Nota
Ana Esther Ceceña: Aprender del zapatismo
«Un intelectual de izquierda tiene más dificultades para entender el discurso zapatista que una señora ama de casa», explica la investigadora mexicana Ana María Esther Ceceña en esta entrevista realizada poco antes de que se cumplan diez años de la aparición pública del EZLN.
Esta no es una entrevista exclusiva. Hace algunos días, la economista mexicana Ana Esther Ceceña estuvo en Buenos Aires para presentar Chiapas, la revista que dirige, y que el Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) comenzará a coeditar desde Argentina. Con más disposición y amabilidad que tiempo, la investigadora sugirió si el reportaje con lavaca podía hacerse de manera compartida con Mariana Percovich, del diario La Mañana del sur, de Neuquén.
De modo que, esa mañana, allí estábamos tres personas.
Tres personas tratando de dar cuenta del fenómeno del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que está a punto de cumplir diez años de su presentación pública.
Presentación pública que el movimiento decide hacer justo el día en que México se incorpora al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, junto a Estados Unidos y Canadá.
Tratado repudiado por Ceceña, que enumera las consecuencias negativas que trajo para la economía de su país, justo la semana en que en Buenos Aires se lanza la Campaña contra el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y en Miami se reunían los gobernantes a impulsar el acuerdo.
Del ALCA habla entonces la investigadora, que salta de un asunto al otro al ritmo de dos periodistas, en una de las oficinas de Clacso, el centro dirigido por el politólogo Atilio Borón
Atilio Borón, que abre la puerta y saluda, es uno de los teóricos de la izquierda tradicional, al que le cuesta aceptar algunas de las innovaciones del zapatismo, cuyos integrantes no se proponen la toma formal del poder y promueven la horizontalidad, el consenso, la autonomía y la democracia directa entre otros valores ahora retomados por los nuevos movimientos sociales en todo el mundo. Con ese tipo de pensamiento de la izquierda tradicional polemiza Ceceña en esta entrevista
Entrevista que -contra los parámetros exitistas del periodismo actual- es una prueba cotidiana e ínfima de que, tal como sostienen los zapatistas, el consenso es un ejercicio diario de construcción de un diálogo compartido y respetuoso con el otro.
-¿Cuándo surgió su interés por el zapatismo?
-Supe del zapatismo, como prácticamente toda la sociedad, cuando el movimiento hizo su irrupción pública el 1 de enero del 94, y mi interés surgió inmediatamente. Yo raras veces enciendo el televisor, y más aún después de la desvelada, pero ese día lo prendí y me encontré con que un grupo guerrillero estaba tomando la ciudad de San Cristóbal. Los periodistas trataban de entrevistar a alguien y resulta que lo reportean al subcomandante Marcos. Y fue algo tan extraño porque era como el anti-líder: no hablaba como un político, no hacía una arenga, no echaba discursos… De modo que me llamó la atención desde un inicio por eso y también porque surgía una revuelta en un momento en que se pensaba que ya no había posibilidades de combatir esta globalización implacable.
-El movimiento zapatista no se presenta públicamente en un momento cualquiera: el día en que en México entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
-El Tratado no solo estaba ya firmado, sino que se había cambiado la Constitución y ya entraba en vigor, de modo que no era posible echarlo pero, de todas maneras, la irrupción del EZLN ese día sirvió para cuestionar esa idea presente por entonces de que ahora sí íbamos a ser desarrollados y que con el Tratado entrábamos al paraíso, cuando la verdad fue y es un acuerdo gravísimo.
-¿El ALCA reviste la misma gravedad?
