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Plantate: Mamá Cultiva y la organización que logró la legalización del cannabis medicinal

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El Gobierno nacional reglamentó la ley de Cannabis Medicinal a través de un decreto que legaliza el acceso través de autocultivo, cultivo solidario y comunitario. También habilita la venta de aceites en farmacias y el impulso a la producción pública. “Hoy no se puede hacer más que festejar”, dice a lavaca Valeria Salech, fundadora de Mamá Cultiva, el colectivo de madres que se fundó en 2016 para conseguir un marco legal para el cultivo de cannabis para la salud y abrir espacios de formación, construcción ciudadana y comunitaria que difundan los beneficios de esta terapia para la calidad de vida: “Antes teníamos que decirle a la gente que para acceder a una mejor calidad de vida tenían que infringir la ley: hoy ya no vamos a decirlo más”. Qué implica la reglamentación. Los horizontes que se abren. La nueva ley que presentaron para regular la comercialización. Y cómo se construye el conocimiento.

Plantate: Mamá Cultiva y la organización que logró la legalización del cannabis medicinal
La organización Mamá Cultiva fue motor de la reglamentación. Foto: Vero Ape.

Valeria Salech define su estado en un solo concepto: “Estoy eufórica”.

La fundadora de Mamá Cultiva grafica a lavaca la felicidad después de que hoy el Gobierno reglamentara la ley de Cannabis medicinal que permitirá el “cultivo personal, solidario y colectivo, además de la compra de preparados y fármacos en farmacia”, como describió la organización. Además, el decreto 883/2020 establece que las obras sociales, el Estado y las prepagas “garanticen” esa cobertura.

En estos años, la organización se convirtió en una referencia ineludible para la discusión que hoy finalmente se cristalizó en el Boletín Oficial, pero ya venía hace años abriendo espacios de formación, construcción ciudadana y comunitaria para difundir los beneficios de esta terapia para la calidad de vida.

En 2017, el Congreso sancionó la ley que regula la investigación médica y científica del uso medicinal del cannabis, pero la demorada reglamentación del gobierno macristia entonces llegó con críticas: entre otras cosas, dejó fuera del marco normativo el autocultivo y el impulso a la producción pública de aceite. “Antes teníamos que decirle a la gente que para acceder a una mejor calidad de vida tenían que infringir la ley: hoy ya no vamos a decirlo más”, apunta Salech. “Hoy es legal, es legítimo y que es algo que se merecen, todo lo que ya decimos, pero sin miedo ni recaudos, saliendo de la situación realmente de indefensión en la que estábamos. Hoy no se puede hacer más que festejar”.

El año había comenzado con reuniones con los funcionarios del área de Salud, cuando aún no había vuelto a su rango de Ministerio. Luego llegó la cuarentena obligatoria y la decisión se postergó. Salech subraya qué significa: “Hemos logrado un cambio de paradigma real, concreto, donde la planta ya pasó a otro lugar, que es donde le corresponde estar, entrege las grandes plantas medicinales de la humanidad y que la naturaleza nos viene a regalar. Ahora vamos a trabajar muchísimo, pero más tranquilas, porque esto acaba de empezar”.

-¿Qué horizontes se abren a partir de ahora?

-Presentamos una nueva ley. Siempre vamos a estar un paso adelante, porque somos los que estamos en el tema. Con la diputada Carolina Galliard presentamos una ley de Regulación de Cannabis para la Salud, que recopila todo lo que ocurrió y trata de darle un marco regulatorio. Hoy hay un comercio no regulado, clandestino, que hay que regular. La reglamentación de hoy contempla un registro de usuarios y usuarias de cultivos en red, pero no al desarrollo productivo. Queremos que haya un plan y un instituto regulador que pueda tener en cuenta todo lo demás: hoy pensás en cannabis y tenés autocultivo, cultivo comunitario, clubes de cultivo y diferentes formas de acceder al cannabis. Además tenés producción pública, privada, y todas tienen que estar reguladas. También sus derivados, como la comercialización de semillas: tienen que ser accesibles para que cualquiera pueda hacer autocultivo. Necesitamos un marco regulatorio que siente las bases para que, cuando llegue el mercado internacional, no se genere un monopolio, que es lo que pasa en la mayoría de los países donde es legal.

