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Más justa y más rica

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Cientos de familias misioneras organizadas en cooperativas producen las diferentes marcas que venden en Capital: a más cantidad, menos precio.

Esto no es una nota, sino una invitación a una ronda de mate entre Mu y sus lectoras y lectores. El que ceba es Miguel Rodríguez, que empuja desde hace 14 años un proyecto cooperativo de distribución de yerba mate (entre otras cosas), llamado Jepe’a, que en guaraní quiere decir leña, pero también significa apertura. Y construcción.       

Jepe’a distribuye desde Buenos Aires anualmente un promedio de 80.000 kilos de yerba que provienen de cooperativas misioneras como Ruiz de Montoya (520 familias) y Puerto Rico (157). Las principales marcas: Yemico, Mbopicuá, Jepe’a clásica, y la novedosa Jepe’a orgánica. También comercializa yerbas cooperativas como Barbacuá, Tucanguá o Picada Vieja, y Don Bosco, de las escuelas agroecológicas de los salesianos, entre otras.

El concepto con el que trabajamos es el de brindar un producto de alta calidad y al mejor precio–dice Miguel Rodríguez-, que además genere trabajo genuino. El comercio justo busca eso: transformar el poder de compra en una herramienta de cambio social”. Por eso Jepe’a plantea pensar el consumo a partir de cuestiones como la soberanía alimentaria, los alimentos sin agroquímicos, el trabajo para producciones cooperativas y familiares.

¿Cúal es el precio justo en este caso? El kilo de Yemico, Mbopicuá o Jepe’a clásica  que compra un cliente, individualmente, cuesta 50,50 pesos. Cualquiera que transite las góndolas sabe que el precio es menor al de la mayoría de las yerbas. En Jepe’a, si se compran los envases de 2 kilos el precio por kilo baja a 46 pesos. Pero además está el mecanismo de la compra comunitaria: 40 kilos por lo menos, entre un grupo de amigos, de familias, de compañeros de trabajo o de instituciones. El valor desciende entonces a menos de 39 pesos por kilo, que además incluye el envío de la yerba al domicilio que se indique, todo en blanco, con pelos y señales.

“No hay calidad de yerba como éstas a ese precio” describe Miguel. Calidad significa, por ejemplo, el estacionamiento de 18 meses. “Hoy las grandes empresas reemplazan el estacionamiento con cámaras de calor, 45 días, muelen y envasan. Claro, es otra yerba, otro sabor, otra duración del mate”.

La certificación orgánica implica un costo extra del producto. “Tenés que contratar una empresa que te certifique. Muchas yerbas no contienen agrotóxicos, son agroecológicas, pero los productores no pueden o no quieren pagar esa certificación orgánica. Nosotros creemos que tendría que haber una certificación ética, de la Universidad, o del Inta. Pero hasta ahora, es lo que hay”.

En el caso de la Jepe’a orgánica el valor de medio kilo es de 42,80, pero como compra comunitaria el medio kilo baja a 35,50. Y se reitera: yerba certificada, estacionamiento de 24 meses, enviada a domicilio.

Una pava y un reloj

Michel Guilbard era un francés grandote y entusiasta que integraba el Movimiento Internacional de la Juventud Cristiana Agrícola y Rural. En los 60 lo destinaron a Misiones, donde se instaló para aportar conocimientos y organización a los campesinos de la provincia. Decidió que ese sería su hogar definitivo, y creó el Movimiento Agrario Misionero. Guilbard, por hacer hace 40 años cosas de las que hoy habla el Papa, fue a parar a las cárceles de la dictadura y luego al exilio. Regresó en los 80, “cobró su indemnización como preso político y puso todo en favor de la organización campesina” cuenta Rodríguez. Murió en 2003. Su herencia simbólica fue enorme en términos de lo que se puede lograr con la organización del campesinado.  Su herencia material fue una especie de manifiesto ético: una pava y un reloj, que quedaron en manos de su hija Gabriela.

Miguel Rodríguez es otro entusiasta, que tiene en el local de Jepe’a una frase de Michel Guilbard:

“Siempre le resulta difícil al productor competir en la distribución y la venta de su propio producto. Parece que indefectiblemente tiene que pensar en términos de supermercados. Y no es así. Hay otros sectores, y para ellos es fundamental hacer otras cosas que orienten hacia la creación de otro poder”.