– El ALCA es un eslabón más, muy importante por cierto, pero uno más, en el sentido de que no es que hay que esperar la firma del acuerdo para ver si avanza: el ALCA ya está avanzando. El plan Puebla-Panamá, el Plan Colombia, las políticas de ajustes, la deuda externa son pasos parciales a través de los cuales se han generado las condiciones para que los países latinoamericanos prácticamente no puedan prescindir de un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Al mismo tiempo se están negociando tratados bilaterales y todo eso forma parte del ALCA porque, en realidad, las cláusulas con las que se establecen son las mismas. Solo que el ALCA implica una complicación mayor porque abarca a muchos países e implica supranacionalidad, entonces no hay manera de renegociar cosas. La cláusula de inversiones, por ejemplo, pone a los gobiernos como si fueran un particular más, entonces pueden ser demandados como un competidor cualquiera, de modo que ningún Estado puede tener políticas nacionales propias porque lo van a demandar. En México hubo una protesta muy fuerte de los campesinos, que se llamó «El campo no aguanta más» y pedían que se renegociaran cláusulas del Tratado y el alegato del presidente fue que no podía renegociar porque para ello tendrían que ponerse de acuerdo con Canadá y Estados Unidos, que no iba a aceptar ningún condicionamiento.
-¿Cómo reaccionaron los intelectuales mexicanos ante la irrupción del nuevo movimiento?
-Las primeras reacciones fueron muy ilustrativas de lo que, incluso luego, ha ido ocurriendo. Los intelectuales más vinculados al sistema político -aún los intelectuales de izquierda- condenaron inmediatamente el levantamiento porque decían que estaba en riesgo la democracia. ¿Cuál democracia? podría preguntarse uno, pero en fin. Periódicos, como La Jornada, que ahora publican los comunicados zapatistas, inicialmente también estuvieron en contra del levantamiento. Hubo, no obstante, otra fracción de la intelectualidad -y de la sociedad misma- que era muy crítica frente al sistema político y económico y entonces se fascinó por estos nuevos planteos y se acercó muy rápidamente a los zapatistas para ver qué estaba pasando.
-¿Sabían de la existencia del EZLN?
-La irrupción del zapatismo fue una demostración de que no habíamos hecho bien los análisis. El movimiento se preparó durante diez años antes de hacer su aparición pública y nosotros no nos habíamos dado cuenta. Ese fue un desafío muy fuerte para la interpretación de la realidad y eso hizo también que esa primera reacción negativa cambiara en los siguientes días. Al ver el impacto tan fuerte que había tenido en la sociedad, toda esa gente que había condenado al movimiento, empezó a recular , a sensibilizarse y a decir que era algo muy interesante, que había que ponerle atención, que en realidad los indígenas nunca habían sido reconocidos en México, que tenían razón…
-Quizás lo que más sorprendió fuera que un pensamiento tan innovador surgiera de una población con altos índices de desnutrición y analfabetismo…
-Yo creo que ahí es donde se demuestra que el ser humano es un todo complejo integrado. No es primero el que come y luego el que piensa, sino que todo va al mismo tiempo, incluso a veces el pensamiento se adelanta a lo que son las relaciones económicas. Son efectivamente gente en su mayoría analfabeta, mal alimentada, sin clínica, sin médicos; pero la experiencia de haber resistido 500 años les da una fuerza interna que es muy grande. El hecho de que sean analfabetos no quiere decir que sean elementales en sus conocimientos. Cuando los españoles llegaron a México lo primero que hicieron fue quemar libros, es decir eliminar testimonios escritos -que había muchos en esa región porque la cultura era muy avanzada- y prohibir la lectura y la escritura. ¿Qué hacen entonces los indígenas?, se refugian en su oralidad. Tienen una cultura oral muy desarrollada, con tradiciones que ha mantenido en estos 500 años y han ido enriqueciendo. No es que se quedaron en aquel momento: observan, discuten, procesan. Todo esto está en las comunidades.
-¿En ese desconocimiento de los intelectuales subyacía este prejuicio?