Compartimos la nota completa sobre la organización de Mamá Cultiva.

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Plantate: Mamá Cultiva y la movida del cannabis medicinal

Madres desesperadas y organizadas sembraron sus propias herramientas para la salud de sus hijes en torno al autocultivo. Y plantearon otro paradigma de curación y de vida. Por qué la planta es feminista. Médicos, terapeutas y otra forma de construcción de conocimiento. Del Joker a Mirtha Legrand, historias que cambian la Historia.

Por Lucas Pedulla y Giselle Valente

La planta de cannabis, para Patricia, no es una droga.

No significa deterioro mental, excesos, ni puerta a otras sustancias. No es muerte.

Patricia es madre tiempo completo, amiga, pareja. Disfruta de escribir, de pensar, de soñar. Sueña que Nacho, su hijo, la mire fijo un día, le sonría con complicidad, y le diga: “mamá”. Nacho, 4 años, nació sietemesino, de embarazo gemelar. Tiene parálisis cerebral. Una consecuencia para Nacho, además de la falta de capacidad motora y la rigidez en el cuerpo, es la epilepsia refractaria: inusuales y constantes convulsiones, por las descargas eléctricas en el cerebro.

Patricia le seca la saliva, lo calma, lo mima, lo mira convulsionar, atenta a cualquier movimiento. Se angustia, llora; reflexiona cuando oye las palabras del neurólogo pediatra de confianza: “Los fármacos no están sirviendo para frenar las convulsiones. Podrías probar con esto otro…”.
Patricia no duda. Se conecta con grupos de madres. Le explican. Aprende.
Patricia cultiva.

Hoy el aceite de cannabis eliminó las convulsiones de Nacho casi en su totalidad.

El cannabis, para Patricia y para Nacho, es vida.

La mala madre

Patricia encontró un lugar donde responder sus preguntas y su angustia: Mamá Cultiva, una organización que se define “autogestiva, con perspectiva de género y diversidad”, y surgió en 2016 para conseguir un marco legal para el cultivo de cannabis para la salud y abrir espacios de formación, construcción ciudadana y comunitaria que difundan los beneficios de esta terapia para la calidad de vida. Su fundadora, Valeria Salech, abre la puerta de la sede con una sonrisa: “Acá es lugar donde se hace la magia”.
La magia podría definirse como la habilidad de lograr eventos extraordinarios, como descubrir cosas ocultas. Valeria: “Acá llegan pacientes obedientes de un sistema médico y se van siendo autogestores de su propia salud. Ya no son pacientes: son hacientes”.

¿Qué hacen los hacientes?
-Hacen algo que les brinda calidad de vida. Eso es lo mágico, en todos los sentidos. El autocultivo es una herramienta que te da una posibilidad. Desde ahí, trabajamos un montón de cuestiones subjetivas, que te abren los ojos a pensar tu rol. A pensar la obediencia: lo que el sistema médico nos pide a nosotras es obediencia y sumisión. Sobre todo, a las mujeres. Y a las madres. “No seas mala madre”, te dicen. Y nosotras incentivamos a ser malas madres: hacé lo que te pinte.

Valeria es mamá de Emiliano, 13 años, diagnosticado de epilepsia y luego autismo, atravesado por diversos tratamientos que no mejoraban su calidad de vida. “De bebé, tenía 300 convulsiones por día. Cuando empezó a tomar medicación convencional no me podía dormir, porque la mayoría de las convulsiones las tenía de noche. Estaba siempre cansada, con ojeras, y empecé a faltar al trabajo porque no rendía: no me podía mover. Era secretaria. La última vez, mi jefa lloraba cuando me echó. Perdemos el derecho al ocio, a estudiar. Un día, en una terapia de Emiliano, me habló una psicóloga. Fue como una terapia. Nadie piensa en las madres: cuando te dan un diagnóstico tan cruel debería haber una atención sobre nosotras. Nadie te enseña cómo tener un hijo, y menos un hijo con discapacidad. Una vez la psicóloga me preguntó qué me gustaría hacer si no tuviera hijos. ‘Fumarme uno’, le dije, ‘porque me da mucho sueño’. Me dijo: ‘Bueno, fumate uno. Si no, te medico’”.

Con su marido empezaron a cultivar. Conocieron movimientos cannábicos, y a Valeria le llamó la atención que no existiera una agrupación solo de mujeres. El último click llegó el 23 de marzo de 2016, cuando la exdiputada Diana Conti presentó el proyecto de ley de despenalización del cannabis para uso medicinal. “Allí estaba María Laura Alasi, mamá de Josefina, la primera que desde Villa Gesell empezó a impulsar esto. Y me llamó mucho la atención que había un montón de diputadas”.

Supo que ya existía una asociación cannábica de mujeres: Mamá Cultiva, en Chile. Valeria habló con ellas al día siguiente. Lo que siguió fue un dominó de eventos extraordinarios –la magia- que hasta hoy continúa creciendo. Valeria resume: “Eso es ser ‘mala madre’: la desobediencia”.

Los Joker argentinos

Algunas certezas se reflejan en números que significan búsquedas y, a la vez, posibilidades :

  • Más de 5.000 personas pasaron por los talleres de cultivo, extracción, aspectos legales, diversidad, género, discapacidad y derechos de Mamá Cultiva.
  • Más de 200 familias participaron en los Espacios de Contención y Orientación (ECO).
  • Más de 100 profesionales realizaron el Curso de Formación Interdisciplinaria en Cannabis para la salud.
  • Más de 200 mil seguidores reciben información responsable por las redes.

Valeria: “El 70% de las personas que vienen son mujeres que cuidan. A sus hijos, a sus maridos. Lo primero es vomitar todo. Llorar. Sabemos lo que se siente, lo pasamos: en el consultorio médico, la escuela, la familia. Es un rechazo social permanente. Y cuando el padecimiento lo tenés vos, peor: ya no te visitan. Lo más cruel es la no aceptación de la diversidad en términos clínicos y psicológicos. Como en la película Joker: la persona que no es aceptada, tiene que fingir que es normal, y no lo es. Acá son todos jokers: personas eyectadas de un sistema que solo quiere gente productiva. Cuando dejaste de serlo, sos de segunda, de quinta: no existís”.

La tragedia del Joker es que no hubo una Mamá Cultiva.
-Lo hubiéramos salvado al tener un lugar donde venir, putear y llorar. Y después, ponerse constructivo: sacamos la planta, la semilla, y empieza un ánimo de hacer. La autoestima sube por las nubes: estás haciendo algo que te puede servir a vos o a otro. Hemos tenido madres cuyos hijos murieron. ¿Por qué siguen? Porque les hace bien estar en una comunidad que construyen ellas. Y mientras tanto hay todo un desarrollo político que tiene que ver con ocupar espacios que estaban vedados: damos charlas en universidades y unidades básicas. La planta te da esa posibilidad porque la prohibición es política: no tiene nada que ver con la salud. Uno de los lugares a donde quería llegar era la Facultad de Psicología, en la UBA: hay procesos psicológicos que ocurren en una toma de conciencia. Entonces la persona que pudo desobedecer al médico, a las leyes, y yendo a contramano de todo, está mejor, se transforma. Y es irreversible.

