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Lucía Topolansky, de bichos y flores

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Anunció su retiro de la política uruguaya por cuestiones de edad, salud y tecnológicas, para dedicarse a la huerta y al cuidado de las flores junto a su compañero Pepe. Crónica de una visita a la mítica chacra donde se vive simple y habla profundo: el poder, las nuevas generaciones, el planeta, las ciudades, y dónde queda el sueño de cambiar el mundo. Por Ezequiel Scher.

Lucía Topolansky, de bichos y flores
Lucía Topolansky. Foto: Nacho Yuchark

Es raro que alguien espere sin un celular en la mano.

La confirmación aterriza por WhatsApp. Con la imagen de un mapita dibujado a mano con enclaves cartográficos que incluyen una antena parabólica y un tambo. Las calles no aparecen en Google Maps. El chofer de Uber halla en su aplicación una respuesta infantil a la búsqueda del tesoro: “Miren, acá directamente dice Chacra de José Mujica”. La trinchera mitológica de la pareja sobreviviente es un campo real. Con pajaritos y olor a tierra húmeda. 

En una huerta, hay un señor regando unas lechugas. Es el guardia de seguridad. Nos anunciamos como de parte de El Pingüino. No lo conocen. La misión está por fallar. En Uruguay, la originalidad de los nombres siempre ha sido un arte superior. “¿No vendrán de parte de El Gato?” De parte del animal que sea: si llegamos hasta acá, vamos a entrar. 

Un saco azul de lana tejido en otra década. Los pies enfundados en alpargatas, emberenjenados, rasgados por el pasto y el tiempo. Un tacho de agua para perros. Un Nokia 1100 con ringtone de gallo. Una ensalada de árboles jugando de sombrilla. Dos hojas de una paltera que custodian una cabellera más blanca que la ceniza. Lucía Topolansky hablará sin pausa durante dos horas sin sacarse ni las plantas ni los mosquitos del cuerpo. 

“Está ahí”, señala el custodio. A los 77 años, ex senadora, ex vicepresidenta, compañera de un mito, parece estar en trance. Hasta que activa. Aprieta: “Yo no entiendo cómo hacen ustedes para vivir sin ver las estrellas”. Invita a sentarse en un banco hecho con tapitas de plástico. Ahí se apoyaron Juan Carlos de Borbón, Noam Chomsky y un ingeniero que cayó hace unas semanas desde Kazajstán. Los hacen en un hospital neuropsiquiátrico que conoció en una recorrida: “Ese es un caso interesante de qué es la política. Porque lo lleva adelante una chica que es espectacular. Hay leyes y planes del Estado que lo financian. Pero el problema será cuando ella se vaya. A los lugares los sostiene más la convicción de las personas que las formalidades”.

¿Qué tan importante es la rebeldía en el ser humano?

Imprescindible. La rebeldía es el motorcito. De la política y de la vida.

El cine y el Che

Hay dos hechos fundacionales. Su papá era ingeniero civil. Ganó una licitación en Punta Ballenas. Durante unos meses, se mudaron a Punta del Este. Fue su primera vez en el cine. A ver Pinocho. Al salir, encaró a su familia y ladró: “Nunca más me traigan acá”. En su casa, tenía un muñeco de la marioneta de madera. Sentía que la obra de Carlo Collodi lo degradaba. Ese fue su primer acto de rebeldía.

El segundo ocurrió mientras su madre lavaba la ropa. No había electrodoméstico así que ayudaba a combatir manchas gastando uñas y dedos. Necesitaba hacerle una pregunta: “Mami, ¿yo soy linda?”. Un segundo de hielo. De su progenitora brotó una cagada a pedos que concluyó en una ley para siempre: “Eso no importa. Lo que vale es ser buena”. 

¿Desde ahí le empezó a interesar lo de disputar el poder?

No. Eso vino cuando volví al cine. Antes de las películas, ponían un informativo. Vi escenas de la guerra de Corea. Discursos de Evita. El bombardeo a Plaza de Mayo cuando cae Perón. La detención de la pareja Rosenberg, que hacían espionaje atómico. Eso me flechó contra algunas cosas. 