– Así es, el racismo también se ejerce así. Realmente la problemática indígena quedó instalada como una de las problemáticas del siglo XXI y de eso ya no puede salir. Pero esto requiere un aprendizaje y una apertura que muchas veces el intelectual no tiene. Se supone que un intelectual de izquierda, un revolucionario del pensamiento, debería ser el más preparado para estos casos y, a veces, tiene más dificultades para acercarse y entender el discurso zapatista una señora que es ama de casa pero que tiene la sensibilidad necesaria como para darse cuenta de lo que está ocurriendo ahí. Porque acercarse a un pensamiento tan diferente y tan complejo requiere una disposición para cambiar esquemas, para desplazarse a un terreno un poco virgen en el que hay que construir los conceptos. Es decir: hay que discutir con los zapatistas pero también hay que construir conceptos que nos permitan a nosotros apropiarnos de lo que ellos están planteando. Y no es una tarea fácil.
-¿Cómo es ahora la relación de los intelectuales con el zapatismo?
-Es cíclica, hay momentos en que se vuelve a tensar la relación, sobre todo cuando nos acercamos a las elecciones. En períodos electorales siempre vuelve a separarse mucho la opinión de los intelectuales más vinculados al sistema político que ya no condenan el levantamiento pero sí la actitud abstencionista de las comunidades zapatistas que -según ellos- favorece a la derecha. No se ponen a pensar que hay razones muy profundas detrás de ese abstencionismo, porque es un abstencionismo militante: no es por descuido que no votan.
-¿La cuestión indígena era una preocupación de la izquierda mexicana?
-Era una reivindicación un poco clientelar, ésa es la verdad. Se sumaba a los indígenas como uno más de los sectores pero no se les tomaba realmente en cuenta. Las reivindicaciones indígenas estaban incorporadas, de manera muy maniquea en las reivindicaciones de los partidos políticos. Incluso el PRI tiene desde hace rato trabajo con las comunidades, con los sectores indígenas a través de esta estructura clientelar.
– La horizontalidad, el consenso, la democracia directa, ¿los postulados políticos del EZLN son heredados de la cultura indígena?
-Yo diría que es heredado y que es construido. En la historia de los mayas hay períodos de un régimen autoritario con relaciones muy verticales entre ellos pero hay otros momentos con muchas evidencias de que las relaciones eran horizontales, las tomas de decisiones eran colectivas y no había mucha disparidad entre unos grupos y otros. Aparentemente ellos mismos se habían rebelado, aún antes de la conquista, a sistemas de dominación como los que siempre nos hablan: las pirámides y las castas de los guerreros y los sacerdotes. Entonces, tienen esas dos herencias pero también un trabajo político de 500 años. Hay, además, una práctica de la crítica y la autocrítica muy fuerte, y esa autocrítica es en parte herencia pero también es construcción. Hay una reflexión muy fuerte sobre las revoluciones del siglo XX en el ejército zapatista, que se hizo en ese mestizaje entre los guerrilleros que llegan primero a la selva y las comunidades que se incorporan después.
-En esa reflexión se separan de la guerrilla de izquierda tradicional…
– Los zapatistas hacen una crítica muy fuerte a la guerrilla tradicional. Incluso se inician como una bifurcación de los grupos guerrilleros que había en México. Y se
distancian cada vez más porque el trabajo con las comunidades los fue cambiando. Los transformó en un sentido muy distinto al que mantuvieron los otros grupos guerrilleros. No solo dentro de México, sino también dentro del país, se plantea un debate muy difícil porque estos otros grupos no aceptan la crítica que les está haciendo implícitamente el zapatismo. Se han resistido mucho a dialogar con ellos, a escuchar estas cosas nuevas que se están planteando, sienten que es casi como reconocer un fracaso. Es un diálogo muy difícil pero que yo pienso que igual se va a dar. Todos estos grupos, aún los que dicen que el zapatismo es poesía y literatura, están empezando a cuestionarse a sí mismos a través de estas nuevas experiencias. Y no es que el zapatismo tenga la verdad que antes tenían ellos, sino que es un movimiento que está diciendo que no hay un solo camino, que la verdad no puede ser rígida. Ellos dicen: «si no nos modificamos en el mismo proceso porque sino nunca vamos a construir ese otro mundo, entonces en la medida que nosotros nos esforzamos por mantenernos iguales, pues el proceso no está sirviendo de nada». Y eso creo que es un cuestionamiento general, no sólo a los grupos guerrilleros, sino a todos nosotros.
