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Aurora Cividino: la otra cara del 26 de junio

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Las víctimas y familiares de los asesinados el 26 de junio del 2002 formaron una comisión que busca justicia. Allí está Aurora Cividino, asambleísta baleada durante aquella cacería, que ha pasado por un laberinto hospitalario dedicado a no atenderla. Su historia, sus opiniones sobre Kirchner, Duhalde, la izquierda y el poder, y la travesura de un muchachito llamado Dante.

En la Argentina, afortunadamente, no existe ninguna agrupación, partido, movimiento, secta o club que lleve por nombre Aurora Cividino.

La policía bonaerense hizo lo posible, el 26 de junio de 2002. Aquella tarde nublada de muerte Aurora recibió dos balazos que le han dejado una invalidez que sólo el Estado parece incapaz de ver.

Pero no la mataron: Aurora vive.

Y forma parte de la Comisión de Víctimas y Familiares del 26 de junio que ha comenzado sus actividades (ver aparte) y recibe adhesiones en [email protected].

Con muletas, paciencia y espíritu, Aurora se mueve de aquí para allá y está casi todos los 26 en el Puente Pueyrredón, participa en eventos como Enero Autónomo, querella al Estado y a la policía bonaerense, además del comisario Alfredo Fanchiotti, y parece decidida a no seguir desperdiciando energías en sus choques con el sistema de salud porteño, que ha hecho más por enfermarla que por curarla. El dilema es: ¿quién asumirá que Aurora debe tratarse?

El 26 de junio de 2002 Aurora -de la Asamblea de Plaza Dorrego- marchó a la movilización en el Puente Pueyrredón convocada por la Asamblea Nacional Piquetera. «Fuimos siete compañeros, entre ellos un discapacitado físico, con muletas. Yo había evaluado que iba a haber represión ese día, se veía venir, pero fuimos igual».

Aurora y su grupo estaban en la bajada del puente, del lado de Avellaneda, cuando escucharon lo que fue la segunda tanda de balazos de la policía. «Empezó una corrida y el compañero de la asamblea, el discapacitado, soltó las muletas y se tiró al piso. Fuimos las tres mujeres que componíamos el grupo. Los hombres ni se dieron por enterados: uno corrió enseguida y se escondió. Las mujeres no podíamos llevar a este hombre, que además de su discapacidad estaba excedido de peso, debía pesar 120 kilos por lo menos. Se nos ocurrió llevarlo a las camionetas de los medios y noticieros y dejarlo ahí».

Aurora siguió escapando de la policía, y encontró a un joven al que le había explotado cerca una granada de gas lacrimógeno, y presentaba síntomas de asfixia. «Me detuve a darle bicarbonato, siempre llevo a las marchas porque neutraliza el gas lacrimógeno. Lo llevo en polvo y me lo pongo en las fosas nasales, en la lengua y, si puedo, en la cara». Hubo bicarbonato para el joven, y también para un camarógrafo. Siguió la carrera y comprobó que tenía a los policías a unos 40 metros, pero a la vez se encontró con un espectáculo inesperado: «Había dos grupos de tipos disfrazados de piqueteros rompiendo todo, las vidrieras, todo lo que veían, rodeados por dos hileras de policías que los miraban sin hacer nada. Estaban todos como en familia. Ahí dije: son servicios, mejor disparar. Cuando empiezo a correr recibo un golpe en la pierna y caigo. Al principio pensé que era un cartucho de gas lacrimógeno. Intenté levantarme y no pude. Pedí ayuda, unos compañeros piqueteros me levantan y empiezan a correr pero veo que no pueden hacerlo: no les daba el físico. Uno de ellos me soltó pero después lo vi en el hospital: le habían baleado una pierna. Por suerte me pudieron llevar hasta una estación de servicio, ahí les pedí que se fueran para que no los agarrara la policía. Yo ya estaba jugada».

Aurora sintió ese golpe en la pierna izquierda pero no un segundo balazo en la derecha. «El de la izquierda está determinado que lo hizo Fanchiotti con arma larga». Se trata del comisario Alfredo Fanchiotti, que comandó el operativo y está imputado como el principal responsable material de la represión. «Me dio en el fémur, unos centímetros arriba de la rodilla. Fue de espaldas. El segundo me dio en la pierna derecha, ingresa por abajo y se aloja en la rodilla. Se ve que fue disparado desde arriba, desde algún edificio, rebotó en la calle y me dio. Ahí estábamos sobre Pavón, a unos 15 metros de donde empieza el supermercado Carrefour. Yo recuerdo haber pasado por el Bingo y a los pocos metros caí».

