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Así habló Firmenich: «¿Y qué?»

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El tren de la victoria/ La saga de los Zuker es el título de un libro inédito, escrito por Cristina Zuker, hermana de Ricardo, un desaparecido en la contraofensiva organizada desde Europa por los montoneros, cuya cúpula está bajo la lupa judicial sospechada de haber entregado a aquellos militantes. La frase «hay que subirse al último tren de la victoria» fue cometida por Roberto Perdía cuando anunció en Madrid la contraofensiva, en una reunión abierta y pública a la que no habrán faltado los servicios de inteligencia. Uno de los capítulos del libro, que aquí se reproduce en su totalidad, incluye el último reportaje realizado a Mario Firmenich antes del pedido de captura internacional para que declare en la causa. La entrevista es un reflejo del modo de pensar de quien considera que la política está llena de montoneros castrados, se compara con Manuel Belgrano y ve la Argentina atrapada en la justificación histórica de los dos demonios.

«Nadie llevó de la nariz a los que intervinieron en la contraofensiva de los Montoneros, en 1979 y en 1980. No se puede aceptar que fueron unos estúpidos engañados. Además, podrían haber dicho que no. Tuvieron la oportunidad. Algunos, de hecho, se negaron a participar. Pero otros persistieron. Nadie les puso un revólver en la cabeza. Estaban convencidos de que todo era poco para luchar contra la dictadura».

Cristina Zuker, hermana de Ricardo, un montonero desaparecido en esa contraofensiva, acaba de finalizar un libro que relata aquella historia trágica, y en el que realiza un reportaje al jefe montonero Mario Eduardo Firmenich, en Barcelona.

Es el último reportaje que se le hizo al dirigente que ahora es uno de los imputados en la causa por aquellas desapariciones, en la que el juez Claudio Bonadío presume que hubo delaciones internas, traiciones, y entregas.

Cristina, que choca con Firmenich a lo largo de la entrevista, tiene otra teoría sobre la contraofensiva, que abarca a su propio hermano: «A los chicos no hacía falta que nadie los entregara. Ya estaban entregados».

Cristina y su hermano son hijos del actor Marcos Zuker, fallecido en mayo de este año. «Nunca tuvimos una relación espléndida con él, que se separó de mi mamá cuando éramos chicos. Pero estuvo cuando había que estar».

Ricardo Zuker, nacido el 24 de febrero de 1955, había sido dirigente de la Unión de Estudiantes Secundarios, se incorporó a los montoneros, y estuvo secuestrado durante 46 días en 1977, tras lo cual fue liberado y marchó a San Pablo, Brasil. Su madre y su hermana fueron tras él. «A los pocos días, mamá murió de un infarto, tenía 55 años» cuenta Cristina. «Eso significó para mi hermano una suerte de compromiso con la muerte. La idea de los muertos era algo que pesaba mucho en los jóvenes que se unieron a la contraofensiva».

Ricardo partió rumbo a España. Cristina volvió a la Argentina con el cuerpo de su madre. Cristina Zuker no era militante. «Simpatizaba, iba a las marchas, no más que eso». El 2 de enero de 1977 llegó exiliada a España, y se enteró del proyecto de la contraofensiva, con la que los montoneros imaginaban reincorporarse a las actividades que llamaban político-militares en el país.

Curiosamente, la noticia de dicha contraofensiva no se trató de un secreto típico de una organización militarizada, opaca, cerrada, y propensa a las conspiraciones, sino de una reunión abierta y pública en Madrid. «La gente iba hasta con los chicos» dice Cristina. Nadie considera que los agentes de inteligencia esparcidos por la dictadura argentina en Europa serían capaces de perderse semejante show.

Cristina se despidió de su hermano, que se escondió en una casa de las sierras de Madrid, luego se entrenó en el Líbano, y finalmente llegó a la Argentina en junio del 79. Estuvo cinco meses, y volvió a Madrid.

El 1º de enero de 1980 volvieron a despedirse. Esa vez sería la definitiva.

Cristina supo más tarde que su hermano había caído en manos de los militares, y Emilio Mignogne la llamó para avisarle que Ricardo había sido visto entre los secuestrados cautivos en Campo de Mayo. Luego, ya no se supo nada más.

Cristina volvió a la Argentina en 1984. Inició una causa, que llevó adelante el Centro de Estudios Legales y Sociales a través de la abogada Alicia Oliveira (actual secretaria de Derechos Humanos de la cancillería argentina).

«La causa durmió el sueño de los justos hasta que un día, en el programa de Mauro Viale, un tal suboficial González dijo que él había visto cómo había sido fusilado el hijo de Marcos Zuker». Una teoría es que el tal González, prófugo, mintió. La otra es que dijo la verdad. Si la justicia avanza, todo se sabrá. Cristina declaró en ese juicio que ya tiene más de 20 procesados y en el que el juez Claudio Bonadío ahora ha detenido a Roberto Perdía, a Fernando Vaca Narvaja, mientras la Interpol partió en busca de Firmenich.

Cristina sabe que Bonadío es uno de los jueces «de la servilleta» denunciada por el ex ministro Domingo Cavallo. Traducción: un juez cercano al menemismo después de haber sido un militante de Guardia de Hierro en su juventud. «La causa tiene algo extraño, tiene esa cosa de los dos demonios». Militares procesados, y ahora también guerrilleros. Aunque Cristina no considera que personas como su hermano hayan sido víctimas de una suerte de engaño por parte de sus jefes.

«Empecé a escribir el libro hace un año, después de un viaje a España a visitar a mi hija que tiene 21 años y se fue a vivir allí, que es donde nació cuando yo estaba exiliada. Yo había ido atesorando cartas de mi hermano, de la época en la que estuvo aquí durante la contraofensiva. Hablaba de sus miedos, de lo que iba sintiendo, de la muerte. Algunas son sobrecogedoras». El libro también cuenta la historia de Ana Victoria, la hija de Ricardo (que en la Argentina fue capturado junto a su mujer), a quien habían dejado en una guardería en La Habana. Ana Victoria falleció a los 20 años de un cáncer de lengua. Cristina cree que se trata de otra tragedia, y también de otra metáfora.

El libro habla de la Operación Murciélago, de la Operación Guardamuebles, del caso de una ex montonera acusada de haber delatado a sus compañeros, y el capítulo que se reproduce a continuación incluye la entrevista completa a Mario Firmenich, entre otras cosas.

Mientras las editoriales argentinas cavilan sobre si todo este material merece ser publicado y los diarios publican como propio extractos que ni siquiera pagan, parece prudente dejar hablar al propio texto de Cristina para que una historia de la que casi nunca se habló, empiece a ser contada.

Cada vez que vuelvo a España desde mi definitivo retorno en marzo de 1984, llego con el corazón lleno de ansiedad por saber algo más sobre mi hermano Ricardo. Imagino que Madrid me va a permitir devanar el hilo de la memoria desde nuestro reencuentro, en Barajas, el 2 de enero de 1979, hasta el atroz momento de nuestra última despedida, el primer día de enero de 1980, exactamente un año después, cuando finalmente ingresó en ese temido infierno que significó su caída a manos del Batallón 601, en las inmediaciones de la Estación Plaza Once, el 29 de febrero de 1980.

Cuando retorné por primera vez en 1998, aterricé en Barcelona para conocer a Silvia Tolchinsky, quien fue liberada tras permanecer dos años desaparecida. A través de su testimonio ante la Subsecretaría de Derechos Humanos me enteré que, hasta noviembre o diciembre de 1980, mi hermano seguía con vida en el campo de concentración que funcionaba tras los muros de Campo de Mayo, «El Campito», el mayor centro de detención de la dictadura, incluso más importante que la ESMA. Saberlo aumentó, si cabe, mi dolor: siempre supuse que su ejecución había sido sumaria, sin imaginar el largo tormento que debió sobrellevar antes de ser asesinado.

Con voz lenta y como si el dolor nunca la hubiera abandonando desde entonces, Silvia me contó que su caída tuvo lugar el 9 de septiembre del 80, en Mendoza, en el paso fronterizo Las Cuevas, y que desde allí había sido trasladada por la patota en un avión hasta una quinta situada a escasos metros de Campo de Mayo.

Durante los once meses que permaneció engrillada, encadenada y con los ojos vendados, contó que «en el transcurso de los interrogatorios me decían que en un sitio cercano estaban con vida muchos secuestrados. Entre ellos, mi hermano Daniel Tolchinsky, su mujer Ana Dora Wiessen, María Antonia Berger, Patricia Lesgart, Guillermo Amarilla, Marcela Molfino de Amarilla, la mujer de Maggio, Zuker y su mujer, y Horacio Campiglia. No creo que hayan dado más nombres, pero sí aseguraban que eran unas cuarenta personas. En dos oportunidades me trajeron cartas de mi hermano y mi cuñada, que también me hablaban de los compañeros vivos. Cerca de diciembre del 80, uno de los carceleros me dice que iban a matar a todos los presos que seguían con vida.»

Un día le dijeron que Daniel, su hermano, había sido fusilado, probablemente en diciembre del 80, un mes tan caro a la feligresía castrense. También Ricardo habría corrido igual suerte, como parte de la misma ofrenda navideña.

Silvia fue la única sobreviviente, y su declaración constituye la columna vertebral de la causa 6859 que lleva adelante el juez federal Claudío Bonadío para dilucidar el secuestro y la desaparición de quince militantes montoneros, entre ellos Ricardo. Los hechos investigados son crímenes de lesa humanidad y por consiguiente de naturaleza imprescriptible. Privación ilegítima de la libertad, tormentos, reducción a servidumbre, homicidio agravado por ensañamiento y asociación ilícita son las figuras que se reproducen obsesivamente para resignificar el espanto.

