Nota
Aurora Cividino: la otra cara del 26 de junio
Las víctimas y familiares de los asesinados el 26 de junio del 2002 formaron una comisión que busca justicia. Allí está Aurora Cividino, asambleísta baleada durante aquella cacería, que ha pasado por un laberinto hospitalario dedicado a no atenderla. Su historia, sus opiniones sobre Kirchner, Duhalde, la izquierda y el poder, y la travesura de un muchachito llamado Dante.
En la Argentina, afortunadamente, no existe ninguna agrupación, partido, movimiento, secta o club que lleve por nombre Aurora Cividino.
La policía bonaerense hizo lo posible, el 26 de junio de 2002. Aquella tarde nublada de muerte Aurora recibió dos balazos que le han dejado una invalidez que sólo el Estado parece incapaz de ver.
Pero no la mataron: Aurora vive.
Y forma parte de la Comisión de Víctimas y Familiares del 26 de junio que ha comenzado sus actividades (ver aparte) y recibe adhesiones en [email protected].
Con muletas, paciencia y espíritu, Aurora se mueve de aquí para allá y está casi todos los 26 en el Puente Pueyrredón, participa en eventos como Enero Autónomo, querella al Estado y a la policía bonaerense, además del comisario Alfredo Fanchiotti, y parece decidida a no seguir desperdiciando energías en sus choques con el sistema de salud porteño, que ha hecho más por enfermarla que por curarla. El dilema es: ¿quién asumirá que Aurora debe tratarse?
El 26 de junio de 2002 Aurora -de la Asamblea de Plaza Dorrego- marchó a la movilización en el Puente Pueyrredón convocada por la Asamblea Nacional Piquetera. «Fuimos siete compañeros, entre ellos un discapacitado físico, con muletas. Yo había evaluado que iba a haber represión ese día, se veía venir, pero fuimos igual».
Aurora y su grupo estaban en la bajada del puente, del lado de Avellaneda, cuando escucharon lo que fue la segunda tanda de balazos de la policía. «Empezó una corrida y el compañero de la asamblea, el discapacitado, soltó las muletas y se tiró al piso. Fuimos las tres mujeres que componíamos el grupo. Los hombres ni se dieron por enterados: uno corrió enseguida y se escondió. Las mujeres no podíamos llevar a este hombre, que además de su discapacidad estaba excedido de peso, debía pesar 120 kilos por lo menos. Se nos ocurrió llevarlo a las camionetas de los medios y noticieros y dejarlo ahí».
Aurora siguió escapando de la policía, y encontró a un joven al que le había explotado cerca una granada de gas lacrimógeno, y presentaba síntomas de asfixia. «Me detuve a darle bicarbonato, siempre llevo a las marchas porque neutraliza el gas lacrimógeno. Lo llevo en polvo y me lo pongo en las fosas nasales, en la lengua y, si puedo, en la cara». Hubo bicarbonato para el joven, y también para un camarógrafo. Siguió la carrera y comprobó que tenía a los policías a unos 40 metros, pero a la vez se encontró con un espectáculo inesperado: «Había dos grupos de tipos disfrazados de piqueteros rompiendo todo, las vidrieras, todo lo que veían, rodeados por dos hileras de policías que los miraban sin hacer nada. Estaban todos como en familia. Ahí dije: son servicios, mejor disparar. Cuando empiezo a correr recibo un golpe en la pierna y caigo. Al principio pensé que era un cartucho de gas lacrimógeno. Intenté levantarme y no pude. Pedí ayuda, unos compañeros piqueteros me levantan y empiezan a correr pero veo que no pueden hacerlo: no les daba el físico. Uno de ellos me soltó pero después lo vi en el hospital: le habían baleado una pierna. Por suerte me pudieron llevar hasta una estación de servicio, ahí les pedí que se fueran para que no los agarrara la policía. Yo ya estaba jugada».
Aurora sintió ese golpe en la pierna izquierda pero no un segundo balazo en la derecha. «El de la izquierda está determinado que lo hizo Fanchiotti con arma larga». Se trata del comisario Alfredo Fanchiotti, que comandó el operativo y está imputado como el principal responsable material de la represión. «Me dio en el fémur, unos centímetros arriba de la rodilla. Fue de espaldas. El segundo me dio en la pierna derecha, ingresa por abajo y se aloja en la rodilla. Se ve que fue disparado desde arriba, desde algún edificio, rebotó en la calle y me dio. Ahí estábamos sobre Pavón, a unos 15 metros de donde empieza el supermercado Carrefour. Yo recuerdo haber pasado por el Bingo y a los pocos metros caí».
La certeza sobre Fanchiotti se debe al análisis de las imágenes televisivas. «La investigación del fiscal muestra que fue Fanchiotti porque había un fotógrafo independiente que venía detrás mío. En el video se escucha el balazo, y yo caigo. Hay otra filmación de un canal abierto donde la hora coincide, lo enfocan a Fanchiotti disparando y el panorama es el mismo. La diferencia es de ángulo entre el camarógrafo independiente y el canal».
Aurora reconoce que los balazos no le dolieron. «No sentís más que el golpe. Yo hubiera seguido corriendo, pero no podía. Te digo más: estuve internada con un compañero de la Verón que había recibido un balazo en el tórax, tenía un pulmón perforado, y sin embargo lo corrieron desde Avellaneda hasta Gerly hasta que pudo esconderse e ir al hospital. Recién ahí se enteró de lo del pulmón».
En la estación de servicio Aurora tuvo un nuevo contacto con la policía. «Apareció un agente de apellido Robledo que dio la orden de que se fueran los periodistas que andaban por ahí y me quiso hacer subir a una supuesta ambulancia, que ni camilla tenía. Ordenó que vinieran paramédicos y apareció una moto con un cartel de la firma Vital. El médico que estaba ahí llamaba a una ambulancia, varias veces, y justo apareció cuando estos supuestos paramédicos me iban a hacer un entablillado. Resulta que como no me pueden llevar, se llevan a uno de los pibes que me había ayudado, y lo torturaron en un descampado. En ese caso también está hecha la denuncia penal».
En el Hospital Fiorito Aurora vio la cantidad de personal convocado: «Ni podían circular las camillas de tanta gente. Te daba la pauta de que todo estaba preparado. Yo había evaluado que iba a haber represión. Lo que no había evaluado era que la iba a recibir yo misma».
Aurora considera que su caso forma parte de esa especie de cacería selectiva ocurrida el 26 de junio. Darío y Maxi, se sabe, venían siendo identificados por su actuación en marchas y piquetes. «Me parece obvio que a mí también me marcaron. Me balearon dos personas distintas. Yo también venía de cierta actuación política. No estoy en ningún partido, pero fui de las primeras que llegó a Plaza de Mayo el 19 de diciembre del 2001 porque vivo cerca. Ahí ya me filmaron según me enteré después. Otra vez fue en una marcha al Sheraton, para repudiar al indio del Fondo (Anoop Singh). También estuve el 25 de mayo del 2002 cuando entramos al Colón a la función de gala desplegando banderas. Cuando las asambleas marchábamos los viernes, estuviera donde estuviera, aparecía en la televisión. Me enteraba porque me lo decían: che, te vi. Yo jorobaba diciendo que les iba a ir a cobrar cachet a los canales».
Aurora es parte de esa generación que militó en los 70, y se dedicó a la familia durante la dictadura (tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, que van de los 31 a los 18 años). «Yo siempre me sentí una militante, pero suelta, no orgánica. El 19 fui espontáneamente a la plaza. Yo olía que había una calma previa a la tormenta cuando decían que la gente no reaccionaba». Aurora había trabajado durante 17 años en el Hipódromo, en pelea gremial y personal con el sindicato: «El mismo sindicato pidió mi despido por oponerme a la reforma laboral en el 95». Tuvo algunos trabajos inestables, el último en una empresa de telemarketing (ventas telefónicas): «Venden celulares, cuentas corrientes, pero con mentiras. Yo no quería engañar a nadie y trataba de convencer a los clientes de que lo que vendía era útil, pero no les mentía. Ética. Entonces me quisieron echar. Cuando fui a cobrar lo que me debían, no me pagaban. Entonces decidí quedarme ahí hasta que me pagaran. Terminaron sacándome con la policía», describe Aurora, en lo que constituye un nuevo aporte al conocimiento del empresariado nacional.
Aurora estaba en el Fiorito, baleada y rodeada de enfermeros aterrorizados y controlados por la policía. Apareció un médico joven quien ordenó hacerle una tracción en la pierna izquierda. Aurora ya no confiaba en nadie y preguntó qué iban a hacerle. «No me limpiaron la herida, no me dieron un calmante, nada. Pero en vez de explicarme qué iban a hacer, hablaban entre los médicos sin dirigirme la palabra. Como les dije que me informaran qué iban a hacer, el médico empezó a gritarme y a decir que si yo estaba ahí, la culpa era mía. Medio me maltrató. Le dije que ninguno de mis hijos me trataría así. Usted tampoco hubiera sido mi madre, contestó, y yo le dije: por supuesto: un hijo así yo no tendría». Todo este ameno diálogo concluyó con la única cosa importante, que fue comenzar el tratamiento: «Era un pibe de clase media, sin mucha experiencia. Y encima estaba todo lleno de canas». Aurora se refiere al hospital y no a la cabellera del médico.