– Los menosprecian acusándolos de «hacer poesía y literatura» cuando los zapatistas hacen un uso intencional de la palabra.
-Los zapatistas dicen que tomaron las armas para poderle abrir espacio a la palabra, que ellos en realidad lo que querían era hablar y ser escuchados y, como no podían, tuvieron que tomar las armas y con las armas abrieron el espacio y ahora entonces ya no las necesitan.
-¿Esa reivindicación de la palabra es una impronta del subcomandante Marcos?
-El es un poeta, pero las comunidades también. No es la poesía de él la que aparece sino la poesía que construyeron juntos. Incluso pienso que su capacidad literaria se desarrolló en el trabajo con las comunidades y muchas de las construcciones que Marcos utiliza son metáforas que provienen de la cosmovisión indígena. Entonces hay ahí una fusión de pensamientos, de modos de pensar y de observar que se fue construyendo en el camino
-¿La figura de Marcos es determinante?
-Yo creo que influye mucho, porque tienen la virtud de la autocrítica, siempre estuvo dispuesto a la discusión con las comunidades y eso, de algún modo, lo transformó en una figura síntesis. Pero esto no quiere decir que él sea el líder y quien haya imaginado todo: el zapatismo es realmente una construcción colectiva. De hecho, me parece que están en un proceso de despersonalizar al vocero y esto es interesante porque está relacionado con la idea del movimiento de que no tiene que haber vanguardias, ni líderes, y de que las decisiones son comunitarias. Marcos dice siempre que él es un marco, el marco de una ventana, que lo que permite es simplemente poder mirar a los dos lados y que llegará un momento en que ese marco no hará falta porque la sociedad podrá mirarse sin esa mediación. Eso, sin dudas, quiere decir despersonalizar al vocero.
-¿Cómo generan entonces el consenso?
-Las asambleas en las comunidades son algo muy interesante porque las hacen de una manera muy diferente a como las hacemos nosotros. De golpe uno ve que se está discutiendo algo y la gente se voltea a conversar hacia un lado o hacia el otro y parece que nadie está haciendo caso de nada, que cada quien está en la suya. Sin embargo, están discutiendo lo que se está planteando pero de a pocos, se van poniendo de acuerdo por grupitos, y así se va construyendo realmente una decisión colectiva. Eso es algo que nosotros no entendemos porque estamos acostumbrados a escuchar con mucha seriedad al que habla, en silencio, y quizás luego le rebatimos, pero no lo incorporamos. No vamos haciendo ese proceso de socialización de las ideas. Otra cosa que me llamó la atención de las asambleas es que participan todos, hasta los niños. La estructura física es distinta entonces por ahí las mujeres están al mismo tiempo en la cocina y participar del debate pero sin descuidar las otras cosas que están haciendo. Porque, además, tomar una decisión de este modo es un proceso muy largo y como no pueden dejarlo todo por el debate, entonces lo hacen a la vez.
-¿Qué logró y qué no consiguió el movimiento zapatista en estos diez años?
– Consiguió colocar en el mundo la problemática indígena y la de la exclusión así como plantear la existencia de alternativas frente al neoliberalismo, algo que no estaba presente antes del levantamiento zapatista. Es decir, antes de enero de 1994, lo único que se percibía como posible era los cambios dentro de un mismo modelo, los cambios de estrategia política; pero la globalización y el neoliberalismo era inapelables. Incluso la tecnología era desarrollada para las disparidades en el mundo. A partir del levantamiento zapatista se abre un horizonte civilizatorio distinto y a partir de ese horizonte la gente empieza a pensar que efectivamente otro mundo es posible.
-¿Qué no consiguió?
