Nota
Una tarde (sin rejas) en el Parque Lezama
Esta la madrugada el Gobierno de la Ciudad intentó enrejar parte del Parque Lezama, en obra hace 8 meses, pero los vecinos reaccionaron rápido: ya a la mañana habían parado las obras, tirado las rejas y logrado una reunión con el Ministerio de Espacio Público. Aunque más tarde los funcionarios aseguraron que “la decisión (de enrejar) ya está tomada”, más de 100 vecinos cortaron la calle Defensa y en asamblea decidieron sostener guardias y realizar un festival artístico para seguir evitando, como desde hace dos años, que se enreje el parque.
Denuncio y enrejo
El mismo día en que sobreseyeron a los responsables de la represión en el Hospital Borda (30 heridos y ocho detenidos, incluyendo internos, médicos y periodistas), el gobierno de la Ciudad intentó enrejar el Parque Lezama. La coincidencia, sostienen los vecinos, no es una cuestión de calendario, sino que se corresponde con todo un avance sobre el sur de la Ciudad de cambios urbanísticos, construcciones inmobiliarias y de transporte público que los vecinos rechazan. “Acá en frente”, señala alguien el ex edificio de Canale sobre la calle Martín García, “van a mudar las oficinas de Espacio Público”. La casualidad del ejemplo es parte de toda una mudanza de oficinas gubernamentales al distrito sur, junto con la tendencia de facilitar zonas donde las empresas se instalan y gozan de no pagar impuestos (distrito tecnológico, de las artes), el nuevo metrobús, y – los vecinos agregan- desalojos y la compra de casas, fábricas antiguas y terrenos para el desarrollo inmobiliario siempre especulativo.
Pero las plazas enrejadas no son sólo patrimonio del sur, y la disputa con la Asamblea del Parque Lezama viene desde hace dos años y tiene hitos recientes.
Las nuevas rejas las descubrió Juan, que saca a pasear a sus dos perros todos los días a las seis y media de la mañana, que avisó a Mauricio, que llamó a Eva, que le dijo a Carolina, y así se fue tejiendo la red de vecinos que antes de las 10 de la mañana logró parar las obras. El parque está en obra desde junio del año pasado, perimetrado por vallas que impiden el acceso, pero se suponía que adentro sólo se estaban realizando tareas de parquización y no de enrejado, ya que ése había sido el acuerdo entre los vecinos y Diego Santilli, el ministro de Espacio Público. Sin embargo, en una reunión que mantuvieron hoy mismo los vecinos con responsables del Ministerio, los funcionarios dijeron que el acuerdo de no enrejar había sido hace un año y medio y que ahora tenían razones para empezar a hacerlo. La más determinante: una denuncia por vandalismo que presentó el propio subsecretario de Uso del Espacio Público, Patricio Di Stéfano.
Por qué no
Los vecinos llegaban a medida que podían: cuando salían del trabajo, de dejar los hijos con algún abuelo o interrumpir lo programado del día para responder a la alerta: quisieron enrejar el parque.
Las antenitas están paradas desde hace dos años, cuando formalmente empezó a haber movimientos – de todo tipo- para “poner en valor” el Parque Lezama. Estas maniobras, aseguran los vecinos, fueron precedidas por otra estrategia que puede llamarse “dejar venir abajo” el parque, y así poder justificar la necesidad de obras. “De pronto el Parque se quedó sin luz de noche, sacaron las guardias, dejaron de arreglar los monumentos”, enumera Eva sobre el abandono. Paralelamente, ciertos vecinos denunciaron – en general frente a las cámaras y no en la comisaría- actos de vandalismo y robos como parte de un aumento de la delincuencia justificado en el deterioro del parque. El propio ministro Di Stéfano radicó una denuncia en septiembre del año pasado, por el supuesto robo de una estatua del parque, que recién se hizo pública el 26 de enero a través del diario La Nación. La nota surtió un golpe de efecto mediático que agitó una discusión que parecía zanjada con la promesa de Santilli. Y Di Stéfano siguió a la cabeza de esta revancha por la instalación de las rejas: “Es clave cerrarlos para reducir la cantidad de daños, como el robo de piezas escultóricas, los grafitis, la rotura de juegos o bancos, o el destrozo y la quema de tachos, entre otros”, dijo.
