de los agronegocios en la opinión pública. qué dice el consultor que realizó la investigación. La buena noticia: nadie les cree. La mala: van a invertir recursos para sembrar el monocultivo informativo.
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