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Clases y sexos

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Una entrevista con Cristina Benegas y Belén Blanco: Una dirige y la otra actúa en una obra que reproduce viejas batallas humanas. A la vez, representan al teatro independiente. La calidad amenazada. ▶ MARÍA DEL CARMEN VARELA

Clases y sexos

Cristina y Belén parecen una madre y su hija, una tía y su sobrina o una madrina y su ahijada.  Se relacionan con una mezcla de cariño, ternura y comprensión que vuelve evidente el lazo que las une. Además de ser reconocidas actrices de distintas generaciones, apasionadas por el teatro y con altas trayectorias, se conocen desde hace más de veinte años. De adolescente, Belén fue alumna de Cristina: “Ya se notaba que iba a ser una gran actriz.  Es interesante cómo uno percibe quiénes van a seguir, y quiénes van a ir a parar a otro rol en la vida”, dice Banegas, despertando la sorpresa de Blanco.

Un día, al llegar del colegio, su madre y su hermano le anunciaron a Belén que tenían que darle una gran noticia: “¡Cristina Banegas te llamó para hacer una obra!”. A sus 15 años debutó en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, en reemplazo de una actriz en la obra Los invertidos, dirigida por Alberto Ure, interpretando el rol de hija de Cristina Banegas y Antonio Grimau.

Cristina dirigió a Belén en El amor, una obra de Sergio Bizzio y Daniel Guebel, la mató en Mujeres asesinas, trabajaron juntas en cine en La vida por Perón y el año pasado también compartieron escenario en el Teatro Nacional Cervantes en la obra de Griselda Gambaro El don.

Cristina: “Nos conocemos, nos queremos mucho, ella es una kamikaze de la actuación, alguien muy particular, de una inteligencia y una sensibilidad muy poco frecuentes en nuestro gremio y en general”. 

Hace pocos días estrenaron La señorita Julia en el Centro Cultural de la Cooperación,  adaptación de Alberto Ure y José Tcherkaski sobre la obra del  escritor y dramaturgo sueco Johan August Strindberg: una mezcla de tragedia griega con naturalismo que se refiere a la rivalidad entre las clases sociales, los sexos, las relaciones de poder. Cristina es la directora y Belén encarna a la señorita Julia, una mujer de unos 25 años, hija de un conde, bella, vanidosa, descarada, caprichosa, insatisfecha. Todos celebran en la noche de San Juan, pobres y ricos, nobles y plebeyos. Julia y Juan, su sirviente,  se dejan llevar por el arrebato pasional, se miden, se desean, se embriagan con vino y ardor y las consecuencias son determinantes en las realidades de cada uno.

Belén: “Julia es un personaje que está muy herido, está dispuesta a todo, se deja llevar por sus sentimientos, es muy vulnerable, muy débil, muy humana. No puede dejar de ser hija, no puede ser ella, no sabe quién es”. Cristina enfatiza que los problemas de la humanidad siguen siendo casi los mismos, que después de miles de años pareciera que no aprendimos nada: “La guerra infinita de la humanidad es el sometimiento, quién se somete y quién es sometido. En esta obra eso está muy presente. Era un tema fundante en el teatro de Strindberg, que era muy misógino: nos tenía miedo a las mujeres, nos veía monstruosas. En La señorita Julia hay un tema de clases. En esa fiesta dionisíaca de la noche de San Juan ella despliega su seducción hacia el mayordomo. La lucha de sexos sigue existiendo, por eso el Ni una menos. Las primeras feministas son del siglo XIX, eso se va resignificando en cada momento de la historia como un tema inagotable, que ojalá alguna vez se termine”.

Deseos ajenos

La historia se lee en clave cotidiana y cultural del presente. Julia quiere escapar del abismo y es capaz de darlo todo por el futuro que sueña: una vida serena con Juan, lejos de las penumbras en las que vive en la casa paterna. Apuesta a ese hombre que la desea pero no la ama. Que ve en ella la posibilidad de una posición social privilegiada, pero que no se interesa por esfumar las penas de Julia sino en satisfacer sus propios anhelos anulados por su clase social.