Desde Barcelona, me dirigí a Madrid para denunciar ante el Juez Baltasar Garzón esas desapariciones que se produjeron tras la vuelta al país en el marco de la segunda etapa de la Contraofensiva Popular, operación en exceso triunfalista planificada por la Conducción Montonera desde el exterior, donde el país pasaba a ser un mapa con más intrigas que certezas. Debo reconocer que la receptividad del juez español obró como un bálsamo sobre mí. La justicia me presentaba su mejor cara, aunque haya tenido que atravesar los mares para hallarla.

Mi siguiente y último viaje a España incluía en el orden familiar la repatriación de Flor, mi hija de 21 años, después de circular varios meses por las Ramblas de Barcelona. Pero además quería encontrarme frente a frente con Mario Eduardo Firmenich, el que fue comandante del Ejército Montonero hasta quedarse sin tropa. Confiaba que podía entregarme alguna de las piezas del rompecabezas que me permitieran armar cómo fue la última etapa de la vida de mi hermano, y quizás reconstruir su caída. Además de hablar con su hijo Mario Javier, para que me contara sobre los cinco años en que fue compañero de banco de mi sobrina Ana Victoria en el Colegio Nacional de Buenos Aires.

-No voy a contestar nada que tenga que ver con esa causa judicial.-fue lo primero que me dijo Firmenich cuando lo llamé por teléfono, y agregó que debía sufrir ilusiones ópticas si pensaba que podía contarme algo de mi hermano que yo no supiera.

-Es esa típica costumbre nacional, «así que usted es de Buenos Aires… Entonces debe conocer a Fulanito»- cerró con una carcajada que por teléfono sonó demasiado hueca. No me reí, ni le recordé su responsabilidad sobre los hechos. Tenaz en mi propósito, quedamos en vernos el 26 de diciembre, día de fiesta en Cataluña, en su casa. Le anticipé que iría con mi hija. Podrán tildarme de cobarde, pero me importaba una visión más fresca y exenta de prejuicios que la mía.

Así que el día señalado ambas fuimos al Apeadero de Gracia para subirnos al confortable tren que nos llevaría a la vera del Mediterráneo hasta Vilanova i la Geltrú, un puerto bucólico de la costa catalana, donde los Firmenich viven hace seis años un presente más sosegado, desde que el jefe de la familia se gana la vida como profesor de economía en la Universidad Central de Barcelona. Aunque tenga una página en Internet cuya dirección es www.movimientomontonero.org, y en ella se sigan publicando documentos con pie de página en forma de consigna: «habrá patria para todos o no habrá patria para nadie».

Ya no estaba tan segura de su ayuda para la reconstrucción de los hechos. Sin embargo, sí podría darme explicaciones acerca del documento que Ricardo y Marta, mi cuñada, habían firmado y entregado a la organización disponiendo que mi sobrina Ana Victoria me fuera entregada en caso de que algo les ocurriera. Pensaban que los abuelos maternos no honrarían la heroica decisión de volver al país, dando su vida para terminar de derrotar a la dictadura que, según los cálculos de la conducción montonera, ya estaba en retroceso. El único riesgo estratégico imperdonable, evaluaban, era perder el corazón de las masas.

Su mujer de toda la vida, María Elpidia, «la Negrita», cordobesa, madre de sus cinco hijos, y encargada hoy como siempre de llevar las directivas de su marido en frecuentes viajes a la Argentina o de allanar los embates del pasado, había atendido mi primer llamado. Rápidamente, me anticipó que la intransigencia de Firmenich seguía incólume, a pesar de las tantas cosas que se han dicho de él a lo largo de los años, pero hizo hincapié en un más cercano sobresalto:

-El Pepe estaba solo, y le tocó la puerta un uniformado de la Policía Nacional Española con una citación para declarar en condición de testigo no imputado ante un juez italiano que está investigando el Plan Cóndor. Así que tuvimos que viajar a Madrid para ir a la Audiencia Nacional.

Sabía del tema a través de Carlos Slepoy, mi amigo del alma, que viene luchando sin tregua para que los responsables del genocidio sean juzgados como corresponde. Me contó que María Elpidia primero y Firmenich después lo habían llamado en busca de asesoramiento. A Carli, como lo nombra todo el mundo, le parecía absolutamente normal que lo convocaran a declarar, y que lo más llamativo era que no lo hubieran hecho antes. Y muy concretamente en el caso de la Contraofensiva del 80, donde era muy importante saber qué es lo que determinó que en sucesión prácticamente ininterrumpida fueran secuestrados todos. «A ella le dije que el silencio por parte de lo que quedaba de la organización sobre el tema era inadmisible desde el punto de vista judicial o histórico, y que debían existir documentos con las conclusiones acerca de los hechos». María Elpidia le contestó que sí, pero que no sabía si estaban en España. Carli debe haber puesto su voz más grave y varonil para sugerirle: «adónde estén, lo mejor que se puede hacer es pedirlos y presentarlos ante el Juzgado». Después habló con él:

-Mirá, en principio no temas sobre tu seguridad personal porque te están llamando como testigo. Por otra parte, me parece una oportunidad de oro para aparecer públicamente y decir qué fue lo que pasó en la Argentina, qué fue el Plan Cóndor y cómo actuaba la coordinación represiva de todas las dictaduras del Cono Sur. Yo conozco sobre el tema, pero supongo que vos lo tenés que conocer mejor que yo». A Carli le pareció que había quedado muy seducido ante esa posibilidad. Aunque asintió con menos entusiasmo cuando escuchó: «Lo que más me llama la atención aquí es el tema de los dirigentes que tenían la obligación de saber cuáles eran las verdaderas condiciones en que los militantes volvían al país, y lo más lacerante, el asunto de la publicidad». Carli concuerda conmigo. En Madrid toda la colonia argentina sabía quiénes volvían a combatir, con nombre y apellido, incluso hasta el día que salían, porque se encargaban públicamente de decirlo, «con un menosprecio suicida sobre la presencia más que probada de servicios de inteligencia actuando en España», concluyó Slepoy su diálogo con el ex comandante montonero, según me cuenta mientras terminamos de almorzar en un pequeño restoran muy cercano a su bufete de abogado, en el tradicional barrio madrileño de Salamanca.

En aquella primera charla telefónica con María Elpidia, ingresó luego el tema de mi sobrina, cuya historia conocía a través de su hijo. Aprovechó entonces para contarme que cuando fue secuestrada en junio de 1976, con un tiro de FAL en un brazo, no sabía que estaba embarazada, que las palizas fueron demoledoras y que Mario Javier nació seis meses y medio después de su gestación.

Es él justamente quien nos abre la puerta del departamento, en un primer piso sin ascensor. Lo primero que reclama la atención al ingresar a la sala son las dimensiones del multitudinario pesebre navideño. Pastores, rebaños, vegetación, el infaltable lago, un espejo donde se reflejan las figuras de los tres reyes magos rodeando al Niño Jesús, flanqueado por la virgen María y José, el carpintero, y hasta el pasto para los camellos.

Tanta liturgia me recuerda que el dueño de casa inició su joven militancia en la Juventud Estudiantil Católica, que animaba el Padre Mugica. También me vienen a la cabeza unas fotos que azarosamente llegaron a mis manos. En ellas se registra al Padre Adur, capellán del Ejército Montonero, casando a mi hermano y a Marta poco antes de ir camino a la muerte. En una de las paredes del austero piso de Madrid, donde tuvo lugar la ceremonia, se distingue un mapa grande de la Argentina, mientras que en otra cuelga la bandera azul y blanca con su flagrante sol en el medio. Tanto la bandera como el mapa tapan dos cuadros donde se adivinan dos naturalezas muertas. Cuando vi esas fotos por primera vez, me inundó el recuerdo del briss de Ricardo, con el rabino tapando los cuadritos que había colgados en el comedor, mientras mamá y yo huíamos a casa de la abuela. En esas imágenes, los que rodean a la pareja, incluido el sacerdote, visten el uniforme montonero: camisa celeste, pantalón azul marino y chaqueta de cuero color negro, con las correspondientes insignias de grado, prendas que habían sido adquiridas, salvo las insignias, en El Corte Inglés. Todos aparecen en posición de firmes, según la jerga militar, y de sus rostros trasciende un inequívoco fervor místico. Las persianas y las cortinas cerradas contribuyen a que la escasa luminosidad de las fotos parezca anunciar la catástrofe inminente. Ninguno de los que en ellas aparecen están vivos para recordar esas bodas. Tampoco Ana Victoria, que sigue las distintas escenas con sus ojos asustados y tristes.

Otra vez me viene a la cabeza el tema del CESID y su virtual inoperancia ante la presencia de más de diez personas uniformadas, que no podían pasar desapercibidas ingresando a un apartamento en ningún barrio del Madrid casi pueblerino de aquellos años, cuando todavía la figura del sereno que abría cualquier cerradura al batir de unas palmas, formaba parte del paisaje ciudadano.

De acuerdo con lo convenido, Firmenich llega tras mi plática con su hijo Mario. Con él vienen Maria Elpidia y un tercer hombre, de barba y mirada inquisidora, que no abrió la boca a lo largo de la entrevista. También están sus otros tres hijos varones, que saludan y se van.

Sólo falta la mayor, María Inés, que está becada en La Habana estudiando Sociología.

Unos kilos de más delatan el paso del tiempo, igual que las canas que le han ido cubriendo la cabeza, y sus pobladas cejas. De todos modos lleva con hidalguía sus 54 años. Despojado de la marcialidad con que posaba allá por los setenta desde las tapas de Evita Montonera, viste unos vaqueros, un pullover azul de cuello redondo por el que asoman los cuadros escoceses de la camisa. Su mirada sigue siendo muy intensa, cuando se integra a la charla sobre la nena, dándome oportunidad para preguntarle por qué se había decidido entregarla a los abuelos maternos, pasando por encima de la última voluntad de su madre.

-No me acuerdo del caso particular, aunque si sé que los compañeros no se la querían entregar. A mí me trajeron la noticia de que los abuelos habían llegado a Méjico por un contacto con la Casa Argentina, creo que a través de Rodolfo Puiggros.

