Nota
La imaginación desafiante

Palabras de Graciela Daleo para despedir a Horacio González, quien fuera su docente y compañero de aventuras en la Facultad de Sociología: “Horacio tenía un pensamiento no unidireccional, sino que se abría hacia todos lados. Al contrario de la imagen del intelectual clásico, era un tipo con muchísima imaginación. Tenía una imaginación desafiante. Fue un sembrador”. De la Juventud Peronista, Montoneros y Perón, a la mítica revista El ojo mocho. Su paso por la Biblioteca Nacional, Carta Abierta, y un texto que Graciela comparte para coronar el recuerdo: Saberes de pasillo, de González, texto nacido de una intervención en un pasillo de la Facultad de Sociología, en noviembre de 1993.
“Después de haber estado en la ESMA, después de plantearme en los 80 que era una peronista desencantada, y de pensar en los 90 que tenía una identidad política en transición, me anoté para retomar la carrera de Sociología. Ahí conocí personalmente a Horacio González: cursar con él fue una aventura“, cuenta Graciela Daleo, ex detenida desaparecida y una de las principales testigos en múltiples juicios sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. Graciela estaba particularmente afectada ante la noticia de la muerte de Horacio González. “Estamos en una época donde el dolor es doble. Una amputación doble. Porque te amputan un ser muy querido, y además eso ocurre sin que puedas apretarle la mano y decirle ‘chau, hasta pronto’”. Lo dice, y envía a lavaca Saberes de pasillo, que publicamos más abajo, un texto de González que permite conocer un modo de sentir y de pensar que generó no solo reconocimiento sino algo acaso más difícil: afecto. .
Las dos JP
Aclara Graciela que seguramente hay mucha gente que conoció a González mejor que ella, “pero lo que puedo decir es que a partir de aquellas clases de Pensamiento Social Latinoamericano me pasaba lo siguiente: no sé si siempre comprendía a fondo lo que decía, pero sentía en mi cabeza la imagen de esos relojes antiguos, cuando los engranajes empiezan a girar. Eso lograba Horaco conmigo. Me hacía funcionar la cabeza”. En esos tiempos, en todos los tiempos, semejante funcionamiento es un privilegio.
“Empecé la carrera de Sociología en los 70 y obviamente no la terminé. Me había anotado en los 90 a través de un amigo, y no me gustaba mucho tener a Horacio González como profesor porque con mi esquematismo tradicional recordaba que en 1974 él se había ido con la JP (Juventud Peronista) y Montoneros Lealtad, que habían roto con los que quedamos en la organización. Así que venía con esa imagen”. Se refiere a una separación, en la Juventud Peronista, de quienes retomaron la idea de la lealtad ante Juan Domingo Perón, distanciándose de las miradas cada vez más críticas y conflictivas con el líder, por parte de la llamada Tendencia Revolucionaria.
“Yo venía con esa imagen de González que no me gustaba, pero el esquematismo se fue desarmando y para mí conocerlo fue muy importante. No fue lo mismo haberlo conocido: ha hecho mucho por mi vida, por mi cabeza, por mis engranajes”.
Como profesor, en aquella materia González propuso hacer una revista sin contentarse solamente con exponer, tomar exámenes y otras burocracias universitarias. “Planteó que los trabajos los publicásemos y al tiempo apareció el nombre: El ojo mocho, que poco después se se convirtió en una publicación cada vez más sustanciosa, pero siempre con compañeros maravillosos como María Pía López y Eduardo Rinesi, entre tantos”. Graciela y Horacio no hablaron nunca sobre aquellos sismos y cismas de los 70. Dejaron sedimentar el pasado para pensar en tiempo presente.
Bayer, González: política de la generosidad
En El ojo mocho estaban los trabajos de López, Rinesi, Daleo y también los de Christian Ferrer, o las entrevistas a Juan Carlos Portantiero, Alcira Argumedo, Oscar Landi o Emilio de Ipola, además de los artículos, ensayos, reflexiones o como cada quien prefiera llamarlos del propio Horacio González. Una biodiversidad mental que confirmaba lo que recuerda Graciela: “Horacio tenía un pensamiento no unidireccional, sino que se abría hacia todos lados. Al contrario de la imagen del intelectual clásico, era un tipo con muchísima imaginación”, dice Graciela en una oración memorable. “Tenía una imaginación desafiante. Por eso saltó lo académico y propuso crear una revista. Fue un sembrador”.
El contexto era de menemismo puro y duro: «Mi relación con esa cátedra se cortó porque me tuve que ir de nuevo al exilio en noviembre de 1990”. Graciela fue la única persona que rechazó en términos jurídicos los indultos menemistas que la incluían (al igual que a militantes, a las conducciones de las organizaciones armadas, y a jerarcas militares). “Me reabrieron una causa y me fui a Uruguay para no ir a la cárcel”. En Uruguay justamente se reencontró con Horacio González. “Allí son tan antiperonistas que me puse de nuevo a reivindicar al peronismo. En una reunión Horaco me dijo: ‘en Argentina nadie defiende así al peronismo’”.
Ya de vuelta en la Argentina Graciela se transformó en motor de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras. “Horacio vino muchas veces, con una enorme generosidad. Era parecido a Osvaldo Bayer en ese sentido, esa disposición, ese entusiasmo, la generosidad y esa capacidad para compartir. Lo conocí hace 31 años, y tengo hoy la misma sensación” dice Graciela, que aclara: “en estos casos empezamos a tener problemas con los verbos, para usar el presente o el pasado”.
Pulóver bordó con pelotitas
La imagen: “Lo que hizo en la Biblioteca Nacional fue maravilloso. Como correctora, me tocó trabajar justamente con textos de la Biblioteca entre los que había libros del propio Horacio, que para mí era un sacrilegio tener que corregir. Pero las veces que lo vi en esos años se me ensanchaba el corazón al notar algo. Siempre me da miedo de que los compañeros que pasan a ocupar cargos en el Estado se la crean. Él no era así. Nunca dejaba de ser quien era. No se creía el gran funcionario. Era un laburante que se ocupó de todo. Me lo imagino siempre con su pulóver bordó, escote en V, lleno de pelotitas. No con un traje de Armani”.
La conmoción de la noticia: “Me hace pensar que quedamos cada vez más huérfanos. Orfandad de quienes son parte de nuestro mundo, de mis contemporáneos. La paradoja es que vi morir a mis pares cuando teníamos 20 o 25 años. Los mataron las dictaduras, las opresiones. Ahora estamos en otra edad de morir. Y aunque uno sabe eso, estoy en edad, de todos modos no deja de sorprender y de doler una noticia así. Por eso de no poder despedirnos”.
Desde que González fue internado, Daleo se acercó nuevamente a sus libros, a sus novelas. “Es alguien que nunca le rehuyó a conflicto, incluso dentro de Carta Abierta (el espacio de intelectuales kirchneristas que funcionó hasta 2019). Era cualquier cosa menos obsecuente. Su cabeza analítica con esa mezcla de intelectual y militante, que a la vez venía de ser un muchacho de barrio. Su origen es ese, y de ahí llegó a filósofo, sociólogo, con esa cabeza crítica que ayudó tanto a pensar. No sé si hay mucha gente de la que se pueda decir eso”.
Graciela envía luego un trabajo de Horacio González, nacido de una intervención en un pasillo de la Facultad de Sociología, en noviembre de 1993. Saberes de pasillo, que publicamos para confirmar de qué modo Horacio era capaz de mover los engranajes con palabras, con actos y con generosidad.
Saberes de pasillo
Por Horacio González
Alguna vez empleé la expresión “saberes de pasillo”. No recuerdo bien. Creo que era en los pasillos de la Facultad de Sociología, si mal no recuerdo, cuando estábamos en la Ciudad Universitaria. Eran pasillos mucho más aireados, mucho más grandes, y uno podría suponer que los saberes de esos pasillos se podrían homologar al tamaño de los mismos. No sé si era así. Los pasillos de la Ciudad Universitaria de Nuñez estaban pensados por un arquitecto que efectivamente había supuesto el placer ampuloso de transitar por ellos. Estaban concebidos como amplias sendas de comunicación interna de la gran caja que es la Ciudad Universitaria. De modo que esos pasillos, que tenían una alta resonancia espacial, impedían fijar bien los afiches, creo que no se prestaban para el milenario arte del graffiti. Recuerdo antes otra Facultad, en la memoria edilicia de las Facultades que contuvieron el nombre retintineante de “Sociología”. Si yo tuviera que decir hoy qué es la sociología, para mí son tres o cuatro edificios. No son muchas más cosas. Me parece que hay un placer en recordar edificios como libros, sobre todo cuando tenemos una memoria habitacional que podemos hojear o leer como si cada estancia arquitectónica fuese un capítulo diferente. Recuerdo Viamonte 430, que es el primer edificio de mi memoria universitaria. ¡Esos sí que eran pasillos! Efectivamente, eran los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras, construidos a principios de siglo. Allí, hace más de treinta años, comenzó esta carrera de Sociología. Había una vieja escalera de madera; había un patio andaluz; había azulejos que sin ninguna dificultad me los imagino también de neto cuño hispánico; flores ya marchitas, alguna vez habría habido algún jardinero…
La Facultad de Filosofía y Letras se había fundado en 1896. El mismo año en que fue creada la de Agronomía, tal como lo recuerda un sarcástico escritor argentino: Ezequiel Martínez Estrada, que pensaba con el malhumor. En realidad, una persona así es impagable; uno quisiera tener algún pariente, algún tío, cuyo pensamiento surja de una especie de órgano interno que fuera algo así como el malhumor pero no convertido en una sensación sino en un órgano tan consistente como el hígado o el corazón. Solo un malhumorado podía recordar que el destino de la filosofía en este país iba a ser un destino irreal, paralelo a una vieja ocupación que la iba a derrotar y que se iba a convertir, por más proyectos que se hicieran, en la ocupación efectiva para la cual el país estaba destinado: las artes agropecuarias. La filosofía, esa otra cultura, nunca iba a superar a la Facultad de Agronomía. Martínez Estrada pensó que esta Facultad era inútil, y que la Facultad de Agronomía –que tampoco servia para nada– era útil pero en un país que no servia para nada. ¡Estos pensamientos son terribles! Eso sí es ser un malhumorado, pero no serlo ocasionalmente, es serlo siempre y hacer del malhumor un órgano pensante. ¡Formidables personas! Uno quisiera conocerlas, quisiera que nunca se hubieran ido de la Argentina. En realidad, son aquellos que están destinados a cargar con toda la incomodidad de que cuando los escuchemos pensemos que son profetas. ¡Por suerte fracasados! Los pasillos de la vieja Facultad de Filosofía y Letras tenían dos o tres canales rápidos de circulación cuando apareció Sociología; uno iba directo al bar Moderno, que estaba en la calle Viamonte, otro iba directo al bar llamado “El Coto” –hay una carnicería ahora en la Calle Viamonte, pero no tiene nada que ver. El nombre de “El Coto” era una abreviatura de su afanoso nombre en francés: “Bar Cote de Azur”. El otro canal nos llevaba a dar vuelta a la esquina para introducirnos en el edificio que se llamaba –y se sigue llamando– “Cadellada”, que estaba en Florida y Viamonte donde funcionaba el anexo de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras. Porque la Sociología siempre fue el incómodo anexo de Filosofía y Letras. Había que construir más pasillos, había que anexar más oficinas, había que construir boxes, pero sobre todo había que aguantar profesores que hablaban un idioma insoportable para los viejos filósofos. El pasillo de la Sociología era efectivamente algo que no podían tolerar los viejos filósofos y los viejos historiadores de la Facultad que se tuvieron que acostumbrar a un hecho que ocurrió apenas dos veces en el país, en momentos de afloramiento de la crisis social. Cuando eso ocurrió en la Argentina, sociólogos fueron rectores. La Sociología, por más mediocre que fuera, traía rumores urbanos, justamente por haber construido pasillos invisibles en la Facultad, que iban a bares, que iban a otros edificios que debían anexarse, que contribuían a arruinar un poco más aquel patio andaluz donde se había sentado Borges. Borges odiaba que hubiera sociólogos en su Facultad, donde quería enseñar Shakespeare, y el inglés antiguo, pero al mismo tiempo tan revolucionariamente, digámoslo así, que se negaba a tomar exámenes, se negaba a considerarse un profesor y se negaba a crear cualquier vínculo entre profesor y alumno. No sé si eso es la cúspide del pensamiento conservador aliada a la cúspide del pensamiento revolucionario. Pero lo cierto es que la sociología solo en dos oportunidades, en ciertas brechas, la del ‘73 y la del ‘83, dio rectores. No sé si esto puede ser el último elogio que se puede hacer de una ciencia que no sabe justificarse a sí misma. De una ciencia que ha perdido la capacidad de extrañamiento y de autoconciencia como para poder pensar en lo que hace.
