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La pareja que faltaba

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Victoria Donda y Pablo Marchetti. Ella fue reelecta diputada nacional con una campaña provocativa. Él soporta la fama que le otorgan sus dos apariciones semanales en tevé, aunque su prestigio lo cosecha como integrante del equipo de la revista Barcelona y del Conjunto Falopa. Los dos comparten la batalla por la despenalización del consumo de marihuana, pero se conocieron en una charla sobre el gatillo fácil, un tema menos popular entre la prensa farandulera que ahora los persigue con sus etiquetas: panelista K y dipusex. Aquí revelamos el lado oculto de esta historia.

La pareja que faltabaTe agarré. Vos querés que te cuente cómo el pelado de la tele se levantó a la dipusex. Y sí: te prometo que te doy todos los detalles y te describo todos los besos con saliva que se dan en la puerta de un congreso de periodistas autogestionados, repleto de papafritas que no se detienen ante el escote infartante de la legisladora que renovó su banca al grito de “vamos a portarnos mal” y que perfora el piso con sus tacos, agarradita de la mano del pelado con alpargatas, mientras los comprometo ahí mismo a darnos esta nota después de que sea reelecta y salgan en Libre con letras de vómito. Como suceden las dos cosas, acá estamos. El problema es dónde.
Teneme paciencia, porque para darte una idea de a dónde fui a parar voy a llevarte a dar unas vueltas por el infierno y sus prósperas sucursales argentinas. El paraíso tiene su precio y en este país es muy caro, así que no voy a mentirte: con suerte, el final de esta nota te deja en el purgatorio, lugar apropiado para pensar lo que resume esta historia que no es sólo de ellos, te advierto.
Sucursal Comodoro Py
No hace falta hacer memoria porque la noticia es que hoy condenan a 18 genocidas. Eso significa que estamos en la puerta de los tribunales de Comodoro Py, con la parejita en cuestión en un escenario que los protege como el Off del acoso de los de flashes que los persiguió durante semanas. La exclusiva por orsai, pienso, con patética lógica Rial.
Ella tiene una campera corta de cuero, los jeans de calce profundo, los tacos aguja y los ojos húmedos. Él, la remera arrugada y esa cara que hoy parece de cristal y no hace juego con su cuerpo macizo.
Ese día pude gritar una docena de veces “hijo de puta” para reafirmar cada condena a prisión perpetua que, en la pantalla gigante que había montado la agrupación HIJOS, era ilustrada con la cara del correspondiente ídem. Uno de ellos era el tío de ella. Adolfo Miguel Donda, acusado, entre otros asquerosos delitos, de secuestrar, torturar y hacer desaparecer a su hermano y su cuñada embarazada, robar y criar como propia a su sobrina y facilitar la apropiación de la niña nacida en cautiverio. Sí: ella.
Ese día mi personalísimo momento de justicia que necesité celebrar a los gritos me privó de ver la reacción de la pareja ante otra condena: la que obliga a cumplir 18 años de prisión a Juan Antonio Azic, el prefecto torturador que crió como propia a esa niña nacida en la Esma. Sí: ella.
Cuatro días después, cuando nos encontramos en la plaza de Avellaneda y ya es domingo y la noticia del día es una verdura vieja, me sorprenden con las mismas caras. Tendrán que pasar varias horas y una larga caminata por las orillas de otro infierno para saber por qué: venían de visitar a Azic, en la clínica psiquiátrica en la que está recluido desde que se pegó un tiro el mismo día en el que a ella se le disparó su historia.
GPS argentino: Azic está acusado de muchos otros delitos que cometió en las tinieblas de la Esma, pero el que yo recuerdo ahora, el que no puedo dejar de recordar mientras ella llora, tiene un nombre difícil: Rodolfo Lordkipanidse, el bebé de 20 días que Azic colocó arriba del cuerpo atado de su padre, Carlos, mientras le aplicaba picana. “Vos podés pensar de mí lo que quieras, pero yo a mi apropiador lo sigo queriendo”, me dice ella con una culpa que brilla en sus ojos como una cadena. Le respondo con la verdad, que es el mejor consuelo que puedo ofrecerle. Y aun así esa verdad me resuena pomposa, estúpida, insuficiente.
Ser o no ser
Sentados en el piso del living de la casa de ella –una terraza con habitaciones, que aun de trasnoche se presiente luminosa, quizá por esas paredes naranja, decoradas con fotos de Evita y El Che– me contará detalles de aquel tiro. Cada uno es en sí mismo un abismo y si los resumo es sólo para evitarte el vértigo que representa escucharlos conteniendo hasta la respiración.
Hubo un día, dice ella, en el que ya era militante de Barrios de Pie y acababa de hablar en un acto en el cual la habían presentado por el que todos y ella misma creían su nombre: Analía Azic. Fue entonces cuando un hombre, que luego se identificó como un viejo militante del PC, se acercó para confirmarlo. “¿Sos Azic, como Juan?” Ese hombre llamó luego a su responsable político para advertirle: “O la chica es un servicio o es hija de desaparecidos”. El viejo militante del PC trabajaba vendiendo seguros y le había asegurado el auto al prefecto que descubrió asesino cuando reconoció el nombre y cruzó datos con las denuncias de los organismos de derechos humanos. Los responsables políticos de la entonces Analía decidieron dos cosas: ir a Abuelas y no decirle nada. “Y se los agradezco”, dirá ella ahora. Así comenzó el trabajo de Verónica Castelli, la integrante de HIJOS que fundó la Comisión Hermanos destinada a investigar el destino de los bebés robados por la dictadura, la misma que el día de la sentencia en Comodoro Py está a su lado, abrazándola.