¿Disputa también la construcción de conocimiento?
-Claro. La planta es feminista: viene a cuestionarlo todo: de quién es el poder. El poder es de la planta. Cuando vos la conocés, la estudiás y la experimentás, te volvés poderosa: el saber es poder. Todo este camino está relacionado con saberes ancestrales y populares que le disputan el poder a la academia. Hay resistencia porque el modelo hegemónico que colonizó América está enmaridado con la industria farmacéutica. El médico no ve fuera de eso: el librito dice que X patología va con X medicación. Pero acá estamos generando y democratizando el conocimiento: eso es lo más feminista que puede haber.

Médico en modo cerebro

Marcelo Morante es médico, profesor e investigador en la Universidad Nacional de La Plata, especializado en tratamientos del dolor. “Queríamos generar un espacio donde se hablara del dolor desde otra mirada. Se empezaba a relacionar cannabis con el tema del dolor. Y coincidió que mi hermana empezó con convulsiones refractarias”.

Su hermana es Mariela Morante, también especialista en Medicina Interna y Dolor. En 2015, vivió atravesada por convulsiones que le producía el neurolupus. Solo el 0,8% de los pacientes que tienen lupus lo desarrollan: el cuerpo detecta a las neuronas como algo ajeno. Marcelo no dudó: viajó a Canadá a especializarse y trajo a un médico referente a dar una charla en la UNLP. “Vi que no había nada hecho. De repente aparecí dando charlas en un fogón de Berazategui, en un hospital de Bariloche, en un cuartel de bomberos de Misiones, en Chile, en Perú. En ese camino estaban las mamás. Había pocos médicos y muchos pacientes y cultivadores. El cannabis medicinal democratizó la enseñanza de la medicina y la relación médico/paciente: exige dejar de lado los ‘papers’ donde solo está en juego nuestro prestigio y que investiguemos lo que a la sociedad le interesa”.
En la década del 90 la medicina descifró una revolución: el sistema endocannabinoide. Su definición técnica podría ser la de un grupo de receptores cannabinoides endógenos localizados en el cerebro que involucran de forma integral procesos como el apetito, el dolor y el humor. Marcelo: “Es la marihuana propia”.

¿Qué significa desde el punto de vista del dolor?
-Desde la periferia donde se origina el dolor, hasta la matriz cerebral, el recorrido de la vía del dolor está en el sistema endocannabinoide. De alguna forma, es un modulador del dolor y una oportunidad: un sistema endógeno que nos permitiría manipular ciertos receptores que mejorarían los síntomas de algunos pacientes. Por ejemplo: en un área particular del cerebro hay una neurona que está descargando de forma descontrolada. La neurona que está al lado libera cannabis para neutralizar esa convulsión: eso lo hace en un lugar del cerebro y por un tiempo determinado. Cuando damos cannabis a los pacientes, se lo damos a todo el organismo por un tiempo mucho más largo. Descifrar cómo funciona ese sistema significaría acercarnos a cómo sería el proceso para, desde afuera, poder modificar o imitar esa liberación. Ese sería el gran desafío que se viene para la ciencia.

Rompe cabezas

Susana García es psicoterapeuta e hizo el curso de Mamá Cultiva para profesionales de la salud. “Tenemos un vínculo familiar y profesional con la planta”, cuenta. El familiar: “Hace más de una década uno de mis hijos sufrió una crisis emocional profunda, y tuvo que iniciar un tratamiento psicológico y con psicofármacos. Por precaución quedó medicado durante muchos años. Tenía efectos colaterales: aumentó 12 kilos de su peso histórico y perdió mucha memoria”.

Sabían que el cannabis se estaba usando en salud mental y fueron juntos a un congreso organizado por Marcelo Morante en La Plata. Conocieron a la psiquiatra María Celeste Romero, otra experta en el tema. “Con ella pudo comenzar un tratamiento y redujo a la mínima su dosis. En los primeros 3 meses bajó los 12 kilos. Y recuperó la memoria: este año estuvo en Rosario en un encuentro de Salud y Derechos Humanos y dio su testimonio. Este tratamiento requiere una autonomía del paciente y un involucrarse que genera nada más ni nada menos que soberanía sanitaria”.

