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Entrevista al fiscal Leandro Arévalo: “Hay una diferencia inconmensurable con el primer juicio”

El fiscal del juicio por el femicidio de Lucía Pérez, Leandro Arévalo, conversó con lavaca sobre algunos aspectos de la causa tras producirse este martes los alegatos de los defensores. Las amenazas de sanción por parte del Ministerio Público Fiscal marplatense haber pedido disculpas a la familia por la actuación de dicho ministerio. Los contrapuntos con las defensas. La mirada sobre un juicio que tendrá sentencia el 17 de marzo. Por Anabella Arrascaeta.
–Acaban de terminar los alegatos de la defensa, y su trabajo y usted fueron nombrados en varias oportunidades. ¿Cómo lo vivió?
–Es lo normal. Quizá la gente no está acostumbrada a escuchar los alegatos, o a presenciarlos, pero forman parte de la lógica adversarial: trato de probar algo y entonces desacredito cómo el otro llega a otra afirmación. Este es un juego de lo contradictorio. Mi alegato se basó en que este dato, este dato y este dato llevan a concluir esto; y el de la defensa, a concluir lo contrario. Entonces ahí estamos, en diversas valoraciones, con los mismos elementos de prueba.
–Las defensas sostienen que no hay pruebas que puedan determinar la culpabilidad, ni en el abuso ni en el femicidio de Lucía. Y usted sostiene que las pruebas están dadas ¿Esa es la síntesis?
–Hay que entender que cada una de las partes representamos un interés diferente. Y cada cual hace una valoración del contexto que se amolde a su pretensión. Soy el fiscal: no estoy en un lugar imparcial. En ese lugar imparcial deben colocarse ahora los jueces.
–Según su valoración del proceso hasta hoy, ¿cuál es la diferencia con el primer juicio?
–Hay una diferencia que es inconmensurable. No es lo mismo que los testigos declaren a dos años de haber presenciado un hecho que a casi siete. Los testimonios que pueden llegar a incidir, la memoria, las referencias, todo eso que es fundamental, pierde calidad. Hoy resalto eso, pero quizás más adelante pueda hacer una evaluación más profunda, cuando baje un poco la adrenalina que me produce haber trabajado hasta recién.

–Inició sus alegatos pidiéndole perdón a la familia de Lucía por la actuación del Ministerio Público Fiscal. Al día siguiente, el titular del Ministerio Público Fiscal de Mar del Plata, Fabián Fernández Garello, emitió un comunicado donde anunció que inició un proceso administrativo que evalúa sancionarlo por considerar que esa disculpa incumple las normas de “decoro”. ¿Cómo sigue ese trámite?
–Mi rol es el de humilde fiscal de primera instancia. Todo lo demás corre por un carril que no manejo yo, que no está a mi alcance. Habrá que ver. Lo importante ahora es que hay un proceso penal abierto y eso tendrá resolución y hay que aguardar a que eso suceda.
–Que usted haya empezado su alegato pidiendo disculpas se da en el marco de un pedido de una reforma judicial que está en la agenda social y política. ¿Cree que hay que repensar el rol del Ministerio Público Fiscal?
–Creo que esta idea de repensar tiene que estar presente en todos los aspectos. La soberbia de pasar por alto los cambios de paradigmas, de ideas, de sociedades. Y hay veces que las realidades nos marcan que tenemos que hacer cambios. Hoy por hoy no sé si el Ministerio Público Fiscal pueda llegar a ser el objeto que requiere una reforma más urgente… Yo creo que hay otras instituciones que sí lo están requiriendo, pero es una cuestión de debate que excede el marco de la causa.
–Una de las cosas que sostuvo la defensa es que no hubo durante el juicio una independencia en los poderes del Estado, ya que la presencia de algunos funcionarios puede condicionar la actuación de los jueces. ¿Usted cree que se trabajó de manera condicionada?
–Te hablo por mí: en mi parte, no. De hecho no tuve contacto con nadie. Nadie me vino a ver antes del juicio. Nadie me llamó para decirme algo; nadie, nada. Trabajé solo con mi secretaria y mi asistente. Por los demás, creo forma parte de la estrategia argumentativa de la defensa. Sabemos que es un caso que tiene trascendencia, donde todos están interesados, no solamente los funcionarios, sino el ciudadano de a pie: todos están interesados en saber qué va a pasar y que el proceso se lleve adecuadamente. Entonces es algo normal que haya una suerte de presencia constante. Sí sería incómodo que uno tenga que adoptar una decisión porque sabe que corre riesgo y en ese sentido que sea transparente es una garantía.
–¿Cree que uno de los puntos centrales de este caso está en torno al consentimiento y en evaluar si Lucía era una menor de edad en una situación de desigualdad?
–Ese es el eje de mi acusación. Y la defensa dice que eso no es así. Vuelvo sobre lo que hablamos al principio. Es una cuestión de la valoración que hace cada una de las partes sobre actos que están a la vista. Luego el tribunal toma ese dato, lo procesa, lo valora, le asigna un determinado rol dentro de todo ese escenario.
–¿Estuvo presente durante todas las audiencias lo que dictaminó la Cámara de Casación cuando anuló el fallo anterior y ordenó hacer un nuevo juicio: que no sea juzgada la víctima, sino los victimarios?
–Sí, yo creo que por lo menos por parte del damnificado, de los padres de Lucía, no hubo quejas al respecto. En ese punto creo que fueron cautelosas todas las partes. Esto obviamente motivó que la defensa se quejara sobre el punto, argumentando que eso podría llegar a ser una limitante de prueba. Pero no creo que el eje de la discusión en este juicio haya sido la vida privada de Lucía.
–En los alegatos acusatorios quedaron planteadas la posibilidad de abrir dos nuevas investigaciones. Por un lado, el accionar del médico Pablo De la Colina, (al momento del hecho subsecretario de salud, que inusualmente cubrió la guardia en el horario de la llegada del cuerpo) y por otro lado, un tercer ADN que se halló en el lugar.
–En realidad es una profundización de la investigación, para aclarar; porque quizá pueda llegar a tener alguna respuesta técnica que nosotros no sabemos. La verdad es que se han usado conceptos muy técnicos en ese informe y tampoco era el momento –en la realización de este juicio– como para decidir si se sentaba o no a otro perito que no había participado de nada; se iba a retrasar. Vamos a profundizar en ese punto a ver si lo que nos quisieron decir es que había alguien más o se trata de una respuesta técnica a “no puedo determinar quién más estuvo”.
–¿Y con respecto a De la Colina?
–En relación al médico, habrá que ver qué entidad le dan a su testimonio en el marco de la sentencia. Si lo que dijo o no está avalado en los hechos, se abrirá o no una investigación.
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: