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Ministro & modelo
Barañao y la continuidad de la ciencia tecnológica. Por primera vez los científicos argentinos salieron a la calle para manifestar su apoyo a un candidato. Días después, triunfó el otro. El ministro Barañao aceptó continuar en su puesto. Hubo aumentos. Y silencios. ¿Qué sigue? Darío Aranda lo cuenta en esta nota.
“El glifosato es como agua con sal”.
Lino Barañao,
ministro de Ciencia y Tecnología.
Científicos lavando platos. En la década del 90 y en 2015.
Primero fue el ministro de Economía Domingo Cavallo, quien despreció el sistema científico, recortó fondos y recomendó esa higiénica tarea doméstica a investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). En noviembre de 2015 fue una puesta en escena de cientos de científicos (incluido el ministro de Ciencia, Lino Barañao) en días previos al balotaje, alertando sobre el futuro en caso de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia.
Como nunca antes, científicos de todas las carreras llamaron a votar a Daniel Scioli, firmaron solicitadas, enviaron cadenas de correos electrónicos y “militaban” en las redes sociales. La imagen más utilizada: el rechazo a lavar platos.
“Científicos aseguran que la ciencia está amenazada con Macri”, tituló la agencia oficial Telam el 31 de octubre. Daba cuenta de una solicitada que llamaba a votar por Daniel Scioli, se pronunciaba en defensa de las “políticas de Estado destinadas a formar a los futuros científicos” y advertía que no estaban dispuestos a que se “ningunee el necesario progreso nacional enviando nuevamente a los investigadores a lavar los platos”.
La ciencia, a la calle
En un hecho inédito, el 12 de noviembre se manifestaron investigadores y docentes universitarios en quince ciudades del país. El objetivo: alertar a la población de lo nocivo que podría ser Cambiemos. La consigna: “Ciencia sí, Macri no”. Uno de los grupos promotores se autodenominó Científicos y Universitarios Autoconvocados y su propuesta proclamaba: “La ciencia sale a la calle”.
Uno de los lugares elegidos para manifestarse fue la populosa estación de Constitución. Nunca antes en la historia reciente, y por ningún otro tema, los científicos se habían manifestado en la estación ferroviaria, por donde pasan los sectores populares del sur del Gran Buenos Aires. Los académicos se mostraron así “consternados” ante la posibilidad de que Cambiemos llegue al poder.
Distribuyeron allí copias de la solicitada, en la que alertaban que la población debía tomar “la decisión más importante de las últimas décadas”. Acusaban a Macri de “despreciar la tarea de nuestros/as investigadores”. Afirmaban que estaba suscripta por más de 6.000 investigadores y llamaban a “defender un modelo de país en donde la generación de conocimiento es una piedra angular de su proceso de desarrollo”.
Entre los logros de los últimos años destacaban “la construcción de centrales nucleares y el desarrollo de semillas (transgénicas) resistentes a la sequía”.
El ministro de Ciencia, Lino Barañao, había hecho público su deseo de seguir en el cargo, pero Scioli ya había anunciado a Daniel Filmus como su funcionario para la cartera. Barañao también participó de la campaña electoral, cuestionó duramente la falta de presupuesto en la Ciudad de Buenos Aires y resaltó la “preocupación manifiesta de la comunidad científica respecto del futuro del sistema de ciencia y técnica” ante un eventual triunfo de Cambiemos.
Recalculando
Macri ganó y tres días después anunció que el ministro de Ciencia, Lino Barañao, había aceptado continuar en el cargo. La noticia generó ruidos dentro del kirchnerismo más fiel. Entre los primeros en saludar la continuidad se destacó el saliente vicepresidente de Monsanto Argentina y aún consultor de la multinacional, Pablo Vaquero: “Excelente noticia que Lino Barañao siga como ministro de Ciencia y Tecnología. Tener políticas de Estado es muy importante”.
Barañao comenzó un maratón mediático durante el cual remarcó que aceptó el cargo porque tuvo el visto bueno de la Presidenta, alegó que “estaba en riesgo todo lo conseguido” y afirmó que Macri le había prometido contar con presupuesto necesario para mantener la política científica.
