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Vía libre y comunitaria
Cruzavías. El grupo de teatro comunitario de 9 de Julio se propuso unir dos realidades separadas por una vía de ferrocarril. El resultado es una fiesta de la que participan cien vecinos.
Alejandra Arosteguy es un arcoíris: está llena de color. Su pelo colorado combina con sus ojos verdes, con su sonrisa blanca y transparente, con su corazón rojo y su esperanza turquesa. Es de esas personas que hacen todo con tanta pasión que la contagian. Contagiar es un verbo que también combina con ella, sobre todo al lado de sustantivos como entusiasmo, alegría, vida.
La puerta de su casa, en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, tiene escrita la estrofa de una canción de Silvio Rodríguez: “Mi casa ha sido tomada por las flores”. Adentro, hay luz, hay armonía y una música de violines que alivia y flota como una burbuja. Ceba mate con deseo, otra palabra que le combina.
Si corremos el almanaque hasta 2002 la vemos yendo a participar de las actividades culturales de la Semana por la Memoria, en La Plata. La vemos anotarse en el taller de teatro comunitario que dictaban Adhemar Bianchi y Ricardo Talento, directores de los grupos Catalinas Sur y Circuito Cultural Barracas. La vemos viendo El Fulgor Argentino, espectáculo del Grupo Catalinas sobre la historia del país. La vemos participando del taller que le volará la cabeza y hará que todas las piezas del rompecabezas de lo que hizo, lo que fue, de lo que es y de lo que quiere hacer se junten en eso que –vemos– ella está viendo: el teatro comunitario.
Luego, veremos que junto a Mabel Bicho Hayes impulsarán el grupo de teatro comunitario de Patricios, un pueblo de 9 de Julio de no más de 700 habitantes. Le veremos contagiar el entusiasmo, la alegría, el deseo. Y la veremos en 2004 crear el grupo Cruzavías de 9 de Julio, en el barrio Ciudad Nueva, la parte de la ciudad que reúne todas las estigmatizaciones y que se encuentra cruzando la vía del ferrocarril. “Sentimos que la ciudad está muy dividida de un lado y del otro de las vías. Nuestra intención es que la vía una y no separe: ser un puente entre el centro y el barrio”, sostiene ahora, en su casa y con el mate en las manos.
Crear para vivir
Diez años después de su surgimiento, Cruzavías no sólo está consolidado sino que, a través del arte, logró hacer más difusa la frontera geográfica y simbólica que separa la parte céntrica de la ciudad con la que no tiene calles asfaltadas, ni gas natural ni cloacas. Alejandra resume lo que generó el grupo durante su década de vida: “Una de las cosas más importantes es que el barrio es muy conocido por Cruzavías, lo que significa que allí pueden pasar cosas buenas. Eso rompe con los prejuicios que el imaginario colectivo le adjudica a ciudad nueva. Por primera vez, gente del centro cruzó la vía, para ver una obra. Y, además, la propia mirada de los vecinos se empoderó: pueden hacer otras cosas. Mucha gente del barrio nunca había atravesado una experiencia artística: ni como protagonista ni como espectador. Que la comunidad protagonice sus propios espectáculos genera un espacio de pertenencia increíble. La voz que habla es la de todos. Y cada uno siente que puede participar, opinar, proponer”.
Para generar estos cambios trabajaron incansablemente. La primera obra que crearon se llamó Romero y Juliera, una parodia de Shakespeare en la que una chica del barrio se enamoraba de un chico del centro. Allí visibilizaban los prejuicios que había a ambos lados de la vía. Realizaron la obra durante cuatro años, interpelando a toda la ciudad. Luego, estrenaron Descolgados en la que abordaron las tres grandes problemáticas que afectan al barrio: la laboral, por la desocupación; la educacional, por la gran deserción escolar; y la sexual, por los casos de violencia hacia las mujeres. Contar artísticamente esos conflictos fue una manera de trabajarlos, exponerlos y buscar soluciones. Desde 2013 están buceando en la identidad del barrio: ése será el núcleo del próximo espectáculo en el que aspiran poder contar su historia para consolidar su identidad.
