Nota
El tiempo no para (la teoría Bersuit)
¿Cómo describir la situación actual? Hace poco le pregunté a un amigo cómo le están yendo sus cosas: su trabajo, su vida.
Me respondió: «Aquí estoy, tratando de subirme a la lona».
Puede parecer sólo una humorada más, una simple exhibición de ingenio frente a la crisis. Pero si se piensa mejor en esa frase, resulta muy descriptiva de lo que está ocurriendo entre nosotros y -tal vez- en todo el mundo: estallaron los parámetros con los cuales comprendemos la realidad. Antes, estar mal era estar en la lona. Tirado. Peor, imposible. Ese era el límite. Ahora hay que recurrir a un humor casi surrealista para decir que existe un mundo incierto que se abrió más abajo de esa lona. Una especie de dimensión desconocida debajo del suelo que creíamos pisar.
Reventaron nuestros mecanismos de comprensión. No se trata de una cuestión de edad o de neuronas caducas. Lo descubrí a través de un incidente musical. Mis hijos, de 12 y 11 años respectivamente, tienen su propio equipo de música: estoy sobrellevando el asunto con cierta dignidad. Pero el otro día escuché a uno de ellos cantando:
- «Ya no tengo fechas para recordar, mis días se gastan de par en par, buscando un sentido correcto a todo esto».
Es una canción (El tiempo no para) de unos señores que se llaman Bersuit. Es un conjunto musical, cantan en pijama, y mis oídos están empezando a reconocer que ahí hay una música fuerte y muchas veces bella.
Y que, además, tienen razón: así andamos muchos, buscando un sentido correcto a todo esto. Lo cantan -y eso es lo más sugerente- una multitud de jóvenes, incluso los de 12 y 11.
Uno de los paradigmas que se derritió es la idea de progreso, de avance permanente de la historia hacia algún lugar determinado. Los señores de Bersuit dicen
- » Veo al futuro repetir el pasado».
El avance puede dar la sensación de ir hacia atrás o hacia abajo. Abajo de la lona. El tiempo no para, pero no sabemos si eso significa progreso o regreso. (Y tal vez por eso muchos progresistas parezcan nostálgicos, casi regresistas.)
Otro gran modo de pensar la realidad, otro paradigma que se rompió, lo explica gráficamente Ignacio Ramonet con el ejemplo de un ícono moderno: el reloj. Ramonet dice que en el siglo XVIII se consideraba que el reloj era la máquina perfecta. Lograba relacionar tiempo y espacio. En el espacio de la esfera uno lograba comprender el tiempo. La máquina, en un espacio, hacía coincidir cada pieza y cada engranaje, para lograr casi una utopía: la exactitud. Cuando todo estaba bien, se decía que las cosas funcionaban como un reloj. El universo y la naturaleza podían ser explicados como supremos mecanismos de relojería.
A partir de esa idea, se consideró que el modelo mecánico se podía aplicar en cualquier circunstancia. Se construyeron sociedades sobre el modelo de una máquina: un conjunto de elementos que se complementan. Si sobran o faltan piezas, la máquina no funciona. A su vez, la máquina hace funcionar, le da lugar e integra a todos los elementos que la componen.
En estos momentos, ese modelo de pensamiento ha dejado de servir. Murió. Hoy sabemos que la máquina fue superada, en una pantalla líquida podemos ver la hora, mientras los viejos relojes, sus piezas y engranajes, son exhibidos en las ferias de antigüedades como eventuales adornos, y crece un número criminal de personas que van quedando -como esas piezas- marginadas de la maquinaria del trabajo, excluídas de un sistema para el que parecen -parecemos- no servir.
A la inversa, es válido calcular que en realidad lo que no funciona es ese modelo: no le sirve a las personas. Esa tensión es el principal conflicto político y social de esta época.
Lo que Ramonet no alcanza a decir sobre el perdido símbolo del reloj como explicación que lograba relacionar funcionamiento social, tiempo y espacio, es que la desorientación en tiempo y espacio es una de las definiciones de la locura. Y esta es, literalmente, una época enloquecedora para mucha gente.
En Inglaterra Anthony Giddens lo planteó explicando que las sociedades modernas padecen inseguridad ontológica. No se sabe si lo real es lo real, se pierden horizontes, hay confusión sobre el sentido de las cosas, de los acontecimientos, y sobre el sentido de la propia vida. El señor Giddens habla de Europa. Propongo invitarlo una temporada a la Argentina, si desea cursar un verdadero master de inseguridad ontológica.
Cuando cae un paradigma, aparece otro. Lo que reemplazó a la idea de la maquinaria social es la noción del mercado. Pero ya sabemos que el mercado no es como la relojería. Buscando imágenes, podría pensarse en una especie de centrifugado que expulsa a las personas.
O en una cárcel.