Hubo silencio de los científicos que habían salido a las calles y denunciado los males del macrismo.
El 1° de diciembre, el Conicet informó un aumento salarial que tendrá vigencia a partir del 1° de enero de 2016. Bajo el eufemismo de “jerarquización”, el comunicado señala que “la medida reconoce el papel protagónico de la ciencia y tecnología como impulsoras del desarrollo nacional”. Los aumentos van desde 1.369 pesos (para investigador asistente) hasta 3.251 (investigador superior).
A los 50 minutos, el correo del Conicet llegó con una “fe de erratas”. Informaba que el aumento se cobraría ya en diciembre mismo.
Los Científicos y Universitarios Autoconvocados celebraron en su página de Facebook la “jerarquización salarial”. Aún no se expidieron sobre la voltereta de Barañao. Tampoco volvieron a las calles.
El duelo con Carrasco
Lino Barañao es un reconocido impulsor del modelo de agronegocios. Asiduo concurrente a los congresos de Asociación de Productores de Siembra Directa (AaPreSiD), que nuclea a empresarios del agronegocio y los transgénicos, y tienen un excelente diálogo con las grandes multinacionales del agro.
Cuando Andrés Carrasco, jefe del laboratorio de Embriología Molecular de la UBA y ex presidente del CONICET, confirmó los efectos nocivos del glifosato (2009), Barañao formó parte de una campaña destinada a desprestigiarlo: no sólo al estudio, sino al propio Carrasco. Junto al editor jefe de Clarín Rural, Héctor Huergo, Barañao descalificó la investigación de Carrasco alegando que no había sido publicada en una revista científica. Hizo lo propio ante los empresarios de AaPreSiD.
Hizo algo más: “El glifosato es cómo agua con sal”, afirmó en una entrevista que se emitió en la AM 530, la radio de las Madres de Plaza de Mayo. Y, en consonancia con la presidenta del Comité de Ética del ministerio de Ciencia, Otilia Vainstok, solicitó el juzgamiento de Carrasco.
El 28 de noviembre pasado, Barañao dio otro grosero paso en defensa del agronegocio. En una entrevista publicada en el diario Clarín, consultado por los agroquímicos, señaló: “De acuerdo con el prospecto de los plaguicidas, no hay peligro.(…) Con los antibióticos también hay mal uso y muertes, y nadie se queja”.
En Argentina hay más de cien investigaciones científicas de universidades públicas que confirman los efectos del glifosato y otros agroquímicos, pero el ministro de Ciencia confía más en los “prospectos” de los plaguicidas que realizan los fabricantes.
Ministerio transgénico
“Durante la gestión del ministro Barañao no se ha atendido a los distintos y múltiples conocimientos en ciencia y técnica que requiere el país. La misma estuvo totalmente sesgada hacia la biotecnología, y más recientemente, hacia la nanotecnología”, afirmó Norma Sánchez, doctora en Ciencias Naturales, docente de la Universidad Nacional de La Plata e investigadora del Conicet. Destacó que, no casualmente, se han dejado de lado políticas para dar respuesta a las necesidades socioambientales del país y que tienen como trasfondo la “profundización de modelos de desarrollo neoliberales”.
Evaluó que el Ministerio de Ciencia y el CONICET, han tenido un enfoque “reduccionista, de corto plazo, y que responde a intereses de las transnacionales”. Concluyó: “Lejos de buscar soluciones, el ministro continua promoviendo el desarrollo de organismos transgénicos”.
Leda Giannuzzi es doctora en Ciencias Químicas de la UBA, profesora de toxicología en la UNLP e investigador principal del CONICET. No da vueltas al referirse a la confirmación de Barañao en el gobierno de Macri: “Es una continuación del gobierno anterior, que apoya la utilización masiva de agrotóxicos, en forma cómplice con el discurso de las empresas multinacionales”. Y alertó que están impulsando la intervención genética en mamíferos y la clonación de animales. “Es de esperar que este ministerio continúe con la defensa de los intereses del modelo sojero”, afirmó.