Mi información es otra. Los padres de Marta -Keco y Luisa Libenson- fueron alertados por una carta de la propia organización sobre la presencia de su nieta en la guardería cubana. Que llegaron a Méjico y de ahí se trasladaron a la isla. «Era normal por un mecanismo de seguridad, una suerte de cobertura para ellos. Llegaron a La Habana en un avión cubano, y los recogieron en la pista para que no quedara constancia de la entrada en el pasaporte» me había explicado Susana Bardinelli de Croatto, responsable de la guardería «La casa de caramelo», en La Habana.

– Me acuerdo que los compañeros me consultaron. En la discusión, les dije que había que entregarla respetando los lazos de sangre. ¿Íbamos a hacer lo mismo que hacían los otros con nuestros hijos? ¿Qué pasa, ellos son los malos y nosotros los buenos? Nadie se puede robar a un hijo. En todo caso habría que haber hecho un trabajo político para convencer a los abuelos, que en este caso hubiera sido imposible, de que la nena iba a estar mejor con vos o con los compañeros. También hubo abuelos que no reclamaron, que no les importó un pito.-señala Firmenich.

Le cuento que los abuelos recién le dijeron a los once años que sus padres estaban desaparecidos, después de sostener durante años que habían muerto en un accidente de avión, tras haber juntado la platita necesaria para venir a buscarla.

De eso Firmenich no sabe. «Si hubieras estado ahí a lo mejor las cosas hubieran sido distintas. Yo recién me entero de que vos vivías con el Pato». Le cuento de mi calvario madrileño: mi entrevista con Oscar Bidegain, a quien le había pedido en nombre de sus nietas. Con Hugo Alberto Ramos, «el Chilo», responsable de la organización en Madrid, con quien me reuní en dos oportunidades en la casa que habían bautizado de manera un poco grandilocuente Puerta de Hierro. La primera para que me diera noticias acerca de mi hermano y su presunta caída.

Recién tres meses después me confirmó lo que yo ya sabía, cuando fui a reclamarle el cumplimiento de los deseos de mi cuñada. Que también le había pedido al abogado cordobés Gustavo Roca para que intercediera ante el propio Comandante Fidel Castro. Que ninguna de esas gestiones había dado resultados.

– Había compañeros que creían, con el sentido común de los militantes que no coincidía con la vida real, que los hijos eran de todos, que los verdaderos familiares eran ellos. Pero yo privilegié los lazos de sangre existentes.

-Pasando sobre el deseo de la madre, sin medir que ella no quería que sus padres se ocuparan de la nena, tal vez intuyendo lo que pasaría.

-Bueno, ese es el problema argentino. La Argentina mató a sus propios hijos. Pero no se pueden pensar así las cosas. Nosotros en el 83 estábamos viviendo con dos compañeros en Bolivia. Él era viudo de una compañera que había caído en la Contraofensiva. Él también había estado, y se había salvado. Bueno, se había quedado con la niña que era hija de ella y de otro compañero muerto. Era un caso similar. Él volvió a hacer pareja, y su nueva compañera la adoptó como hija propia. Como era muy chiquita no tenía memoria de sus padres. Un día decido tocarles el tema, y les digo: «miren, vamos a volver a la realidad, esta chica necesita su documento.» Ellos estaban convencidos de ser los padres… «Bueno, si los parientes le dan la patria potestad a ustedes, bárbaro, pero si no se la dan, aunque la hayan criado no se puede robar a una hija. Yo entiendo todo, es un drama humano si querés. Pero las cosas son como son», le dije al compañero. «Estás secuestrando a una niña que no es tu hija, y puede venir la familia materna o paterna, los abuelos o los tíos legítimos, y reclamarla». Para ellos era una tragedia, fue una discusión durísima, pero yo tenía que prepararlos. Era mediados del 83, iba a haber elecciones, se iniciaba la transición democrática y había que legalizar las cosas. Finalmente apareció una hermana de su mamá. Lo destacable es que cualquier compañero estaba dispuesto a ser padre o madre de un hijo cuyos padres habían sido muertos o secuestrados por la dictadura, con absoluta normalidad y con todo el amor. Pero si la situación se normaliza, hay derechos de sangre, derechos jurídicos, patria potestad, herencias.

Maria Elpidia interviene para decirme que ellos habían hablado mucho del tema de mi sobrina con su hijo Mario: «nos parecía que era bueno que él la ayudara a abordar su historia, que él le facilitara hablar de sus recuerdos más antiguos.»

– Tampoco era fácil para él llamándose Firmenich.- señala su padre-. Fue una mala jugada de la vida, un caso simbólico. Ya como historia individual es patética y grave, pero que sea un símbolo social ya es catastrófico.

Firmenich se refiere al cáncer de lengua que mató a Ana Victoria a los veinte años. Sin abandonar su perfil dialéctico. Decido cambiar de tema.

-Por qué no hablamos de la contraofensiva, de la derrota previsible, de las muertes inútiles?

-¿Qué es la contraofensiva? ¿De qué me hablás?

Sentí que de aquí en más el diálogo iba a ponerse tenso. No me importó.

Le explico que no pude entender la decisión de mi hermano de sumarse a la Contraofensiva. Él, que había conocido ya el infierno, volvía a engancharse con la muerte, cuando la vida todavía le prometía tantas cosas. Que entonces tenía veinticuatro años, y que desde entonces habíamos discutido todos los días, con los resultados conocidos.

-¿A vos no te parece que fue una empresa suicida?

-En la contraofensiva no murieron más de 20 o 22 compañeros.

Le rebato con vigor el número de muertos. Cuento con los datos minuciosos del Equipo de Antropología Forense, que me proporcionó el invalorable Maco Somigliana. Fueron más de 40 en el 79 y menos de 40 en el 80, que suman arriba de ochenta. De hecho, en la causa que investiga el juez Bonadío casi se alcanza el número mal estimado por Firmenich. Me indigna que todavía le cueste aceptar las dimensiones de la derrota.

-Que después cayó el Turco Haidar-su cuñado- en el 82, y cayó Yaguer en el 83. ¿Y qué? – me interpela de manera agresiva, como provocándome.- Nosotros nunca tuvimos la voluntad de dejar de luchar. ¿Y en el 76, en el 77? Caían siete compañeros por día. La contraofensiva es un juego de niños al lado de eso.

-Sí, yo creo que fue un juego de niños porque incluso hubo una niña de 16 años que estaba en el grupo de mi hermano, Verónica Cabilla.- digo dispuesta a profundizar la confrontación.

-Con el consentimiento de los padres por escrito y por separado.- y lo repite- Lo exigí por escrito y por separado, más allá de que la patria potestad en esa época era sólo del padre. Así como yo a la ley de sangre no me opongo, frente a la ley de padre y madre por escrito tampoco. Además, no lo considero una irresponsabilidad, porque tampoco el Tamborcito de Tacuarí es un crimen. A mí nadie me enseñó que lo del Tamborcito de Tacuarí fue un crimen, y era un niño también. Ahora si vos decís para qué mierda empezaron a luchar, esa es otra discusión, que era un proyecto fracasado desde el principio. Bueno, a posteriori…. Es como hablar de los resultados de los partidos de fútbol del domingo con el diario del lunes

bajo el brazo. Ya sabemos el final de la historia. Podés decir lo que quieras, pero que nuestro proyecto era creíble para nosotros y para nuestros enemigos. Claro que era creíble, si no, no nos hubieran matado, se hubieran cagado de risa.- él también se ríe- Que lo hicimos con la mayor seriedad que pudimos, con toda la inexperiencia e ignorancia que podíamos cargar a cuestas, y que la mayoría de la sociedad argentina en un momento apoyó hasta que nos quitó su apoyo. Hasta ese momento, nunca colectivamente nos planteamos la opción de dejar de luchar. Al plantearnos la opción de continuar resistiendo, era obvio que corríamos con todos los riesgos. Fue una decisión colectiva.-recalca- En lo individual, algunos se lo plantearon y se fueron.

-¿No te parece que para el proyecto de la contraofensiva eran demasiados los riesgos a correr, suponer que se iba a contar con el apoyo del pueblo argentino no era también una ilusión óptica?

-¿Suponer qué? Nosotros hicimos la contraofensiva a partir de la huelga general de abril, y tuvimos ese apoyo. Y nos planteamos la movilización de una fábrica grande, la Peugeot, y la tuvimos a punto de salir. Les dieron todas las reivindicaciones para que no salgan. Y sabíamos que iban a estallar las contradicciones internas del Ejército y estallaron. Se sublevó Menéndez en ese momento. Y sabíamos que iba a venir la Comisión de la OEA y que esto era romper la coraza de protección que tenía la dictadura en el exterior. Y también ocurrió. Y suponíamos que después de eso iban a tener que retirarse y llamar a elecciones. Y también ocurrió. Ahora si vos decís: ¿ustedes pensaban tomar el poder en el 79, como se tomó el Palacio de Invierno? Nunca pensamos eso, y si nos lo hubiéramos planteado, ¿qué? – me vuelve a prepotear – Esta es la otra cuestión. Suponiéndolo, ¿y qué? Se trató de una decisión política discutida democráticamente, votada en todos los ámbitos y asumida por todos. ¿Y qué? Los votos fueron cantados, hay actas. No hubo papelitos, o por lo menos yo no me enteré. Se votó en el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, se votó en lo que se llamaba en aquella época Comité Central del Partido. Todo el mundo sabía que era una decisión política que venía de mucho tiempo antes, no era una maniobra intempestiva ni secreta. Se empieza a discutir la necesidad de cambiar la situación estratégica de resistencia en julio del año 78. No era la contraofensiva de los montoneros sino la contraofensiva popular. Que era un estadio de un momento social que nosotros analizamos y que estaban basados en la realidad. Y si no lo estuvieran, ¿qué?- otra vez la muletilla- Fue una decisión

política de centenares de personas concientes de los riesgos que corrían.