La certeza sobre Fanchiotti se debe al análisis de las imágenes televisivas. «La investigación del fiscal muestra que fue Fanchiotti porque había un fotógrafo independiente que venía detrás mío. En el video se escucha el balazo, y yo caigo. Hay otra filmación de un canal abierto donde la hora coincide, lo enfocan a Fanchiotti disparando y el panorama es el mismo. La diferencia es de ángulo entre el camarógrafo independiente y el canal».

Aurora reconoce que los balazos no le dolieron. «No sentís más que el golpe. Yo hubiera seguido corriendo, pero no podía. Te digo más: estuve internada con un compañero de la Verón que había recibido un balazo en el tórax, tenía un pulmón perforado, y sin embargo lo corrieron desde Avellaneda hasta Gerly hasta que pudo esconderse e ir al hospital. Recién ahí se enteró de lo del pulmón».

En la estación de servicio Aurora tuvo un nuevo contacto con la policía. «Apareció un agente de apellido Robledo que dio la orden de que se fueran los periodistas que andaban por ahí y me quiso hacer subir a una supuesta ambulancia, que ni camilla tenía. Ordenó que vinieran paramédicos y apareció una moto con un cartel de la firma Vital. El médico que estaba ahí llamaba a una ambulancia, varias veces, y justo apareció cuando estos supuestos paramédicos me iban a hacer un entablillado. Resulta que como no me pueden llevar, se llevan a uno de los pibes que me había ayudado, y lo torturaron en un descampado. En ese caso también está hecha la denuncia penal».

En el Hospital Fiorito Aurora vio la cantidad de personal convocado: «Ni podían circular las camillas de tanta gente. Te daba la pauta de que todo estaba preparado. Yo había evaluado que iba a haber represión. Lo que no había evaluado era que la iba a recibir yo misma».

Aurora considera que su caso forma parte de esa especie de cacería selectiva ocurrida el 26 de junio. Darío y Maxi, se sabe, venían siendo identificados por su actuación en marchas y piquetes. «Me parece obvio que a mí también me marcaron. Me balearon dos personas distintas. Yo también venía de cierta actuación política. No estoy en ningún partido, pero fui de las primeras que llegó a Plaza de Mayo el 19 de diciembre del 2001 porque vivo cerca. Ahí ya me filmaron según me enteré después. Otra vez fue en una marcha al Sheraton, para repudiar al indio del Fondo (Anoop Singh). También estuve el 25 de mayo del 2002 cuando entramos al Colón a la función de gala desplegando banderas. Cuando las asambleas marchábamos los viernes, estuviera donde estuviera, aparecía en la televisión. Me enteraba porque me lo decían: che, te vi. Yo jorobaba diciendo que les iba a ir a cobrar cachet a los canales».

Aurora es parte de esa generación que militó en los 70, y se dedicó a la familia durante la dictadura (tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, que van de los 31 a los 18 años). «Yo siempre me sentí una militante, pero suelta, no orgánica. El 19 fui espontáneamente a la plaza. Yo olía que había una calma previa a la tormenta cuando decían que la gente no reaccionaba». Aurora había trabajado durante 17 años en el Hipódromo, en pelea gremial y personal con el sindicato: «El mismo sindicato pidió mi despido por oponerme a la reforma laboral en el 95». Tuvo algunos trabajos inestables, el último en una empresa de telemarketing (ventas telefónicas): «Venden celulares, cuentas corrientes, pero con mentiras. Yo no quería engañar a nadie y trataba de convencer a los clientes de que lo que vendía era útil, pero no les mentía. Ética. Entonces me quisieron echar. Cuando fui a cobrar lo que me debían, no me pagaban. Entonces decidí quedarme ahí hasta que me pagaran. Terminaron sacándome con la policía», describe Aurora, en lo que constituye un nuevo aporte al conocimiento del empresariado nacional.

Aurora estaba en el Fiorito, baleada y rodeada de enfermeros aterrorizados y controlados por la policía. Apareció un médico joven quien ordenó hacerle una tracción en la pierna izquierda. Aurora ya no confiaba en nadie y preguntó qué iban a hacerle. «No me limpiaron la herida, no me dieron un calmante, nada. Pero en vez de explicarme qué iban a hacer, hablaban entre los médicos sin dirigirme la palabra. Como les dije que me informaran qué iban a hacer, el médico empezó a gritarme y a decir que si yo estaba ahí, la culpa era mía. Medio me maltrató. Le dije que ninguno de mis hijos me trataría así. Usted tampoco hubiera sido mi madre, contestó, y yo le dije: por supuesto: un hijo así yo no tendría». Todo este ameno diálogo concluyó con la única cosa importante, que fue comenzar el tratamiento: «Era un pibe de clase media, sin mucha experiencia. Y encima estaba todo lleno de canas». Aurora se refiere al hospital y no a la cabellera del médico.