Los vecinos de la asamblea no sólo discuten este insostenible argumento, sino que enumeran razones concretas de por qué no quieren rejas:
-“No queremos que el Parque cierre a las 8 de la noche; acá venimos a cualquier hora”
-“Esta plaza es especial porque es un barrio con población de bajos recursos, con muchos niños, cuyo único lugar de juego es este parque”
-“No podemos pagar un club, ni un aire acondicionado, ni hay otro parque cerca”
-“La plaza es nuestra y no del Gobierno de la Ciudad”
-“Si hay asaltos o vandalismo, las rejas no solucionan nada”
-“Las rejas son el primer paso para después abrir negocios privados como restoranes dentro de los parques”
-“Poner rejas es un negocio en sí mismo”
-“Hace 70 años que el parque está así”.
Es conveniente aclarar que los vecinos no son fóbicos al cambio, ni es que están a favor de la inseguridad, ni siquiera están en contra de las obras que el gobierno incluso ya está haciendo, sino de las rejas. Tal fue el acuerdo al que arribaron con el responsable de Espacio Público, Diego Santilli, hace un año y medio, quien se comprometió de palabra que no enrejaría el parque porque respetaba la voluntad popular. “Claro, ¿cómo vamos a confiar en su palabra?”, achaca ahora otra de las vecinas.
El parque fue cerrado en agosto del 2014 para dar comienzo a obras “de parquización”, algunas que ya se ven: nuevos juegos para los chicos, estaciones de fitness para los grandes, un canil para los perros y otras obras obras más arquitectónicas que paisajísticas. “Sacaron muchísimo verde, talaron árboles y en cambio agrandaron los senderos. Ahora no es un parque, es un paseo”, define Eva, una de las voceras de la asamblea, sobre los cambios.
Cuestiones de gusto al margen (o no), el descubrimiento de Juan hoy a las seis y media de la mañana significó para la Asamblea la rotura de un pacto que mantenían con el ministro Santilli. La explicación que encontraron antes antes de reunirse con funcionarios del Ministerio (y que dieran sus propias explicaciones) se basaba en un rumor: habían cambiado los responsables del área. El nuevo patrón del Parque Lezama se llamaba Antonio Di Stéfano.
Verano sin parque
Los 8 meses de obra significan que los vecinos no pueden acceder a la mayor parte del parque, ya que unas rejas de construcción lo rodean desde las calles Martín García, Almirante Brown, Brasil y Defensa. “¡Justo en verano!”, es el lamento de muchos de los vecinos que hoy relataban que no se fueron de vacaciones, no tienen donde pasear, tomar aire ni tampoco aire acondicionado.
La licitación pública 506/2013 estipulaba que las obras terminarían la primera semana de diciembre del 2014. “En Parque Centenario, que es bastante más grande que este, las obras llevaron 3 meses”, dice Mauricio García, otro de la asamblea. Por este y otro tipo de irregularidades los vecinos formaron – además- una comisión que monitorea los detalles de la obra y hoy reclaman, entre otras cosas, una respuesta al pedido de informes que hicieron en novmebre sobre el por qué de las demoras. De manera informal, desde el Ministerio aseguraron que el nuevo plazo es el 15 de marzo.
Este juego de postergaciones – a sugerente ritmo electoral- tiene en vilo no sólo a los que solían pasar sus tardes de verano en el Lezama, sino a quienes, directamente, trabajaban allí. “Desde que están en obra, a los feriantes nos mudaron a un lugar horrible cerca de casa amarilla”, relata una de las voceras de la feria del Lezama, que solía bailar tango y atraer turistas. Ella fue una de las que, gritando, propuso en la asamblea realizar un festival para el día 15 de marzo en que, supuestamente, deberían estar terminadas las obras. “Por el ritmo que vienen, no creo que terminen, entonces queremos meternos adentro y hacer un festival como otra forma de presionar para que terminen las obras”, dice.
