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Recuerdo

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Crónica del Más Acá

La luminosa Buenos Aires no tiene por qué enterarse, pero a estos pagos del conurbano sur raramente llegan los Grandes: ignoro las causas. Gente hay (somos muchos), lugar hay (estamos menos apretados que en la Santa María de los Buenos Aires), plata hay, horriblemente repartida: igual que en la ciudad-puerto más célebre. No sé, tal vez como somos africanos no quieran arrimarse.
Tal vez suponen que somos una manga de asesinos y caníbales.
Tenemos algunos, a qué negarlo.
Así las cosas, en los últimos tiempos, casi arrastrando los pies, algunas vacas sagradas han venido por estas lejanas tierras a desmentir lo que dije antes: una versión pre-mortem más desafinada que nunca de Sabina (que es mucho decir), una versión afinada e invernal de José Carreras (a la coqueta Adrogué, por supuesto) y “ahora” Serrat…
Banfield es, cuenta la leyenda, un barrio de chalets de tejas rojas, de vecinos tranquilos que toman mate en la vereda y niños que juegan en las esquinas.
Banfield es, en el relato banfileño, la Tierra Prometida en el medio de la herejía.
Enclavado en el medio, como un quiste oscuro y deforme, está el estadio del Club Atlético Banfield, un sarcófago abúlico, invasivo, que una vez cada tanto se llena de vida para luego volver a dormir un sueño oscuro y húmedo.
Si no fui claro: un mamotreto horroroso.
Allí se presenta esta noche Serrat en un recital gratuito organizado por la piadosa municipalidad, sensible y abierta a la hora de convocar artistas “de gran renombre”, algo más áspera y voraz a la hora de recaudar: con lo que pago de impuestos, recital de Joss Stone conmigo a upa.
Mucha gente, muy ordenada y ansiosa, entrando en oleadas. Para sorpresa de mi prejuiciosa mirada, un buen número de gente joven (digamos sub 35), incluso algún adolescente mirando entusiasta su celular. El aluvión geriátrico está matizado, los policías son inusualmente amables, la organización es casi buena, la noche está templada y estrellada, el estadio está lleno. Falta que Dios sea argentino para alcanzar la perfección.
Pero no.
Fui al campo.
El campo.
Uno está parado a unos diez kilómetros del escenario y tiene justo en el medio un bruto armatoste de caños para la iluminación, la filmación y los colados.
O sea, estoy en el campo mirando todo el tiempo una pantalla.
Me dicen que el que está en el escenario es el Nano. Podría haber sido mi tío Carlitos que no me enteraba.
En el medio de un estadio, con 40 mil personas mirando una pantalla porque el escenario está muy, pero muy lejos, me pregunto: ¿de qué se trata esto?
Dos líneas para el Nano: muchos problemas cuando la voz va abajo, oficio, sobriedad; Ricardo Miralles que desde el piano sostiene todo –desde hace mil años–, una banda de puta madre, temas muy antiguos (¡Tu nombre me sabe a hierba!) y temas nuevos. La verdad, entero y digno. Además, el tipo sigue creando, aunque vive de lo que hizo hace muchos años. Es su derecho.
Regreso a las preguntas, quizá porque mirar tanto la pantalla desafía mi frágil capacidad de concentración. ¿Por qué muchos artistas eligen estadios? ¿Es sólo por plata? ¿Qué siente un cantante cuando lo aclaman 40 mil personas? ¿Cómo evita no creerse Dios? ¿O no lo evita? Y después, cuando el silencio, cuando la humanidad se le viene encima… me pregunto si habrá Dios al mirar el techo. ¿Será por pensar en momentos así cosas como estas que mi maestra me decía papamoscas?
En el Estadio y a mi alrededor hay emoción.
Mejor dicho, hay ganas de emocionarse. ¿Cuántas mujeres se llaman Lucía por la canción del catalán? Me pregunto si fueron alegremente fabricadas al son de su canción. No es mi caso: soy papá de un varón y la verdad es que yo, en esas circunstancias, no escucho nada: me da lo mismo la Marsellesa que Popotitos. En la previa no escucho porque estoy atento a lo que voy a hacer, en el durante no escucho porque estoy ocupado en lo que estoy haciendo y después tampoco escucho porque más de una vez tengo que pensar en lo que hice
Los africanos que me rodean parecen concentrados en otra cosa. Buscan la emoción en los ecos de cada canción asociada a un temblor, a una sonrisa, a un desperezo, a una decepción.
Se busca y se busca. Se busca donde no se debe buscar.
¿A quién le importa?
El Nano amable, cortés, simpático, muy profesional, casi burocrático, hace lo suyo y la gente pone el resto, lo que hace falta para justificar el reencuentro.
Entre los dos lograron, finalmente, que galope la memoria emotiva, y por supuesto que alguna lágrima largué mientras miraba una estúpida pantalla en un estúpido campo de juego donde no veía nada.
La vida empuja siempre. ¿No?
“Es de noche y ya se van nuestras miserias a dormir…”
Chau Nano.
No es culpa tuya, para nada.
Perdoná.
Es que justo acá se me ocurre preguntarme si un recuerdo es algo que se tiene o algo que, definitivamente, se perdió.

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Paren de fumigar

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Este es un breve resumen de los informes que en diferentes localidades elaboraron médicos y científicos. Tienen en común la seriedad de las fuentes y la coincidencia de los resultados. Señalan que existe una relación entre el aumento de casos de cáncer, malformaciones congénitas y leucemia en las zonas de mayor fumigación con agrotóxicos. Por el momento son los únicos que trascendieron y con mucha dificultad para su difusión, sobre un tema que preocupa y moviliza a los vecinos de las zonas afectadas, principales motores de campañas y denuncias judiciales que lograron hasta ahora resultados parciales y provisorios. El debate de fondo es el modelo agroindustrial que afecta hoy a todo el campo argentino.
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La peste

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Paren de fumigar. Un caso raro, una sospecha, un diagnóstico: médicos, pediatras y científicos de distintas provincias inundadas por el monocultivo y el glifosato fueron, casi siempre en soledad, el amplificador de una realidad silenciada al detectar que el crecimiento exponencial de malformaciones de bebés, cáncer y abortos a repetición, no es una plaga sobrenatural sino el efecto de un tipo de modelo productivo. En Chaco un informe impulsado por una pediatra oficialista (pero no obsecuente) determinó un 300% de aumento de casos de cáncer y 400% de malformaciones en zonas altamente fumigadas. Algunas de las voces que no se resignan a estas epidemias.
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Un sistema enfermo

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La salud en la Argentina. “Cómo uno vive, se enferma y se muere” abrevia Gonzalo Basile, presidente de Médicos del Mundo, para referirse a lo que está en juego cuando se habla del sistema de salud que rige en nuestro país y los intereses que lo amenazan hoy.
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LA NUEVA MU. Tomar el futuro

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