Rodríguez: “No queremos nuestras yerbas en las grandes superficies de los supermercados, grandes pulpos que son marginadores de un modelo de producción y de comercialización. Nosotros pensamos, por ejemplo, que el productor tiene que cobrar cuando nos entrega la yerba, y no decirle ‘mandámela y te la pago cuando la vendo’, que es lo que hacen los circuitos concentrados. O sea: se puede comercializar con compromiso social. Por eso la intermediación no es mala: lo malo es cómo la hagas. Al distribuir estamos potenciando a los productores”.

Al pagarle a los productores apenas recibe la yerba, Jepe’a asume ese costo financiero hasta que se vende. Y las rebajas de precios para ventas comunitarias son una reducción del margen de la propia Jepe’a. “Pero eso favorece que las cooperativas tengan más volumen de venta. Y si hay más volumen y más movimiento, se beneficia todo el circuito de la economía social”.   

Cambiar la vida

Rodríguez trabajó en diversas empresas, incluso como ayudante de gerente en Casa Tía, tuvo alguna militancia gremial que define como “muy light”, se mudó a Misiones en tiempos militares, a fines de los 90 vivó el cimbronazo de una enfermedad de su tercer hijo, Pablo -al que Miguel le donó el riñón- y Michel Guilbard le propuso encarar un proyecto de comercialización de yerbas misioneras. “Blanca, mi señora, se dio cuenta que lo de mi hijo y este proyecto me estaba cambiando la vida”. ¿Cómo fue ese cambio? “Conocés lo que hay detrás del mate, lo que pasa con las grandes marcas, la exclusión, la marginación de familias campesinas y cooperativas, y las posibilidades de crear algo nuevo para incidir de otro modo en la realidad”.

El proyecto original fue el de comercializar una yerba cuyo nombre se le ocurrió a Blanca: “Como el lema de Guilbard era Tierra, Trabajo y Justicia, Blanca propuso ponerle a la yerba Titrayju”.  El plan comercializador se potenció a partir de 2001 con todo el proceso social de esos años, asambleas, piquetes, fábricas recuperadas, emprendimientos comunitarios. Luego la Cooperativa Río Paraná y Rodríguez separaron sus caminos y nació esta nueva etapa de Jepe’a. Miguel: “Lo que pasa es que todo lo que uno va conociendo, todo lo que ves que se puede lograr en lo social, te hace ver una realidad de la existencia: ¿Pasás, y no dejaste nada?”

Consumadores

La cooperativa tiene 4.200 clientes fijos en su base de datos. “Ayer por ejemplo despachamos 150 kilos a Bariloche, 100 a Santa Fe, a la Feria Verde de Mar del Plata: mi cálculo es que sumados a los que vienen al local, hay una base rotativa total de entre 25.000 y 30.000 consumidores”.

El 35% de lo que distribuye Jepe’a son compras comunitarias. “Por ejemplo nos compran del Inta, del Credicoop, Marca Colectiva; en Radio Nacional hay un grupo que se lleva 160 paquetes. También ministerios: pero no es el ministerio el que compra, son los compañeros que trabajan allí”. Plan matero: entusiasmar a más jefes de oficinas públicas y privadas con este tipo de prácticas, de las que nace la figura planteada por Mu: consumadores, personas que no sólo consumen sino que al hacerlo consuman, sostienen y promueven nuevas formas de producción. “Ahí está la posibilidad de la economía social y del comercio justo”, razona Miguel.       

El esquema enfrenta a un sistema deforme: “En el país se producen 176 millones de kilos de yerba mate y sólo 8 empresas manejan el 80%. O sea que aquí está en juego también un tipo de producción diferente”.

En el total de producción, el porcentaje de circulación de buena yerba puede parecer pequeño, pero las cosas crecen así, empezando por ser pequeñas. “Siento que lo central es ofrecer algo de alta calidad, que respeta al trabajador, al que produce, al ambiente. Tenés que insertarte en un mercado que no te gusta, pero se pueden ir creando condiciones para que sea distinto. Veo todo lo que se mueve alrededor de estas cosas, el entusiasmo de la gente que se acerca, y me hace feliz”, dice Miguel mirando de reojo la frase de Michel sobre crear otro poder: “Es una semilla para que esto siga creciendo”.

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