Susana acompaña hoy muchos procesos en red con otras profesionales en los que el cannabis mejora la calidad de vida de pacientes con depresión, ataques de pánico o crisis psicóticas. “Es una medicina basada en la evidencia del testimonio del paciente y su mejora. La planta modula el sistema nervioso y el inmune. No es que por un lado está el cuerpo y por otro las emociones. Todo está unido. Y lo interesante es que la planta tampoco funciona por partes, sino unida. Por eso no la pudieron cooptar. Rompe la cabeza de los laboratorios. La planta es el concepto de lo holístico. Es un nuevo paradigma de curación. Y, como profesionales, nos hace plantar desde un lugar más humilde. Una salida de la omnipotencia”.

Almuerzos cannábicos

Al cierre de esta edición, el Hospital Garraham publicó el primer estudio científico en América Latina sobre la efectividad del tratamiento con aceite de cannabis. El estudio duró un año: sobre 49 niñes con epilepsia refractaria, el 80% evitó dos de cada tres crisis. Si bien corroboró lo que cientos de mamás vienen confirmando en la práctica hace años, destacan que el avance es importante a nivel regional.

En 2017, el Congreso sancionó la ley que regula la investigación médica y científica del uso medicinal del cannabis, pero la demorada reglamentación del gobierno llegó con críticas: entre otras cosas, dejó fuera del marco normativo el autocultivo y el impulso a la producción pública de aceite. Días antes de su asunción, el flamante ministro de Salud, Ginés González García, afirmó que hay que trabajar sobre la reglamentación y que “está demostrado que el uso tiene que ser permitido para otras patologías”. Alertó que así se rompería también el “mercado negro” en torno al cannabis.

Valeria Salech habla de soberanía cannábica: “Si todo lo que estuvimos haciendo lo poneos arriba de la mesa, ¿sabés las cosas que podríamos llegar a hacer? Pudimos construir en estos cuatro años en contextos muy adversos, con Patricia Bullrich hablando de guerra contra las drogas por una familia con tres plantas. Esa violencia la transformábamos en acción. ¿Decomisaban en Entre Ríos? Allí íbamos a dar una charla. Logramos construir legitimidad. Con amorosidad y empatía. Hasta Mirtha Legrand dijo que cultivaría”.

Valeria fue invitada al programa en 2017: anunció que en diez días harían un taller informativo en un teatro. “Se llenó. Y nos cambió el público: el 80% era gente adulta, que lo necesita. La planta nos permite naturalizar que hay gente que tiene salud y gente que no. Nadie tiene la salud completa, pasan el tiempo y procesos naturales del cuerpo. Y la planta es la que regula el equilibrio vital de nuestro organismo”. Como figura pública que experimentó un cambio notable puede citarse a Nora Cortiñas, con pronóstico de enclaustramiento por un dolor crónico en su rodilla a los 89 años, y que vía los regalos de medicamentos cannábicos que le han hecho sigue movilizándose y acompañando todas las causas imaginables. Y cultiva.

¿Qué ocurre con las personas que cultivan?
-En el momento en que entrás acá, ya estás haciendo algo. Es un montón. Yo estuve cinco años mirando cómo mi hijo tenía convulsiones, llorando sin poder hacer nada, llamando a la neuróloga, que me decía: “Sí, es normal, el cuadro de él es difícil”. No siempre hay un Dr. House que tiene la respuesta. Acá llegaba gente diciendo que quería conocer a la “eminencia en cannabis”. No: vos sos tu propia eminencia. Y la felicidad de la persona que cultiva pasa por estar en tiempo presente, que a los seres humanos nos cuesta mucho. Colocás, regás y ves a la planta toda contenta. Y hay algo que no es científico: al crecer con el paciente, la mejor planta es la que cultivás vos. Todo ese amor y esa dedicación, vuelve. La naturaleza no falla. Nunca.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

Un abrazo contra la motosierra

Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Nota

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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