Había otros pasillos que eran las organizaciones armadas argentinas. Era el otro pasillo con el que se comunicaba sociología. Era un pasillo invisible donde se rendía un examen muy riguroso. El examen era el examen de las armas. El examen era el examen de la disciplina. Eran todos los exámenes que conocemos reconcentrados en poderes que son quizás, a pesar de que los terminamos justificando y nos vemos envueltos en ellos, muy terribles, porque son poderes que nosotros creamos. Creo que hay cosquillas incomodas en el poder que creamos cuando fundamos algo; es muy difícil tolerar las situaciones que se producen por nuestro arbitrio, o por lo menos mucho más difícil que si lo encontramos hecho. Cuando el poder lo encontramos hecho y somos convidados ya está naturalizado, y más en lo que era la vieja Argentina de aquella Facultad de Filosofía y Letras, una vieja democracia muy rutinaria y que por lo tanto aceptaba en su mecanismo muchos alumnos nuevos. Aceptaba algo absurdo: que los infusos aspirantes a sociólogos nos hiciéramos alumnos de esa Facultad, quizás con la secreta confianza de que también leyéramos una revista como Cuestiones de Filosofía, que dirigía un joven llamado Eliseo Verón, o que alcanzáramos a leer una revista que había circulado alguna vez pero que algunos aún tenían en sus manos y revisaban, la revista Contorno, que hacían los hermanos Viñas. De este modo, los sociólogos cumplían a la vez un papel revulsivo, democratizador, plebeyo y con muchos más pasillos invisibles, con algunos saberes que desdeñaban o no sabían que existían aquellos viejos filósofos. Y sin embargo la sociología estaba destinada a ser ese saber, cuya mediocridad había merecido el dictamen desaprobatorio de Martínez Estrada y que con justeza la consideraba también un saber menor.
Por alguna razón estamos circulando permanentemente alrededor de un saber menor cuya propia enunciación, “sociología”, es una enunciación que recuerda todas las farmacopeas, los encasillamientos y anaqueles de las trastiendas de pequeños gabinetes de insidiosas investigaciones clasificatorias. Muchos años después, ciertas grillas clasificatorias se siguen llamando “boxes”, muchos años después profesores siguen repitiendo ciertos esquemas de clasificación. ¿Por qué razón seguimos alrededor de un saber cuya enunciación misma nos recuerda su pasado vinculado a la historia del hospital, a la historia de la clasificación de las personas, a la historia del mando y de la orden en el ejército? Por alguna razón que tiene que ver con la cantidad de pasillos que ha sabido recorrer una ciencia, que se decía ciencia y que al mismo tiempo tenía esa vertiginosidad. Ernesto Villanueva, muy joven y en esa brecha del año 1973, sociólogo, fue rector y en la brecha que se correspondió con el año 1983 otro sociólogo fue rector, esta vez quizás menos ilusionado respecto a la capacidad compulsiva que tenía ese conocimiento terminado en “ía”. En “logía”. No es lo mismo que Medicina, no termina en “logía”. No es lo mismo que farmacia. Sí es lo mismo que Odontología, un saber que termina en logía, cercano a los que terminan en nomos, como Agronomía. Hay algunos que se conforman con su “logía”, su “nomía” y sin embargo es notable la diferencia, y me da la impresión que es Medicina la que contiene la mayor cantidad de posibilidades de que disponemos para pensar al mismo tiempo un edificio, una profesión, un conjunto de saberes y las incisiones sobre el cuerpo humano. Y su nombre, sin embargo, no alude ni al “nomos” ni al “logos”.
Ninguna Facultad logra en todos sus planos reconocer su propia aventura de conocimiento. Para esa Facultad, con tener graduados, basta. Porque los graduados están en laboratorios, hospitales, y al mismo tiempo, originan ciertos saberes en la sociedad que son saberes muy perdurables; basta escuchar a Favaloro, a Matera. Son de algún modo los que resumen una cierta novelística preservativa de una sociedad que tiene que ver con Medicina, con la forma en que se abren cadáveres, con la forma en que se considera al cuerpo, contiene esa parte más ancestral del saber que es curar a alguien a través de ciertas manipulaciones y conjuros. Lo más odioso y lo más esperado por muchas personas que solo tienen esa última esperanza: que se les manipule el cuerpo como curación. Volviendo a los pasillos: Viamonte 430 tenía todos sus pasillos invisibles en una Facultad de una arquitectura antigua, neoclásica afrancesada. Hoy lo podemos ver claramente. No era un edificio hospitalario, no era como éste de Marcelo T. de Alvear, que era una vieja maternidad, no era un edificio de departamentos, de oficinas de la calle Florida, que en la expansión de las Facultades la gente lo va ocupando en la ilusión de pertenecer a la misma facultad; esa fue una ilusión que gobernó la vida de Sociología durante bastante tiempo: pertenecer a una Facultad. Esa fue la ilusión del sociólogo. ¿A qué Facultad?: a una que se llamaba de Filosofía y Letras, que es un nombre genial. En realidad tiene una “y”, junta todo y no junta nada. Están las letras que es como decir literatura, el habla, la escritura, y esta la filosofía, que es decir todo y al mismo tiempo decir muy poco, si escuchamos a los profesores de Filosofía y Letras. Toda esa añoranza, de tener una Facultad a la cual pertenecía sin gustarle, convivía al mismo tiempo con el hecho de Sociología como una segunda alma, la conciencia política de esas facultades, solicitada en los momentos en que aparecían las brechas en el terreno histórico. El sociólogo era aquel que estaba escribiendo la historia, a veces invisible, de las organizaciones políticas, de las organizaciones sociales y de las formas de dominio en la sociedad argentina. Esta fue la primera gran ocupación de la sociología; no es verdad que la sociología surge en la Argentina pensada en los términos científicos que prometió Germani. Surge como la oscura crónica de una revolución que escurría cualquier definición.
La obra de Germani se hace inevitable e inesperadamente interesante hacia el final: es la obra de un gran pesimista, muy parecido a Martínez Estrada, al cual había combatido pero junto con el cual, irónicamente podemos afirmarlo ahora, había fundado la sociología en Argentina. Germani sufrió un gran disgusto, y por eso termina siendo tan pesimista como aquellos textos contra los cuales quiso fundar una carrera. Terminó igual, porque la sociología era la vasta y persistente ansiedad irrealizada por el poder de las personas. Esto no lo podemos ocultar de ningún modo. Por eso me da la impresión de que hay una cierta reluctancia a examinar el examen, a pensar el parcial, a pensar la fotocopia, a pensar las fotocopiadoras, a pensar de qué modo leemos. Es una incomprensible incomodidad relacionada con la imposibilidad de aceptar el oscuro y frustrado origen de la Sociología. Una incomodidad que nos obliga a preguntarnos si está bien que construyamos tantos metalenguajes, tantos presuntos conocimientos sobre aquellos conocimientos que queremos encarar, porque nos coloca en la difícil situación de las personas que continuamente piensan sobre lo que hacen. No es éste el caso del que no le gustaría actuar, del que no le gustaría la acción directa, del que no quiere comprometerse con lo que el saber tiene de rústico, de irreflexivo y por lo tanto de inmediato y productivo. La sociología que se hizo contra Germani, que a su vez la había hecho contra Martínez Estrada, es una sociología que se hizo muy rústica: habló los idiomas del poder, los reprodujo, los sigue reproduciendo. Escuchar a los profesores de sociología hoy resulta realmente interesantísimo, porque la mayoría de ellos produce un espectáculo conmovedor. Me incluiría. Producimos el espectáculo de que mereceríamos ser más leídos, más atentamente estudiados. En realidad, somos el testimonio museístico de los lenguajes que se usan para ocupar el poder. Sólo que a muchos de nosotros eso nos obliga a poner en práctica técnicas que no conocemos, fracasos seguramente escritos a los que no nos queremos arriesgar, a impedimentos que obturarían esa otra vocación que seguramente tenemos: la vocación de que no hay que impedir ninguna acción. Es la vocación de examinar lo que hacemos, examinar el examen, pensar que la crítica no tiene fin, fatigar a los alumnos con una larga cadena de observaciones sobre las observaciones, y preguntarnos permanentemente por el presente, de modo tal de desnaturalizarlo o desarmarlo. Un profesor así, que puede cuestionar una fotocopia, o un conjunto de fotocopias, nos está quitando las rutinas más obtusas que tiene la Universidad, pero al mismo tiempo produce cierta libertad del saber que no corta nuestra vida, no nos imposibilita ser libres, no nos impide establecer todo tipo de vínculos y no nos imposibilita acceder a los pasillos invisibles que recorren la Facultad hacia otros destinos.