Por ahora, dentro del parque hay un asentamiento con materiales de la constructora MAVISA S.A., a cargo de las obras, y algunos agentes de la Metropolitana, aunque en rigor esa zona es juridiscción de la Federal, que apenas aparece.
A desenrejar
Hoy a la mañana, entonces, alertados por Juan, los vecinos tiraron las endebles rejas de construcción y se metieron metros adentro donde estaban poniendo las rejas definitivas que cortarían el Parque en dos: según los planos que alguna vez vieron los vecinos, el polémico enrejado abarcaría desde la zona de los juegos de chicos que se ve desde Martín García, rodeando la barranca hasta la calle Almirante Brown. Quedaría despejada, así, una pequeña porción sobre Martín García y otra parte sobre Defensa, donde antes había una cancha de fútbol y ahora un canil.
Los obreros de la empresa Maviasa se retiraron al ver entrar a los vecinos, que fueron llegando en cada vez más número. Llegaron también agentes de la Metropolitana, unos diez, aunque en tono pacífico y de averiguación. Los vecinos fueron por más: a eso de las 3 de la tarde habían sacado gran parte de las rejas perimetrales de Martín García y Defensa, abriendo nuevamente, después de 8 meses, su Parque Lezama.
A medida que otros vecinos empezaron a ver que el parque estaba abierto, y que había gente en el medio, y que había rejas tiradas, se empezaron a acercar. A las 3 de la tarde eran unos 30, a las 5 ya eran 50 y terminaron siendo más de 100 cuando cortaron la calle y se armó una asamblea a las 18.
Pocos efectivos de la Metropolitana siguieron los movimientos durante la tarde, por lo que no hubo situaciones de tensión. Fundamentalmente, se logró una esperada reunión con el Ministerio para que de explicaciones, se debatió quiénes irían, se rellenaron con tierra los huecos dejados por las rejas arrancadas, se presentó un fotógrafo que dijo ser de Clarín, sacó cuatro fotos y en menos de 2 minutos se marchó, otro cronista de La Nación que habló primero con la Metropolitana y luego con los vecinos, y radio Nacional y Radio Sur que entrevistaron a algunos vecinos más seriamente. Más tarde, sobre el corte de calle, se sumaron los canales de televisión.
El plato fuerte del día significó la reunión que mantuvieron tres integrantes de la asamblea y un abogado asesor con 5 funcionarios de Espacio Público. La decisión de cortar la calle Defensa – y no Martín García, “para no joder tanto a los vecinos”- ya había sido tomada y era independiente de los resultados de lo que, se suponía, sería la negociación. No fue tal cosa: los funcionarios del Gobierno dejaron hablar a los vecinos, y luego hablaron Antonio Di Stéfano y Nicolás Quintana, director de Espacios Verdes de la Ciudad. La reunión duró una hora y diez minutos, de las 5 hasta las 6:10 en que los vecinos que fueron a la reunión volvieron aparecer en el Parque. En ese momento otros cien cortaban la calle Defensa. Se armó una asamblea improvisada en la que contaron los resultados de la reunión, resumidos en cinco palabras que decepcionaron: “La decisión ya está tomada”.
Se pasó una lista de contactos para alertar ante cualquier movimiento extraño.
Se habló una grilla de horarios para hacer guardias de a cuatro personas que custodien las obras.
Se determinó que, desde mañana, todos los días habrá asamble a las 18 de la tarde en el monumento principal.
Y que entonces, día a día, seguirán discutiendo las medidas que hagan realidad la verdadera decisión ya tomada: “No vamos a dejar que enrejen el parque”.
A eso de las ocho de la noche, los vecinos liberaron la calle y volvieron al Parque Lezama a disfrutar lo que quedaba de la tarde, como no hacían desde hace ocho meses.
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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