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Detrás de las paredes
Claudia Tula. Esta catamarqueña pone su arte en murales que hablan de las penas y alegrías de su gente y su época.
El timbre del teléfono interrumpe la conversación. De un instante a otro estamos cargando latas de pintura y pinceles en un auto. Viajamos a la velocidad de la primicia. Nos internamos en el conurbano de Catamarca capital. Hay calles sin asfaltar y casas a medio construir, bajo un sol de 40 grados que raja literalmente la tierra.
Durante el camino, el coche detuvo su marcha dos veces para que Claudia nos muestre sus obras a la pasada. Primero, un Gauchito Gil gigante, ostentando su rojo y azul en 7 metros de alto por 3 de ancho. “Me lo pidieron los pibes del barrio –me comenta–. ¡Ahhh! Mirá: le están construyendo un santuario al lado”. Altas ranchadas se mandarán ahí, me digo a mí mismo. Sigue la marcha y, a poco de andar, nos señala 4 angelitos sobre la pared de una casa: es fácil darse cuenta a qué aluden. Como a tantos barrios pobres, la impunidad les arrebata pibes.
A Claudia la conocí en Santiago del Estero, en un encuentro de asambleas organizado por el movimiento campesino local. Estaba pintando un mural que citaba al subcomandante: “Uno no vende la tierra por la cual camina su pueblo”.
Quedamos en contacto, y aunque sin ella, me la seguí encontrando. Sus murales fueron apareciendo como su voz, como un grito o como un medio de comunicación. En Andalgalá tiene varias obras que recuerdan la rebelión antiminera. Una de las paredes dice: “De a poco vamos hablando, porque de a muchos nos fueron callando”.
Esta vez, nos había recibido en su casa, de mañana, con mates y mermelada casera. Al mediodía ya estábamos preparando la pared para denunciar. En el barrio de los pibes sin calma, la patrulla nos pasa por detrás. El mural va tomando color. Al rato, los gorrudos pasan de nuevo. Tomo fotografías y confieso estar nervioso, pero Claudia y los ayudantes no se inmutan. Pintan rápido, pero sin titubeos, como si esa molesta vigilancia fuera costumbre.
Hacer carrera
La carrera de muralismo de La Plata la habían cerrado desde la época de la dictadura, así que tuve que hacerla por mis propios medios. Me iba a encuentros de muralismo por todo el país, a dedo, en especial a San Luis. Fue a través de ese arte que empecé a conocer las luchas sociales, y me di cuenta de que era un recurso muy potente para apoyarlas y difundirlas. Mi maestro, Ricardo Carpani, decía que el artista no tiene obra válida si no tiene compromiso social. Y creo en eso. Me parece que tenemos que evolucionar y sumergirnos más en la gente, porque somos canalizadores del dolor y la alegría de nuestra gente y nuestro tiempo. Si tenemos la oportunidad de mostrar lo que sucede, debemos hacerlo. Un artista puede elegir: encerrarse a pintar o salir al mundo. Me parece que lo más acertado es salir y ver qué pasa a nuestro alrededor y para eso hay que caminar un poco, contactarse con la gente, involucrarse hasta lo más profundo”.
Claudia toma un mate y cierra su reflexiónmirando un horizonte imaginario: “Tiene que ser asi”.
Los colores del terror
“A mi hija la quisieron raptar acá a dos cuadras, la quisieron subir en un auto, la arrastraron. Se salvo de pedo. Y vos no sabés por dónde viene eso. Por eso, más cuidado tengo que tener. En esos días justo habían sido golpeados unos pibes del barrio y participábamos de las marchas, había acompañado a las madres a hacer las denuncias también. Por eso acá en la ciudad tengo tan poca obra: por las persecuciones que me hacen. Eso es lo que más miedo me da: tener que llegar a pintar en la clandestinidad. Tener que acostumbrarme a pintar con la policía atrás, o con gente que pase y filme. Me imagino que en la dictadura habrá tenido que ser así, tendrían que salir a pintar así”.
