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Ronda de pensamiento autónomo: El riesgo de los métodos
En una marcha contra la represión en la zona norte, un grupo de chicos impregnó el acto de una violencia que ninguno de los manifestantes quería. ¿Cómo reaccionar en un caso así? Tal fue el debate de la Ronda, en el que se coló la actuación de Quebracho. Ideas sobre la reconstrucción de lazos sociales como antídoto contra la represión estatal. Y el riesgo de los atajos para crecer (léase: el riesgo de los planes y subsidios).
¿Cómo ampliar los límites de la construcción política autónoma sin destruir las paredes ya levantadas? Esa fue la pregunta que sobrevoló los debates de la última ronda de pensamiento autónomo que se llevó a cabo el sábado 4 de setiembre en La Pecera, la vieja fábrica de aceite donde el MTD de Solano desarrolla algunos de sus microemprendimientos productivos.
Todo comenzó con una experiencia agridulce que plantearon los miembros de la Comisión contra la Represión Policial y la Impunidad en Zona Norte. Los días 30 de cada mes, esa organización -acompañada por las asambleas de Vicente López, Munro, Carapachay y Florida, entre otras- convocan a una marcha para reclamar por la desaparición en un patrullero de Raúl Saliwonczyh y por los asesinatos de Martín Suárez y Juan Manuel Vázquez a manos de la policía. El problema -tal como ellos lo definieron- se planteó en la última manifestación, donde se escracharon los tribunales de San Isidro y la comisaría de Munro. “Por un lado estuvo muy buena, porque se pudo convocar a más gente, como grupos piqueteros y gente de un barrio humilde, La Loma. Pero por el otro, vino un grupito de chicos que le cobraba peaje a los comerciantes y hacían quilombo, tiraban piedras”, sintetizó Norberto.
Como en la marcha anterior la policía había incitado a los comerciantes a que cerraran sus negocios tras la sutil amenaza de “cuidado, se vienen los piqueteros”, los organizadores de la manifestación habían realizado para esta oportunidad una campaña previa. “Visitamos a los comerciantes, les entregamos volantes y les explicamos que no éramos violentos”, explicó Roberto, de Carapachay. La recorrida había dado buenos resultados: esta vez los negocios no habían bajado las persianas y sus dueños o encargados aplaudían desde los umbrales. “Pero percibíamos que los pibes nos tiraban en contra a los comerciantes, porque los amenazaban. Por un lado los quería matar, pero por el otro reconozco que hay que integrarlos, ellos pueden ser las próximas víctimas de la policía”, confesó Norberto, quien reconoció su impotencia cuando recordó que fue a decirles a los chicos que estaban aislados y que iban a quedar en evidencia: “Me contestaron que les importaba tres carajos”.
Cuando parecía que el tema estaba planteado, Roberto aportó un nuevo dato.
Un familiar de las víctimas les había pagado a los chicos para que participaran de la marcha. “Probablemente, esta señora comulgaba con lo que nosotros hacíamos, pero no con nuestros métodos”, sugirió. Desde la otra punta (esta vez la ronda tenía forma de rectángulo), Julio, del MTD de Solano, arriesgó su opinión: “Esta mujer evidentemente no se integró al grupo de ustedes. Con esa práctica punteril los está desconociendo”.
Nicolás, uno de los jóvenes de la Comisión contra la Represión que trabaja con los chicos en cuestión daba muestra de su sensación de frustración: “El problema -subrayó- somos nosotros. Fuimos incapaces de construir un puente para sacarlos de ahí. Ellos están en un abismo, nosotros le dimos la oportunidad de participar y ellos quisieron llamar la atención”. A Jorge, del MTD de La Matanza le hicieron un poco de ruido esas palabras. “Si decimos que le dimos la oportunidad de participar, los pibes tienen todo el derecho a hacer lo que quieran, porque no hay una construcción en conjunto”, cuestionó. Y, a modo de concesión, Roberto reconoció que en la conversación se terminó filtrando el pensamiento único. “El capitalismo nos atraviesa, por eso hablamos de ceder un espacio”, dijo.
A su lado estaba Karla, de El Grito, que señaló que mientras haya dinero de por medio, no hay identificación posible con la construcción política. “Los chicos no tenían nada que perder” dijo y a algunos no le gustó la expresión. Pero ella argumentó: “Yo sé que si tiro una piedra puedo romper mi construcción política, por eso no lo hago. Ellos no construyeron. Y cuando decimos que le dieron un espacio, es la realidad. Porque ellos no construyeron nada, ustedes sí. Mientras que ustedes piensan colectivamente, para ellos vale el sálvese quien pueda. No nos echemos la culpa de internalizar el sistema capitalista, hay una realidad que es externa”.
Norberto volvió a recordar el episodio y a confesar impotencia: “Ellos nos prepoteaban y nosotros nos preguntábamos si teníamos que irnos”. Fue entonces, cuando a Julio, de Solano, se le ocurrió comparar la situación con la de los médicos. “Cuando va un tipo con un ataque, el doctor le da una droga para atacar el síntoma, pero no puede arreglar de golpe un problema que se gestó en diez años. En el momento es muy difícil actuar sobre una década de pobreza, falta de educación, salud. A posteriori sí se puede trabajar”.
Y Anabel, la coordinadora del taller de filosofía del MTD de La Matanza, arriesgó uno de esos tratamientos. “Hay que poner en el medio una producción distinta a la hegemónica. Tiene que haber producción de pensamiento, de subjetividad. Hay que inventar”. Un joven completó describiendo el trabajo de la Mesa de Escrache Popular, que antes de realizar la acción del escrache, trabaja varios meses con los vecinos del barrio a fin de integrarlos a la movilización, sea desde el arte o desde la acción política.
“La manera de salir de una posición defensiva es poder dar cuenta de las prácticas que hacemos, no como expertos, sino desde adentro. Acá ya hay una producción, porque esto que pasó nos permitió pensar la práctica”, aseguró Martín K y Patricio, de El Grito, definió lo acontecido en la marcha del 30 como una crisis de crecimiento. “El dinero -advirtió- jugó un rol importantísimo, porque aceleró un proceso. Es lo que ocurre con los planes sociales y la izquierda. Funciona como un atajo para darle más potencia a algo que todavía no lo amerita. Finalmente es una forma de duplicar al Estado, como lo hace Quebracho. Refuerzan el aparato represivo. Rompen lazos en vez de construir”.
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar: