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Mil millones contra la violencia machista: cómo lograr que el Estado haga lo imposible
El movimiento feminista español está consiguiendo lo imposible: mil millones de euros para combatir la violencia machista. Es el compromiso que en pocos días está por firmar el Estado español y que contempla diez puntos centrales para asistir a las sobrevivientes de violencia machista y para prevenirla. Este es el resultado de una campaña que el movimiento feminista español realizó con la exigencia de una medida concreta que bautizó “Pacto de Estado”. Todas las organizaciones se encolumnaron detrás de este mismo y único reclamo, que apuntó a algo muy concreto: que el Estado destine plata -y mucha- para parar “el flagelo de la violencia machista”.
Lograr lo imposible fue un trabajo que el movimiento feminista español realizó de diferentes maneras y en varios frentes: de lejos se ve claro que formaron una movida diversa pero muy compacta. Desde una huelga de hambre que realizaron sobrevivientes de violencia machista en Puerta del Sol durante 26 días -y que se levantó el mismo día que se abrieron las negociaciones del Pacto- hasta piquetes simultáneos en las puertas de 200 ayuntamientos, además de movilizaciones, agites y perfomances.
Una de esas tantas estuvo impulsada por la organización Mujeres Sobrevivientes de Violencia, creada por Antonia Ávalos Torres y que desató gran repercusión cuando realizó la procesión de El Coño Insumiso en Sevilla, performance por la cual está actualmente procesada. Antonia compartió el miércoles pasado en MU su experiencia en el marco del movimiento feminista español. Desde ese lugar de ser “solo una de las tantas que empujaron”, explicó los alcances de este Pacto. “Desde el punto de vista de las víctimas, el principal cambio es que ya no es necesaria la denuncia judicial para que el Estado intervenga. Esto representa sacarle a la mujer víctima de violencia el tremendo peso que representa cargar con todo el proceso judicial”. Antonia señala el otro cambio importante: el triunfo político que implica haber logrado que el Estado asuma su obligación de actuar ante un hecho de violencia contra las mujeres sin mediar judicialización. “Es un forma concreta de hacerlo responsable”.
No es género, es machismo
Otro aspecto central del proceso que llevó a este resultado: nunca se utilizó la palabra “género” para referirse a la violencia contra las mujeres. Y fue tal el acento que se puso en evitar la palabra “género” que hoy prácticamente ningún medio de comunicación se refiere a este tema sin llamarlo por su nombre: “violencia machista”. El objetivo no fue sólo semántico: el Estado español enmarca como “violencia de género” sólo a aquella producida en el marco intrafamiliar. Es exactamente lo que ocurre en Argentina, pero pocas organizaciones y académicas comprenden. Un ejemplo concreto: la única oficina que realiza una estadística de femicidios es la de la Corte Suprema y desde su nombre explícita los límites de esas cuentas: Oficina de Violencia Doméstica. Otro ejemplo concreto: la abogada Verónica Heredia denunció que la línea 144 no atendió los requerimientos del caso de una adolescente violada por un gendarme por dos motivos: era adolescente – y la línea depende del Consejo de la Mujer- y el agresor no era su pareja y por lo tanto no encuadraba en el marco de “violencia de género”.
El Pacto
Con lenguaje preciso y objetivos definidos, el movimiento feminista español está ahora recogiendo lo que así sembró. Una subcomisión parlamentaria es la encargada de definir los alcances del Pacto de Estado, que hasta ahora concreta los principales reclamos del movimiento. Entre ellos, que se amplíen las causales de violencias que – «género” mediante- habían quedado reducidas al ámbito doméstico. Otro logro: la creación de “unidades de apoyo” que deberán funcionar en los 7 mil municipios españoles, con especialistas que “garanticen el derecho de las mujeres a una asistencia social integral”. Esto es: que garanticen todo lo que necesita, desde lo legal hasta lo económico. Antonia explica el concepto: “El enfoque que ha sostenido el movimiento feminista en esta discusión con el Estado es simple: tiene que diseñar para estos casos las mismas políticas que para los testigos protegidos. Las mujeres víctimas de violencias necesitan una nueva identidad social”.
El movimiento había exigido al Estado 1.200 millones de euros para garantizar un shock de medidas destinadas a terminar con la violencia machista. Esgrimiendo el Convenio de Estambul, acordado en el marco del Consejo de Europa, le recordó que estaba obligado a “proteger, prevenir, perseguir y eliminar todas las formas de violencia contra las mujeres”, pero tal como dice Antonia fue la fuerza de la calle la que abrió las puertas de la negociación.