-La lucha que se han planteado los zapatistas es de muy largo plazo. Los tiempos que ellos manejan son muy distintos a los tiempos políticos actuales y entonces se puede decir que no han conseguido gran parte de las cosas que están reivindicando: no han conseguido el reconocimiento constitucional de su derecho a ser diferentes ni a gobernarse de otra manera Sin embargo no me parece muy conveniente medir la cuestión en esos términos porque no es una lucha terminada. No hay una derrota o un fracaso sino que es un proceso en el que se están señalando distintas estrategias para conseguir estas reivindicaciones; como algunas no funcionaron, están probando otras. Por ejemplo,
ellos necesitaban probar el camino de los tres poderes -el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial-, porque la sociedad se los pedía, y justamente lo que ahora están discutiendo con esa sociedad es que por esos caminos no hay respuestas para ellos. En realidad lo sabían y lo están diciendo desde el principio pero, también desde el principio, dicen: «nos comprometemos con la sociedad civil a probar lo que la sociedad civil dice que es posible. Por eso dejamos las armas, porque la sociedad nos está indicando que hay posibilidades de un camino no armado para lograr nuestras reivindicaciones». Finalmente se está probando que no hay respuestas, pero ellos no saltan etapas, no abandonan las posibilidades antes de agotarlas. Por eso me parece que no puede hablarse de una estrategia fracasada. Porque ahí lo que se jugaba, además del reconocimiento, era medir hasta donde ese camino era posible; y eso sí se logró: quedó muy claro hasta donde se puede trabajar con el sistema político actual y hasta donde no.
-Es realmente sorprendente que un grupo que se preparó durante diez años para tomar las armas, las abandone a los doce días de iniciada la lucha porque la sociedad se lo pide.
– Es asombroso y terrible. Fue difícil de verdad para esa gente que estaba preparada
para dar una batalla armada. Debieron hacer un trabajo enorme hacia el interior de las propias comunidades para explicarle a los milicianos porqué razón en ese momento no se debían usar las armas. Fue un trabajo tan difícil como prepararse para la lucha armada.
-¿ Y cómo lo hicieron?
-El diálogo con la sociedad fue lo que en algún modo los llevó a tomar ese acuerdo tan rápidamente. El EZLN dijo desde un inicio que es un ejército que lo que se propone es que no sean necesarios los ejércitos. Claro que no se imaginaron que esa idea que tenían desde el principio iba a ser probada a los doce días. Eso resultado del diálogo con la sociedad civil, del apoyo que recibieron.
-¿Qué representa Chiapas como territorio simbólico?
– Creo que aparecen dos cosas fuertes. Una ese mundo indígena que en realidad está dentro de todos los mexicanos y que ahí emergió de una manera impresionante. Incluso muchos de los que descienden de abuelos europeos, están reivindicando su origen indígena. ¿Por moda algunos? Sí, efectivamente. Pero, a la vez, es algo mucho más fuerte. Yo tenía abuelos y bisabuelos europeos y, sin embargo, hay muchas cosas dentro de mi niñez que tenían que ver con el mundo indígena, sin que esto fuera explicitado.
-¿Qué cosas por ejemplo?
– Ciertos nombres, el hábito de comer tortillas de una determinada manera, hacerme trenzas y usar cintas de algodón para amarrármelas… Despreciados de la sociedad, los indígenas han sido servidumbre durante mucho tiempo y, como servidores domésticos, tenían mucha relación con los niños, de modo que recibimos de ese mundo indígena historias muy diferentes a las que nos contaban nuestros abuelos europeos. Todo eso formó parte de nuestra construcción identitaria, de nuestros referentes culturales, y es muy fuerte, aún a pesar del racismo. Eso empezó a reconocerse a partir del zapatismo, es como si se hubiera caído un velo. Lo otro que descorrió Chiapas es el velo político de el pensamiento único. El pensamiento único de derecha pero también el velo del pensamiento único de izquierda revolucionario, que hablaba de una linealidad incluso del desarrollo histórico. Toda esa simbología está allí, es una herencia de Chiapas.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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