En el hospital ya había unos 25 de los 40 heridos que se conocen de aquel día (varias decenas decidieron huir y no figuran en la nómina oficial). Darío y Maxi ya habían sido asesinados: «El hospital era un correveidile, venían todos a contarte».
La internación llevó casi un mes: «Metían presos comunes en tratamiento en nuestras habitaciones y salió la policía uniformada pero quedó la de civil. Un cana una noche entró a mi habitación y salió al rato. Yo supongo que era para intimidarme. La noche siguiente quiso abrir la puerta y le grité: ¿qué carajo querés? Ahí no molestó más».

Empezó el debate por la operación. Le dijeron a Aurora que no había férula, o que había pero la cotización era con un dólar a 5 o 6 pesos, y varios etcéteras que alargaban la intervención. «Me decían que si esperaba la férula de Bienestar Social, podía tardar meses. Les dije a los médicos que existen figuras legales para esa situación, que los abogados de la Liga por los Derechos del Hombre podían iniciar una causa por abandono de persona, y que iba a denunciar todo como ciudadana italiana -tengo la doble nacionalidad- ante la embajada. A las dos horas apareció la férula». Puede intuirse qué es lo que ocurre con los pacientes que no poseen tal arsenal de argumentos.

Aurora cuenta que tenía cuatro puntos de fractura, una expuesta, y de acuerdo a los estudios le faltan cinco centímetros de fémur izquierdo pulverizados por la bala. Le colocaron una placa de unos 20 centímetros asegurada con un clavo en medio de la fractura y ocho tornillos. Aurora venía con problemas de columna -dos operaciones incluidas- que se agravaron con esta situación.

En este punto la historia de Aurora podría ser tema de cualquier relato de Franz Kafka: «En el Argerich, el equipo de columna me dice que tienen que cambiarme la prótesis para fijarme más la columna. Me aconsejaron también operarme la pierna para alinearla, con un injerto para alargar el fémur. Pero me mandaban al Fiorito. Y yo quiero atenderme en el Argerich porque soy ciudadana de Buenos Aires, vivo en la zona, y tienen obligación. Después salió que tengo una osteomielitis, una infección en el hueso, y un compromiso severo en el nervio ciático de las dos piernas. Fui al Ramos Mejía y el médico me dijo que la infección no permitió que se mineralice el callo. Pero que él no me iba a operar y que fuera al Fiorito. Fui al Fernández, y me dijeron que estoy bien, para no tener que operarme. Claro, sabiendo mi historia, que me baleó la policía, se lavan las manos y no quieren saber nada. Fui al Santojanni. Ahí por lo menos me sacaron el yeso que iba desde la ingle hasta los dedos del pie izquierdo. A los pocos días le dije al médico del Santojanni que lo que me dolía era la rodilla, no la fractura, y me dijo que yo era una psicótica, que imaginaba los dolores».

La idea de catalogar como psicóticos a los pacientes es un hallazgo del sistema público de salud, que permitiría agilizar muchos engorrosos tratamientos. A Aurora le dolía la rodilla porque la tracción en su pierna fracturada durante casi un mes, y el yeso durante otro, le habían producido una artrosis mecánica. «Después me explicaron que el líquido de las articulaciones se había fibromatizado. Qué sé yo. Al doblarla, me dolía. Pero este médico, además, me atendía con otros dos o tres pacientes a la vez. Así, no atiende a ninguno. Ya me di cuenta cómo son: ciegos, sordos y mudos».

Para tratarse la infección le dieron turno el Muñiz, donde estuvo internada tres días con el objetivo de hacer una punción y analizar el material en patología. Nunca aparecieron los médicos. Era enero y retrasaron su regreso de las vacaciones. «Lo que pasa es que un médico del Ansses me dijo que la operación fue demasiado rápida. Cuando hay balazos se hace primero un tratamiento con antibióticos durante tres meses porque al ingresar la bala arrastra tejido epidérmico, o restos de tela y es fácil que haya infecciones. En ese caso se trataría de mala praxis».

En el Ansses Aurora tramita la jubilación por invalidez, pero una junta médica dictaminó que apenas tiene el 45% de discapacidad. La apelación debería demostrar que supera el 75% requerido. «Se olvidaron de la osteomielitis, el acortamiento de la pierna, el problema de rotación de la cadera, y con todo eso paso el 75%». Además, Aurora se quedó sin el plan «jefes de familia» porque su hijo menor cumplió 18 años. Conclusión: «Estoy meada por los elefantes».