La cultura es la sonrisa
Junto al teatro comunitario, Cruzavías trabaja otras expresiones artísticas que fueron surgiendo por inquietudes colectivas. Una de ellas se llama Los pibes de la Ventana y se trata de teatro para chicos. Alejandra cuenta cómo surgió: “Hace cinco años ensayábamos en un espacio que tenía ventanas hacia la calle. En el barrio hay muchos chicos que juegan en la calle todo el día. Cuando ensayábamos se llenaba, así que armamos un espacio para trabajar con ellos. Hoy lo integran 15 pibes que están trabajando súper comprometidamente y ya tienen su obra nueva”.
Además, crearon una Juegoteca para chicos de 6 a 10 años: un espacio destinado al juego y la creación artística. Y también hacen circo para adolescentes. Dice Alejandra: “Para nosotros, el trabajo con los chicos es muy importante. En el barrio no hay ningún tipo de propuesta. Es la calle o algún taller, pero vas un rato y no a construir. Nosotros apuntamos a la construcción, a tener un proyecto común. Los pibes están re ávidos, tienen mucha energía y se enganchan”.
Entre todos, construyen, así, no sólo una propuesta artística para el barrio: la protagonizan. Alejandra afirma que la metodología de trabajo es hacer, pensar, hacer. “Hacemos, reflexionamos sobre lo hecho y seguimos haciendo”. Agrega: “Lo que más nos entusiasma es cuando ponemos toda la energía en crear colectivamente: esa construcción te involucra íntegramente como ser humano”.
El naufragio individual
Comienzan a caer las primeras gotas de lluvia, tenues. Es un domingo grisáceo y húmedo. La lluvia riega la calle, afuera, y adentro Alejandra pone la pava en la hornalla, otra vez. Por unos minutos se desentiende del mate y brinda más pistas sobre el universo del teatro comunitario: “Cada vez que voy a Buenos Aires me junto con Ricardo Talento. Dentro de la Red de Teatro Comunitario funciona mucho el apoyo de grupo a grupo, lo que es espectacular. El tema de la solidaridad y la no competencia entre grupos no se da en otros lados. La maravilla colectiva te entusiasma y te hace despertar cosas dormidas: el teatro comunitario logra la integridad en lo colectivo. Lo que se siente cuando uno sale actuar es imposible de definir: estás cantando y actuando lo que pensaste, debatiste, te peleaste y acordaste con otros. El gran protagonista es el grupo”.
Alejandra afirma que lo colectivo es el sostén de lo individual, el barco que lo rescata del naufragio. En Cruzavías, directa e indirectamente, hay casi cien socorristas que, juntos, constituyen la cuadrilla de rescate contra el individualismo. El grupo ambiciona construir un centro de arte y comunicación popular y comunitaria, para provecho de los vecinos. El proyecto era imposible siquiera de imaginar cuando Alejandra comenzó a convocar a los vecinos, diez años atrás. Para hacerlo usaba la salita sanitaria en contraturno, gracias a que una amiga enfermera le dejaba usar la sala de espera. Desde entonces corrió mucha agua bajo el puente. El agua: trabajo, construcción, paciencia, constancia.
La gestión es un recurso
Alejandra cree que para que el crecimiento se pudiera sostener fue importante –lo es– la gestión del grupo. Por eso, cada espacio está coordinado por tres personas y, además, existe un grupo dedicado a la gestión de recursos. Colectivamente, entonces, organizan una actividad por mes para generar ingresos: una lentejeada o una cantina. Los encuentros sirven, además, para invitar a más vecinos al proyecto. Además, el año pasado acordaron solicitar apoyo del municipio y del Concejo Deliberante. Para concretarlo, les pidieron que los atiendan. “Convocábamos a una reunión y lo sacábamos en los diarios: si nos decían que no, debían dar explicaciones a todos”, dice Alejandra. Para esas reuniones –nadie se animó a no recibirlos– debieron sistematizar todo lo hecho. “Nos juntamos con el grupo de Patricios y pasamos todo lo que hacíamos a números: de gente, de impacto económico. Nos costó, pero fue algo bueno para nosotros. Además logramos que incluyeran dentro del presupuesto del municipio un apoyo económico mensual, con la garantía de que eso no influyera en lo artístico”.
Esos recursos les permiten sostener las actividades e imaginar las próximas. Y cruzar otra frontera: la de las supuestas cosas imposibles. Porque como sostienen en una de sus canciones: “Al final, en esta vida, somos todos bastante cruzavías”.
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