Notemos el detalle: aun contándonos su persecución, nunca menciona la posibilidad de dejar de muralear.
La teoría es carne y esa misma tarde la policía pasa intimidándonos unas tres veces. Los y las ayudantes vamos tomándonos descansos bajo la sombra de un árbol. Claudia sigue pintando al calor del mediodía, hora en que se duerme la siesta.
El mural se definió. Hay un policía cruzado en azules y naranjas, apuntando a quien mira, y una frase que anuncia: “A cuatro años de la desaparición de Luciano Arruga, basta de abuso policial”. Cita los nombres de los pibes asesinados por la policía: “Nelson Molas, Nelson Fernández, Franco Nieva, Franco Sosa, Diego Pachao”. Y remata en versión norteña: “Ni un chango menos”.
Buscando teoría para el arte por el cambio social, Claudia nos deja pistas, en la práctica y en la acción, con su compromiso impregnado en las paredes. También cuando mira el horizonte y nos dice: “Tiene que ser así”.
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Ciudad Macri
Gobierno porteño bajo la lupa. Licitaciones privadas, obras para la foto. Irregularidades sin sanción. El “top six” de empresas favoritas. Tejes y manejes del subte y el metrobús. Datos sobre la gestión del espacio y las obras que se realizan en la ciudad de Buenos Aires.
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Mucho y nada
El espacio donde hoy funciona el predio conocido como Costa Salguero dejó de ser público en 1991, durante la presidencia de Carlos Menem, cedido por ley nacional al Gobierno de la Ciudad por un plazo de 30 años. Sin perder tiempo, el 1° de mayo de aquel año la empresa Telemetrix SA obtuvo la concesión.
Se calcula que actualmente paga 100 mil pesos de canon y recauda un millón mensual entre las 23 subconcesiones que ocupan las 17 hectáreas.
Telemetrix SA fue fundada por Luis Alberto Gutiérrez y Federico León Bensadon, quienes también son titulares de la empresa constructora EMACO SA. Son contratistas del gobierno porteño, además, en la remodelación de la fachada de la Estación Retiro y en un plan habitacional en villa La Cava, entre otras 9 obras.
Otro dato: en Costa Salguero celebró Mauricio Macri su casamiento con Juliana Awada y en sus salones se festejó también el triunfo del PRO, en la segunda vuelta de las elecciones porteñas, en julio de 2009.
La historia del edificio del ex Padelai (San Juan y Balcarce, barrio de San Telmo) es un caso emblemático de cómo se generan las políticas de exclusión en la Ciudad de Buenos Aires. En 2003, 60 familias fueron desalojadas a palazos y gases por el gobierno de Aníbal Ibarra. Seis años más tarde, Macri cedió el predio gratuitamente y por 30 años al Centro Cultural de España en Buenos con una única condición: que presentara plazos para realizar las obras y la línea de la programación cultural. A principios del 2012 el CCEBA se sinceró: no podrían construir y sostener el centro. “Con los ocupas no podemos”, ampliaba un comunicado emitido desde la embajada española. Se referían así a las 42 familias que ingresaron para reclamar sus derechos. Son integrantes de la Cooperativa de San Telmo, titular de las escrituras y el certificado de dominio del predio. Allí planean mantener una serie de cuartos donde puedan vivir las familias, a la vez que proyectan en la planta baja la edificación de una galería cultural a cargo de organizaciones sociales y artistas independientes y hasta un centro médico.
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En el banquillo
Cuatro profesionales del Hospital Garrahan irán a juicio por defender sus derechos. Es la consecuencia de aquel conflicto de 2005 que logró la atención mediática sobre la gestión de la salud pública y que, por primera vez en 14 años, se otorgara un aumento salarial para sus trabajadores. Cómo está hoy la salud del mejor centro infantil del país. Lo que está en juego. Lo que se ganó y todavía no se perdió.
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