Cuestionó la aprobación de una nueva soja resistente al glifosato y una papa transgénica, destinada al consumo humano directo. “No se realizaron las pruebas toxicológicas a largo plazo exigidas internacionalmente. Estos eventos transgénicos fueron propiciados y financiados por el CONICET”, destacó.
Sánchez también cuestionó la ciencia pública al servicio del sector privado. Citó ejemplos: los convenios del CONICET, la Universidad Nacional del Litoral, el INTA y la empresa Bioceres (donde está presente Gustavo Grobocopatel, uno de los mayores pooles de siembra del continente, integrante de AaPreSiD) para desarrollar semillas transgénicas. “Tienen propiedad intelectual compartida, pero Bioceres tiene los derechos exclusivos de comercialización”, detalló. También denunció que investigadores del sistema público son “integrados” al sector privado, como un irónico logro del sistema estatal.
Tres hipótesis
Enrique Martínez fue presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) durante la administración kirchnerista y coordina el Instituto para la Producción Popular del Movimiento Evita. Luego de la confirmación de Barañao escribió un artículo titulado El amigo judío y las políticas de Estado. Sostiene allí que el ministro puede ser una pantalla de Cambiemos para mostrar que no ajustará en ciencia. “Si un gobierno liberal nombra como ministro de Ciencia a la misma persona que condujo el sector ocho años en un gobierno de raíz peronista, y además señala que lo hace porque las políticas en ciencia y tecnología son ‘de Estado’, algo no cierra”, advierte.
Ensayó tres hipótesis:
Macri no conoce los aspectos ideológicos de la gestión de Barañao.
Por el contrario, conoce esos aspectos y concluye que se encuadran en su pensamiento liberal.
El protagonista de la continuidad (Barañao) está dispuesto a adaptar el perfil a un nuevo contexto.
Martínez dejó abierto el interrogante. Afirmó, sí, que “nadie en el campo popular puede estar contento con imaginar que tener grandes laboratorios llenos de científicos sea suficiente para cumplir con una misión, si es que su trabajo no se encuadra con la atención de las diversas necesidades comunitarias”.
Al mismo tiempo, celebró la alianza entre YPF y el CONICET para avanzar en la formación de recursos humanos para la industria petrolera.
El dogma
Damián Verzeñassi, docente de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario e integrante de la Unión de Científicos Comprometidos, evaluó que en los últimos doce años “se quiso presentar al desarrollo en ciencia y técnica como una avanzada de soberanía, cuando en realidad esa ‘avanzada’ era de las empresas de la biotecnología que, con los dineros del Estado, generaban en nuestro sistema los conocimientos que necesitaban para maximizar sus ganancias y penetrar aún mas en la conciencia y la cultura”. Lamentó la continuidad de “políticas de enajenación del territorio”.
También cuestionó el paradigma impuesto en las últimas décadas, que promete que una ciencia proveedora de soluciones y bienestar per se. “Se consolidó el mensaje de la ciencia todopoderosa… siempre y cuando no ponga en peligro el status quo financiero. En la ciencia hay un pensamiento tan oscurantista como el del dogma religioso del Medioevo”, afirmó Verzeñassi.
Como ejemplo contrario reivindicó la figura de Andrés Carrasco, “ejemplo de ciencia digna, perseguido y maltratado por el ministro Barañao”.
Por último, el doctor Verzeñassi hizo una aclaración para marcar la confusión actual: “Lo que hoy llaman ‘cooperación’ entre las universidades, el sistema científico y el sector privado, en realidad implica transferir dinero del Estado al sector privado, con claro énfasis en las empresas de biotecnología”.
Subsidios
Rafael Lajmanovich es profesor titular de la Cátedra de Ecotoxicología de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) e investigador independiente del Conicet. Rescató de los últimos años las políticas de subsidios y desarrollo para la investigación, las calificó como “muy buenas y han permitido un notable avance en el desarrollo de diversas disciplinas científicas” y sostuvo que “es un deseo de toda la comunidad académica que continúen en ese mismo sentido”.