– ¿Quiénes eran los centenares de personas?

-Todos. Todos los montoneros, ni uno dejó de participar. El que no quiso tuvo la opción de discutir, votar en contra o irse, y no pasaba nada. Todos los montoneros participaron de la contraofensiva de una u otra forma. Algunos en tareas logísticas y políticas en el exterior, otros en tareas políticas en la Argentina, otros en tareas propagandísticas. Todos, incluyendo a personas como Oscar Bidegain, participaron de la contraofensiva. Vos podés juzgarla como una decisión política incorrecta, pero no podés decir que la Conducción mandó a alguien a la muerte, porque además se pone en duda la integridad de los compañeros. Era imposible obligar a alguien a hacer algo si no quería. Desde un punto de vista material, si un compañero tenía que salir de Madrid y tomarse un avión con escala en Panamá, y después aterrizar en Chile y de ahí cruzar por tierra a la Argentina, en Panamá o donde querías podías no seguir viaje. Para el Mundial del 78, un muchacho que iba rumbo a la Argentina desapareció, se arrepintió. No me acuerdo el nombre.

-¿Cuánto tiempo duraba el entrenamiento militar en el Líbano?

-Yo no te voy a contestar preguntas policiales. No te voy a contestar nada que tenga que ver con causas judiciales, porque yo no soy policía.

Firmenich desconoce que en la causa que lo pone tan nervioso se han ido acumulando documentos secretos de la inteligencia militar que responden con exceso a mi pregunta. Incluso uno de ellos se refiere al escepticismo del jefe militar de la contraofensiva montonera Raúl Clemente Yaguer, tras salir del país después de presenciar el atentado contra Francisco Soldati, donde hubo bajas propias considerables. «Los cursos Pitman no van», aparece diciendo en un documento, refiriéndose a los cursos de entrenamiento militar que se impartían en Siria o en el Líbano, donde los aviones israelíes volando sobre sus cabezas aseguraban un escenario de guerra permanente, un paisaje bastante diferente al del alicaído Buenos Aires. Aunque en otro documento, Yaguer señalara que las operaciones ahora era necesario planificarlas en función del objetivo y que la retirada era secundaria, una caracterización que convertía a los combatientes en émulos de los comandos suicidas palestinos. También estimaba Yaguer que el entrenamiento con armas de guerra, que duraba dos meses, debía ser duro para que el posterior combate fuera blando.

Firmenich se niega enfáticamente a hablar sobre este tema. Sigo adelante:

-¿Estuvo Videla en la mira de alguno de los grupos?

-Que yo sepa, no. De todos modos, si a algún grupo se le hubiera ocurrido pensar por su cuenta en atacar sobre Videla, no hubiera sido un disparate.

-Tendrían que haber estado bien pertrechados.

-Había autonomía de táctica. De todos modos, si alguien hubiera podido matar a Videla en ese momento se hubiera llevado unos cuantos aplausos.

De hecho, el general Cristino Nicolaides anunció en 1981 que habían secuestrado carpetas con la más completa información sobre cada uno de los funcionarios nacionales, en los que constaban horarios, movimientos, custodias y fotografías. En una carpeta dedicada al entonces presidente Videla, había hasta una película que mostraba sus itinerarios y movimientos habituales.

– ¿Roberto Perdía también estuvo en el país durante la contraofensiva?

-No, no, vos me estás haciendo las preguntas de la causa Bonadío, y esa causa es una canallada donde me han metido a mí como testigo por mala leche.-dice, y ninguno de los dos podía imaginar que meses después Bonadío ordenaría su detención a INTERPOL, como implicado en la causa, junto a Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja

-¿Se te convocó para declarar lo que sabías sobre el Plan Cóndor?

-Sí. Pero también me preguntaron sobre el tesoro de los montoneros. ¿Qué mierda tiene que ver el Plan Cóndor con el tesoro de los montoneros? Y me preguntaron por una nota

publicada en el diario Clarín y otra de Miguel Bonasso en Página 12. Son canalladas que no son inocentes. Hay servicios de inteligencia que les están pagando. La jugada consiste en decir que los montoneros son una mierda, que los que murieron eran unos pobrecitos buenos, que los que quedaron vivos son todos unos hijos de puta y que los de la conducción eran todos de los servicios de inteligencia. Este crimen contra los que estamos vivos mata a todos los argentinos, y mata dos veces a los que están muertos.

-¿Por qué no me contestás si Perdía estuvo en el país?

-Porque las preguntas que me hacés están en esa dirección. Me estás preguntando si Perdía ha sido el entregador porque ha salido en los diarios. Hablan de Silvia Tolchinsky, que tampoco pudo haber entregado nada.

Firmenich tampoco sabe demasiado acerca de esta causa judicial cuyo origen se remonta a febrero de 1983, cuando un grupo de familiares interpusieron un recurso de habeas corpus a favor de quince militantes desaparecidos, que intentaban regresar al país a principios del 80.

La cacería había recibido el siniestro nombre de Operativo Murciélago, y se basaba en información obtenida en base a tormentos.

Todo comenzó con la Operación Guardamuebles, planificada durante una reunión celebrada el 8 de enero de 1980 a las ocho de la mañana, en el Regimiento de Patricios N°1. Alguien había «confesado» que a partir de marzo se reanudarían las operaciones de las TEI, cuya conducción táctica estaría esta vez a cargo de Roberto Cirilo Perdía. Para llevarlas a cabo debían primero recuperar el armamento dejado a fines de 1979 en distintos guardamuebles de la capital y el Gran Buenos Aires, embutidos en televisores, banquetas, sillas o sillones tapizados, wafles, televisores, termotanques, cajas o cajones forrados con papel contact, como dice textualmente el informe.

Cada comando, de los cinco que actuarían, saldrían a controlar todos los guardamuebles de Capital Federal y provincia de Buenos Aires, pertrechados con uniforme de combate, cascos y agujas colchoneras, para «introducirlas por la parte inferior del elemento y no romper los mismos», reza el informe de inteligencia que también llamaba a «tener en cuenta que pueden existir trampas cazabobos». Lo demás fue coser y cantar, como hubiera dicho mi querida abuela.

Cuando llegaron al guardamuebles de la calle Malaver 2851, en Olivos, y encontraron lo que buscaban, invitaron a Victorio Graciano Crifacio, el aterrado propietario del depósito, a retirarse a su casa. De aquí en más, el Ejército Argentino atendería el negocio que hacía años daba de comer a la familia del inmigrante llegado del sur de Italia.

Establecida la vigilancia, y «como resultado de la misma, se procedió a la detención de un DT(delincuente terrorista) en circunstancia en que intentaba retirar dicho armamento». Era Angel Carvajal, y tras él fueron cayendo todos los integrantes del grupo. Ocho días después caía mi hermano:

«(NG) PATO o ESTEBAN, Nivel: miliciano, funcionaba en el grupo TEI a asentarse en la Zona Norte del Gran Buenos Aires, fue detenido el 29FEB80, en una cita con un miembro de la BDT en Plaza Once.

Le falta una materia para ser bachiller, y tiene aprobadas dos materias en la Facultad de Derecho.

Militante estudiantil secundario de la JP en 1972. Estuvo en la Conducción Regional I de la UES. Pasó a la agrupación estudiantil universitaria en 1974. Se incorpora a la BDT en 1975. Ese año es separado a raíz de que él voluntariamente había perdido el contacto con la BDT. Es detenido en 1977 y posteriormente liberado, sale a Brasil, de donde pasa a España. Allí es reclutada por la BDT a principios de 1979. Realizó curso de TEI en el Líbano en ABR79 hasta MAY79. Ingresa al país con el grupo TEI N°1, y participa en el atentado contra el Dr.Klein. Volvió a salir hacia España a fines del año 1979, reingresando en FEB80 nuevamente en TEI.», jalonaba a grandes rasgos la vida de Ricardo este documento que se constituyó en elemento de prueba en la investigación.

Volviendo a los orígenes de la causa, la aparición en un programa conducido por Mauro Viale del sargento Nelson Ramón González, diciendo que había presenciado el fusilamiento del hijo de Marcos Zuker, la sacó del letargo a fines de 1997. Mantuve una reunión con él, junto a la doctora Alicia Oliveira, que por entonces integraba el cuerpo de abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales, y Maco Somigliana, del equipo de antropólogos forenses, más aptos que yo para desbrozar la verdad de la mentira, entre la locuacidad excesiva del suboficial González, que se presentó a sí mismo como un inofensivo «cadenero».

Yo le creí cuando me contó que mi hermano no aceptó vendarse los ojos ante el pelotón de fusilamiento. Cayó junto a «un tal Frías», que bien pudo ser Federico Frías, secuestrado en mayo del 80. Según González, murió puteándolos por no haber cumplido con la reiterada promesa de liberarlo.

-Todos conocíamos el nombre de su hermano, porque se sabía que era el hijo de Marcos Zuker.-trata de despejar González cualquier duda sobre la veracidad de su relato.

Aún conmovida por la descripción del fusilamiento, y la afirmación de que sus restos estaban en el Polígono de Tiro de Campo de Mayo, recibí en mi casa un sorpresivo llamado. Se trataba del general Martín Balza, pidiéndome que le trasmitiera a mi padre, «un hombre al que todos queremos», que él no sabía nada del caso. Le sugerí que hablara con Nicolaides o Galtieri, aún con vida, que seguramente podían informarlo. Me contestó que había gente «con la que es imposible hablar». Por último, me anunció que al día siguiente se presentaría ante la Justicia junto con la Subsecretaria de Derechos Humanos, Alicia Pierini, para que González hiciera sus declaraciones en el ámbito que correspondía. La presentación recayó en el juzgado de Norberto Oyharbide. Tras los hechos conocidos, que involucraron al juez Oyharbide en un oscuro episodio de comercio sexual, pasó a manos del doctor Claudio Bonadío. A la presentación se sumó Claudia Allegrini, que trabajaba en aquella subsecretaría, por la desaparición de su compañero Lorenzo Viñas.