¿Hay algún hecho que la convenció de que había que cambiar el mundo?

En 1961, el Che vino a dar una conferencia a Punta del Este. Era nuevita la Revolución Cubana. Nosotros sentíamos afinidad con él porque tomaba mate y le gustaba el tango. Como no hablaba en cubano, me sentía identificada. El que lo presentó fue Salvador Allende. Que en esa época era un Don Nadie. Había efervescencia en el continente y eso me politizó.

La flor de la vida

Apenas salieron de la cárcel y se reencontraron, Lucía y su eterno compañero llegaron a estas tierras. En la zona reinaba el Partido Colorado. Tradicional y reaccionario. “Era una zona conservadora, pero no de derecha. Estamos hablando de gente preocupada por si llovió o no. Por el precio de la verdura. Algunas discusiones no cabían”, describe. De adolescente, Mujica se había dedicado al oficio de las flores. Buscaron eso. Iban a los boliches de la zona y ni mencionaban la palabra política. Hablaban de cualquier cosa. Hasta que la vecindad conoció a Pepe y se sintió orgulloso de tener un diputado de la zona, y luego un senador, y luego una diputada y una senadora. El día en que ganaron la presidencia y decidieron quedarse allí en vez de mudarse a la residencia oficial el barrio los recibió con una tortafrita gigante: “Pero, a ver si se entiende, no es que había una afinidad política, sino era una relación humana de confianza. Vieron que teníamos coherencia en la vida”. 

Sin problemas de tránsito, las catorce hectáreas necesitan apenas de veinte minutos en auto para aterrizar en el centro de Montevideo. Hay wifi, pero la radio con tangos de fondo es el otro sonido de la casa. Por estos días, Lucía explora al filósofo surcoreano Byung Chul Han.

¿Qué concluye de esas lecturas?

Que creemos que somos autosuficientes pero nos estamos autoexplotando. Todo es estrés. Del WatsApp al Zoom. Tu jefe está contento, te paga un poco más y te comprás algo más. Pero sos un desgraciado. Leí también en los últimos tiempos a Harari -escritor israelí-. Durante tres meses al año se va al Tíbet. Sin celular. Tenemos esta locura de las automatizaciones. Va a llegar un día que va a haber un lote de humanidad sobrante. No pobre o rica. Gente que no va a tener destino. Nunca el mundo ha sido tan rico y nunca ha tenido tanto. Con otro modelo de redistribución podríamos vivir mejor. No es nada tan difícil. Cada vez hay más riquezas y más desigualdad. 

¿Ese es el desafío de la época?

Si el mundo no se para a pensar que puede haber otra forma de vivir posible la impresión que queda es que vas al abismo. Lo vamos a hacer bolsa. Creo que la gente más joven tiene esa enorme tarea de acomodar un poco el timón de este barco Tierra para que no colapse. La juventud tiene la intuición de que le vamos a dejar un mundo de mierda y se está ocupando.

Lucía Topolansky, de bichos y flores
Pepe Mujica. Foto: Nacho Yuchark

El fin de una era

El 20 de octubre de 2020, a los 85 años, Mujica renunció a su banca como senador. Esta entrevista es del verano montevideano y está cargada de pistas que no vimos. Juventud, juventud y juventud, repetía. El 2 de marzo, Lucía anunció que dejaba su lugar en la Cámara por cuestiones de edad, de salud y de tecnología. Las sesiones por Zoom la habían agotado. Mientras acariciaba un perro y los pájaros le zumbaba el oído dejó una frase que da risa, pero que no lanzó como un chiste: “A esta civilización yo no pertenezco”.

¿Qué le enseñaron las nuevas generaciones?

Yo estoy convencida del medio ambiente, de la ecología y de salvar el planeta. Pero los que tienen más claro eso es la juventud. No es una postura frágil o transitoria. Te das cuenta que están convencidos. Ojalá les vaya muy bien en esa lucha. Que no va a ser sencilla. Porque se topan con intereses brutales. Hay intereses económicos muy fuertes. Por eso es una misión histórica.

¿Cuál es la misión?

La esencia del capitalismo es que la máquina tiene que estar produciendo todo el tiempo para generar ganancia. El use y tire. Pero ese tire va a parar a algún lado. Y ahí se generan todos esos plásticos del mar que son islas gigantescas. Todas las pilas, todo ese tipo de producto dañino. Vi en la televisión que la ropa descartable de Europa la prensan y hacen unos cubitos y la mandan para Rumania y la gente la usa en las estufas para calentarse. Y es lo más contaminante porque es nylon quemado. Ahora, ¿es culpa de los rumanos? Rumania es un pueblo relativamente pobre y tiene una historia muy complicada. ¿Es culpa del resto de los europeos? No, es culpa del sistema.

Las cosas que se usan

Desde niña, se había propuesto la independencia a todo trapo. Durante mucho tiempo, profesó el anarquismo. Una tarde, pispeaba una entrevista en la televisión y se enojó. Su compañero anunciaba en televisión que se casarían. Él era el presidente. Lo esperó en la casa y lo retó. “Es que me pareció una buena idea”, le planteó. Rechazar al primer mandatario uruguayo sonaba a lío. Entonces, le retrucó: “Está bien, acepto, pero que sea en la cocina de casa”. 

Se pusieron en pareja en el interludio de las dos detenciones de Mujica en la dictadura. Cuando quedaron en libertad, él tenía 50 y ella, 40. Desistieron: “Eso me dio independencia. Porque me evitaba responsabilidades que veía que otras mujeres tenían”.

Al revés de muchas historias, a Lucía su familia la empoderó. Eran tantos en casa -siete hermanos y hermanas- que había que rebelarse para destacarse: “Me crié en la teoría de que si no vas a los codazos y pecheando no llegás a ningún lado”. Su personaje angular fue su padre. Lo escuchaba y le prestaba atención. Una de sus principales recomendaciones era que tuviera cuidado con los curas. Usaba otro término: los pollerudos.

¿Por qué su padre le marcaba eso?

Era votante del Partido Colorado. Que si bien era conservador había tenido un tipo muy importante para la historia de Uruguay que era José Battle y Ordóñez. El tipo que separó a la Iglesia del Estado acá. El mismo que nos dio el voto, el divorcio y la posibilidad de que las mujeres podamos heredar. Mi padre era anticlerical. De niños, nos decía algo que recién entendí en los últimos años: “Tengan cuidado con los pollerudos”. Yo, la verdad, me olía que había algo detrás, pero no lo explicaba con claridad. Ahora, cuando aparecieron los casos de pedofilia, recordé que siempre tuvo razón.  

¿Cómo se lleva su generación con el cuestionamiento al patriarcado?

Los movimientos como el feminista o el LGTBI tienen la virtud de que por tanto insistir ponen los tema sobre la mesa. Obligan que hasta el más conservador se tenga que definir. No tengo dudas de que la independencia de las mujeres nace de su independencia económica. Porque hay una porción de la sociedad que no tiene oportunidades y más si son mujeres. No es que sea imposible, pero el sistema sigue poniendo muchos límites.

Atardece. No hay gestos de ansiedad en Lucía. Como si no habitara la modernidad. Pregunta si queremos ver al Pepe. “Mientras no le hinchen, no hay problema”. Lo llama. Despeinado y desarreglado, Mujica le roba las palabras a su compañera y se pone a cuestionar a los celulares y la desconexión entre la gente. Ella lo interrumpe: “Cada día que pasa, estamos más cerca de la puerta. Y, por ahora, no sabemos de nadie que se haya ido y haya vuelto. Por eso tenemos que intentar ser lo más felices posibles. A la gente le han metido en la cabeza que la felicidad es tener cosas. Mil cosas que ni usa”. 

Ya jubilada, Lucía se agacha para destapar semillas de girasol que sobraron y que seca para darle de comer a las gallinas. Continuar con la rutina de cuidar la tierra todos los días parece ser su contrapropuesta de existencia. “Múdense a la periferia”, nos reta. Cierra así: “Hay un tango que dice que las luces de la ciudad tapan las estrellas. Es verdad: la ciudad es tan alta que no te deja ver”.

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