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Consumir política

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Joseph Vogl. Es uno de los referentes del nuevo pensamiento cultural europeo. Estudioso de la comunicación y la cultura, la crisis económica lo llevó a analizar el mercado financiero. El resultado es El espectro del capital, que presentó aquí en días que actualizaron su teoría.

Consumir política

De impecable sport, enteramente vestido de negro y con una sonrisa brillante, acompañado por una traductora que facilita todo, el alemán Joseph Vogl cuenta su fascinación por el debate de los candidatos al balotaje argentino. Nuestra cita es el día después, así que esa sensación de haber visto todo lo muestra entusiasmado: ha encontrado la manera de explicar en nuestro país de qué se trata su último libro, El espectro del capital: “Es eso”, dice señalando uno de los dos rincones de ese ring mediático. “Eso” es, entonces, su análisis cultural de lo que representa hoy el sistema financiero que gobierna los mundos y, quizá, a partir de ahora y por qué no, nuestro mundo. ¿De qué  nos habla Vogl?

Difícil simplificar su exquisita mirada, que cultivó en dos disciplinas: la comunicación y el análisis cultural. La crisis económica europea lo obligó a aplicar estas herramientas hacia un objeto inesperado: el mercado financiero. Esto es, los malos de esa película, que es de terror, nos advierte Vogl, porque responde a una lógica depredadora. Forzando la síntesis, los 10 conceptos clave de este espectro que analiza en su libro, son:

El mundo se ha vuelto ilegible: las variaciones económicas se producen sin ninguna lógica aparente.

El capitalismo se ha deslindado de la esfera de la producción: se sitúa en un más allá de la geografía y del dinero tangible.

El  protagonista de esta época es el homo economicus, un ser que juzga las cosas según criterios de pérdidas y de ganancias.

La economía ya no se traduce en relaciones de intercambio y equilibrio.

Todo tener es, a su vez, un no tener; lo demasiado es poco y el excedente, escasez.

El aplazamiento siempre debe ser posible: se trata de un desequilibrio constitutivo del sistema que lo conduce hacia un futuro abierto.

Todo pago tiene lugar bajo la condición de que exista una perpetuidad de pagos.

La circulación no opera a partir de compensaciones permanentes, sino a partir de la proliferación sin fin de una deuda imposible de saldar.

La economía financiera se convirtió en un parámetro de toda modernización económica.

Ese sistema se mantiene en movimiento mediante su desequilibrio.

De terror

El espectro del capital no habla de esta época, incluyendo el momento argentino. Pero como somos periodistas y usted europeo, imposible no comenzar preguntándole sobre los atentados en París. ¿Cuál es la relación entre ese espectro que describe en su libro y el terror?

Creo que las consecuencias de lo que pasó todavía no son predecibles. Porque por un lado, hay una alianza entre terroristas y políticos conservadores, que quieren conjugar entre sí la programática de la seguridad con la programática de los refugiados inmigrantes. Y será la tarea de una política de otro tipo evitar los cortocircuitos que puedan producirse. Es decir, si nosotros ante esta situación, que es difusa, poco transparente, desolada, quisiéramos expresar un deseo, es lo que yo llamaría el “estoicismo político”. Lo cual significa perder la perspectiva de que la política se maneje con la falta de alternativas, y lograr una multiplicidad de alternativas. Lo importante es no dejarse dictar las opciones políticas a partir de acontecimientos de actos de terrorismo de estas características. Por último, estos atentados terroristas, más allá del momento terrible que significan, tienen una importancia sustancial para Europa, porque tenemos que recordar que en los últimos años estuvo replegada sobre sí misma. Ahora tiene que superar ese repliegue y tomar conciencia de que tiene que asumir una posición integral. Ha llegado a su final el solicismo europeo.

Lo que parece discutirse ahora es en qué condiciones se da esa apertura, y esas condiciones son dramáticas…

Sí, las condiciones son dramáticas. Pero las consecuencias racionales tienen que ser claras. Europa tiene que impulsar una política hacia los refugiados.

Usted define un nuevo paradigma para  entender al poder financiero como un articulador no sólo del poder real, sino de subjetividades. Una de las características que plantea es que no resuelve los conflictos, que su dinámica es la del conflicto perpetuo. ¿Desde dónde podemos comenzar a pensar respuestas a conflictos permanentes, que no sean violentas?