Claudia Allegrini nunca se perdonó no haber estado en el momento en que Silvia Tolchinsky hacia su declaración, donde mencionaba las dos veces en que había estado con Viñas durante el cautiverio, antes de que fuera trasladado en uno de los vuelos de la muerte. Es posible que tampoco le haya perdonado su condición de sobreviviente, un síndrome que suele atacar a los familiares de desaparecidos aunque tratemos de exorcisarlo. Y mucho menos que al ser liberada de Campo de Mayo, Silvia se fuera a vivir con uno de sus guardianes. Desde entonces la investigación de Bonadío empezó a nutrirse de teorías conspirativas que tiraban sus dardos al corazón de la conducción montonera.

Cristino Nicolaides, ex jefe del Ejército, atacó en el mismo sentido, como informó la nota del diario Clarín a que alude Firmenich. En ella se afirmaba que había sido una integrante de la cúpula de la organización, asistente personal de Firmenich, quien entregó información para desarticular la operación de regreso al país de los montoneros. A cambio, la eficaz colaboradora sería preservada tanto en lo físico, como en lo psíquico y económico. Justamente, el entonces comandante del III Cuerpo de Ejército se había jactado en una conferencia de prensa brindada en la capital de Córdoba en 1981, donde asistieron más de 400 representantes de las «fuerzas vivas» cordobesas, de haber desarticulado dos células guerrilleras que habían logrado ingresar al territorio pese al férreo control de fronteras. «He tenido la oportunidad de hablar con uno de esos delincuentes y puedo asegurar que tienen un alto nivel de preparación en todos los sentidos», había declarado en medio de una diatriba de tres horas y media contra la subversión, «que está enquistada y agazapada en todos los sectores de la vida nacional».

Firmenich no sale de la indignación:

-Me parece terrible que algunos periodistas repitan la versión urdida por el enemigo. Todo esto es un juego sucio. Nos hicieron la guerra sucia y ahora nos hacen la política sucia con el periodismo sucio y los juicios sucios. Eso está claro. Venir a decir que los culpables de las muertes somos nosotros es una canallada criminal. Te repito, el fondo de la cuestión es muy simple: acá hubo un grupo de gente que luchó por un proyecto político que se perdió.- reconoce por fin, aunque con medias tintas.

-Desde el balance histórico hay que hacer dos tipos de razonamiento: una cosa es el proyecto político en términos subjetivos y otra cosa la funcionalidad de la resistencia. Si bien el proyecto político fracasó, la resistencia triunfó. Yo creo que en la Argentina hubo siete años de dictadura y no veinte como en Chile, gracias a nosotros. Pudo haber delaciones, pero no hubo casos graves de infiltración. El tema de fondo es que la Argentina y los intelectuales argentinos se empeñan en seguir haciendo la guerra sucia contra los montoneros, y vos con estas preguntas colaboras en eso. Lo más grave es que pienses que tu hermano murió inútilmente.

-Por teléfono me dijiste que no te acordabas si lo habías conocido

-Yo no tuve trato personal con tu hermano. Creo que participé de una reunión donde él estaba.

Evito preguntarle cuándo y dónde porque no me lo va a decir. Se refiere seguramente a su paso por Damour, en el Líbano, reunión de la que también dieron cuenta con precisión los servicios de inteligencia, además del fiel relato de Fito acerca de esa visita.

Le cuento que cuando supe de la caída de mi hermano, nunca imaginé que lo mantendrían con vida tanto tiempo. Sin embargo, uno de los secuestrados en Campo de Mayo le cuenta ilusionado a Silvia Tolchinsky, en un encuentro fugaz, que están seguros que van a vivir, que han conseguido una guitarra, que la zamba preferida por todos es La Pasto verde, esa que dice «mil soldados te quisieron…».

Firmenich no está al tanto del tema. Ni siquiera sabía que María Antonia Berger o Adriana Lesgart, dos históricas, también estaban vivas en Campo de Mayo, pese a haber sido secuestradas a mediados del 79.

-Primera noticia que tengo. Yo me enteré que Silvia Tolchinsky estaba viva en el año 91, después de salir de la cárcel.

Justamente Silvia Tolchinsky me envió una carta poco después de conocernos, donde volcaba sentimientos acerca de su condición de sobreviviente.

«La primera cosa que quisiera decirte es que lo más duro de todo lo que he vivido y vivo es enfrentar a los familiares de las víctimas. En ese momento soy sólo una sobreviviente, me olvido que yo también soy familiar, que perdí a mi hermano, a mi marido, a mi cuñada, a mi prima, y como no, a muchos de mis mejores amigos. Digo que soy sólo una sobreviviente

cargada de toda la culpa por no haber traído algo de la vida de todos los que allí, al otro lado de la vida misma, quedaron. Me obnubilo, se me rompe el alma, me da una tristeza enorme, una gran vergüenza. Siento que debería haber escuchado más, interpretado más, preguntado más.

Mentiría horriblemente si dijese que sobreviví para contar. Nunca voy a saber por qué sobreviví, aunque cada día me lo pregunto. Pero mi vida es pequeña, incapaz de dar testimonio de tanta muerte y de tanta ausencia. Sobreviví porque ellos quisieron que sobreviviera. Sé que se lo fui arrancando segundo a segundo, pero no es distinto de lo que muchos desaparecidos intentaron hacer, seguramente también tu hermano. Porque a pesar de nuestras consignas, ¿quién amaba la vida más que nosotros? Pero a mí no me mataron. No sé porque sobreviví, pero sé por qué seguí viviendo a pesar de todo. Por el recuerdo de los ausentes, por el amor que les tuve, por mis adorados hijos, por mi familia, por la familia del Chufo, mi primer marido, por mis viejos y nuevos amigos, por mi marido actual al que amo muchísimo, y por que rompieron muchas cosas en mí, pero para nada lograron tocar la relación que fui tejiendo con la vida.

La vida del Chufo es algo que flota entre nosotros, que nos arropa, que enternece nuestra cotidianeidad, que come en nuestra mesa, que asiste a la boda de su hija mayor, que comparte cada instante de nuestra vida familiar. Porque sabemos cómo fue su muerte, porque está enterrado por nosotros, en una tumba que nadie visita pero que tiene un lugar. No perdono su muerte ni la olvido, pero puedo vivir con ella, es una muerte que me permite recordar su vida. Lo he llorado tanto y lo lloro aún, pero estoy en paz con él porque él de algún modo tuvo paz.

En cambio, mi hermano es un fantasma que flota entre nosotros, pensarlo es imaginar su sufrimiento como si ese sufrimiento fuera infinito, durante más de 20 años cada día es el día de su tortura. No puedo recordar los momentos buenos y malos que compartimos, su dolor lo invade todo. Jamás lo he podido llorar. Lo pienso y no logro imaginarlo sin que el alma se me parta en mil pedazos. Los desaparecidos están muertos, pero saber eso no es suficiente. Uno necesita inscribirlos como muertos para que dejen de ser desaparecidos. La dictadura, los militares fueron dueños de nuestra vida y de nuestra muerte, y hoy son dueños de este sufrimiento que se prolonga más allá de lo tolerable.

Hoy pienso que quisiera servirte de algo, no sólo a vos. Las cosas de mi «segunda vida» no son claras para los que acostumbran a ver en blanco y negro. Que interpretan la historia en clave de héroes y villanos, que en nuestro país se lee en clave de vivos o muertos.

Me duele profundamente tu dolor que no cesa, y me gustaría saber si en algo te puedo aliviar. Como información no sé más de lo que dice mi testimonio, pero quizás hay preguntas que quieras hacerme que abran alguna brecha. Ojalá.»

Frente a mí tenía al responsable máximo de la organización montonera para tratar de abrir alguna brecha hacia el pasado.

-¿Cómo te explicás la caída del grupo que integraba mi hermano?

-Las cosas son mucho más simples y menos truculentas. Si vos vivías con él en Madrid, sabrás que se trataba de un proyecto político por encima de todo y una ética de trascendencia donde la propia vida se subordinaba a ese proyecto. Lo que pasa es que hay que hacerse cargo de la verdad histórica. La dictadura tenía múltiples procedimientos para reprimir, Ha habido casos de gente que cayó en una cita y bajo tortura, en condiciones extremas, cantó. Después los llevaban a la frontera a marcar como «dedos». Se trata de una situación desgraciada, a alguna de esa gente la mataron y a otras no. La mayoría de los compañeros cayeron así. Con que haya un diez por ciento que cante, cada uno canta a diez, y entre esos diez, hay otro que canta. Así se va haciendo la cadena.

Aunque reconoce no ser un cinéfilo, no puede dejar de mencionar aquella emblemática película de los setenta, «La Batalla de Argelia», para explicar la debacle:

-Cualquiera que la haya visto puede entender lo que pasó. Hubo un caso famoso de un tupamaro que entregó a Raúl Sendic. Las cantadas que hemos tenido los montoneros creo que en proporción son menos que las que hubo en otras organizaciones. También hubo «chupados», pero había que ser un gran artista para fingir durante mucho tiempo. Pensar en los compañeros como unos locos detrás de una cosa absurda es falsa. Ni lo del Che en Bolivia, ni lo de los Tupamaros ni el MIR chileno se puede decir que haya sido más serio. La gente luchaba y moría como en toda lucha a muerte, como en cualquier movimiento de liberación que se planteó la lucha armada, y a nadie se le ocurre decir que la conducción del Frente de Liberación Argelino estaba formada por agentes de los servicios secretos. Por eso hablo de una guerra sucia judicial contra la conducción montonera.

-¿Por qué se habla de un encuentro tuyo en París con Massera?

-Son inventos absolutos.