En el hospital ya había unos 25 de los 40 heridos que se conocen de aquel día (varias decenas decidieron huir y no figuran en la nómina oficial). Darío y Maxi ya habían sido asesinados: «El hospital era un correveidile, venían todos a contarte».
La internación llevó casi un mes: «Metían presos comunes en tratamiento en nuestras habitaciones y salió la policía uniformada pero quedó la de civil. Un cana una noche entró a mi habitación y salió al rato. Yo supongo que era para intimidarme. La noche siguiente quiso abrir la puerta y le grité: ¿qué carajo querés? Ahí no molestó más».
Empezó el debate por la operación. Le dijeron a Aurora que no había férula, o que había pero la cotización era con un dólar a 5 o 6 pesos, y varios etcéteras que alargaban la intervención. «Me decían que si esperaba la férula de Bienestar Social, podía tardar meses. Les dije a los médicos que existen figuras legales para esa situación, que los abogados de la Liga por los Derechos del Hombre podían iniciar una causa por abandono de persona, y que iba a denunciar todo como ciudadana italiana -tengo la doble nacionalidad- ante la embajada. A las dos horas apareció la férula». Puede intuirse qué es lo que ocurre con los pacientes que no poseen tal arsenal de argumentos.
Aurora cuenta que tenía cuatro puntos de fractura, una expuesta, y de acuerdo a los estudios le faltan cinco centímetros de fémur izquierdo pulverizados por la bala. Le colocaron una placa de unos 20 centímetros asegurada con un clavo en medio de la fractura y ocho tornillos. Aurora venía con problemas de columna -dos operaciones incluidas- que se agravaron con esta situación.
En este punto la historia de Aurora podría ser tema de cualquier relato de Franz Kafka: «En el Argerich, el equipo de columna me dice que tienen que cambiarme la prótesis para fijarme más la columna. Me aconsejaron también operarme la pierna para alinearla, con un injerto para alargar el fémur. Pero me mandaban al Fiorito. Y yo quiero atenderme en el Argerich porque soy ciudadana de Buenos Aires, vivo en la zona, y tienen obligación. Después salió que tengo una osteomielitis, una infección en el hueso, y un compromiso severo en el nervio ciático de las dos piernas. Fui al Ramos Mejía y el médico me dijo que la infección no permitió que se mineralice el callo. Pero que él no me iba a operar y que fuera al Fiorito. Fui al Fernández, y me dijeron que estoy bien, para no tener que operarme. Claro, sabiendo mi historia, que me baleó la policía, se lavan las manos y no quieren saber nada. Fui al Santojanni. Ahí por lo menos me sacaron el yeso que iba desde la ingle hasta los dedos del pie izquierdo. A los pocos días le dije al médico del Santojanni que lo que me dolía era la rodilla, no la fractura, y me dijo que yo era una psicótica, que imaginaba los dolores».
La idea de catalogar como psicóticos a los pacientes es un hallazgo del sistema público de salud, que permitiría agilizar muchos engorrosos tratamientos. A Aurora le dolía la rodilla porque la tracción en su pierna fracturada durante casi un mes, y el yeso durante otro, le habían producido una artrosis mecánica. «Después me explicaron que el líquido de las articulaciones se había fibromatizado. Qué sé yo. Al doblarla, me dolía. Pero este médico, además, me atendía con otros dos o tres pacientes a la vez. Así, no atiende a ninguno. Ya me di cuenta cómo son: ciegos, sordos y mudos».
Para tratarse la infección le dieron turno el Muñiz, donde estuvo internada tres días con el objetivo de hacer una punción y analizar el material en patología. Nunca aparecieron los médicos. Era enero y retrasaron su regreso de las vacaciones. «Lo que pasa es que un médico del Ansses me dijo que la operación fue demasiado rápida. Cuando hay balazos se hace primero un tratamiento con antibióticos durante tres meses porque al ingresar la bala arrastra tejido epidérmico, o restos de tela y es fácil que haya infecciones. En ese caso se trataría de mala praxis».
En el Ansses Aurora tramita la jubilación por invalidez, pero una junta médica dictaminó que apenas tiene el 45% de discapacidad. La apelación debería demostrar que supera el 75% requerido. «Se olvidaron de la osteomielitis, el acortamiento de la pierna, el problema de rotación de la cadera, y con todo eso paso el 75%». Además, Aurora se quedó sin el plan «jefes de familia» porque su hijo menor cumplió 18 años. Conclusión: «Estoy meada por los elefantes».
El laberinto médico la dejó sin saber a dónde ir, o sabiendo a dónde no quiere ir. «Yo no voy más a ningún hospital porque es más el desastre mental que me hacen que otra cosa. No puedo cada vez discutir con un médico por qué tienen que atenderme. Yo podría interponer un recurso de amparo, pero ¿quién va a una operación como la mía con la espada del recurso sobre la cabeza? Además, los médicos saben que al operarme van a tener que declarar en el juicio civil, y no quieren. Para mí, son afines al sistema y tienen una falta total de ética». Según sabe, un militante del MTD de Solano tampoco logra que le hagan la cirugía reparadora correspondiente en su maxilar inferior. «Además, hay cosas de locos. Yo tengo mi problema de columna. Y ahora las muletas. No puedo estar mucho tiempo parada. Pero para conseguir turno en el Argerich tengo que ir a las 3 de la madrugada. ¿Cómo hago?»
Desde el punto de vista médico Aurora supone que le quedan un par de fichas: una invitación a atenderse en Venezuela (que no se concreta por la inestabilidad política en dicho país) o esperar el milagro de las últimas décadas para muchos argentinos: un tratamiento en Cuba.
Mientras tanto, sigue sintiéndose muy cómoda deambulando incansablemente en esa «militancia suelta» y tratando de entender al país. «Las cosas que hace Kirchner son las que le convienen a él. Lo de la Corte, o descabezar mínimamente a la bonaerense que respondía a Duhalde y que él no podía manejar. De hecho, fijate cómo reforzaron las vallas en la Plaza de Mayo para el acto del 20 de diciembre del 2003. Eso es porque el gobierno tenía miedo de que Duhalde se mandara otra como la del 2001. Porque seamos sinceros: lo que pasó en la provincia el 19 de diciembre del 2001 fue manejado por Duhalde. Lo que él no calculó fue todo lo que pasó después, cuando la gente salió a la calle».
Aurora cree que el problema de fondo para entender lo que ocurre es el siguiente: «El capitalismo no puede resolver el problema del 50 por ciento de la población que está en la pobreza y un estado de indefensión total. La única manera de arreglarlo es a palos, matando. Como en el resto de América Latina». Si ese es el diagnóstico, ¿cuál es el tratamiento? «Bueno, los partidos de izquierda piensan que tienen el patrimonio de muchas cosas. Pero no es así. Se creen que con actos como el del 20 de diciembre logran algo, pero el 19 y 20 no son patrimonio de nadie. Yo conozco a los heridos de aquel día, y ninguno era de algún partido político».
Sin embargo en el acto de diciembre la Corriente Clasista y Combativa, por poner un ejemplo, le pegó a los motoqueros, que sí habían participado de los hechos del 2001. «Yo converso mucho con la gente. Si hablás con las bases de la CCC, del PO, del MTR, del MTD, lo que opinan es más o menos lo mismo. Lo que está dividido es la superestructura. Están en una lucha de poder, y es una lucha de poder burguesa. Para subir en la jerarquía de poder partidario, tenés que usar una metodología burguesa, si no, no subís».
A ella le han ofrecido cargos partidarios: «Si hubiera querido, hubiera agarrado. Pero no me interesa el poder. Hay que hablar con las bases, no con las superestructuras. Yo tengo un lenguaje que me permite entenderme con todas las bases, aunque sean de distintos movimientos».
El cálculo de Aurora es que en las dirigencias -incluso en las piqueteras- hay una estimable cantidad de burócratas. «Pero a corto plazo van a desaparecer porque la realidad es que caen los planes, y ahí van a caer los burócratas. Pero mientras tanto, la gente tuvo la experiencia de lucha, estuvo en la calle, peleó. Por más que se hayan caído las asambleas, hay gente por todos lados moviéndose. Por ahí no se ven, pero están. Para mi eso es revolucionario. Una revolución lenta, pero sobre seguro».
Aurora tiene un nieto, Dante, de casi ocho meses. Recién está conectándose con el mundo a fuerza de berridos, asombro, sonrisas y sensaciones. Empieza a gatear, quiere pararse para caminar, señala cosas que quiere. No es fácil saber si crecerá en un lugar donde los médicos curen en lugar de enfermar, y donde la policía proteja en lugar de balear a los ciudadanos. Temas espesos para un chiquito que nació en una fecha asombrosa para cualquiera salvo para la abuela, que intuía que la vida iba a hacer esa travesura.
Un año después de la muerte, el plomo y el dolor, el 26 de junio del 2003, nació Dante. Su abuela sonrió al enterarse por teléfono, cuando terminaba el acto en el Puente Pueyrredón.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

Nota
Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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