Respecto a qué tipo de desarrollo científico recibe más apoyo: “Sin duda son las industrias extractivistas relacionadas con el ingreso de divisas, como son las cerealeras, mineras a cielo abierto y más recientemente la industria del fracking, actividades que no tienen color político y obviamente no son muy cuestionadas desde los ámbitos oficiales, políticos o académicos, en cuanto a las consecuencias ambientales y sociales que producen”, destacó.
Lamentó que desde los ámbitos oficiales no se debata las políticas ambientales, el incremento exponencial en el uso de agroquímicos asociados a los cultivos transgénicos, “donde ya no hay margen de duda que están produciendo daños ambientales y a la salud”. También alertó sobre las consecuencias de la megaminería, pasteras, cultivos forestales, desmontes, el sector de los medicamentos y la producción industrial de carne.
“Del lado de los negocios”
Desde las ciencias sociales, Maristella Svampa, investigadora del Conicet y docente de la Universidad de La Plata, afirmó que la continuidad de Barañao tiene por objeto “tranquilizar a los sectores universitarios que se han manifestado públicamente, y en varias ocasiones haciendo indebido uso del aparato del Estado, contra la elección de Macri como presidente”. Al mismo tiempo, la vigencia del Ministro “refleja la continuidad de una ciencia ligada al mercado, muy especialmente en relación con el modelo de agronegocios”.
Y recordó el papel de Barañao en 2009 cuando Andrés Carrasco alertó sobre los efectos del glifosato. “Barañao eligió estar del lado de los negocios, y no del lado de la ciencia como concepción crítica y plural. Como alertaba Norma Giarraca (socióloga rural, fallecida este año), la promoción de una visión tecnocrática, que articula ciencia y negocios, tiende a reproducir un orden injusto y desigual”, denunció.
“Aplaudidores seriales”
Mirta Varela es profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e investigadora independiente del Conicet. El 7 de noviembre, previo al balotaje, escribió una columna en Clarín, titulada “Cátedra de propaganda en la universidad”. Cuestionó el posicionamiento de funcionarios e investigadores, en nombre de universidades y del Conicet, con recursos públicos y con fines partidarios. Apoyó la creación del Ministerio de Ciencia y universidades, pero rechazó “la exhibición de la ciencia como espectáculo propagandístico”.
“El pronunciamiento partidario de estas instituciones (UBA y Conicet) es inaceptable porque no le pertenecen a ningún gobierno, aunque en algunos casos se les haya aplicado una lógica clientelar. El desprestigio de estos mecanismos es difícil de reparar y resulta penoso ver cómo quienes debieran salvaguardar el pensamiento crítico se han convertido en aplaudidores seriales”, cuestiona la investigadora del Instituto Gino Germani de la UBA.
En el mismo artículo, y como investigadora del Conicet, le preguntó a sus colegas si les preocupa cómo Macri incentivará el desarrollo de agroquímicos, la megaminería y la eliminación de estadísticas de pobreza. Respondió: “Si es así, me solidarizo con su preocupación. Aunque estén desinformados. La colaboración de la ciencia para tan aberrantes fines ya tuvo lugar”.
-¿Qué repercusiones tuvo de esa columna?
“Me llamaron y escribieron muchos colegas. Estaban de acuerdo pero paso seguido me decían ‘te inmolaste’. Es que son gestiones muy alineadas con el Gobierno y las represalias se notan al momento de las evaluaciones, aprobación de becarios o te crean estructuras paralelas. Se castiga la crítica a la ciencia hegemónica”.
Varela afirma que otro factor que hace escasear la autocrítica científica es la billetera. “Hubo un incremento del financiamiento, que nos ha parecido beneficioso pero también paralizó cualquier postura crítica. Se dio aval a una política científica a cambio de más recursos. Entonces no sorprende que el ministro Barañao justifique el uso de agroquímicos, los compara con los antibióticos y ningún científico le sale al cruce. Es la clara muestra de que estamos en problemas”.
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