Interviene María Elpidia en su defensa: «se trata del desprestigio permanente a una persona que ha sido un símbolo de la historia heroica de una juventud maravillosa que entregó su vida sin más ni más».

Su marido la interrumpe: «el ataque sistemático y masivo de los medios no es inocente ni casual. Desde el punto de vista estrictamente personal mi conciencia está absolutamente tranquila».

– Se suele cuestionar también tu soberbia…

-Pueden decir que soy soberbio, que soy antipático, que tengo mal humor, pero eso no tiene nada ver con esta guerra sucia. Mi personalidad es así. De última, si soy soberbio o no, ¿qué? – vuelve a la carga- Además esa calificación viene de un panfleto miserable pagado por los servicios de Alfonsín para dar aire a la teoría de los dos demonios que se llama La soberbia armada, y es obra de otro de los próceres del periodismo de nuestra bendita democracia que, aunque esté muerto, sus larvas de podredumbre permanecen. Porque cuando me preguntás si soy soberbio, también estás hablando de La soberbia armada. Nunca escuché discutir si Fidel es soberbio o no, si eso tiene que ver con los éxitos y fracasos de la revolución cubana. Si mi carácter personal fuera tan deplorable como para perjudicar a un proyecto político, me hubieran quitado del medio. ¿Por qué los compañeros iban a tener de secretario general y líder a un soberbio? Habría que suponer que los otros son estúpidos o que son todos soberbios. Por eso yo digo que la Argentina algún día tendrá que volverse a enamorar de los Montoneros. Para después descubrir que no se casan. No importa. Pero hay que blanquear la situación. Esto no fue una historia de servicios de inteligencia, fue una historia nacida del pueblo argentino, apañada por el pueblo argentino, aplaudida y votada por la mayoría del pueblo argentino, y después masacrada por la mayoría del pueblo argentino. Es una conducta social que ha tenido en particular la clase media con sus conductas oscilantes, llenando todas las plazas para todos los colores. Llenó la plaza por la Patria Socialista, por Videla con el Mundial, por Galtieri con Malvinas, después la llenó para Alfonsín contra todos los anteriores. También la llenó para Menem, a pesar de las privatizaciones y después la llenó con el cacerolazo. Si se quiere encontrar una salida hay que desterrar esa conducta. Hay que mirar las cosas de frente, que son tan limpias como la guerra del general Belgrano, que nunca fue general de nada porque no fue nunca a una academia militar, pero que se subió a un caballo y peleó como pudo. Organizó ejércitos con su poderosa voluntad, y ahora le ponemos una estatua, lo llamamos General Belgrano, pero él era un abogado con una ideología política, era un militante político. Cuando tuve que declarar en los juicios aclaré que yo era tan comandante como Belgrano general. Las luchas de los pueblos hispanoamericanos tienen una cultura de herencia hispana, quijotesca, con figuras como el Cid Campeador. Todos los próceres tienen estatuas ecuestres, pero eran hombres de carne y hueso. Somos hijos de esa historia. ¿Sabés cuáles fueron las últimas palabras de Bolívar?: «he arado en el mar». ¿A vos te parece que el balance histórico de Bolívar es el de un estúpido que aró en el mar? Es una constante en la lucha de los pueblos: un nivel de idealismo en el objetivo que no se alcanza en la práctica.

Mi hija, que como casi todos sus coetáneos está enemistada con los políticos, ha seguido con atención las palabras de Firmenich. Mujer al fin, le pregunta qué significa volver a enamorarse de los montoneros. El ex comandante montonero se pone más a gusto:

-Tras la apertura democrática hubo una clase política que le dio continuidad a la dictadura durante 20 años, y esta es la tragedia que vive la Argentina. Tiene que ver con lo que yo llamo la guerra sucia por otros medios. Antes decíamos que la guerra era la continuación de la política por otros medios, según la frase de Karl von Clausewitz. A nosotros nos hicieron la guerra sucia y ahora nos hacen la política sucia como continuación de esa guerra sucia. El tema de fondo es que la Argentina no ha tenido constitución durante décadas. La constituyente del 94 era la ocasión de superar nuestro trauma histórico, de plasmar un proyecto de nación de largo alcance que satisfaga a todos. Era posible, pero la clase política no estuvo una vez más a la altura de las circunstancias. Fue el pacto de Olivos famoso, y todos ellos se hicieron cómplices. Con la oligarquía se estableció el siguiente pacto: la clase política ejerce el poder al servicio de los intereses dominantes con las mismas políticas de la dictadura. Y la oligarquía se aguanta la corrupción, el enriquecimiento ilícito porque le conviene. Y el pacto incluye la versión sucia de la historia, que le es funcional. Y deviene en esta estabilidad macabra, cuando debió dar lugar a la mayor prosperidad porque nunca hubo una continuidad de 20 años en democracia. No ha servido para nada. Y mucho menos para revisar la historia. La versión acordada es la teoría de los dos demonios, y no hay solución sin rever eso. Porque para cuestionar a la clase política hay que cuestionar la profundización de un proyecto económico que generó tanto dolor y muerte. Entonces hay que decir: «está bien, todo lo que dijimos sobre los montoneros vale como parte del enfrentamiento. Pero fue una generación que luchó genuinamente por sus ideales, que su proyecto no fue compartido por la mayoría de la sociedad, y por consiguiente resultó inviable». Pero como resistencia es tan legítima como cualquier otra resistencia que ha habido en el mundo. Así se blanquearía la situación. Y todos los que fueron montoneros no tendrían más el complejo de serlo. Está llena de montoneros la política, pero yo digo que están castrados. Ninguno se anima a cuestionar la situación para que no le saquen a relucir lo que fue en el pasado. Tipos como Roberto Perdía, Luis Prol, Dante Gullo, Jorge Obeid. Y Perdía no llega a negar que fue montonero, pero los otros lo han negado. Y han ejercido cargos importantes: Obeid ha sido gobernador, Prol ha sido ministro e interventor en Catamarca, pero ninguno de ellos en el ejercicio de su poder reconocen su pasado montonero. ¿Por qué? Porque negociaron su pensamiento crítico a cambio de poder estar en los cargos y cobrar sueldos. Pero si no se blanquea la historia, la Argentina no tiene solución. Las elecciones no van a servir para nada, va a haber un voto castigo, una abstención gigantesca. O va a terminar volviendo el Menem y va a ser peor, más de lo mismo.- remata Firmenich, que en este caso ha vuelto a errar en sus evaluaciones.

Se los nota más que satisfechos, a mi hija y a él. Tanto que me dice:

-Disculpame si fui muy duro en algún momento, pero soy así.

Podría haber agregado «y qué», pero hubiera sonado casi tanguero. En cambio, relata una anécdota: «el día en que se cumplieron 25 años de mi ingreso al Colegio Nacional Buenos Aires alguien se puso a dar un discurso, y de repente saca de la galera una parrafada contra mí. Yo estaba recién indultado. Cuando termina, sólo un tercio de los presentes se pone de pie y lo aplaude. Entonces los compañeros de mi división se ponen de acuerdo. A Viviana Rubinstein le tocaba pasar lista para la entrega de medallas y diplomas, pero antes dijo: «nosotros queremos recordar a tres personas que van a estar ausentes hoy porque han sido asesinados por la dictadura por ser militantes montoneros. O sea que lo primero que pedimos es que se ponga todo el mundo de pie y se haga un minuto de silencio». Me doy por cumplido y no hago ningún reclamo personal. Después se acercó el Presidente de la Asociación de Ex-Alumnos para disculparse. «Este hombre ha estado fuera de lugar, pero no lo tome a mal. Mire, si usted no se ofende, le voy a contar algo: en una oportunidad me invitaron a dar una conferencia sobre el colegio en la Peña El Ombú. Cuando me refería a todos los próceres que habían pasado por las distintas aulas, el fiscal Juan Martín Romero Victorica, que estaba presente entre el público me interrumpió:

-Bueno, termínela, no sé de que se vanaglorian tanto, que de esas aulas han salido Firmenich, Abal Medina, Ramus y muchos más. ¿Sabe que le contesté?: «Mire, doctor, no se equivoque. Nosotros de los buenos tenemos a los mejores y de los malos también».

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Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”

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Los feminismos siguen siendo el único movimiento que tiene la capacidad de transversalizar la unidad, amplia, y poner en Avenida de Mayo, de cara a Plaza Congreso, cuadras y cuadras de columnas que van desde el sindicalismo, a los movimientos sociales, a la izquierda, al kirchnerismo. 

Aún cuando por Hipólito Yrigoyen ingrese la enorme columna de la intersindical feminista seguida por poco del oficialismo; y por el otro costado, por Avenida de Mayo, ingrese la izquierda; todos los espacios comparten plaza a menos de un mes de elecciones generales que definen quién presidirá el país. 

Esa es la noticia: seguimos transversalmente en la calle. 

Video: Sebastián Smok.

De la economía popular a la formal

“Creían que el movimiento había desaparecido porque no estaba en la calle, pero estábamos en cada uno de nuestros territorios, ahí también damos la batalla y la lucha”, dice Leonor Cruz, Secretaria de Géneros y Diversidad de la CTA Autónoma, frente a la enorme columna de trabajadoras que son protagonistas de esta marcha. Las tres banderas que encabezan: UTEP, CTA y CTA Autónoma. De la economía popular a la economía formal, todas adentro.

Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”
La cabeza de la marcha de este 28 S. (Foto: Sol Tunni).

Junto a ellas también marchan familias de víctimas de femicidios: Marta y Guillermo, mamá y papá de Lucía Pérez; y Daniel y Susana, papá y mamá de Cecilia Basaldúa, que salieron desde la sede de MU junto a un grupo de mujeres que les siguen con los pañuelos blancos que bordan dos palabras: Nunca Más. 

Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”
Foto: Sebastián Smok.

