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Clase de ciencia
Grupo Ciencia entre Todxs: ¿Cómo explicar ciencia en la esuela con una mirada crítica y técnica sobre temas como transgénicos, alimentos o clonación? Datos para entender el presente con otras lógicas.
Según ciertas supersticiones ampliamente difundidas, la ciencia es un modo de conocimiento objetivo, neutral, incuestionable, y sus avances se dirigen hacia adelante de modo siempre beneficioso para la humanidad. Palabras densas fluyen hacia nosotros: organismos genéticamente modificados, nanotecnología, clonación y células madre, biotecnología, informática, neurociencias, entre tantas.
¿De qué nos están hablando? Alicia Massarini y Adriana Schnek son dos biólogas argentinas que emprendieron la aventura de pensar estos asuntos, crearon un grupo de estudio, talleres de debate, y transformaron dos años de investigaciones e ideas en un hecho colectivo: Ciencia entre todxs es el título de su libro y el nombre del grupo.
Schnek y Massarini coordinan la Diplomatura Superior de Enseñanza de las Ciencias de FLACSO. Adriana es Magister en Epistemología e Historia de las ciencias por la Universidad de Paris, Francia. Alicia es profesora de la Maestría en Política y gestión de la Ciencia en la UBA y, dato de la vida privada, fue la última pareja del fallecido científico Andrés Carrasco.
“El libro puede ser leído por cualquiera, pero está destinado a los docentes pensando la educación como herramienta de transformación, sea un sueño o no esa idea”, sugiere Alicia. Adriana: “Buscamos romper con la idea idílica de una ciencia descontextualizada y alejada de la complejidad humana. Hay docentes que entran en estado de angustia al abordar estos temas porque no cuentan con orientaciones que los ayuden”.
Los docentes no son los únicos que se angustian con estos temas que dividen al libro en dos partes: la primera se refiere al modo de encarar hoy la enseñanza de las ciencias. La segunda parte se zambulle en problemas como los transgénicos, las nuevas tecnologías reproductivas, la clonación, la alimentación industrializada, y los efectos de todo esto en el planeta y en los extraños mamíferos que lo habitamos.
Avances y desastres
“Queremos que docentes y estudiantes se apropien de estos temas, que los puedan comprender, que se puedan preguntar por la relación entre ciencia y ética”, dicen Massarini y Schnek. “La ciencia es una construcción social como cualquier otro conocimiento humano. Y por eso mismo está atravesada por valores, prejuicios, contextos. Pero los mismos investigadores muchas veces piensan que están corriendo una cortina para que todos podamos ver la verdad sobre algo. Es una lógica que forma profesionales que a su vez la multiplican reforzando el poder de los científicos, y a la ciencia como poder”.
Alicia no considera que esos brotes sean maquiavélicos sino sistémicos “porque desde la formación profesional no hay espacio para estas reflexiones”. Adriana: “El resultado es esa mirada sin crítica, sin contexto, que justifica cualquier cosa”.
¿Otro ejemplo? “Los transgénicos, con los valores, intereses, impactos que representan. Son productos pensados para maximizar ganancias de las corporaciones, lo que se ve no sólo en la investigación sino en la forma en que se aprueban, se comercializan y se presentan”.
Pero esa tecnología es exhibida como un avance científico. “La idea de avance es cuestionable. No toda producción de la tecnociencia es un avance para la humanidad. Muchas veces los impactos son desastrosos, favorecen a un pequeño grupo y perjudican al resto. Entonces: ¿avance para qué, y para quién? ¿Es algo deseable para contextos sociales como el nuestro?”.
¿Alguien se hizo alguna vez esas preguntas? “En los 60 y 70 científicos como Oscar Varsavsky, Jorge Sabato y Amílcar Herrera, con diferencias entre ellos, discutían la neutralidad de la ciencia, y planteaban que las prioridades para nuestras necesidades sociales no tienen que ver con las tendencias hegemónicas de los países del norte”. El libro funciona en ese aspecto como una cura contra la amnesia en el capítulo El pensamiento crítico en ciencia y tecnología: una mirada desde el Sur.
“Ese tipo de mirada crítica fue reprimida, desapareció del debate político y científico y se terminaron asumiendo en los 80 y 90 todos los estándares del Norte: la producción de ‘papers’, los créditos del Banco Mundial, todas cosas que condicionaron la tarea en instituciones científicas y universitarias”.
“En el 2001 la crisis reactivó la crítica a una universidad mercantilizada y a espaldas de la sociedad. Esos debates subsisten, planteando cómo alcanzar una verdadera soberanía a nivel científico y tecnológico. El gobierno habla de eso, pero lo piensa como inversión en ciencia y desarrollo. ¿Pero este tipo de ciencia contribuye a la soberanía? ¿O la soberanía y el desarrollo pasan por la elección de nuestras propias prioridades como país?”.