Entonces, los pasillos de esta Facultad que siguieron recorriendo aquellos que no se preguntaban qué fotocopias usaban, qué saberes citaban, de qué autores se consideraban el emisario virreinal en un país como Argentina, que es un país sin filosofía y con ciencias sociales, un país de lectores agudos y creativos. Pero seguramente desde José Ingenieros y el propio Martínez Estrada –quizás Germani, no sé si agregar a José Aricó– muy poco es lo que se ha desarrollado en términos de un pensamiento que podríamos decir respira de algún modo la historia de los edificios por los que atravesamos. Lo que estamos haciendo hoy no respira, no sólo porque los edificios se tornan cada vez más arquitectónicamente irrespirables sino porque los pasillos invisibles están demasiado obturados, no sabemos qué otros pasillos construir con la historia, con la política y los compromisos autoexaminadores de la universidad.
Después de la Facultad de Viamonte 430 me tocó ir en el año 1964 a la calle Independencia, donde hoy está Psicología. Ese fue el segundo paso que yo di, y es el segundo paso de toda la Facultad de Filosofía y Letras, porque siempre había estado en Viamonte 430. Por eso Ernesto Laclau le dedica su último libro a un edificio, donde dice que “todo empezo”. Dedicar un libro a un edificio también significa dedicárselo a ciertos libros, a ciertas revistas, a ciertas personas, a ciertas discusiones y ciertos bares, y a ciertas librerías. Quiero mencionar una de ellas: la librería Verbum, que estaba justo enfrente de la Facultad. Era una de esas librerías antiguas de Buenos Aires que tenía en la pared las fotos dedicadas al dueño de todos los poetas y escritores de aquel momento. Decir Viamonte al 400, donde hoy está la Universidad, era decir la historia de ciertas revistas, de ciertas resistencias, era pronunciar ciertos nombres malditos, era decir Oscar Masotta, era decir –sin duda– los hermanos Viñas, y era decir –de algún modo– lo que podría haber sido el terreno de experimentación de lo que fue el futuro de la Facultad de Ciencias Sociales en la Argentina hasta hoy. En esa Facultad hicimos una primera huelga en contra de todas las metodologías “empiristas” en ciencias sociales. Hay una conocida ironía de las personas, por la cual no hacen más que combatirse a sí mismas. En esa huelga tuvo un papel preponderante, según recuerdo, Heriberto Muraro, que hoy emplea justamente todas esas metodologías. Ahora bien: ¿esta facultad estudia la política, estudia la sociedad? No, me parece que no. Hace algo que es interesante también: hablar del mismo modo a como habla la política en esta sociedad. Eso es interesante. ¿A eso puede llamárselo, exclusivamente, construcción del conocimiento, ese concepto pomposo que a veces se usa? No, no creo que se lo pueda llamar exactamente construcción del conocimiento. Parece un conocimiento muy especular, muy atado, reproducción empírica del habla real política, una pequeña garantía respecto a los poderes circulantes en la Argentina, porque al final aquí se habla en ese idioma homólogo al del poder real. Entonces, ofrece garantías. Hay canales, hay pasillos que no son ya invisibles, porque son pasillos de homologación de redes sociales reales. Puede surgir en esta clase, puede dar la vuelta y entrar en el Instituto de la Facultad. Puede salir del Instituto e ir a otro instituto de investigación; puede pasar menos por los bares, quizás, donde se tejen las ya escasas utopías de la política argentina. Finalmente, puede construir aquello que Argentina nunca tuvo: un destino de sociólogo profesional. En Argentina nunca hubo sociólogos profesionales. Por eso creo que es crucial esta discusión sobre si esta Facultad da definitivamente el paso hacia la construcción del sociólogo profesional en la Argentina. Es cierto que hay colegios de graduados, que efectivamente el tema preocupa a muchas personas, que forma parte de la angustia vocacional y política de muchos, es una inquietud que no se puede disfrazar de ningún modo. Efectivamente, esta es una Facultad muy lacerada por diferencias irreversibles en el cuerpo profesional, que si bien no impiden armar una lista electoral única sí impedirían pensar que habría un monolítico cuerpo profesoral, una ciencia unificada, homogénea, con una historia enteramente asumida y con realizaciones comprobables. No sucede así, lo cual –en mi opinión– hace las cosas mucho más interesantes. Porque recuerdo el sabor de los viejos pasillos, de los viejos saberes de pasillo que conducen en Argentina a las formas del conocimiento. Un conocimiento que, sin dejar de autointerrogarse, representa la forma más terrible del conocimiento (aristotélicamente, diríamos “más ereccionante”). Se confunde mucho con la pasividad, por eso es muy sutil, y al mismo tiempo no sólo no impide sino que los paneles corredizos que deja ese saber hacia la real política argentina son muchísimos.
Bueno, ya pasé a Independencia, Independencia al 3000, 3065, las direcciones se pueden recordar como uno recuerda las de su casa y de los lugares donde estuvo más tiempo: Viamonte 430, Independencia 3065… Era un viejo convento, no había sido construido como una Facultad. La Facultad de Filosofía y Letras, y Sociología, que se entromete en ella en los años ‘60, estaba en un edificio que había sido construido en 1903. Y ahora –estamos en los fines de la década del ‘60– la Carrera de Sociología estaba en un convento. Cuando entrábamos nos reíamos, porque todavía estaba en la puerta el nombre de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús. Y estuvo mucho tiempo, hasta que al final alguien lo sacó. No sé qué celador, qué bedel prudente limó el nombre grabado en cemento de relieve, que siguió por mucho tiempo declarando la presencia del orden monástico en ese reducto de revolucionarios. Ese edificio había perdido su destino. En los años ‘60 tenía la carga de ser la Facultad de Filosofía y Letras, donde todos fuimos, con Borges. Borges fue con su Swedenborg o su Shakespeare, e insistió en no tomar examen a sus alumnos, y nosotros –que éramos los que tomábamos examen– inventábamos formas de tomar examen en las que se notaba inmediatamente el afán político que nos movía. No sé si hoy lo deberíamos hacer así; creo que ya no lo hacemos así. Y tampoco sé si hoy, pensándolo retrospectivamente, habría que suponer que eso estuvo bien. Pero nos llevaba a convertir el examen tomado en una Facultad en un acto político, y a la ciencia en un lugar en el que se daban cita todas las contradicciones de una sociedad. ¿Teníamos derecho a hacer tal cosa? Yo, que lo recuerdo con nostalgia pero también con angustia, recuerdo los exámenes que tomábamos. Eran actos panfletarios, de deliberación y compromiso político. Eran actos por los que rondaban las estampas de Mao Tse Tung, de Perón, del Che Guevara, de Lenin, de las organizaciones guerrilleras, ¿teníamos derecho a hacerlo? Ignoro si lo teníamos… yo lo hice; otras personas no lo hicieron. Los que no lo hacían percibían con mucha claridad; una claridad que no les debo envidiar, porque esa claridad de alguna manera los privaba del arrebatamiento de la época. Habría que diferenciar los motivos epistemológicos de los motivos políticos, los compromisos académicos de los compromisos políticos. Extendida hasta las últimas consecuencias, esa diferenciación da como resultado esta ambigua Facultad de Ciencias Sociales.
Creo que resulta muy difícil recordarnos allá por los años ‘60. Los que pasamos esos años y que en aquel momento pensamos la alegría de escribir artículos en revistas políticas, creo que hoy los consideraríamos órdenes de captura contra nuestro propio presente. En realidad, uno no sabe realmente si el pasado de los que tuvimos alguna actividad en los años ‘60 nos impediría este presente tan distinto, o si este presente es tan balsámico que nos impide preocuparnos por aquel pasado que ya todos nos disculparon. Yo no sé bien cuál es el pasado biográfico que podría adjudicarme, pero tampoco sé si colectivamente se lo puede adjudicar a la Facultad y a sus pasillos. La Facultad, en Independencia 3065, era un gran hall, muchos de ustedes lo conocen, en el barrio de Boedo. En los años ‘20 había habido una gran polémica: Boedo y Florida. Bueno, la Facultad no la recordó, porque la Facultad tenía otros pasillos, ya había mucha guerrilla. Ya los exámenes estaban muy politizados. Había una escalera muy angosta, que provocaba aglomeraciones. Esa escalera todavía no se ha modificado, es una escalera que servía para las monjitas; pero los estudiantes de sociología, de psicología, de historia, también usaban esa escalera. Y lo hacían de una manera espectacularmente “hablativa”, digamos. Muy narrativa, como sucede en las escaleras de esta misma Facultad: hay mucha narración política. Del primero al quinto piso se pueden leer, aquí, historias alucinantes. Historias de este país y de otros países verdaderamente remotos.
Aquella Facultad tenía dos entradas, una por la calle Urquiza y otra por Independencia. Esto era muy útil en momentos de ocupación de la facultad, cuando la cercaba la policía. Había también muchos bares antiguos, la vieja Unión Ferroviaria, el cine Unión, el bar Unión. El barrio se mantenía tal cual como en los años ‘30, cuando la Unión Ferroviaria había construido un magnífico edificio, un art-decó, revolucionario para el movimiento sindical de aquel entonces. Ese viejo edificio de la Unión Ferroviaria, que aún se conserva, alojó a la primera gran CGT que hubo en Argentina antes de que el peronismo construyera la actual, con el edificio de líneas racionalistas en la calle Azopardo. El gran edificio sindical de la Unión Ferroviaria marcaba el ritmo del barrio: el gran cine del barrio se llamaba Unión, y estaba en el mismo edificio que la Unión Ferroviaria, y el único bar importante del barrio también se llamaba Unión. En el otro bar, que se llamaba Buenos Aires, recuerdo que una de sus mesitas era una máquina de coser que la dueña del bar modificó y puso ahí. Los 5000 alumnos de Sociología y Psicología, hordas fanáticas y famélicas, que buscaban a sus padres primitivos, Freud y Durkheim, arrasaron con todo eso. Arrasaron con la memoria ferroviario del barrio y con el bar Buenos Aires, y crearon los bares Sócrates, Platón, Prospectiva, Perspectiva, Proyección, Introyección, Retroversión. Apareció un bar Boliche y otro Bowling. Los nombres se iban mezclando; el bar Buenos Aires se siguió llamando así, pero inmediatamente todas sus mesas se modificaron. Bueno, no tan inmediatamente; me parece que sus dueños conservadores querían aprovechar la oportunidad pero sin embargo la máquina de coser seguía allí. Ahora quien vea el bar Buenos Aires puede percibir el impacto que causó la Facultad. Fue un impacto con pasillos aeroespaciales. La Facultad estaba comunicada con el pasado y con el presente del país: los pasillos eran mucho más que aquellos grandes cartelones que se colgaban en el hall de la Facultad. Los carteles eran enormes porque así lo permitían las grandes dimensiones del patio central. Se hacían carteles tan pero tan grandes que tapaban la visión. Hasta tal punto que, si me disculpan, puedo contar una anécdota. El decano de aquel momento era José Luis Romero, que para mí fue el último gran decano que tuvo esta Universidad, es decir, el último gran profesor que se animó a cumplir tareas administrativas. Así que yo lo recuerdo con mucho cariño. Un buen día Romero amenazó con renunciar si no se sacaban los cartelones que impedían caminar por los pasillos de la Facultad. Aquellos eran años en los que no se podía hacer otra cosa más que pegar grandes cartelones. Y efectivamente renunció. Nadie creyó que fuera a renunciar de verdad, pero renunció. Recuerdo una noche terrible, en que hicimos un viaje arltiano a Adrogué, él vivía en Adrogué, para pedirle a José Luis Romero que por favor no renunciara, que no íbamos a pegar más carteles hasta determinada altura, que íbamos a dejar veinte centímetros para la comunicación de Bedelía, en fin… La cuestión es que José Luis Romero dijo que no, “no vuelvo más a esa facultad”, y efectivamente no volvió más. Cuando volvíamos en el viejo tren, a las dos de la mañana, después que nos endilgó una filípica moralista-laica, y una especie de historia social de la Argentina que terminaba en el peronismo, pero que comenzaba muy lejos (por eso salimos a las dos de la mañana.), Daniel Hopen, que era el delegado estudiantil de la Facultad, y que había sucedido a Marcos Schlaster en esa entidad que se llamaba Delegación Estudiantil, comentó algo, con esa especie de desesperación que tenía Daniel Hopen: “que le vamos a hacer, es un viejo socialista”. Porque Daniel Hopen fue un gran dirigente político, un gran orador, quizás el último gran orador de la vida universitaria argentina, uno de los grandes oradores trotskistas, uno de los cadáveres argentinos sin memoria, porque no veo que salga nunca en los recordatorios de Página/12, en fin, por eso esta noche lo quiero recordar acá, por lo menos como un gran orador, era también un gran trotskista, aunque hoy no sabría definir muy bien qué es un gran trotskista. Pero algo cierto es que un gran trotskista era un gran orador: siempre que hablaba lo hacía por veinte minutos, media hora, y ponía el mundo en sus manos. Efectivamente, antes de la televisión había una escuela de la oratoria, que también pasó por esta Facultad y se perdió con estos nombres, con estos grandes nombres, que hacían política –creo– para poder hablar, para poder subirse a una escalera y endilgar un gran discurso. Me parece que allí se hacia notorio el gran placer de la oratoria, donde se unía cierta vocación universalista y cósmica del trotskismo. Pero había algo que Daniel Hopen no entendió de Romero en esa noche terrible, cuando Romero –el viejo socialista laico– dijo que no. Open, el gran orador trotskista, que le fue a pedir “tácticamente” que no renunciara, salió diciendo aquello de que era un viejo socialista. Muchas veces tuvimos que decir eso de nuestros viejos profesores: “viejos socialistas”. Si hoy José Luis Romero dirigiera esta Facultad, sería un ultraizquierdista.
Bueno, los pasillos obligaron nuevamente. Voy a recorrer más rápidamente los pasillos que faltan, del convento al hospital, al Hospital de Clínicas demolido. Otra vez un edificio que no nos pertenecía. En el Hospital de Clínicas hubo tiroteos, esa parte de la historia se me pierde, porque yo ya no estaba, pero escuchaba los tiroteos. Yo estaba en la Facultad de enfrente en esos momentos. Para mí era mi vieja Facultad, la facultad donde me había recibido, donde había desarrollado mis compromisos políticos, esa facultad donde entonces escuchaba tiroteos. Los tiroteos sonaban en el lugar donde estaba el viejo Hospital de Clínicas, que no podemos considerar que no fuera fruto de un gran momento edilicio y político de la Argentina. Ahí están los viejos bustos que hoy podemos ver en esa plaza. Los bustos no los tiraron abajo, son de los prohombres de la medicina, que ponían audaces inyecciones o descubrían el veneno de las víboras. La iglesia también quedó. Y al mismo tiempo, es una parte de la memoria de la sociología argentina la que transcurrió ahí sin saber que secretamente enlazaba con los verdaderos fundadores médicos de esta disciplina, sin duda, un Ramos Mejía. Luego hubo que ir a Derecho, y luego al edificio que se compartía con Arquitectura. Visitantes, trashumantes, expulsados, marginales, errantes… Es una historia de edificios, de viajes, de trenes nocturnos, de grandes figuras de la política, de la oratoria, de grandes dramas políticos, de grandes guerrilleros argentinos. Una gran historia en un lugar donde no hay un gran saber. Eso, de algún modo, no deja de ser interesante. El saber es pobre, pero las historias calcan como esos instrumentos que se venden en las calles, con un espejito, que sirven para calcar de un lado a otro, el dibujo de la historia política argentina. Me parece que eso no debe desdeñarse en el momento de contar la historia política, pedagógica y académica de la facultad, o de la carrera. Porque además no se sabe bien qué es. Es un producto inoportuno, que nace maldito, que no tiene clara conciencia de sus potencialidades, que no sabe estrictamente cuáles son sus dimensiones científicas, que origina un profesionalismo que no está en condiciones de atender todos los compromisos de vida que esta facultad originó. Entonces, cuando en este edificio recorremos los pasillos de la Facultad, efectivamente podemos festejar los saberes de pasillo que son rebeldes, ese lugar donde se pegan carteles, aunque las agrupaciones estudiantiles ahora pegan muchos carteles en las aulas. Ese es un indicio de debilidad. Es un indicio de debilidad porque creo que es en los pasillos donde se construyen las verdaderas alternativas. Las agrupaciones estudiantiles que antes entraban raudas y podían sentirse disputando el poder al profesor, que intimidado concedía que hablaran; hoy son mucho más cautelosos para pedir la palabra al profesor cuando entran con sus volantes. Y de algún modo suponen que el pasillo es de nadie, es un lugar inhóspito, neutro, donde se camina rápidamente por las escaleras. Incluso ahora no prohíben tomar el ascensor, de modo que puede perderse la fabulosa narración política que cuentan los pasillos, este mercado de propaganda electoral, pero también estos pasillos donde cualquier mercachifle hace su publicidad porque hay un público y hay un mercado, hay publicidad de revistas, de viajes a Miami con descuento, no hay ninguna publicidad microscópica ni macroscópica que se deje de hacer en los pasillos de esta facultad. Cuando la publicidad política entra en el aula señala una debilidad del movimiento estudiantil. He ahí el lugar donde el movimiento estudiantil dice: ¡pero no leen los carteles! Este estudiante que pasa sin leerlos es el que tenemos que descubrir, interceptar, en el lugar donde está recogido, o en el lugar donde finalmente encuentra su realización: en el misterio del aula. Porque el aula es misteriosa. Me parece que es el lugar donde se reproduce la más vieja escena del drama del conocimiento: el hablar, el refutar, el neutralizar, el salir puteando en silencio. Son todas figuras del conocimiento que dudosamente vayan a desaparecer nunca, por más grabadores que haya en las aulas. Aún cuando las aulas terminen siendo como los bancos, con cámaras filmadoras que comuniquen con su terminal en el despacho del decano, quien –como en los aeropuertos– vea simultáneamente todo lo que se está diciendo en cincuenta clases al mismo tiempo. Un método muy recomendable para volver loco a cualquiera, no solamente a los decanos. Aunque se hiciera ese panóptico de la facultad, creo que la vieja idea de un escritorio, de una clase y de los profesores que hablan es casi indestructible. Digamos que tienen el mismo valor que las Confesiones de San Agustín, de la Crítica de la razón pura de Kant, del 18 Brumario de Marx o de la Operación Masacre de Walsh. Aún seguimos pensando en esos términos. No sé si decir que mientras haya profesores dispuestos a invocar esos nombres, aunque sea mal, la vieja comedia del conocimiento se va a seguir realizando. En ese lugar es, entonces, donde la relación de la clase con el pasillo es no sólo indispensable sino que es una guerra permanente. El estudiante que entra….lo imagino así porque yo entré así a interrumpir clases de profesores. Alguna vez me atreví a interrumpírsela a Borges, y salí mal parado, porque Borges –el cuchillero– salió a enfrentar a lo que en aquel momento tímidamente representábamos: el movimiento estudiantil. Hoy los profesores no enfrentan a un movimiento estudiantil, porque no lo ven hostil. El movimiento estudiantil debe tener hostilidades, diría, conceptuales. Sería preciso un movimiento estudiantil que reflexionara sobre sí mismo, que se cuidara de renovar el lenguaje, porque así se convertiría en el lugar efectivo de la reflexión política en la universidad. Pero finalmente está como todos, a la espera de que ocurra lo peor y sin azuzar su autorreflexión. Es el movimiento estudiantil que ve sólo territorial y tácticamente a la facultad, que la percibe como lugar de acumulación de poder, como ocupación de espacios, de territorios, etcétera. Ahora el movimiento estudiantil habla como los profesores que hablan como los políticos, que hablan en términos de un silenciamiento de los estudiantes que ellos fueron en los años ‘60, obligados a rechazarlos como aquel secreto tesoro que de algún modo podían contener o rememorar. O incluso lo digo mal: muchos recuerdan aquel tesoro porque al final es una forma de destacar muy galantemente que no está mal que las épocas cambien a las personas; yo pienso lo mismo. Y finalmente, con mayor o menor elegancia, podemos recordar a los estudiantes que fuimos en aquellos años, que a su vez reproducen como reflejo de un espejo muy fiel, a los del movimiento estudiantil de hoy, que están anunciando a los futuros diputados y senadores, a los futuros ocupadores de espacios, futuros acumuladores de poder.
Bueno, pero es deber del movimiento estudiantil, es deber de los profesores y de una facultad neutralizar esa historia por lo menos en un punto: en el punto donde de vez en cuando –no sé si siempre– debe declarar como lugar absolutamente indispensable el lugar de la autorreflexión, el del autoreconocimiento, de la gratuidad del conocimiento y del hecho de que debe cesar el intercambio para que haya saber. El lugar donde se hace algo por nada. Pero ese nada es por algo también, como decía Marcel Mauss. Ese algo viene con la historia, viene con otro tipo de recompensas, con ciertas fórmulas de la amistad, con ciertos huecos que se crean en lo social cuando hacemos esto, que se retribuyen, ya sea cuando los de arriba nos dicen que somos unos boludos, ya sea suponiendo que esto puede ser un recuerdo interesantísimo en la memoria de quienes hayamos participado en un acontecimiento como éste, por ejemplo, el de hoy. Entonces, la posibilidad de suponer que el pasillo, que nos molesta, puesto que el aula está sonoramente encapsulada a las 9 de la noche entre los que pasan con su murmullo inacabable –son los que vienen de reírse del profesor de la hora anterior– y los colectivos de las líneas 39, 152, 12… Tendríamos que enorgullecernos, son las líneas de colectivos más importantes del país las que pasan por acá, cargando miles y miles de pasajeros a los que no les interesan para nada nuestras historias, y que por supuesto tampoco quisieran ser responsables –ni aún involuntarios– del ruido vital que causan superponiéndose con nuestros conceptos fundamentales.
Bien, también yo veo esto como parte de una lucha que por supuesto me molesta, pero no sería un ecologista más de nuestra facultad. De todos estos itinerarios, de esta historia edilicia, de la vieja Facultad de Filosofía y Letras, con su patio andaluz, conventos, hospitales, de esos inenarrables edificios del desarrollismo de los años ‘50 y ‘60 como la Ciudad Universitaria de Nuñez, de esta carrera a la que nadie quiere, quizás nosotros seamos los últimos enamorados equívocos de esta Facultad. Porque la maltratamos, decimos que la sociología así como está es un saber que tiene muy poco que ofrecer y que ofrecernos, y a pesar de todo, la persistencia con la cual seguimos viniendo acaso se debe a que querríamos leer una historia en los cinco pisos que atravesamos, una gran narración política en el pasillo. Creo que es por eso que seguimos viniendo, aún los más jóvenes, y por eso quisiera evitar hablar como un viejo conocedor de pasillos y festejador de las inscripciones y grafitis en los baños, que son como verdades ocultas pero secretos a voces. Venimos porque alguien creó esos vacíos, esos apellidos de la extraña inmigración argentina que pasaron por esta Facultad y que formaron parte de un largo encadenamiento de pensamientos irrealizados, como éstos que estamos haciendo ahora. Quizás lo que nos convoque, lo que nos mueve a seguir en esta facultad y en esta carrera que tanto criticamos, es que –impropia como es, incapacitada de pensarse a sí misma– de algún modo nos recuerda todo aquello que involuntariamente pasó por ella, como si fuera un papel vegetal, algo que imprime involuntariamente todo lo que se le pega. Y eso sí lo hizo bien. Esta Facultad coleccionó grandes vidas y grandes pensamientos, y lo sigue haciendo. Es un lugar que cuando clasifica lo hace mal, pero cuando colecciona lo hace con partes muy vitales de la historia política y de la historia del conocimiento en la Argentina. Sigue siendo un compromiso que nos gusta, a pesar de que para decir que nos gusta tengamos que hacer todos estos malabares de pasillo y crear todas estas alternativas tan fatigosas, que suponen decir que no nos gusta. Así, si se entiende esta paradoja, creo que puede entenderse el secreto fundamental de lo que hacemos.
Nota
Lohana Berkins: recuerdos del futuro

“Salteña, comunista, brava, decidida, organizadora de miles de microrevoluciones y megamanifestaciones, Lohana Berkins desarrolló en las calles de Flores una capacidad única, algo así como un super poder capaz de desarmar con pocas palabras la situación más peligrosa, incómoda, violenta. Porque justito ahí, en el momento del temblor, Lohana nos hacía reír. La lección, entonces, es que a partir de ahora tendremos que aprender a producir esa risa destituyente, rebelde, cómplice, conjugadora del miedo. La lección, también, es que a partir de hoy tendremos que leer a Lohana para dimensionar, entre otras cosas, todo lo que representa la práctica en la creación de teoría, eso de poner el cuerpo, para luego poner la cabeza y así, desde la anatomía sensible, inteligente, alerta, voraz, crear políticas. La lección, además, es recordar ahora una de esas creaciones teóricas tan Lohana: todo cuerpo travesti es un cuerpo político”.
Con estas palabras la escritora y periodista Claudia Acuña despidió a Lohana, fallecida el 5 de febrero de 2016. Nueve años después recordamos esta conversación cada vez más actual, publicada en la revista MU 11 bajo el título Anatomía política del cuerpo travesti: “El travestismo primero rompe de cuajo con las certezas, desmantela esta cosa de la binaridad, de la creación divina, porque cuestiona las esencias. El travestismo pone de manifiesto el deseo”.

Salteña, comunista, brava, decidida, organizadora de miles de microrevoluciones y megamanifestaciones, desarrolló en las calles de Flores una capacidad única, algo así como un super poder capaz de desarmar con pocas palabras la situación más peligrosa, incómoda, violenta. Porque justito ahí, en el momento del temblor, Lohana nos hacía reír.
La lección, entonces, es que a partir de ahora tendremos que aprender a producir esa risa destituyente, rebelde, cómplice, conjugadora del miedo.
La lección, también, es que a partir de hoy tendremos que leer a Lohana para dimensionar, entre otras cosas, todo lo que representa la práctica en la creación de teoría, eso de poner el cuerpo, para luego poner la cabeza y así, desde la anatomía sensible, inteligente, alerta, voraz, crear políticas.
La lección, además, es recordar ahora una de esas creaciones teóricas tan Lohana: todo cuerpo travesti es un cuerpo político.
El suyo fue castigado, ignorado, intervenido, encarcelado, explotado. Y en consecuencia, Lohana Berkins murió.
Nos queda, entonces, la gran tarea de cuidar los cuerpos de quienes sufren hoy violencias. Las machistas, las institucionales, las sociales, las culturales, las que nos hacen llorar hoy.
Anatomía política del cuerpo travesti
Conversación con Lohana Berkins con Claudia Acuña, publicada en MU 11, diciembre de 2007.
De mujer a travesti te pregunto ¿cómo puedo hacer una lectura política de tu cuerpo?
Una de las cosas que no ve esta sociedad es el cuerpo travesti. Es decir, ve la identidad, la apariencia, la parte performativa de la travesti, pero lo que a esta sociedad le produce un pánico moral y sexual es el cuerpo de la travesti. Si yo, en cualquier contexto cultural y socioeconómico, pronuncio la palabra “mujer” o “varón” inmediatamente todas y todos pueden referir un cuerpo, con variaciones de a cuerdo a la cultura, pero un cuerpo anatómicamente definido. En cambio, cuando decís “travesti” no imaginan ese cuerpo de acuerdo a sus características físicas. Negado el cuerpo travesti, lo que se lee es su apariencia. Entonces se empieza a encasillar: si tiene barba, se lo encasilla en lo masculino, te remiten al origen al cual -según la sociedad- no se puede escapar. O te remiten al otro extremo, colocándote en lo femenino: te veo como mujer, las travestis son mujeres, y a la hora de la articulación de la lucha y la palabra que pasen al lado de las mujeres. Entonces, la travesti no se puede posicionar como un cuerpo propio. Y, por lo tanto, al negarle la existencia a ese cuerpo, tampoco se le concede ningún derecho. Porque en definitiva, lo único que tenemos es ese cuerpo. Y si hay algo inocente es la representación anatómica del cuerpo desnudo, pero el cuerpo desnudo de la travesti es subversivo, totalmente peligroso. Es intolerable.
Justamente, ese cuerpo desnudo de la travesti te confronta con la posibilidad de pensar por fuera de los esquemas establecidos: no es hombre, no es mujer. ¿Qué es? ¿Es un cuerpo creado? ¿Es un cuerpo que expresa violencia? ¿Abuso? ¿Mentira?
Creo que no es un cuerpo creado, porque en realidad tendríamos que discutir la naturalidad. Yo creo que la naturalidad, en su esencia más profunda, no existe. Cualquiera fuera nuestra orientación sexual, nuestra identidad de género, de por sí hemos sido y somos atravesadas por la superficialidad del mercado. Se nos han creado necesidades que nada tiene que ver con nosotras y nosotros. Y ahí me parece que viene una de las cuestiones profunda que quizás el cuerpo travesti le arranca de manera muy fuerte al patriarcado y al capitalismo mismo: el hecho de qué pasa cuando uno/una es artífice de su propio cuerpo, no ya de su propio destino. Después podemos leer por qué hay esa necesidad de esa construcción del cuerpo, si esas construcciones son deseadas, pero lo que la travesti pone en evidencia es eso de ser arquitecta de su propio cuerpo y a partir de qué lo construye. Otra cosa siniestra que pone en evidencia es cómo la sociedad te pide la evidencia de esa corporeidad. ¿Esto que significa? A nosotras no solo nos piden que tengamos tetas, sino que seamos la evidencia de esa teta.
De alguna manera el mercado llenó ese vacío de representación del cuerpo travesti con sus propios íconos: decís travesti y pensás en Florencia de la V. ¿Es la representación del cuerpo travesti como mercancía?
Yo diferenciaría dos cosas. La primera es que el mercado históricamente cotiza la belleza de la mujer como moneda de cambio: vende la belleza impecable del cuerpo de Florencia de la V. No sólo su cuerpo, a secas. Lo que se le exige a ese cuerpo es la belleza. La segunda cuestión es con respecto al cuerpo travesti en particular: cuando esos cuerpos están en el mercado de la prostitucion son deseados y cotizados. Ahora cuando esos mismos cuerpos abandonan la prostitución, no son deseados por nadie. Porque hasta la misma Florencia está atrapada en esa trampa: para mantenerse en su estatus debe ser un cuerpo despolitizado, que es lo mismo que nos pasaba a nosotras en la prostitución. Un cuerpo a disposición del tipo que no va a comprar conflictos, sino sumisión.
Desde ese punto de vista, no existe cuerpo más politizado que el de la maestra travesti.
Claro: imaginate ese cuerpo puesto ahí, al frente de un aula, para que las niñas y los niños empiecen a romper con la binariedad y empiecen a imaginar un mundo posible donde el diálogo se habilite más allá de ser hombre o mujer. No solo que la vea como un cuerpo construido, sino también que la pueda ver como objeto de deseo en ese mercado de los deseos. Porque ¿qué pasa si el niño o la niña se enamora de la maestra travesti? ¿qué pasa si la quiere, si la admira?¿qué pasa si aprende de esa maestra lo que ella es y lo que no es?
¿Lo que vos estás diciendo es que hoy el cuerpo travesti no puede pensarse sino en función de la prostitución?
Totalmente: no puede pensarse sino es en función del mercado. Ese cuerpo, en cuanto se mantenga en esos márgenes, digamos, de utilidad de un mercado, por supuesto que está cotizado. Siempre digo que las travestis somos el deseo oculto de la burguesía capitalista, pero ¿cuándo seremos el deseo lícito de la izquierda revolucionaria? Porque está bien que Lohana Berkins y determinadas travestis participemos de los partidos de izquierda, pero ¿qué pasaría si el secretario general de un partido de izquierda dice “te presento a mi compañera, Lohana Berkins”, con el mismo orgullo que yo he visto diciendo “te presento a mi compañera dirigente obrera, que luchó en Zanón o en Brukman”? No. Nosotras seguimos estando como ícono de la particularidad. Nosotras quedamos atrapadas en esa cosa del mercado. Y ahí se genera algo bien peligroso que la sociedad no quiere debatir y que en ese sentido se marca más en las travestis: eso de generar genotipos de personas solo para algo. Cuando, por ejemplo, se dan debates sobre la prostitución, ahí se ve lo que realmente la sociedad piensa. Lo primero que surge en torno a la prostitución es si la legaliza o no. Más allá de que este tema merece otro capítulo, lo que señalo es que nunca esos pedidos fueron propiciados por organizaciones de mujeres y travestis en situación de prostitución. Nunca fuimos nosotras a decir “queremos una zona roja”. Siempre lo dicen los otros. Y lo que expresan es algo bien concreto: porque así como en su momento la negritud era sinónimo de esclavitud, las travestis son para esta sociedad un genotipo de esclavitud sexual.
Lección de anatomía
¿Qué pasa con el cuerpo travesti cuando llega a un hospital?
Te contesto con una anécdota concreta. Un día, por un dolor de panza, voy al hospital, al servicio de gastroenterología. Como yo ya había hecho un escándalo en admisión para que me anotaran como Lohana, el primer diálogo con la doctora fue así:
-¿Tuvo abortos? ¿cómo es su menstruación?
-Perdón doctora, acá hay un problemilla: yo mujer no soy.
-¿Cómo que no es mujer? ¿Usted no es Lohana?.
-Sí, soy yo. Pero soy una travesti.
-¡Ahh! Entonces, ¡usted es un hombre!
Me lo dijo levantándose de la silla, como sentenciándome. Ahí le apareció lo policíaco de la medicina. Y aunque le expliqué que estaba equivocada, en la historia clínica escribió: “se niega a dar su nombre”. Y no me estaba negando a dar mi nombre, porque mi nombre es Lohana. La que se estaba negando a ver la realidad era ella. Ahí mismo me fui a hablar con el director del hospital, que me propone consultar la lista de médicos de esa especialidad así elegimos a la doctora más “simpática”. Le digo: “Perdón doctor. A mí me va atender la misma doctora que me atendió, pero bien. Si cuando yo me vaya se pone azufre y se rocía con agua bendita, es problema de ella, pero me tiene que atender. Porque sino le estamos resolviendo el problema a ella, no a mí.
¿Y tu dolor de estómago?
Tuvo que seguir esperando, porque me pasan a otra médica, divina, canchera, pos moderna, pero que no me revisó nunca. No podía relacionarse con el cuerpo de una travesti. Así que pasé a un tercer médico al que le dije:” Si no me vas a revisar, me voy ya”. Nunca indagaron la historia de mi cuerpo, si el haber estado presa influyó en mi salud, si las siliconas me las puse ilegalmente y en qué condiciones, si tomaba hormonas… Mi cuerpo era una cosa tirada ahí, seguía siendo violentado, invisivilizado, porque verlo era para esos médicos alterar, confrontar e interpelar todo un orden de lo aprendido. Es tan fuerte el pánico que producen nuestros cuerpos que absolutamente cancela cualquier diálogo.
¿Qué pone en evidencia el cuerpo travesti? ¿La inseguridad, la ignorancia, lo desconocido?
Creo que el travestismo primero rompe de cuajo con las certezas, desmantela esta cosa de la binaridad, de la creación divina, porque cuestiona las esencias. El travestismo pone de manifiesto el deseo. Cuando las vecinos sensibles de Palermo reclamaron que saquen a las travestis de la puerta de sus casas, ¿a quién realmente querían sacar de la puerta? Al deseo de sus esposos. No pueden admitir que nosotras le pongamos el deseo en la puerta. Cuando una persona ve a una travesti, en realidad, no le molesta la diferencia sino la igualdad: qué me refleja, qué me está sacando a mí que me pone tan loca. Pensemos que una travesti nos enfrenta, incluso, a pensar en nuevas formas de reproducción. ¿Podríamos decir, por ejemplo, que un hombre ha parido un hijo? Sí, si pensamos que una persona que nació mujer y se convirtió en hombre sigue teniendo sus órganos reproductivos. Yo he visto una foto de un tipo de barba pariendo. Algunos dirán que está pariendo una mujer, pero su identidad es masculina. ¿Qué respetamos entonces para referirnos a esa persona: su identidad masculina o su anatomía femenina?
¿Cómo podríamos definir la subjetividad travesti?
Si yo me comparo con una mujer de mi edad, cruce racial y origen social, es evidente que la construcción de los cuerpos y las vivencias fueron absolutamente distintas y que esa diferencia nos van dando un tamiz sobre la vida absolutamente distinto. Es cierto que toda la sociedad, por ejemplo, está atravesada por la violencia. Pero si vos comenzás a hacer un trabajo empírico sobre esa violencia social, podés sectorizarla: los jóvenes pasan por esto, los ancianos por esto otro, las mujeres por aquello. Lo que hace sumamente grave en esta sociedad el tema de las travestis es que todas esas violencias juntas atraviesan sus cuerpos. Si a una travesti le preguntas ¿te encarcelaron?, te responde: sí. ¿Te pegaron? Sí. ¿Te violaron? Sí. ¿Te echaron de tu casa? Sí.¿Se te murió una amiga? Si. ¿Tenés Sida? Sí. Todas esas violencias juntas hacen muy pesadas estas historias. Nosotras somos identidades clocalizantes: toda la mierda debe ser puesta en nosotras. Pero no vemos esta historia de genocidio. Son generaciones enteras que están desapareciendo y la gente y funcionarios siguen pensando en función de que toda esa miseria no es real, es simbólica. ¿No hay mayor crimen que quitarle la niñez a alguien? En las travestis es lo primero que se hace. Una niña travesti es siempre alguien expulsado de su hogar, que a los 13 años ya vive en una comunidad con adultas que tenemos la vida hecha mierda.
¿Otra forma de violencia más sutil, que desactiva la rebeldía, no es la victimización?
Esto de la victimización termina siendo rasgo identitario muy fuerte, porque si vos perdés el discurso de la víctima perdés todo. Es otra de las consecuencias de la exclusión: la victimización termina siendo un rasgo identitario único. Un paso más fuerte es cuando esa misma víctima se convierte en sujeta de derecho. Nunca se nos puede quitar el derecho a denunciar que somos víctimas, pero no nos tenemos que quedar ahí. Vos tenés que revolucionar no solo tu propio sentido, sino también el sentido común de la sociedad. El Derecho debe ser interpretativo de la realidad. Si alguien dice “ya he sido puta y no lo quiero ser más”, el Estado automáticamente tiene que interpretar esa realidad. Lo que pasa acá es que no se lee esa realidad, se ignora. Nosotras tenemos que discutir nuevos derechos civiles y políticos, nuevas constituciones. Debemos participar generar, debatir, no permitir que el sistema siga funcionando así.
Modelos de mujer
¿Se podría decir que una de las características de lo travesti es esa visión performática de sus cuerpos?.
En realidad, la estética de todas las mujeres no es creación de las propias mujeres: es una creación de los varones.
¿Y la estética travesti no es una creación de los varones?
Es la estética que se impuso a las mujeres, sobre la cual las travestis hacen después su propia interpretación. La sociedad genera esos íconos. Lo travesti, entonces, no hace más que dejar en evidencia, bien demostrado, cuáles son esos íconos. En mi época, nuestro modelo era Moria Casán. A lo mejor si hoy una adolescente travesti tuviera que hacer una lectura de qué es ser una mujer, pondría de ícono a Pampita. Ahora, el porqué Moria Casan o Pampita son la estética de una trava no es un tema del trava, sino de la sociedad. Eso te da la clara evidencia de cómo el sistema capitalista genera iconos fuertes que atraviesan a cualquier adolescente y, por supuesto, también a las adolescentes travestis. Esos modelos van cambiando, pero forjan una identidad sobre lo femenino de la que nadie está a salvo. El agravante que tiene esta identificación es que ése cuerpo travesti sólo es valorizado en el marco del a prostitución. Y la prostitución es un condicionante muy fuerte. Por ejemplo, en cuanto a las prótesis. Si la que sube más (a los autos) tiene una de 400 es lógico que la otra se quiera poner una de 500. Ahí el que está definiendo ese cuerpo es el prostituyente.
Algo que llama la atención es que desde hace relativamente poco tiempo la sociedad está pensando a las travestis como una población. Inclusive para moverlas del Rosedal, ya no se las trata individualmente, sino como a una población a la que hay que destinar un sector concreto de la ciudad para que allí sean prostituídas.
Hay que diferenciar la prostitucion de las mujeres y de las travestis: lo único que nos une es que para una y otra el primer fiolo es el Estado. Otra cosa en el sistema prostitucional de Argentina y ahí sí hay diferencias: las travestis no somos atravesadas por el fiolismo, como sí lo son las compañeras mujeres. La explotación sí que es la misma. La otra vez compañera me dijo una cosa que me hizo ver la luz. Ella marcaba la contradicción del Estado argentino: por un lado, el Ministerio nos da los forritos para que nos cuidemos y, por el otro, ese mismo ministerio manda a la policía para que nos reprima. A mí me impactó su manera de señalar estas contradicciones en las políticas de Estado. Porque si el Estado te dice “cuídense del sida”, la pregunta siguiente es: ¿cuídense para qué? ¿Qué posibilidades de vida digna tiene esa compañera?, ¿puede ir al a escuela , cambiar de trabajo? Cuando nosotras vamos al gobierno con estos problemillas, nos dicen: “bueno, las vamos a capacitar”. Perfecto. Pero mientras se produce la capacitación, ¿yo le puedo exigir a alguien que se prostituyó hasta las 6 de la mañana que venga a las 10 a tomar el cursito de peluquería? Es indigno. Y esto habla a las claras del destino de muerte que rodea a la travesti. Esta cosa de la muerte, no solo real, sino de muerte cotidiana. Porque los modelos de identificación que encuentra en el día a día siguen siendo el de la puta. ¿O acaso cuando vas a una tienda o a un bar sos atendida por una travesti? Para ejercer los derechos los tenés que conocer, vivir, incluso para exigirlos tienen que ser una cosa posible. ¿Y qué es lo posible para una travesti más allá de la prostitución? Muchas travestis activistas somos altamente capacitadas, pero no somos contratadas. Un ejemplo: en el campo especifico del sida, donde hay mayor cantidad de dinero destinado a las travestis, esos recursos son manejados por las oenegés y sus técnicos, que después agarran a las travestis y le tiran unos pesos por mes para que salgan a la calle, repartan los forros y les recojan la información que ellos luego presentan para justificar sus trabajos. Nosotras somos llamadas para dar testimonio o para el cotillón. No somos vistas como fuerza productora de trabajo.
Como fuerza de trabajo son vistas en cuanto putas.
Exactamente. Cuando destrabemos eso, vamos a poder decir: “Mirá cuánto avanzó la sociedad”.
La sexualidad travesti
¿Podemos pensar el cuerpo travesti como un cuerpo en rebeldía?
Ojalá las travestis lo pensáramos al cuerpo como una cuestión revolucionaria. Nosotras no estamos a favor de ningún tipo de institucionalidad, pero también no se puede obviar los impactos negativos que produce la no institucionalización, ya sea por no tener acceso a un hospital, a la escuela, ni siquiera tampoco a ningún orden barrial, la salitas del barrio o el grupo de la cooperativa “El trapito feliz” de la villa. Los impactos negativos que produce la ignorancia también afectan la capacidad de rebelarse. Para entender, por ejemplo, que la identidad no puede ser construida solo a partir de un cuerpo. El creer que ser mujer es tener una súper teta. Por ejemplo, cuando nostras hacemos los talleres damos una silueta de una modelo divina, ninguna discute ese cuerpo. Y cuando les decimos “vístanla”, todas la visten como puta, con medias caladas, botas bucaneros, polleras cortas. Yo les digo: chicas, las mujeres tiene sabor, olor , color, dolor.
Cuando ustedes están construyendo ese cuerpo ¿qué pasa con el pensamiento, con el alma, con el lenguaje? Va en conjunto con la transformación del cuerpo, o primero va el cuerpo, y después el pensarse, mirarse, decirse?
Absolutamente esa es la parte más fuerte que pasa con el travestismo. Generalmente, por cuestiones económicas y técnicas, comienza con el cuerpo, que muchas veces es modificado aun en la más tierna niñez. Esta exigencia de la corporalidad, de la definición corporal, es prioritaria porque la sociedad todo el tiempo te está pidiendo que te definas. Ellas acceden entonces a esta cuestión de transformar el cuerpo y no se pueden pensar a sí mismas, qué es lo que son y qué quieren ser. A mí me pasó que, tras mucho años de ser portadora de este cuerpo, recién empecé a pensar hace relativamente poco sobre lo que esa transformación significa. Si este pensamiento se hubiese producido al inicio de mi vida nada de lo que me hice, nada, lo hubiese realizado. Lo hubiera hecho en otras circunstancias, con otros cuidados, sin duda. Pero aun si no hubiese podido acceder a esa transformación, lo mismo yo seria Lohana Berkins. Hoy sé que si yo mañana me saco las tetas, me corto el pelo, sigo siendo Lohana Berkins. No podemos creer que solo puedes ser travesti con ese cuerpo. Eso es lo fuerte que nos ha pasado. Y no estoy siendo moralista: que cada una se haga lo que quiera, pero porque lo quiere, no porque se lo están exigiendo o por esta tremenda creencia que sin ese cuerpo no hay nada.
Algo de cruda realidad hay en esa elección: sin ese cuerpo no hay destino en la prostitución.
Eso es algo que se ve en los propios deseos. Cuando le preguntas en un taller qué quieren ser, te contestan: travesti. O mujer. Quedan tan atrapadas en esa ficcionalidad, y en esa cosa de ser solo travestis. Recién después de mucho trabajo, salen otros deseos: maestra, bailarina, médica. Nosotras lo que le tratamos de lograr es que las travestis comiencen a aceptarse a sí mismas. Y en ese sentido, una cosa muy particular es el truqui.
¿Qué es el truqui?
Es el arte de esconder el pene. Algo tortuoso, que te lastima, pero que se transformó en una exigencia para crear la ficción de que somos mujeres. Y no: somos travestis.
Eso lleva a un tema clave: ¿cuál es la sexualidad de la travesti en cuanto a su propio deseo? Porque a las mujeres, por ejemplo, una llave muy preciosa para nuestra propia conquista del deseo es la masturbación. ¿Esto es algo que forma parte de la sexualidad travesti?
Es algo que no puede formar parte en tanto te digan: sos mujer. Eso inhabilita no sólo tu realidad, sino tu posibilidad de goce. El aceptar nuestro cuerpo, y decir que tenemos un pene es maravilloso, porque eso es ser una travesti. Aceptar el cuerpo como es y las funcionalidades de ese cuerpo es algo muy difícil si estás atrapada en el universo de la prostitución. Si te obligan a hacer veinte cosas para que el tipo no se de cuenta de que vos tenés un pene, entonces, ¿porqué no buscan a una mujer? Si venís conmigo, deseame en mi integridad, gózame y déjame disfrutar a mí, porque sino me estás obligando a seguir siendo la geisha de la prostitución. Y esto no tiene nada que ver con la orientación sexual o la identidad de género. Esto es poder amar su propio cuerpo.
La cooperativa
Para pensar esos cuerpos como cuerpos productivos, más allá del mercado del sexo, se están organizando en una cooperativa. ¿Cuál fue el origen de ese proyecto?
Una de las crisis que nos agarró era ver que si bien nosotras habíamos avanzado en mucha cosas, la gran mayoría sigue viviendo de la prostitución. La gente ya ve bien que nosotras nos sentemos en una mesa de debate, pero no le importa de dónde secamos el dinero para sobrevivir, a cuántos tipos tuvimos que aguantar, a qué violencia nos expusimos. Así que les dije a las chicas: ¿qué está pasando? O estamos transmitiendo algo mal, o no se nos está entendiendo. Paremos y veamos cómo nosotras nos hacemos cargo de nuestra entrada económica, de empezar a debatir en esta cultura totalmente patriarcal porqué no se nos ve como productora de fuerza de trabajo. Y se nos ocurrió esto de la cooperativa. Así comenzaron a aparecer las ideas. Un día Hebe de Bonafini me invita a su programa de radio, se enteró del proyecto y nos dijo que nos amadrinaba. A partir de ahí todo el proceso fue sumamente interesante para ambos lados: para nosotras y para cada funcionario ante el cual teníamos que hacer un trámite.
¿Cuáles son tus miedos frente a esta nueva experiencia?
Yo le tengo miedo al Estado. A mis compañeras no. Toda la vida conviví con compañeras mujeres en calabozo y el conflicto siempre estuvo a punto caramelo y, sin embargo, siempre encontrábamos la forma de resolverlo. La ética de la puta a mí me conduce en toda la vida, por eso nunca tomo una discusión en términos personales. Una crece, y el crecimiento produce mucho miedo, pero no me asusta ese tipo de tensiones porque todas aprendimos a rescatar el valor de la convivencia y el afecto.
Nota
El gobierno en una foto: los dueños de la Argentina

La foto y las sonrisas podrían ser un emblema de la época. Ocurrieron el 17 de diciembre de 2024 en el hotel Palacio Duhau-Park Hyatt. (Por Sergio Ciancaglini)
De creerse en los trascendidos a la opinión pública, el ministro Luis Caputo, alias Toto, dio cuenta en ese almuerzo de un pollo al horno con puré. Es un plato difundido en estas curiosas tierras, que tal vez Caputo no encontró en fugas anteriores, desparramado en playas cariocas tras “fumarse” 15.000 millones de dólares de reservas “irresponsable e ineficientemente”, según lo denunciaba el entonces panelista televisivo Javier Milei.
En la foto se ve al actual ministro de Economía junto una serie de personas que en cualquier otro ámbito podrían ser confundidas con jubilados salvo por los trajes, las cuentas bancarias y las prótesis: Luis Pagani de Arcor (primer productor mundial de caramelos y otros productos que no aplican como alimentos); Héctor Magneto de Clarín (que definió a la presidencia de la Nación como “cargo menor”, aunque luego lo desmintió sin éxito ante la versión original del maestro Chiche Gelblung); Sebastián Bagó de los laboratorios ídem; Federico Braun de La Anónima (quien reconoció que lo suyo es “remarcar todos los días” como actitud ante la inflación); Alejandro Bulgheroni (de Pan American Energy); Cristiano Rattazzi (reconoció que gracias a las actuales políticas la gente come menos carne, pero él también, mezclando pobreza con tips vegetarianos); Carlos Miguens del grupo ídem; Paolo Rocca de Techint, instalado financieramente en la guarida-ducado de Luxemburgo para no pagar impuestos; y Jaime Campos de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) promotora del encuentro y diversas actividades cobijadas en una metódica penumbra. No estaba el presidente: no hacía falta.
Había otras mesas que reunieron un total de treinta y tres comensales, tres de ellas mujeres. Había un Blaquier, un Roggio, un Pérez Companc, un Roemmers, y hasta un Duhau (no Park Hyatt), entre tantos. No estaba el más rico, Marcos Galperín, un Elon Musk all uso nostro, emigrado al Uruguay para aliviar impuestos, quien de todos modos fue designado en la Mesa Ejecutiva de AEA junto a Magneto, Pagani y Rocca, por ejemplo.
Había allí más riqueza reunida que la que posee en conjunto gran parte de las millones de personas del país que intentan seguir aferradas a una supuesta pirámide social que no derrama hacia abajo dinero y bienestar sino escombros y residuos. Afuera del hotel, cuentan, había gente ansiosa por ver qué pasaba dentro. No por AEA, sino por la posible aparición ante sus fans de Luis Miguel, huésped del lugar e intérprete de canciones que entre estos adultos mayores podrían haber encontrado coro. Por ejemplo, “Dame”.
Antiguamente se mencionaba a este tipo de personas como dueños del país, capitanes de la industria y otros epítetos menos glamorosos. Hoy muchas de esas empresas están trasnacionalizadas y los ex dueños mutaron a CEOS. Había en otras eras emblemas como Franco Macri y Carlos Bulgheroni. Este último, fallecido en 2016 a los 71 años tras convivir desde los 28 con un cáncer de ganglios, es un símbolo: negoció con todas las dictaduras, con gobiernos democráticos, con Occidente, con China y hasta con los talibanes por un gasoducto de Las Mil y una noches, que jamás llegó a construir. Se le conocen pocas frases: “Somos los cortesanos del poder”, y “Los gobiernos pasan, nosotros quedamos” entre las icónicas.
Los comensales del Duhau tomaron lo que Bulgheroni y también el Macri originario enseñaron. Al menos desde los tiempos de la dictadura lograron que los gobiernos les entregaron todo o casi. Muchos se enriquecieron inoxidablemente gracias al Estado, y supieron enriquecer a militares y funcionarios con los porcentajes correspondientes. Pero a estos empresarios nada, nunca, les resultó suficiente: “Será que no me amas” cantaría el huésped del Duhau. Los gobiernos pasan, ellos quedan. Para la población los resultados de tanto poder acumulado por estos señores en las últimas décadas están a la vista.
Según las crónicas más serias (La Nación, por ejemplo, que tenía entre los convidados a Julio Saguier, presidente del directorio del diario), el ministro Caputo “contó que la genialidad fue bajar la tasa de interés”.
En el marco del autopercibido mejor gobierno de la historia, las palabras de ese coloso rock star trasuntan cierto nerviosismo oficial, un trastorno obsesivo compulsivo de alabarse a sí mismo. Pueden parecer reacciones diagnosticadas por un conocido refrán español: “Dime de qué presumes, y te diré de qué careces”. El gobierno presume de un éxito económico inigualable, de un apoyo social inédito, de un crecimiento económico deslumbrante. Lo mismo ocurrió en su momento con otras experiencias como las de Martínez de Hoz, Menem y Macri, por poner una letra.
El autoelogio oficialista deberá confirmarse o no más adelante, de acuerdo a los designios a veces astrológicos de la familia gobernante y su entorno, que evocan también a otra etapa que se autopercibía como exitosa, comandada por José López Rega (a) el Hermano Daniel, promotor de la idea de Argentina Potencia, del Rodrigazo y recordado, además, por la creación de la Alianza Anticomunista Argentina (o Triple A).
Volviendo al Duhau, los invitados dijeron a Caputo a través del señor Campos lo que repitieron de distintas formas a todos los gobiernos anteriores:
“La AEA, conformada por empresarios que lideran empresas muy importantes de nuestro país, quisiera expresarle hoy el compromiso de todos sus miembros de trabajar para que la Argentina deje atrás décadas de estancamiento y se encamine definitivamente en la senda del desarrollo económico y social”.
La pregunta podría ser: ¿quién les pide tanto? ¿O será como tantas veces, un oficialismo producto del viento a favor, para finalmente descartarlo? Por ahora, solo sabemos que terminó una parte del juego que continuará en este 2025. Tiempo para desearnos un feliz año, aunque esta vez –con todo tan dado vuelta– podría ser prudente plantearlo al revés: que todos tengamos un zilef oña.
Nota
Detienen a una integrante de la asamblea de Famatina por desplegar una bandera

La presión social hizo que la liberaran a las tres horas y sin ninguna causa. Su detención ocurrió ante la llegada del gobernador Quintela a un evento pro minero, cuando Jenny Luján, docente integrante de la asamblea de Famatina, intentó desplegar una bandera que decía “El Famatina no se toca”. La política detrás del intento de volver a instalar proyectos en la provincia. La postura de las asambleas. Cómo fue el episodio y cómo se organizan las y los vecinos que defienden el medioambiente y la vida, en medio de RIGI locales, tejes de corrupción y una política partidaria en contra del pueblo: “Estamos no solo resistiendo sino pensando qué queremos construir y cómo lo vamos a lograr. No es fácil, pero lo bueno es que seguimos y acá estamos y estaremos”. Hoy Jenny denunciará al gobierno por detención ilegal y vulneración del derecho a la libre expresión y protesta.
Por Anabella Arrascaeta
Jenny Luján era docente en Famatina, La Rioja, cuando en 2006 empezó a hablar con sus estudiantes y otras colegas sobre minería. Ese mismo año, ella junto a otras personas, crearon la Asamblea de Famatina que describe su eficacia hoy así: “Fue creciendo de tal manera que hace 18 años no tenemos minería en Famatina, la gente está muy orgullosa, aumentó el turismo en la zona y en el proceso recuperamos nuestras identidades ancestrales”.
Ayer, fue desde donde vive actualmente, Chilecito, hasta la localidad de Villa Castelli, departamento General Lamadrid, para protestar junto a otros asambleistas, vecinos y docentes en el acto que el gobierno difundió como Multisectorial Actores del sector minero en La Rioja, donde nueve empresas mineras proponían informar sobre proyectos en la provincia.
Cuando llegó el gobernador Ricardo Quintela, Jenny intentó desplegar una bandera que decía: “El Famatina no se toca”; pero la policía la rodeó para que no pueda hacerlo. Entonces ella gritó con fuerzas: “La cordillera no se toca, el agua es para los pueblos”. Automáticamente fue detenida, abrazada a su bandera, y llevada por tres horas a la comisaría local. El gobernador le dedicó unas palabras en el acto, cuenta ella: “(Quintela) dijo que me quede tranquila, que la minería que van a hacer es responsable, que se van a encargar de controlar todo. Pero nosotros sabemos que es un desastre”, cuenta hoy Jenny ya desde su casa, en libertad, gracias a la enorme presión que ejerció la asamblea, que sigue protestando.
“Nosotros ya estamos acostumbrados, y siempre que vamos y hacemos este tipo de actividades vamos preparados”, sigue Jenny. “Siempre digo: hay que llevar un calzón por si te detienen. Y sabemos además que cada vez que pasa esto es un efecto bumerán para el gobierno: tiene una repercusión a nivel de la gente que se le vuelve en contra”.
¿Qué fue lo que pasó?
Desde hace tiempo que el gobierno viene profundizando las políticas mineras, sobre todo de extracción de litio. En el último tiempo hubo presión de la Cámara Minera, de las empresas y de los medios que empezaron a fogonear el tema, todo en el contexto en el que Quintela quedó en el aire: se lleva mal con Milei y quedó afuera de la interna PJ. Entonces lo que hace es ver de dónde saca dinero para pagar deudas que tiene la provincia y por eso generaron este encuentro con la excusa de informar a las comunidades de que se trataban los proyectos de las nueve mineras. Se suponía que iba a ser abierto, todo un verso hermoso. El tema es que no fue un encuentro para eso, fue para visibilizar que en La Rioja se están haciendo cosas por la minería. Lo hicieron en un lugar que fue una provocación, un lugar ancestral, ahí se juntaron 500 más o menos entre mineros, funcionarios del gobierno provincial, local, y mucha policía. Nosotros éramos 15 personas, de asambleas, vecinos e integrantes de AMP, la Asociación de Maestros y Profesores de La Rioja. Lo que veíamos es que no había pueblo. Estaba todo ornamentado: pantalla, sillones, mesas, alfombras.
¿Ustedes iban a participar del evento?
No, nosotros no nos acreditamos, obviamente, porque no estamos de acuerdo. Desde que fuimos transitando en la ruta nos pararon varias veces, nos revisaron absolutamente todo, nos trataron con prepotencia. Llegamos al lugar, sacamos fotos, y nos quedamos afuera. Aunque es un centro ancestral, está en el medio del campo, alrededor hay piedras y nativas nada más. El estar afuera daba lo mismo: se veía absolutamente todo. Estábamos muy marcados por la policía, que había mucha, entonces teníamos como estrategia que cuando se baje el gobernador íbamos a despegar una bandera.
¿Y cuando llegó el gobernador qué pasó?
Se bajó el gobernador, se bajó la vice, la policía nos había dicho que no digamos nada, que no gritemos nada. Y cuando intento abrir la bandera me abrazan tres o cuatro policías, y no me lo permiten. Entonces, como la consigna tenía que estar, grito: la cordillera no se toca, el agua es para los pueblos. Eso puso muy furiosos no solo a los policías, sino también a los funcionarios que gritaban “llevenla de acá”.
¿El gobernador qué hizo?
El gobernador entró. Después dijo que no se enteró, que iba a interceder para que me liberen. Me dedicó un mensaje de discurso: dijo que esa “señora grande de edad”, quería decirme que me quede tranquila, que la minería que van a hacer es responsable, que se van a encargar de controlar todo. Cuando sabemos que es un desastre.
¿En ese momento te llevaron a la comisaría?
Me subieron a un patrullero, y no arrancaba. Así que me pasaron a otro. Mientras tanto, los gritos: “llevala rápido”. Llegué a la comisaría y me dijeron que estaba detenida. Me quisieron sacar la bandera, la cartera, dije “no, hasta que no tenga el acta de detención no entrego nada”. Después me dijeron: “no está detenida, está demorada”. El comisario estaba en el circo con el gobernador. Me hicieron el acta de contravención, cuando lo leyeron decía que era por resistencia a la autoridad policial y alteración del orden público; la hacían muy lenta, para tardar. La sanción era pagar una multa o hasta detención 30 días, yo le dije no voy a pagar ninguna multa, esos delitos no los cometí. Mientras, estaban saturados los teléfonos de compañeros y compañeras de todo el país. La gente se empezó a juntar afuera de la comisaría. Había presión. Y decidieron a último momento que dejaban sin efecto la contravención y que me vaya. Les avisé: voy a hacer una denuncia por detención ilegal, por vulneración del derecho a la libre expresión y protesta, y por violencia verbal de la policía. Estuve desde las 10 de la mañana hasta 13.30 de la tarde. Cuando bajé de ese pueblo a la fiscalía, ya eran las tres de la tarde y no había nadie, después vine a Chilecito. Mañana voy a ir a la fiscalía.
En clave de lo que pasó: ¿Cómo lees el panorama político de la provincia gobernada por la oposición nacional pero a su vez impulsando estos proyectos?
Quintela hace 2 años aprobó una ley declarando al litio “mineral estratégico”, y lo que dice es que él quiere explotar la minería dando un valor agregado a la provincia y que haya derrame para el pueblo. No adhirió al RIGI, pero tiene su propio RIGI. Él usó la lucha del Famatina para llegar al poder, para acumular partidariamente, como muchos: no es el único, lo hicieron de todos los partidos. Pero dentro de lo que hay de la provincia, es lo mejor, mirá lo que te digo: así de terrible es esto. Del otro lado está Beder Herrera, ex gobernador de la provincia que impulsó la minería desde 2006 en adelante, por eso nacimos nosotros como Asamblea; Martin Menem, que ya sabemos; Angel Maza, que es ex gobernador de la provincia y es uno de los asesores creadores de las leyes mineras que se impulsaron en la época que fue presidente Carlos Menem, cuando él estaba como Secretario de Minería. Ni hablar del radicalismo, que está totalmente mileinisado, derechosos, apoyan fuertemente las políticas de Milei. Y bueno, el PRO. Todo es terrible, no estamos teniendo dirigentes en la provincia que den otro horizonte. Hay un partido que viene tomando fuerza, trabajando con las organizaciones, pero es muy difícil en estas provincias donde el peronismo y el feudalismo tiene raíces profundas. Entonces es Quintela, que es terriblemente demagogo, llega a mucha gente y da soluciones que son muy pequeñas pero que resuelven cosas en lo cotidiano, mientras tanto la corrupción viene generando nuevos ricos políticos de manera bochornosa. Es obsceno. Tenemos funcionarios del gobierno que ya son dueños de pedazos enteros de la provincia.
Y en ese contexto, las Asambleas, ¿cómo están?
Las asambleas son muy respetadas y muy creíbles, porque vienen teniendo coherencia desde hace 18 años. A pesar de que hubo algunos referentes asamblearios que disputaron el poder partidariamente y lo hicieron desde el PRO y de La Libertad Avanza, lo que fue terrible para la asamblea, un terremoto… Pero no les fue bien. Y sabemos que el pueblo no se aparta de la lucha, está dispuesto a seguir defendiendo el territorio, y eso es muy bueno. La mayoría cree en las asambleas, apoya y siente que son un nudo coordinador de acciones y de formación: todos saben de qué se trata, y todos han recobrado el orgullo de ser de su lugar, y por eso lo defienden. Y sobre todo hemos perdido el miedo, lo que es muy importante en este contexto en el que hay mucha presión y miedo de perder el trabajo, donde todos estamos poniendo energía para ver cómo sobrevivimos cada día. Sin embargo hay espacios para seguir juntándonos, haciendo actividades, y sosteniéndonos solidariamente: tenemos por ejemplo ferias de todo tipo para ayudar a quienes la están pasando muy mal. Y seguimos tejiendo con organizaciones, porque creemos que lo único que nos va a hacer salir de este gobierno es unirnos por abajo, tejiendo la trama: estudiantes, jubilados, trabajadores, amas de casa, agricultores, defensores de la vida. Estamos no solo resistiendo sino pensando qué queremos construir y cómo lo vamos a lograr. No es fácil, pero lo bueno es que seguimos y acá estamos y estaremos.
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