No con el FMI

Dice Leonor: “La derecha más fascista de nuestro país tiene una agenda muy clara contra el feminismo, quieren ir contra cada uno de los derechos que hemos conquistado con sangre y a fuerza de lucha; pero no lo vamos a permitir. Estamos en la más amplia y diversa unidad de vuelta en la calle porque a la derecha la vamos a enfrentar, pero también vamos a decir: no es con el FMI, porque somos las trabajadoras, las precarizadas, las compañeras del barrio, las que más sufren el ajuste”. 

Leonor llegó a Plaza Congreso desde Tucumán, trayendo lo que se ve fuera del centro porteño: “En nuestra Argentina profunda lo que se ve es la pobreza, en todas sus dimensiones, pero el movimiento feminista en la provincia es lo más fuerte que hay, es donde está la unidad y donde nosotras resistimos”.

Sobre la transversalidad habla también Silvia León, referente de ATE Nacional: “Hoy el objetivo tiene que ser que las derechas no avancen en nuestro país. Los 30 mil compañeros desaparecidos y muertos no murieron en vano, y las víctimas de femicidio tampoco”. 

Silvia, rodeada de pañuelos verdes, sostiene junto a las familias de víctimas de femicidios, que tienen las fotos de sus hijas colgando en el pecho, los pañuelos blancos. Los feminismos honran el legado que los derechos humanos construyeron en la calle, con los pies. Dice Silvia: “Nosotras peleamos por soberanía, por educación, por salud, y también seguimos el camino de las Madres, las Abuelas, de los 30 mil, pero también de los familiares. Hay un tiempo que se termina, el de la verticalidad, el del verticalismo y del patriarcado, ahora toca construir transversal y federalmente”

Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”
Foto: Sol Tunni.

Significado de la libertad

Marta y Guillermo, llegaron desde Mar del Plata a las siete de la mañana; junto a Susana y Daniel, se colgaron las fotos de sus hijas en el pecho: Lucía Pérez y Cecilia Basaldúa, dos femicidios territoriales emblemáticos, donde las tramas narco barriales marcaron como alerta una emergencia que traen las periferias.  

¿Por qué recorrer la Ruta 2 durante toda la noche para marchar? Contesta Marta Montero, mamá de Lucía: “Para gritar que no vamos a permitir perder nuestros derechos, lo que hemos conquistado en este tiempo de lucha que no es solo el reciente, me voy más lejos: en este tiempo de democracia que es el tiempo en el que podemos salir, podemos luchar, y también decir lo que pensamos. Todo esto está en peligro, no podemos permitir que venga alguien a decirnos lo que tenemos o lo que podemos hacer, que corten nuestros derechos y lo conseguido: por ejemplo un ministerio. Todas las mujeres no tenemos la suerte de que nos acompañen los gremios, las organizaciones; hay muchas mujeres que están solas, pero vos sabés que hay una puerta que podés golpear y que se va a abrir. Ahora corremos el peligro de que todo eso se termine».

Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”

Marta Montero y Guillermo Pérez, los padres de Lucía (Foto: Sebastián Smok)

¿Por qué creés que quieren que se termine?

Porque somos muchas, hemos tomado la calle, hemos salido, y nuestra palabra se ha hecho escuchar. Y así hemos logrado cambios: el más importante fue el aborto legal. Es imposible no pensar hoy en día que una mujer no tiene derecho de poder decidir sobre su vida.Yo soy una persona de fe, creo en dios, en la virgen, pero no creo en que alguien pueda decirnos que esto tiene que ser de una sola manera porque creo en la libertad de las personas, y si alguien no quiere tener un hijo es respetable. 

Libertad es una palabra hoy disputada, ¿qué significa?

Libertad significa levantarme, salir a la calle y decir lo que pienso sin censura de nadie, poder acompañar a alguien, poder hablar, poder estar. El libertario es otra cosa: son los que nos quieren vender que vamos a estar mejor por cosas que no terminamos ni de entender, es un juego de palabras siniestro que termina en opresión. 

Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”

Foto: Sol Tunni.

¿Qué tienen que hacer los movimientos feministas?

No los tenemos que dejar avanzar. A mí no me representa una persona que esté con una agresividad tal que se le nota, en su manera de hablar, de moverse, a mi no me representa esa violencia, pero estamos viviendo en un momento muy difícil que hoy todo es violencia. El enojo hoy está peor que nunca, o tal vez tenga otra visibilidad, antes se tapaba más, hoy lo ves en un medio, en una red social, es más visible, por eso parece que pasa más. 

¿Cómo volvemos para volver a ser marea?

Es muy importante creer en nosotras mismas, en el valor que nosotras tenemos, valorar quienes somos. Es muy importante no tener miedo, no tener miedo al ridículo, estar seguras de lo que hacemos, de lo que queremos y si tenemos que salir a defender a una compañera, a una hermana, salir y hacerlo con convicción propia. Lo más libre que una puede hacer es salir. Si no es con cada una de nosotras, hasta acá no se hubiese llegado, sin las mujeres luchando por su propia vida, las más grandes ayudando a las más chicas, y las más chicas, por ellas mismas. Esa es la hermandad, todas nos necesitamos, yo sola no puedo, te necesito a vos, a otra, a la hermana, sola es imposible. Necesitamos la confianza en nosotras mismas, evitar la competencia. Nosotras luchamos por la vida, por eso luchamos por todas. Solas no llegamos a nada, pero juntas llegamos a todo.

Mujeres trabajadoras en la calle: “Juntas, llegamos a todo”

Daniel y Susana (padres de Cecilia Basaldúa), Guillermo y Marta. Foto Sebastián Smok.

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Foto: Sebastián Smok.
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Resultados en la Cumbre Científica de Naciones Unidas: Argentina con agrotóxicos al 100%

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El total (100%) de participantes argentinos en una investigación internacional sobre agrotóxicos “presentó un rango de 6 a 13 plaguicidas en orina, un rango de 2 a 10 plaguicidas en sangre y un rango de 0 a 18 plaguicidas en materia fecal”. El problema incluye a personas que viven lejos de las fumigaciones, por lo que se consideró a estos plaguicidas como «omnipresentes». Se encontraron además los venenos en los alimentos, el polvo del hogar, los granos de cultivos, animales, alimentos para animales, suelos y agua.

A través de una conferencia virtual desde Nueva York, durante más de 3 horas, el proyecto SPRINT reveló este miércoles 27 -Día de la Salud Ambiental- los resultados del estudio realizado en Europa y en la provincia de Buenos Aires (como principal exportadora de soja para alimentación animal).

Entre los venenos detectados están obviamente el glifosato (genotóxico y probable cancerígeno) y el clorpirifos (que pese a estar prohibido en Argentina se sigue vendiendo hasta en los supermercados). El informe señala además los “cócteles”, que mezclan químicos para aumentar la potencia de cada veneno, reuniendo hasta 120 plaguicidas.

La dirección del INTA prohibió a la doctora Virgina Aparicio (que integró en la investigación) participar en cualquier instancia actual del proyecto, y hablar con la prensa, siendo que se trata de un tema de salud pública.

Algunos de los datos que, pese al silencio y a la mordaza oficial, se revelaron en el marco de la Cumbre Científica de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

En alimentos: “el total de participantes argentinos presentó un rango de 6 a 22 plaguicidas en la muestra de alimentos”.

En el polvo del hogar: “el total de muestras analizados en Argentina presentó un rango de 43 a 86 plaguicidas en polvo del hogar”.

Granos de cultivos: “el total de muestras analizadas en Argentina presentó un rango de 0 a 8 plaguicidas en grano”.

En animales: “el total de animales analizados en Argentina presentó un rango de 1 a 12 plaguicidas en orina, un rango de 0 a 16 plaguicidas en materia fecal”. (Los de sangre continúan pendientes).

En alimento para animales: “un rango de 5 a 25 plaguicidas en alimento animal”.

En suelos: “el total de muestras analizados en Argentina presentó un rango de 0 a 12 plaguicidas en suelo”.

Agua superficial: en “el total de muestras analizadas presentó un rango de 10 a 28 plaguicidas en agua superficial”.

Por Anabel Pomar

Resultados en la Cumbre Científica de Naciones Unidas: Argentina con agrotóxicos al 100%

Resultado global presentado sobre las concentraciones de glifosato en seres humanos. Argentina lidera esa tabla con absoluta comodidad.

En el día de la celebración del día de la salud ambiental, miércoles 27 de septiembre, en Nueva York, EE. UU., en el marco de la Cumbre Científica de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGA78) por primera vez para grandes audiencias pudieron conocerse parte de los resultados del proyecto europeo SPRINT (siglas en inglés de Transición Sostenible de Protección Vegetal: Un Enfoque de Salud Global 2020/2025).

¿Qué es el SPRINT? Es un proyecto financiado por La Unión Europea (UE) que busca identificar los residuos de los agrotóxicos, en ecosistemas y en humanos, y analizar el peligro de la sinergia (la combinación o mezcla) entre los plaguicidas hallados. Esto último, algo jamás contemplado a la hora de aprobar esos peligrosos venenos en el mercado, ni en el llamado “viejo continente”, ni en nuestro país.

En 2021 los muestreos en el marco de ese proyecto además de realizarse en los 10 países europeos participantes se ampliaron a la provincia de Buenos Aires. 

¿Por qué se incluyó a nuestro país?  Por ser el principal exportador de soja para alimentación animal al mercado europeo.

Entre las principales conclusiones del evento de este miércoles en NY, pudieron escucharse las voces de expertas y académicos participantes de ese proyecto. Contaron, basados en rigurosa información, cómo los agrotóxicos usados en la agricultura veneno-dependiente están contaminándolo todo. Cuerpos, comida y ambientes. Una de las palabras que más se repitió en las presentaciones, fue “omnipresente”. Los agrotóxicos están en todos lados: incluso en donde no son utilizados.