Por un lado, hoy tenemos una economía financiera cuyo principio más íntimo es de naturaleza teológica. Es decir, está orientada a la eternidad, está orientada a la espiritualidad del capital, está orientada a una vida infinita. En definitiva, está orientada a un futuro que puede ser dominado por los mercados y la economía. Los mercados financieros sueñan con una vida eterna. Funcionan como un dios terrenal. Por otro lado, está la vida concreta, finita, local, la de todos nosotros. Y creo que, desde la última crisis, nos dimos cuenta que nuestras necesidades de aquí y ahora cada vez tienen menos que ver con las necesidades que tiene el capital. Y eso significa, en última consecuencia -y concretamente también para la Argentina en elecciones- plantearnos la siguiente pregunta: ¿dónde hay promesas que tienen un carácter cuasi teológico y dónde están las opciones políticas que responden a necesidades concretas de la población? En términos muy genéricos, la situación que se plantea, en el fondo, es una lucha de clases entre lo que yo llamo el régimen financiero y las poblaciones. El alegato que encierra el libro va en dirección a una secularización de la economía.

Los medios, en el medio

¿Qué rol cumplen los medios en esa guerra?

Un rol esencial. Porque los medios viven de un recurso: la opinión. Y en ese punto existe una estrecha interrelación entre los mercados financieros y el mercado de opiniones. Dicho de otro modo: los mercados financieros no podrían funcionar sin los medios. Porque no hay que olvidar que lo que se negocia en estos mercados no es algo real,  económicamente hablando. No se negocian objetos ni mercancías reales; lo que mueve cotizaciones son opiniones sobre opiniones de opiniones. O formulado en términos más teóricos, el poder financiero y el poder de los medios representan una construcción de lo que yo y otros teóricos llamaríamos una “normalización” de la sociedad. Es decir, uno puede gobernar a las sociedades haciendo circular opiniones.

¿En qué sentido dice “normalización”?

En el sentido en que se orienta a las sociedades en función de tendencias, temas. Y así, se la modeliza. Uno concibe o comprende estas sociedades como si fuese una entidad estadística. Y la generación de opiniones está relacionada siempre, otra vez, con el fenomeno de feed back: yo pregunto por las tendencias que existen en la sociedad, y después oriento mis decisiones en función de esta tendencia y con esa operación, refuerzo las tendencias.

En América Latina lo que vemos es que esta guerra no es solamente por el control de las opiniones, sino del capital contra el planeta, porque incluye los recursos naturales y no sólo a las personas. ¿Puede encontrar ahí un límite este modelo financiero, al ir contra de todo lo vivo?

Sí, sin duda. Es evidente. Uno podría formularlo así: en la inspiración del capital internacional reina algo así como un impulso a la muerte.

¿En qué tendencias ve resistencias?

No sería demasiado pesimista. Hay resistencias a diferentes niveles. Por ejemplo, a nivel intelectual, lo que observo en este momento es que los dogmas prevalecientes o dominantes ya no tienen peso. En Alemania se observan movimientos estudiantiles que se rebelan contra las ortodoxias: los estudiantes no están conformes con lo que escuchan. A ese nivel, a nivel práctico, hay diferentes ideas de proyectos. Pienso, por ejemplo, en las empresas cooperativas. En diferentes niveles hay diferentes resistencias. Hay que sacar las alternativas de la forma homógenea. Quiero decir: no hay una única alternativa contra este sistema económico, sino muchas, particulares, que tienen como norte resolver situaciones locales.

Usted pertenece a un país hegemónico, uno de los centros de poder financiero, sin embargo en la presentación local de su libro se menciona “la debilidad de los gobiernos” frente a estas fuerzas especulativas del mercado. No es algo que se desprenda de la lectura de su libro…

¡Es que  no creo que los gobiernos sean débiles frente a los mercados financieros! No nos debemos olvidar de que fueron los gobiernos los que instalaron estos mercados financieros. Es decir, que hubo una eficiente cooperacion entre los gobiernos, los politicos y los banqueros. La política no es impotente, sino cómplice: falta la voluntad de estos gobiernos de modificar la situación tal como está. El ejemplo más eminente en Europa es la crisis de Grecia. El Gobierno griego quiso impulsar una política alternativa. Y Alemania quería una política que funcione en beneficio de los acreedores privados. Es decir: no hubo un conflicto económico, sino que hubo un conflicto político, que fue decidido por Alemania. Fue una clara y manifiesta demostración de poder político. No es la impotencia de la política, sino que es una determinada política la que actúa.

¿El problema es si quien decide el destino de esa política es el “homo economicus” que usted describe en su libro ?

Diría que se puede formular en otros términos. El homo economicus es realmente una persona inteligente; está interesado en tener un buen futuro; en ciertas libertades para actuar; intenta mejorar su propia vida. Lo que está en juego aquí  es otra cosa: si el que decidió es el ciudadano consumidor. Porque el ciudadano consumidor es miope, es tonto y, fundamentalmente, satisface intereses ajenos. Es decir, en el fondo consume su propia vida. Hay una diferencia entre el homo economicus y el mero consumidor. El consumidor es una persona totalmente pasiva, apolítica, y también es una persona que favorece sistemas autoritarios, siempre y cuando él vea satisfechas sus necesidades de consumo.

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