El laberinto médico la dejó sin saber a dónde ir, o sabiendo a dónde no quiere ir. «Yo no voy más a ningún hospital porque es más el desastre mental que me hacen que otra cosa. No puedo cada vez discutir con un médico por qué tienen que atenderme. Yo podría interponer un recurso de amparo, pero ¿quién va a una operación como la mía con la espada del recurso sobre la cabeza? Además, los médicos saben que al operarme van a tener que declarar en el juicio civil, y no quieren. Para mí, son afines al sistema y tienen una falta total de ética». Según sabe, un militante del MTD de Solano tampoco logra que le hagan la cirugía reparadora correspondiente en su maxilar inferior. «Además, hay cosas de locos. Yo tengo mi problema de columna. Y ahora las muletas. No puedo estar mucho tiempo parada. Pero para conseguir turno en el Argerich tengo que ir a las 3 de la madrugada. ¿Cómo hago?»

Desde el punto de vista médico Aurora supone que le quedan un par de fichas: una invitación a atenderse en Venezuela (que no se concreta por la inestabilidad política en dicho país) o esperar el milagro de las últimas décadas para muchos argentinos: un tratamiento en Cuba.

Mientras tanto, sigue sintiéndose muy cómoda deambulando incansablemente en esa «militancia suelta» y tratando de entender al país. «Las cosas que hace Kirchner son las que le convienen a él. Lo de la Corte, o descabezar mínimamente a la bonaerense que respondía a Duhalde y que él no podía manejar. De hecho, fijate cómo reforzaron las vallas en la Plaza de Mayo para el acto del 20 de diciembre del 2003. Eso es porque el gobierno tenía miedo de que Duhalde se mandara otra como la del 2001. Porque seamos sinceros: lo que pasó en la provincia el 19 de diciembre del 2001 fue manejado por Duhalde. Lo que él no calculó fue todo lo que pasó después, cuando la gente salió a la calle».

Aurora cree que el problema de fondo para entender lo que ocurre es el siguiente: «El capitalismo no puede resolver el problema del 50 por ciento de la población que está en la pobreza y un estado de indefensión total. La única manera de arreglarlo es a palos, matando. Como en el resto de América Latina». Si ese es el diagnóstico, ¿cuál es el tratamiento? «Bueno, los partidos de izquierda piensan que tienen el patrimonio de muchas cosas. Pero no es así. Se creen que con actos como el del 20 de diciembre logran algo, pero el 19 y 20 no son patrimonio de nadie. Yo conozco a los heridos de aquel día, y ninguno era de algún partido político».

Sin embargo en el acto de diciembre la Corriente Clasista y Combativa, por poner un ejemplo, le pegó a los motoqueros, que sí habían participado de los hechos del 2001. «Yo converso mucho con la gente. Si hablás con las bases de la CCC, del PO, del MTR, del MTD, lo que opinan es más o menos lo mismo. Lo que está dividido es la superestructura. Están en una lucha de poder, y es una lucha de poder burguesa. Para subir en la jerarquía de poder partidario, tenés que usar una metodología burguesa, si no, no subís».

A ella le han ofrecido cargos partidarios: «Si hubiera querido, hubiera agarrado. Pero no me interesa el poder. Hay que hablar con las bases, no con las superestructuras. Yo tengo un lenguaje que me permite entenderme con todas las bases, aunque sean de distintos movimientos».

El cálculo de Aurora es que en las dirigencias -incluso en las piqueteras- hay una estimable cantidad de burócratas. «Pero a corto plazo van a desaparecer porque la realidad es que caen los planes, y ahí van a caer los burócratas. Pero mientras tanto, la gente tuvo la experiencia de lucha, estuvo en la calle, peleó. Por más que se hayan caído las asambleas, hay gente por todos lados moviéndose. Por ahí no se ven, pero están. Para mi eso es revolucionario. Una revolución lenta, pero sobre seguro».

Aurora tiene un nieto, Dante, de casi ocho meses. Recién está conectándose con el mundo a fuerza de berridos, asombro, sonrisas y sensaciones. Empieza a gatear, quiere pararse para caminar, señala cosas que quiere. No es fácil saber si crecerá en un lugar donde los médicos curen en lugar de enfermar, y donde la policía proteja en lugar de balear a los ciudadanos. Temas espesos para un chiquito que nació en una fecha asombrosa para cualquiera salvo para la abuela, que intuía que la vida iba a hacer esa travesura.

Un año después de la muerte, el plomo y el dolor, el 26 de junio del 2003, nació Dante. Su abuela sonrió al enterarse por teléfono, cuando terminaba el acto en el Puente Pueyrredón.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
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