Entre los cuadros con centenares de nombres de moléculas químicas usadas en la agricultura, destacan algunos de los agrotóxicos más fumigados en nuestro país. El herbicida glifosato, y su metabolito AMPA, en los primeros puestos. Y para los muestreos en Argentina, en cantidades hasta tres veces superiores en algunas matrices. También el clorpirifos, recientemente prohibido en el país pero que se puede seguir comprando en cualquier góndola de supermercado en el sector de insecticidas.

Resultados en la Cumbre Científica de Naciones Unidas: Argentina con agrotóxicos al 100%

Resultados de plaguicidas en las muestras en orina.

El momento de la presentación es importante ya que este próximo 13 de octubre la Unión Europea deberá votar si decide re-autorizar el uso del glifosato. Desde la coordinación del SPRINT aseguraron que a la brevedad la información –que ya fue presentada en la euro-cámara– será publicada y distribuida al público general para lograr mayor difusión. También aseguraron que esperan que tales resultados impidan que se concrete la renovación del peligroso herbicida.

Omnipresentes

 Ver la presentación de esos estudios que respaldan una afirmación que muestra la magnitud del daño, estremece. Hasta las personas que consumen o producen alimentos sin usar agrotóxicos tienen sus cuerpos contaminados. Y aquellas que consumen alimentos libres de agrotóxicos, también. El cuadro completo muestra que la exposición ambiental llega a todas las personas, no solo a quienes producen con venenos o viven en zonas rurales. Y por todas las rutas de exposición.

Resultados en la Cumbre Científica de Naciones Unidas: Argentina con agrotóxicos al 100%

Los resultados de los venenos en materia fecal.

En los hogares

Como ejemplo se puede mencionar lo que se encontró al medir el polvo de hogares, presentado por Daniel M. Figueiredo, de la Universidad de Utrecht de Países Bajos. Los resultados indican que los agrotóxicos llegan a impactar en los organismos más por los ambientes que por la dieta misma: también son una ruta de exposición directa. El más detectado es el glifosato y su metabolito AMPA, en un cóctel de sustancias químicas peligrosas en un rango de entre 25 y 120 plaguicidas.

Otra constante: los cócteles de agroquímicos. No hay una sola sustancia sino decenas o cientos, mezcladas para aumentar la  potencia del veneno. En el caso presentado impactaban tanto a los vecinos de producciones convencionales cómo orgánicas.

A su turno, Hans Mol de la Universidad de Wageningen de Países Bajos, en la presentación de lo hallado en muestras de fluidos humanos –en los que el glifosato vuelve a estar entre lo más detectado. Los resultados señalan que hay presencia del herbicida genotóxico y probable cancerígeno en orina en el 86,1% de los argentinos muestreados y en el 35,2% de los europeos, mientras al analizar las heces humanas se detecta ese plaguicida en el 70,5% de las personas residentes en Europa y en el 100% de los bonaerenses.

Para el caso del clorpirifos, el 3,7% de europeos tiene en sus heces ese tóxico, mientras que para la Argentina el número asciende a 37,7%. Nuevamente salimos campeones, esta vez de otro podio tóxico.

La mordaza

En la conferencia virtual –toda en inglés– que  duró tres horas y a la que asistió lavaca y aproximadamente un centenar de personas conectadas desde distintas partes del mundo, no estuvo la investigadora a cargo del proyecto en Argentina, la doctora Virginia Aparicio.

Lavaca consultó a la investigadora del INTA el porqué de su ausencia que para la decena de personas conectadas desde Argentina no pasó desapercibida. Aparicio no tiene autorizado por orden directa de la dirección de ese organismo estatal participar de ninguna instancia del SPRINT, ni hablar con la prensa.

Lavaca se comunicó con el INTA (socio número 16 identificado como CSS11-Buenos Aires dentro del proyecto SPRINT) pero nuevamente, como sucede desde hace meses, no hubo respuesta oficial.

El organismo público impidió que hasta el día de hoy los resultados de lo muestreado en nuestro país se difunda. En julio de este año, pese a esa censura oficial, la vaca pudo conocer los resultados de ese muestreo en territorio y población bonaerense y publicarlo.

Del muestreo en Argentina participaron 73 personas. De las 73, 1/3 consumidoras, 1/3 habitantes de pueblos pequeños y “vecinos de productores”. Y 1/3 productores agropecuarios de los cuales la mitad usa plaguicidas y la otra mitad trabaja agroecológicamente. También se incluyó un monitoreo en 14 establecimientos rurales. Se tomaron pruebas en ambiente, alimentos, grano y muestras biológicas en animales.

“El total de participantes argentinos presentó un rango de 6 a 13 plaguicidas en orina, un rango de 2 a 10 plaguicidas en sangre y un rango de 0 a 18 plaguicidas en materia fecal” es una de las revelaciones de la  investigación.   

En los ambientes en los que esas personas se mueven a diario, “el total de participantes argentinos presentó un rango de 7 a 53 plaguicidas en las pulseras” de detección.

La vida cotidiana asediada

En las consideraciones preliminares de esos estudios personales que trascendieron se consigna: “Las mezclas de residuos de plaguicidas están presentes en los cuerpos humanos. Las personas se exponen a los plaguicidas en su vida cotidiana (datos de pulseras). La mayoría de los residuos son peligrosos para el ecosistema y los humanos”.

En alimentos, “el total de participantes argentinos presentó un rango de 6 a 22 plaguicidas en la muestra de alimentos”.

En el polvo del hogar, en “el total de muestras analizados en Argentina presentó un rango de 43 a 86 plaguicidas en polvo del hogar”.

Granos de cultivos, en “el total de muestras analizadas en Argentina presentó un rango de 0 a 8 plaguicidas en grano”.

En animales, en “el total de animales analizados en Argentina presentó un rango de 1 a 12 plaguicidas en orina, un rango de 0 a 16 plaguicidas en materia fecal”. (Los de sangre continúan pendientes).

En alimento para animales, en “un rango de 5 a 25 plaguicidas en alimento animal”.

En suelos, “el total de muestras analizados en Argentina presentó un rango de 0 a 12 plaguicidas en suelo”.

Agua superficial (en la zona de trabajo de SPRINT) en “el total de muestras analizadas presentó un rango de 10 a 28 plaguicidas en agua superficial”.

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Nota

Tucumán: condenan a un funcionario judicial y en el fallo recomiendan colgar placas en Tribunales que digan «un ambiente violento de trabajo afecta el servicio de justicia»

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Un funcionario judicial de Tucumán fue condenado por abuso sexual: 4 años, obligación de reparación económica, capacitación y placas en Tribunales. El hecho no es aislado: el Observatorio Lucía Pérez lleva adelante un registro que incluye 420 funcionarios (integrantes del Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, de las cúpulas de las Fuerzas de Seguridad y de la Iglesia Católica) denunciados por violencia de género. Los argumentos e implicancias de un fallo ejemplar.

Jorge Edmundo Mistretta, exjefe de despacho de la Secretaría Electoral del Juzgado Federal N° 1 de Tucumán, jubilado desde 2019, fue condenado a cuatro años por abuso sexual contra dos de sus empleadas. Los abusos ocurrieron en 2013 y 2015: incluye tocarle los pechos a una de ellas y querer besarla, comentarios sexuales groseros, e intento de tocar a otra de las denunciantes. 

En el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Tucumán, compuesto por la jueza María Noel Costa, y los jueces Carlos Enrique Jiménez Montilla y Enrique Lilljedhal, se ordenó: 

  • La inmediata detención, aunque cumplirá prisión domiciliaria por su estado de salud.
  • Una indemnización de $4.4 millones de pesos y 3.6 millones de pesos para cada una de las víctimas.
  • La realización de un programa de capacitación sobre perspectiva de género y en política de prevención, sanción y eliminación de la violencia contra la mujer.
  • Se solicitó a Recursos Humanos de la Corte Suprema de Justicia Nacional que “se arbitren los mecanismos administrativos necesarios por una medida restaurativa que contemple la incorporación a una de las oficinas judiciales de esa jurisdicción -de la Cámara o del Tribunal Oral -, debiendo garantizar la ‘no revictimización’ de una de las víctimas”.
  • Además se recomendó que se coloquen placas en tribunales donde sucedieron los hechos que digan: “Un ambiente violento de trabajo afecta el servicio de justicia. No a la violencia ni al acoso”.

Los fundamentos se conocerán el próximo 29 de septiembre.

El “caso” no es aislado. El Observatorio Lucía Pérez lleva adelante un registro de denuncias por violencia de género contra integrantes del Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, de las Fuerzas de Seguridad y de la Iglesia Católicas. 

El registro incluye ya 420 funcionarios denunciados, entre intendentes, diputados, fiscales, sargento, jueces, asesores, concejales, cabos, decano, sacerdotes y un largo etcétera. De todos los denunciados 99 son del Poder Judicial, al igual que Jorge Edmundo Mistretta; 139 del Poder Ejecutivo; 62 del Poder Legislativo; 67 de la Iglesia Católica; y 53 de las cúpulas de las fuerzas de seguridad.  

El padrón de funcionarios denunciados se puede ver acá

Tucumán: condenan a un funcionario judicial y en el fallo recomiendan colgar placas en Tribunales que digan «un ambiente violento de trabajo afecta el servicio de justicia»
El Poder Judicial es el segundo del Estado con más denuncias. Datos de Observatorio Lucía Pérez.

El Estado argentino se comprometió en 2020 a llevar un registro público de funcionarios judiciales denunciados por violencia de género como parte de un acuerdo amistoso alcanzado en el marco de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Hasta el momento lo hizo de forma incompleta y escasa, por ello comenzó a realizarlo, de manera autogestiva, el Observatorio Lucía Pérez que sumó además otros poderes para completarlo y con esa información reflexionar acerca de qué relación hay entre la ausencia de políticas públicas de contención y prevención y estas prácticas impunes.

Lo que se ve: la consigna “El Estado es responsable” se hace carne en la sistematización de esta información. No lo es solamente por omisión, o ineficaz: es un Estado violento. 

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