Nota
Crónicas del más acá: Cochocho
Por Carlos Melone
La provincia de Buenos Aires es un mundo dentro de los muchos mundos que hay. Los hijos del Conurbano muchas veces creemos, para nuestro infortunio, que Buenos Aires somos nosotros. O sea, que el Infierno es solo nuestro. No es así. Hay que compartir todo, decía mi Tía. Y eso incluye el Infierno. Sierras Bayas dice ser el centro geográfico de la provincia de Buenos Aires. No son los únicos que lo dicen, por lo que o la provincia se mueve o tenemos una grieta geográfica. Cerca de la Ruta 3 y a pocos kilómetros de Tres Arroyos, el camino para llegar al pueblo es de una delicada belleza. Sierras de líneas suaves, multicolores por la intervención humana en tareas de siembra, romantizan un camino serpenteante y sinuoso que, según el día, puede estar rociado por glifosato. Porque, ante todo, el campo es riqueza. Cada vez que veía una avioneta, cerraba el auto como un taper, aceleraba y llamaba a mi mamá para despedirme de ella. En otros tramos, las sierras de líneas suaves (son parte del Sistema de Tandil, cosa que no le interesa a nadie) son primorosamente cortadas en fetas para la explotación cementera. Allí nació, crece y se reproduce Loma Negra, una celebridad empresarial de la pampa argentina. Arribé a Sierras Bayas apenas caído el mediodía y me desencanté rápido. El pueblo no tenía atractivos que me pareciesen convocantes o, al menos, no los vi. No hubo amor a primera vista. Los adolescentes somos así. Llegué a un desangelado monumento a los trabajadores de la calera, rodeado por un parquecito y con una escultura/monumento representando una maquinaria propia de la actividad cementera. Una cosa enorme y rústica sobre la que intenté fatigosamente apreciar su valor artístico sin lograrlo. Mis limitaciones en el arte son casi equivalentes a mis limitaciones monetarias. Saqué alguna foto tan desangelada como el monumento, me tomé una media docena de mates y empecé a retirarme. En el lapso, ni un sapiens sapiens. Era la hora de la siesta. Nadie. Ni en auto, ni a pie, ni en estado fantasmal. Nadie. Después me vienen con los santiagueños. A la salida del pueblo, una ruta cuesta arriba se abría de la ruta principal con un cartel que indicaba un presunto parque temático orientado a algunos pueblos nativos. ¿Por qué no?, me dije en intensa deliberación interior y me metí. Camino de tierra en buen estado con la nota característica del pago: nadie. Finalmente ocurrió: a los pocos kilómetros, la humanidad se hizo presente: un hombre de paso cansino y a su lado un espléndido pastor alemán, completamente negro. Ante la ausencia de señales del mencionado parque, resolví apelar al viejo GPS: preguntar. Tecnología al servicio de la causa digital. Detuve el vehículo y consulté. 70 años, el rostro apergaminado en mil surcos sin destino, manos como mazas, espalda luchando por no vencerse, voz cascada y cálida, ojos vivos como el fuego. Y la amabilidad que caracteriza a los buenos. Cococho. Así se presentó, con ese sobrenombre tan cargado de infancia y de mirada al mundo sobre los hombros de algún gesto de amor. Cococho me explicó que me había pasado de largo pero que no me perdía nada. Que el parque era una estafa. Me contó acerca de lugares del pueblo que podía conocer y me dio indicaciones intrincadas imposibles de seguir. Mientras lo hacía, noté en su buzo gastado el logo de Loma Negra. Pregunté. Me contó de sus años de trabajo en la cementera, de Alfredo Fortabat, el mítico dueño/fundador de Loma Negra. Cococho me daba su versión de un hombre bueno señor, Don Alfredo era un hombre bueno, si uno necesitaba algo, iba a verlo directamente a él y personalmente se ocupaba de nosotros, señor. Cococho me contaba de sueldos fuertes y vidas débiles que timbeaban y alcoholizaban el dinero ganado a fuerza de corazón y salud. Cococho me decía que eran unos tontos que nos gastábamos el dinero señor pero éramos jóvenes y muchos tenían tristeza porque estábamos lejos de las casas señor y acá no había nada, una tristeza señor. Y Cococho, palabra serena y fraseo fluido, volvía sobre la mítica figura de Don Alfredo era un hombre sencillo señor, hablaba como nosotros, nos trataba como si fuera uno de nosotros, era un hombre que nos cuidaba dice Cococho, que no miente, que pasea solo con su perro negro, que ve lo que puede ver, que sabe lo que puede saber y que vive y vivió lo que jamás podré vivir. Dice Cococho, el de la espalda que lucha por no romperse, que cuando falleció Don Alfredo su señora (Amalia Lacroze de Fortabat “Amalita”) se hizo cargo pero menos señor y las cosas empezaron a cambiar. Y se fueron volviendo unos bandidos señor que se llevan todo y destruyen todo. Y ahora que son brasileños, peor señor. En la cabeza de Cococho la destrucción empieza después de la muerte de Alfredo Fortabat. Para él las sierras se derrumban cuando se derrumba el hombre que ha construido en su sencillez y en su admiración. Se llevan todo señor, todo y no nos van a dejar nada dice Cococho conversando conmigo en un camino de tierra, solos de todo, con sierras cultivadas y sierras rebanadas como una tragedia silenciosa que ha empezado hace mucho. Se van a ir y nos van dejar miseria señor, son unos bandidos reitera Cococho, rostro de surcos profundos, de manos como mazas. El pastor alemán corretea por los costados del camino mientras Cococho me cuenta de los barrios, de cómo crece la ciudad, de que se pudo jubilar y todas las tardes sale a caminar con Beto, el renegrido, elegante y lustroso pichicho, la única compañía que tiene Cococho. No hay familia en Cococho, no hay un amor de mates, charlas y silencios. No hay amor de acomodar el cuello de la camisa o de besos en la frente. Hablamos mientras la tarde vacila. Hablamos aunque yo calle porque Cococho necesita contarme, necesita saber que lo escucho y yo, que tengo muchas palabras derramadas en millones de horas de clase y muchos silencios cargados en miles de kilómetros de viaje, quiero escuchar. Quiero saber de las penurias, de los sueños, de las fantasías construidas hacia atrás por alguien que dice llamarse Rubén pero que no lo es, que es Cococho porque usted pregunta por mí en el barrio y todos me conocen, señor, mientras Beto, el pastor alemán renegrido, lustroso y elegante lo mira y me mira y me pide complicidad en esa soledad que se cierra sobre el corazón del trabajador de la cementera, solo en el camino de tierra que lleva a ningún parque, camino que miente sobre destinos buscados por un docente errante y un trabajador de la calera, de la cementera que me cuenta de la producción en las sierras mochadas, de los sueños truncos porque éramos jóvenes señor. Subo al auto después de un fuerte apretón de manos. Cococho, el compañero de Beto, el que fue joven y estuvo triste, el que camina todas las tardes con el pastor alemán renegrido, elegante y lustroso por ese camino de tierra en un lugar que se llama Sierras Bayas en el corazón controvertido de la provincia de Buenos Aires me dice una dirección y que vaya a matear con él cuando vuelva. Le digo que sí, avergonzado de la fragilidad de una mentira porque olvidaré la dirección de un hombre de soledades que camina una ruta de tierra mientras su perro lo mira amorosamente, recordándole que éramos jóvenes señor…
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Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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