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Volar juntas

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La Colmena. Un coro es el espacio de encuentro de estas dieciséis mujeres que urdieron una forma de trabajar a su propio ritmo. Ahora, acaban de editar su primer disco.

Volar juntas

Una colmena es un espacio en el cual muchas abejas trabajan juntas para lograr un solo producto. El resultado es dulce y nutritivo. Al ensamble vocal La Colmena el nombre le calza perfecto. Son dieciséis las mujeres, de entre 23 y 35 años, que cantan, hacen arreglos vocales, tocan percusión, arman las puestas en escena y producen la totalidad de su proyecto. Son dieciséis mujeres que cantan al mismo tiempo y forman una sola voz potente, dulce y conmovedora. Pero La Colmena no es sólo una combinación de hermosos sonidos: tienen un sistema autogestivo de ensayos y presentaciones que funciona armónicamente desde hace cinco años.

Al entrar a la sala de ensayo, ubicada en el barrio de Almagro, encuentro una gran ronda de mujeres charlando, sentadas en el piso con paquetes de galletitas y el mate en el medio. Una de ellas me explica qué pasa: la primera media hora de cada ensayo está dedicada a ponerse al día y compartir. Esa es la primera pista que dan sobre cómo semejante colectivo funciona no sólo por amor al canto.

Cuerpo y voz

Las integrantes de la Colmena se mueven en un repertorio popular latinoamericano amplio y variado, que incluye la chaya, la vidala, la murga uruguaya, el tinku, entre otros. “Buscamos mucho en las raíces de la música folklórica. Gran parte de los temas son de autores anónimos y lo que intentamos es  interpretar e imaginar  nuestras voces en esos  diversos lugares y situaciones. No hacemos coreografías, pero sí nos disponemos y movemos en el espacio, de una manera que nos sirve como imagen, para que el cuerpo acompañe lo que dice la voz”.

Lo que hacen no se puede definir sólo como una formación coral típica porque trabajan con puestas en escena, movimientos corporales e instrumentos de percusión. Además, como algunas de ellas me explicaron, no trabajan la colocación de la voz típica de un coro porque les resulta más importante que las voces suenen auténticas con respecto a los ritmos, que lograr una afinación coral estructurada.

Las integrantes de La Colmena se conocieron en los talleres de ensamble vocal que dictaba Luna Monti en 2012, orientados a la música folklórica y popular. Cuando ese taller terminó se quedaron con ganas de más. Siguieron juntándose, al principio sin saber bien cómo continuar, pero con la necesidad en común de seguir haciendo algo colectivo.

El grupo sigue siendo hoy el mismo que se fundó en 2012. “Estábamos muy seguras de que no teníamos ganas de que alguien lleve la dirección. Así que tuvimos que inventar un sistema: no lo sacamos de ningún lado. Fue un esfuerzo que hicimos por el gran deseo de laburar todas juntas y de apostar a algo que nos movilizaba y nos interesaba”, me dice Eva Cuevas, cantante que forma parte del grupo y encargada de ser la voz en prensa y difusión.

En el año 2012, cuando recién empezaban los ensayos sin directora, hicieron un taller con Nico Hugo y Tabaré Aguiar, integrantes de la murga uruguaya Queso Magro, para profundizar en los ritmos rioplatenses. Ellos les enseñaron Flor de Murga, la única canción escrita para coro femenino por Eduardo Mateo. Eva señala ese taller como un momento fundacional del grupo: para ellas simboliza el comienzo de la unión. Hoy es la canción que cierra su primer disco.

Unidas y organizadas

El primer año se juntaban una vez por semana, en pequeños grupos, para armar arreglos, y una vez por mes para ensamblar entre todas. Ese procedimiento duró casi un año porque no lograban coincidir en un día de ensayo ni una dinámica que les permita hacerlo de  otra manera. Esa estructura finalmente funcionó. Recién al año siguiente comenzaron a hacer ensayos todas las semanas en una sala. Sin embargo, me cuentan que la estructura de armar pequeños grupos para hacer tareas se complejizó y se mantuvo. La lógica para armar esos subgrupos es darle la tarea a la que tenga más conocimiento o más disponibilidad para llevarla. Todas saben cantar, pero no todas se dedican exclusivamente a la música. Hay, por ejemplo, diseñadoras, historiadora, maestras, actriz y artistas plásticas.

La tareas que se dividen los subgrupos son varidas: la producción de shows, el diseño de ensayos (qué se hace en cada ensayo y hasta quién lleva la merienda y el mate), confección del vestuario, producción del disco, las cuestiones legales,  prensa y difusión, página web y manejo de dinero.  Al mismo tiempo, en el área musical cada tema del repertorio tiene una directora distinta, los arreglos son colectivos y surgen del diálogo entre las que están en ese grupo. “Está todo muy organizado, esa es la clave para funciones desde hace tantos años sin jerarquías”.

Hacen dos reuniones centrales y de decisiones generales: una al principio del año y otra al finalizar. Allí se ponen un gran objetivo anual que hasta ahora siempre lograron cumplir. El primero fue armar el espectáculo, el siguiente tocar mucho y salir de gira, y este año fue el de grabar el disco. “El  disco siempre fue una fantasía que parecía irrealizable. Empezamos a tener la necesidad de tener material grabado porque es un recurso para que te escuchen. Queríamos plasmar lo que fue este proceso de cuatro años para poder pasar a otro objetivo. El disco fue para nosotras como sacarnos una foto”.  Se llama Oilando, que es el nombre de una canción del repertorio. Ese tema es un bunde o canto de bogas y proviene de la zona del pacífico de Colombia. Se canta de manera colectiva y acompaña el andar de las mujeres navegando. “Es una palabra inventada. Nosotras sentimos que tiene que ver con andar y con tramar de a muchas. Con el canto, con el hilado de las voces y del trabajo. Este proyecto es una creación colectiva de principio a fin, por eso lo identificamos con esa palabra”.

Con ese espíritu, lo grabaron en los estudios gratuitos de Tecnópolis. Eva me cuenta que el lugar tiene mucho espacio y tecnología y les permitieron estar varios días, en sesiones eternas de grabación, para lograr el sonido que querían.

Crecer es formarse

Para llegar las copias físicas hicieron un circuito de financiación colectiva o crowdfunding desde su propia página web, sin intermediario. Las recompensas iban desde la compra anticipada del disco hasta el premio La Colmena te cocina:  una cena íntima y músical, en la que cantaron y amasaron con sus propias manos la comida.

El desafío de Las Colmenas es actuar en diferentes escenarios, por la dificultad de microfonear tantas voces. “Seguimos en el proceso de entender cómo nos adaptamos a cualquier espacio. Tocamos en cualquier lado porque nos encanta, pero todavía nos resulta más lindo cuando es un escenario chiquito que cuando tenemos que usar micrófono”. Eso no les impidió el año pasado hacer una gira por Rosario, fueron en caravana de cuatro autos y allá las alojaron unos amigos en su casa. Pudieron dar hasta un taller de arreglos vocales para música popular en la Universidad de Rosario.

Hasta el momento, decidieron no recibir dinero del proyecto, para reinvertirlo. Los ingresos pagan la sala de ensayo, los gastos, una parte de la grabación del disco  y profesores que les de talleres de formación. Además del de murga, tuvieron uno de percusión y ahora están estudiando juntas con una profesora de expresión corporal. “De ahora en adelante, nos interesa afinar eso. Todo grupo es un espacio de formación, y a medida que uno complejiza, lo que busca artísticamente necesita formarse más. Sucede en cualquier proyecto que crece”.

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