Otro diagnóstico: “Existe además una fuga interna de cerebros, como lo planteó Sara Rietti (la primera química nuclear argentina). Los científicos pueden volver o quedarse aquí. Pero ¿qué están haciendo? Si trabajan en equipos de investigación acríticos con financiamiento externo, es otra forma de fuga de cerebros, o de conocimientos, en función de esos financiamientos que representan el 80% de lo que se invierte en ciencia. Es una penetración de las empresas en las universidades y en las políticas públicas”.
El presente requiere entonces otras palabras: “Hablamos de una tecnociencia aplicada a grandes negocios como la megaminería, el fracking o los transgénicos. Cuando importamos tecnociencia estamos importando también un tipo de vínculo con la naturaleza, y de relaciones sociales”.
Una agenda indisciplinada
Ciencia entre todxs describe una pedagogía situada e indisciplinada. Situada, porque se ubica aquí y ahora. “Y la indisciplina significa no responder a los estándares pedagógicos importados”.
Con metódica indisciplina, el libro desmonta mitos científicos. “Siempre se vio como virtuoso, por ejemplo, que la ciencia sea aplicada. Pero la aplicación hoy es a proyectos extractivistas, a una ciencia de mercado, separada de las necesidades de la sociedad”.
El trabajo brinda además insumos pedagógicos, gráficos e ideas para comprender temas como la clonación o el genoma. “Entendiendo, se puede entonces analizar de qué modo la transgénesis, por ejemplo, es una técnica agresiva y peligrosa para el ambiente, la alimentación y la salud”.
La situación es contradictoria con los discursos sobre estatizaciones y soberanía: “Estamos viviendo una privatización del conocimiento y hasta de las semillas, con el agregado de que se ocultan sus efectos, o el hecho de que nos estamos alimentando con toda clase de conservantes, saborizantes, colorantes, antibióticos y demás aditivos nocivos para la salud y sobre los que no se informa debidamente. No se sabe cuánto se acumulan, en nuestro cuerpo, ni cuál es la dosis tolerable”. ¿Y lo tecnológico? “La ciencia de mercado va creando necesidades que antes no existían, lo vemos con todo lo relacionado con telefonía, baterías y producciones a gran escala que tienen un efecto destructivo en su producción”.
¿Cuáles serían las prioridades deseables de la ciencia? “Salud, vivienda, educación, agua para todos, urbanización, alimentación, medicina, buen vivir. Pero es un paradigma para un tipo de ciencia diferente. En el esquema actual, la comunidad científica no va a poder o no va a querer promover cuestionamientos que permitan hacer un cambio de política. Entonces las resistencias y las regulaciones son las que se hagan con la participación de la sociedad”.
¿Y cómo imaginan esa regulación? “Con protagonismo y autogestión social. Hace falta un cambio en las relaciones de poder porque las decisiones están en manos de políticos y tecnócratas. Y para promover ese protagonismo es que estamos tratando estos temas desde la educación, con lógicas disruptivas. Porque sobre la política científica y sobre este modelo productivo, no hay diferencia entre los principales partidos políticos, corporaciones, gobierno, oposición. Es un acuerdo estructural de los de arriba”.
Como contrapartida Massarini y Schnek proponen una palabra en desuso: ética. “Una ética colectiva que pueda plantear que no se acepta nada que comprometa a las futuras generaciones, nada que siga diezmando la biodiversidad, nada que ponga en juego la salud y la vida de la población. Es un planteo ético, práctico y político, contra las lógicas financieras y de especulación a costa de la naturaleza y de las personas”.
Una percepción: “Tenemos docentes de excelente nivel, con prácticas en el aula de las que todo nuestro grupo ha aprendido. Hoy son más capaces de interpretar críticamente al sistema de ciencia que los propios científicos. Lo vemos en todos los niveles salvo el universitario, donde hay un deterioro fuerte de la actividad docente relacionada con la ciencia”.
Allí apuntan las apuestas del grupo, mientras el Ministerio de Ciencia ha organizado un Curso de Stand Up Científico de 5 meses en el que los investigadores aprenden a hacer chistes y presentaciones risueñas, con dos funciones los sábados en Tecnópolis. Alicia Massarini: “Los ciudadanos no pueden ser meros espectadores que aplauden a científicos entrenados para trivializar graciosamente problemas complejos. Hacer eso significa seguir firmando cheques en blanco a la corporación de científicos, tecnócratas y políticos sobre cuestiones que afectan el presente y comprometen profundamente el futuro de todos”.
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