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Masacre del Puente Pueyrredón: el primer condenado es un manifestante

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Paradojas de la justicia: el primer condenado por la Masacre del Puente Pueyrredón fue uno de los manifestantes que marcharon aquél 26 de junio. Hernán Gurián, militante del Partido Obrero, fue sentenciado a 18 meses de prisión en suspenso y a realizar tareas comunitarias, acusado de cometer “atentado grave y resistencia a la autoridad”. Los principales testigos que declararon en su contra fueron los policías imputados y procesados en la causa que investiga los asesinatos de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Otra denuncia contra una de las víctimas: A Leonardo Santillán, el hermano de uno los manifestantes asesinados, le acusan de haberle gritado “asesino” al ex cabo Acosta, uno de los imputados por doble homicidio.

Paradojas de la justicia: el primer condenado por la Masacre del Puente Pueyrredón fue uno de los manifestantes. Hernán Gurián, militante del Partido Obrero, fue sentenciado a 18 meses de prisión en suspenso y a realizar tareas comunitarias, acusado de cometer «atentado grave y resistencia a la autoridad». Los principales testigos que declararon en su contra fueron los policías imputados y procesados en la causa que investiga los asesinatos de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

Gurián fue condenado el 30 de setiembre por el juez del Tribunal Oral 3 de Lomas de Zamora, Raúl Calvante. El proceso duró tan solo dos audiencias, realizadas en el mismo recindo donde se lleva a adelante el juicio contra siete ex policías, acusados de doble homicidio y encubrimiento por la represión mortal del 26 de junio de 2002. Aquel día, el joven había llegado a la Plaza Alsina junto a un grupo de compañeros de la Sede Avellaneda de la Federación Universitaria de Buenos Aires – donde militaba mientras estudiaba Ciencias Políticas- que habían decidido sumarse al reclamo piquetero. El grupo comenzó a marchar hacia el Puente Pueyrredón, lugar al que llegó en el momento mismo en que se iniciaba la represión. Gurián, entonces, comenzó la retirada por la Avenida Pavón. «En eso escuché disparos, decidí irme corriendo para mi casa, que se encuentra a seis cuadras», recuerda.

Cuando llegó a su casa, el joven encendió el televisor para seguir los acontecimientos que se sucedían en su mismo barrio. «En un momento transmitían desde el Hospital Fiorito. Decían que había dos muertos y un montón de heridos. Como vi en la pantalla a compañeros míos, decidí salir para allá», relata. Gurián arribó a un hospital que, según los testigos que declararon en el juicio que se sigue por la muerte de los piqueteros, se encontraba militarizado. En uno de los playones. el comisario Alfredo Fanchiotti estaba dando una conferencia de prensa y señalaba que las muertes se habían producido por un enfrentamiento entre distintas organizaciones de desocupados, cosa que horas después se demostró falaz. Un hombre enfurecido por lo que escuchaba lanzó una trompada contra el policía y otra vez comenzó la represión. «Yo quise evitar que se llevaran a un compañero detenido, lo iban a golpear, estaban todos con cachiporras. Forcejeé con un policía, el jefe de la Departamental de Lomas de Zamora, Félix Vega, que ahora está acusado de encubrimiento por las dos muertes y los más de 30 heridos de ese día. En el tironeo le pegué para que lo suelte y desde ahí comenzaron a seguirme policías de civil. Cuando estaba a un costado del hospital, me abordó una patota que me pegaba y me insultaba. Entre ellos estaban (Mario) De la Fuente y (Francisco) Robledo». El primero de ellos era el jefe de Calle de la comisaría 1° de Avellaneda y está acusado de encubrimiento de los asesinatos de Kosteki y Santillán; al segundo lo imputaron por usurpar títulos y honores al haber actuado aquel día como un policía más, pese a que llevaba dos años en condición de retirado. Los abogados de las familias Santillán y Kosteki pidieron que se los considere partícipes necesarios en los homicidios de los piqueteros.

A Gurián lo llevaron detenido a la comisaría 1° de Avellaneda. Pero en vez de alojarlo en el patio, junto a los otros 188 manifestantes apresados, lo colocaron en un cuarto rodeado de diez policías. «Me insultaban y me amenazaban todo el tiempo. Decían que había llegado el momento de las botas y que nos iban a matar a todos», asegura. El joven no fue incluido en la nómina que entregó la policía hasta unas seis horas después, cuando dirigentes políticos y de organismos de derechos humanos se habían interesado por su paradero. «Recién cuando aparecieron Adolfo Pérez Esquivel, las Madres de Plaza de Mayo y Luis Zamora me blanquearon. Pero me abrieron una causa penal. Primero me acusaban de robo calificado en banda. Después, como no había manera de sostenerlo, la pasaron a robo calificado y a tentativa de hurto y resitencia a la autoridad».

Además de los testimonios de los policías, la fiscalía presentó como pruebas las fotos y filmaciones que muestran a Gurián rompiendo la gorra de Vega. Según alegó la fiscalía, se trataba de un caso grave de ataque a las instituciones. «No se puede creer, esa misma institución acababa de masacrar a los manifestantes. Yo le rompí la gorra de bronca a uno de los que están siendo acusados por homicidio y encubrimiento. La Justicia tomó el hecho como si hubiese estado aislado de la represión que se había desatado. Todas las filmaciones que pasaron en mi juicio fueron posteriores a la trompada a Fanchiotti, ninguna anterior. Para ellos, la cacería no es un atenuante. Atrás de mi condena se pretende justificar el accionar policial de aquel día, es la vieja teoría de que hubo violencia de los dos lados, buscan un atenuante para los policías que están siendo juzgados.»

Entre los testigos que declararon a favor de Gurián estuvieron los diputados José Roselli y Luis Zamora y el actual candidato a legislador por el Partido Obrero, Marcelo Ramal. En contra, atestiguaron, entre otros, Vega, De la Fuente y Carlos Leiva, el ex sargento que estuvo prófugo y ahora se encuentra detenido, a la espera del juicio oral por haber disparado y herido con balas de plomo a los manifestantes aquel 26 de junio.

La condena de Gurián no es la única paradoja judicial en la Masacre del Puente Pueyrredón. Un día antes de la sentencia, en el juicio que se sigue por los homicidios de Kosteki y Santillán, los abogados defensores del ex cabo Alejandro Acosta, uno de los imputados, denunciaron a Leonardo Santillán, hermano de Darío, después de que el joven le gritara «asesino», cuando se lo cruzó en un pasillo de los tribunales. Acosta, aparece en las fotos tomadas por Sergio Kowalwsky y José Mateos apuntando a Santillán por la espalda, en el instante previo a que el piquetero cayera fusilado por un disparo de Itaka realizado, según los peritos, a una distancia menor a un metro, veinte centímetros.

Minutos después, Alberto Santillán, el padre de Darío y Leonardo no soportó la indignación y cuando escuchó la denuncia de los abogados de Acosta, estalló: «Caraduras, no tienen vergüenza, me mataron a un hijo y ahora hacen esto». El padre de uno de las víctimas mortales fue expulsado de la sala.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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