Podría plantearse incluso que nociones como «libertad» y «mercado», en términos prácticos resultan cada vez más incompatibles entre sí.
Todo esto entró en un nuevo vértigo en los últimos años y creo que en el caso argentino podemos considerarnos una avanzada de lo que se ve actualmente en el mundo.
En la Argentina desaparecieron personas: por eso existen las Madres de Plaza de Mayo. Pero desaparecieron también industrias, riquezas. Desaparece el trabajo. Desapareció el dinero que la gente había depositado en los bancos. Desaparecen derechos.
Y todo forma parte de la misma lógica, que fue revelada por primera vez por Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar, de marzo de 1977, un año después del golpe, pocos días antes de convertirse, él mismo, en una víctima.
Allí Walsh describió con claridad absoluta todas las atrocidades cometidas por los militares. Habló de los cementerios lacustres, las fosas comunes, los vuelos de la muerte. Habló de la tortura que definió como «absoluta, intemporal y metafísica» aplicada con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana.
Pero en aquella carta hay un párrafo dirigido a los militares que propongo releer:
- «Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada».
¿A qué se refería Walsh? Veamos: reducción salarial masiva, redistribución de ingresos y concentración brutal de la riqueza, desocupación récord, derrumbe del consumo, éxodo de profesionales por la «racionalización» de la economía, endeudamiento externo histórico, atrofia de todas las funciones creadoras y protectoras del Estado, obediencia ciega a las recetas del FMI, reinado de los monopolios y de lo que llamó «nueva oligarquía especuladora». Hay más: desnacionalización de la banca, dominio extranjero del ahorro interno y el crédito, premio a las empresas que estafaron al Estado.
Quiere decir que la Argentina está hace décadas en el «corralito» (o en la cárcel) de una economía perversa. Miseria planificada. Aquellas palabras son recuerdos del futuro.
Para Walsh el crimen mayor de los militares no eran las atrocidades cometidas hora a hora, sino el plan económico que fue, en muchos sentidos, una premonición de esa práctica llamada neoliberalismo.
Un mercado absoluto, intemporal y metafísico.
Un neoliberalismo de guerra.
Aquel proyecto económico que acompañó un cambio cualitativo en el capitalismo -de lo productivo a lo financiero- ha sido redondeado en los años 90 por sucesivos gobiernos, con los resultados que tenemos a la vista.
Apenas se estudian los números argentinos referidos a marginación social, empobrecimiento masivo de la población, desnutrición, falta de salud, falta de trabajo, ruptura del tejido social, destrucción del aparato productivo, emigración y demás, se tiene la sensación de estar ante un país que pasó una guerra. Una especie de guerra invisible, de la cual sólo vemos sus resultados.
La Argentina, en varios sentidos, está exactamente sintonizada con el neoliberallismo de guerra que se percibe en América Latina y en el mundo.
El simple ejercicio de mirar arbitrariamente las páginas de cualquier diario y ver nombres como Bush, Powell, Menem, Brinzoni, Rico, hacen que cualquier ciudadano previsor empiece a buscar la cotización de las trincheras.
Hay planes y movimientos de militarización en amplias zonas de América Latina. Y hay amenazas. El señor Bush, que perdió las elecciones en su país pero se quedó con la presidencia de un modo que nunca ha sido debidamente explicado, ha dicho:
- » Hasta ahora, la historia la escribieron otros, pero de ahora en más la escribiremos nosotros».
Los que quieran escribir su propia historia, están advertidos. El imperialismo, que solía ser una denuncia que muchos consideraban exagerada, ahora es asumido orgullosamente por el propio gobierno estadounidense como un destino.
Las imágenes son elocuentes: si las agencias de espionaje estadounidenses han intervenido y «pinchado» los teléfonos de las delegaciones diplomáticas de las Naciones Unidas; si hay listas negras de actores norteamericanos que se pronuncian contra la guerra; si hay pleno empleo en las fábricas de armas y también en las de ataúdes, de ahí en más ya se sabe -más o menos- qué es lo que puede esperarse.
Es absolutamente personal y simbólico, pero no puedo dejar de mencionar el escalofrío que me provocó observar que el enviado del Papa para disuadir de su psicopatía bélica a George Bush fue Pio Laghi, el mismo que aquí se encerraba a conversar con Jorge Videla, o jugaba al tenis con Eduardo Massera.
Neoliberalismo de guerra. En algunos casos, las armas como método ostensible de expansión y consolidación de un modelo económico que, obviamente, no funciona. En otros, un nivel de violencia y sometimiento que hace pensar que los enemigos del poder son las sociedades civiles.
La democracia, mientras tanto, no da señales de vida. El descreimiento en las clases dirigentes tiende al absoluto, se rompen los mecanismos de representación.
El miedo, la violencia y la marginación, ya se sabe, generan electoralmente el resurgimiento de opciones y nombres que los señores de Bersuit definen así en su canción: «Ellos sumergieron a un país entero, pues así se roba más dinero».
¿Por qué entonces tienen apoyo? La teoría de Bersuit: «Y tu cabeza está llena de ratas, compraste las acciones de esta farsa, y el tiempo no para».
Ratas en la cabeza en ciertos casos, el fracaso (o la complicidad) de la política tradicional en otros, y también el poder disuasivo del empobrecimiento y la represión: tal vez allí haya que buscar explicaciones para entender esta política que parece la película Sexto Sentido, con tantos sujetos que parecían muertos pero andan caminando de aquí para allá.
Pero este mapa es parcial. También existe todo lo otro: los movimientos sociales, las luchas de trabajadores desocupados, las fábricas recuperadas por los obreros, los experimentos de nuevas formas de producción y de propiedad, las asambleas barriales, las experiencias comunitarias, la solidaridad genuina, la invención de modos de vida para sobrellevar la crisis, la voluntad de hacer cosas. Y una capacidad de resistencia, que en determinados casos ha sido emblemática.
La Argentina se ha transformado en un centro al cual acuden muchos investigadores y estudiosos que intentan comprender las nuevas formas que puede asumir la lucha social. Y es un fuerte punto de referencia para los movimientos mundiales de resistencia, muchos de los cuales han asumido como propio un aporte local: el «que se vayan todos». El tiempo dirá si la Argentina es un punto de inflexión, un Muro de Berlín del neoliberalismo.
Hablar sobre estos temas, en la sede de las Madres de Plaza de Mayo, no es más que confirmar cierta genética de la resistencia. No lo digo para halagar el oído de mi anfitrionas, sino para mencionar un asunto técnico.
¿Qué pueden transmitir y producir grupos como Madres, en estos tiempos violentos? Tecnología de la resistencia, y de lucha. El manual de instrucciones.
Si actualmente existe miedo, las Madres demostraron cómo se lo podía enfrentar. Más que al miedo, al terror sistematizado, al terrorismo de Estado. Si el miedo paraliza, había que moverse. Si el miedo aisla, había que juntarse.
Las Madres también demostraron cómo se puede enfrentar la realidad cuando todos nuestros mecanismos de comprensión estallan. Alguna vez Nora Cortiñas me dijo, al hablar de lo que significaba la desaparición de un hijo: «No nos daba la cabeza para entender lo que pasaba». Era enloquecedor. Las llamaron las madres locas. Sin embargo demostraron que les daban la cabeza y el cuerpo para la acción. Escaparon de la locura. No dejaron de moverse, y cambiaron la historia.
Por eso tienen lo que los científicos llamarían el «know-how» de la resistencia. Cómo llevarla a cabo. El valor de la firmeza, y la perseverancia, que no poseen tantos de los que se dicen progresistas.
La capacidad de hacer mucho, aunque se hable poco.
La noción de que siempre se está construyendo, aunque no lo parezca.
La idea de que ningún avance es pequeño, porque todo lo que se hace es importante. Más allá de los resultados, la propia acción es un resultado, que Madres ha logrado dirigir en dos sentidos que hoy resultan centrales para entender a los nuevos movimientos sociales: conservar la autonomía, pero romper el aislamiento.
El rol de los organismos de derechos humanos es crucial, incluso para darle un sentido a una democracia genuina. Hubo muchos asesinados en estos años, y en estos meses. Los organismos tienen mucho que hacer en la medida en que no se pierdan de vista dos palabras: Nunca más. Pero su papel también puede ser decisivo en un momento en el que se tiende a hacer desaparecer los derechos de las personas.
Como decía Walsh, la peor violación a los derechos humanos es la miseria planificada.
Muchos movimientos sociales actúan aisladamente. Madres es una de las instituciones que pueden funcionar como un gran punto de referencia para establecer nexos, crear redes de emergencia y de conocimiento entre movimientos y organismos, pensando en la acción.
Estamos ante unos meses en los que se van a definir muchas cosas, en el país y en el mundo. La historia ya enseñó que la peor derrota, en estos casos, es resignarse a no hacer nada.
Cantan los Bersuit, y cantan multitudes de jóvenes: «Las noches de frío es mejor ni nacer. Las de calor se escoge matar o morir. Y así nos hacemos argentinos».
Matar o morir. En ese clima, habrá que pensar que la idea de apostar por la vida es mucho más que una metáfora o una frase bella. Es el principal programa de acción que tenemos por delante, mientras escuchamos a una generación que nos recuerda que el tiempo no para.
Nota
Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
Nota
Cien

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día.
La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán.
En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.
En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas.

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica.

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.
En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.
Más información en www.observatorioluciaperez.org
Nota
5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
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