Juzgada por su voluptuosidad, su afán de unir su cuerpo al de Juan, su rebeldía contra lo que se espera de ella, Julia pretende ahuyentar el agobio de la mediocridad pero se somete al deseo ajeno y naufraga. Cuando sobreviene el drama, se pregunta quién tiene la culpa, si el padre que le inculcó sus ideas, si la madre, que le transmitió sus pasiones, si el que era su prometido, de quien aprendió que “todos los  hombres son iguales”. Orgullosa e inteligente, Julia no se deja llevar por la tentación de echarle la culpa a Jesucristo, como hace otro personaje. Asume la responsabilidad y carga con las consecuencias.

Luz, gas y acción

Debutó en una obra infantil que escribió  a los 19 años, está próxima a cumplir 69 años de vida y en su curriculum se despliegan cincuenta años de teatro. Sin embargo Cristina Banegas no pierde el miedo a la hora de subirse a un escenario: “Sigo con pánico escénico, no se me pasa”. Oscar, su padre, era productor televisivo y su madre es la actriz y cantante Nelly Prince. Cristina se crió entre las escenografías del viejo Canal 7. Junto a su hija, Valentina Fernández de Rosa, también hija del actor Alberto Fernández de Rosa, creó un espacio cultural independiente en 1986 al que llamaron El Excéntrico de la 18, en Villa Crespo.

Allí dan clases de actuación, se presentan obras, conciertos y performances. “Cuando abrimos El Excéntrico hace 30 años, había tres lugares con este modelo, ahora hay más de 300. Crecieron mucho pero en este momento estamos todos muy alarmados porque están llegando las facturas de luz, de gas, con aumentos tremendos. Hay mucha preocupación, gente con miedo a tener que cerrar su espacio. En Buenos Aires hay muchos más teatros que en Nueva York, pero éstas medidas amenazan nuestra forma independiente de producirnos. No tiene que ver con cuestiones económicas solamente sino con elecciones éticas, estéticas, políticas. Hay posiciones ideológicas inaceptables como las del ministro de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido sobre los desaparecidos. Pero además los teatros oficiales San Martín y Alvear, van a estar cerrados todo el año. Y los teatros comerciales tienen otras problemáticas, pero también les llega la boleta de luz con el aumento, todos estamos en este país muy preocupados porque  corre peligro este patrimonio cultural muy valioso”.

Belén coincide con esa mirada hacia el teatro independiente y sus paradojas: crece cada vez más en cantidad y en calidad, pero   al mismo tiempo se ve amenazado e ignorado por la falta de políticas culturales: “El teatro independiente aquí es maravilloso. El del Estado está cada vez más limitado: el San Martín produjo muy poco y ahora cerró por reformas. Por eso hay tanto teatro independiente. La idea del gobierno con respecto a la cultura es empresarial. Pero el Estado tiene la obligación de perder plata con la cultura, igual que con la educación y la salud. No son un negocio. Son una inversión en la gente”.

¿Cómo funciona la relación entre lo teatral y los tiempos presentes?

Cristina: El arte siempre es político, siempre hay una ideología en el autor, los personajes, los directores. Siempre se refleja una realidad y es una mirada lúcida cuando los actores y dramaturgos lo son.

Belén: Creo en un teatro que sea transgresor, que haga pensar, reflexionar. Si no, ¿para que lo hacemos? No tiene que ser solo para distraer sino que puede despertarte, conmoverte. Es el mejor lugar que uno puede tener como artista, el más movilizador, y el que más me interesa.

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La versión criolla de Panamá Papers

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La mayor filtración de documentos de la historia tuvo, en Argentina, una edición que también hará historia. Qué hay detrás de la manipulación informativa y cómo precipitó que se difunda globalmente toda la lista. Una respuesta: la creación del Consorcio de Periodismo de Investigación Autogestivo, coordinado por revista MU, Tiempo Argentino y Redcom, que nuclea a 26 carreras de comunicación de todo el país. ▶ CLAUDIA ACUÑA
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La corporación va a la escuela

Una ONG financiada por corporaciones de la industria alimentaria realiza investigaciones en escuelas públicas, con aval oficial, para indagar los hábitos infantiles con relación a la comida.

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