Perfomance artística en Puerta del Sol para apoyar el acampe y huelga de hambre de las 8 mujeres sobrevivientes de violencia machista.
Hoy mismo los debates más duros están centrados en cómo se fiscalizarán los mil millones destinados que el Estado español se compromete a hacer efectivo en los próximos 5 años. Controlar el uso de esos fondos es para el movimiento feminista un tema central para garantizar que efectivamente se inyecten en donde hagan efecto concreto.
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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños
El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.
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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.
Por Claudia Acuña
El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación: es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.
Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.
¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.
A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.
Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.
El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.
Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.
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Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

Por el Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez
Todas las administraciones del Estado se han adjudicado falsamente la baja de femicidios y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acaba de rendirle tributo a esta tradición. Pero las cifras del Observatorio Lucía Pérez, construidas a partir de casos judiciales, denuncias y relevamientos provinciales, demuestran una realidad diferente.
Antes de los números, una aclaración: el 2023 fue el primer año en que el Estado nacional publicó estadísticas criminales sin clasificar. Lo hizo con un archivo Excel desordenado que abarcaba una década, sin distinguir delitos ni consolidar provincias. Algunas jurisdicciones directamente no informaron datos en categorías sensibles, como violaciones. Así, la ciudadanía no puede verificar ni auditar los números oficiales.
En ese vacío, las declaraciones de Bullrich remiten a una lógica conocida: la de la inflación. Como con los precios, la diferencia entre los números oficiales y la vida real se amplía cuando se manipula o se oculta información.
Por eso, este Observatorio público y autogestionado carga 12 padrones de manera diaria. Para realizar un seguimiento estructural de la violencia machista, y también para controlar el rol del Estado.
A diferencia de los 178 registrados que mencionó la ministra, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 217 femicidios y travesticidios en lo que va del 2025. Estos son las cifras que pueden verse y verificarse, ya que el OLP es un padrón público:

Otro dato que se oculta es el que representan los femicidios cometidos y sufridos por integrantes de fuerzas de seguridad, que están bajo la responsabilidad de la ministra.
En 2025, el primer femicidio del año fue el de una mujer policía asesinada con su arma reglamentaria (Guadalupe Mena). Y el último, ocurrido apenas el 26, también: Daiana Raquel Da Rosa.
Si bien existen medidas para en estos casos limitar su acceso por parte de los uniformados por “representar un riesgo inminente para la víctima”, como indica la resolución 471/2020 del Ministerio de Seguridad de la Nación, los datos muestran que esto no siempre se cumple. Según el relevamiento de funcionarios denunciados por violencia de género del Observatorio Lucía Pérez, 71 de ellos pertenecen a las fuerzas de seguridad. Es decir que muy probamente porten armas.
Armas reglamentarias, vínculos jerárquicos y falta de sanción disciplinaria conforman una trama donde la violencia institucional se reproduce dentro y fuera de las comisarías. ¿Y Bullrich?
Más preguntas que emergen: ¿cómo se mide el porcentaje de crueldad? Los “narcofemicidios” de Lara, Brenda y Morena muestran una violencia cada vez más planificada y asociada a redes delictivas con complicidad del Estado.
Otra cifra invisibilizada en este crimen social que es un femicidio es la de las infancias huérfanas. En lo que va de 2025, el Observatorio registra 139 infancias huérfanas por femicidios. En todo 2024 fueron 173. Y detrás de cada una hay un Estado que sigue sin garantizar la Ley Brisa, que establece una reparación económica y acompañamiento a hijas e hijos de víctimas de femicidio.
Mientras la violencia machista sigue cobrando vidas, multiplicando huérfanos y exponiendo la precariedad institucional, el Estado tergiversa y oculta.
La pregunta es: ¿por qué?

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