Todavía eran los días de impunidad consagrada por ley, que comenzó a resquebrajarse cuando un grupo de sobrevivientes decidió buscar justicia en otro lado. Así, el juez español Baltazar Garzón entró en escena y llegó, finalmente, el pedido de captura de 45 genocidas. Entre ellos, el de Azic. Fue el 26 de julio de 2003 cuando ella entró a su casa y su presunto papá la despidió con un extraño pedido: “Me voy. En dos horas llamá a este número”. Cuando llamó, le avisaron que se había pegado un tiro frente al santuario de la Virgen Stella Maris emplazado en el jardín que rodea a la clínica que tiene Prefectura en el puerto de Buenos Aires. Años antes, Esther, la mujer de Azic, a quien ella creía su madre, había dejado en ese mismo santuario una trenza que cortó de su larga cabellera rubia. “Era una mujer muy religiosa y muy enferma. Hizo esa promesa cuando estuvo al borde de la muerte por una pancreatitis”, recuerda ella.
Aquel día que le cambió la vida, cuando preguntó qué había pasado la respuesta fue demasiado larga y difícil.
Así descubrió su origen.
A orillas de la cama de la terapia intensiva le rogó a su apropiador un nombre. “No sé”, escribió Azic en un papel. Tenía el paladar perforado por el fallido tiro que lo dejó mudo. Le dio, al menos, una pista: Palomar.
Le llevó varios meses decidir hacerse el ADN (“Decidir, en realidad, que quienes creía mis padres fueran presos por eso”) hasta que pudo enfrentarse a las fotos de las dos únicas mujeres embarazadas y secuestradas en la zona oeste. Una tenía sus ojos. Esa mirada la animó a transitar lo que faltaba para saber la verdad.
Del borbotón de escenas que comparte sin orden cronológico, con el ilógico hilván de una conversación en la que él se convierte en un testigo descalzo y atento, me quedo con una pieza de ese rompe-cabezas que ella representa. “Azic no fue mi primera opción”, me dice en medio de ese embrollo de emociones que mezcla lágrimas, mocos e ironías. “Como mi hermana era rubia, creyeron que yo también. Entonces, me destinaron a una familia aeronáutica, que dentro de la casta militar representa el ala más aristocrática. Me devolvieron a las tres semanas porque no paraba de llorar. Dijeron que no me adaptaba a sus ritmos de vida”. Imagino entonces que esa fue su primera batalla ganada. Su primera Victoria.
Música, velas y cianuro
Ahora estamos en el Tasso. En el escenario hay Falopa y en las mesas, velitas que laten con alma de canela. El pelado de la tele se convierte ahí en el cantante de un grupo que cabalga géneros clásicos al ritmo de unas letras que describen todo aquello que parece imposible decirse con palabras. Hay risas porque hay en ellas sarcasmo, pero hay aplausos porque el conjunto los arranca con la calidad de sus guitarras y poesía. Pero hay algo más.
Entre canción y canción, él recita sus Odas al poder, megáfono en mano. Al Papa, a la Coca Cola, al Banco Central, a la embajada de Estados Unidos y a su pija. “La escribí cuando María Galindo, una feminista boliviana, me hizo notar que a estas odas dirigidas al poder les faltaba algo importante”, dirá a manera de presentación.
Desde el escenario del Tasso él gritará “Con la fuerza de ella”, aferrándose a la imagen estampada en su remera negra. Es un retrato de Marta Holgado, la falsa hija de Perón, que un fan le hizo especialmente y le dejó en Radio Nacional, donde conduce junto a sus cómplices de la revista Barcelona un programa diario. También murmurará que, pese a lo escuchado en estos días de euforia electoral, no es verdad que la Presidenta sea morocha. Propone cantar entonces la verdad: “Avanti, caoba”. Anunciará además que es inminente la llegada de los “wachi trotskos” y cerrará el show con una cumbia feminista y pegadiza titulada Matelasé, que nos obliga a imaginar a Santo Biasatti, Norma Aleandro, Jorge Luis Borges, Alan Faena, el Che Guevara y Jorge Bergoglio en jogging. Ella sigue el ritmo desde su mesa, con una sonrisa que ilumina más que la velita con perfume a canela.
Al día siguiente estamos ya en el estudio fotográfico cuando él llega con la guitarra, dispuesto a cantar lo que no cantó en el Tasso porque no pudo ensayar el tema con el grupo. Se titula Chica del GBA y él lo entona mientras ella se maquilla. Suena alegre y dice así:
 
Baila con tacos, te pisa
te llena de risa y te hace volar.
Jeans ajustados, escote
ligás de rebote deseo y azar.
 
Tras los besos, que nunca son menos de seis, la conversación nos lleva a otro tema compuesto por él, Compañera, un vals que transita los 70, Perón, luche y vuelve, los imberbes y el sueño del Sheraton Hotel convertido en hospital de niños. Ella le reprocha la frase final:
-Me parece egoísta que le pida que no tome la pastilla de cianuro.
-El amor es así: egoísta-, dirá él.
-No sé: yo hubiese preferido que mis padres la tomen.
-No hubieses nacido-, le recuerdo.
-Pero al menos se hubiesen ahorrado meses de tortura. Mi papá tenía una pastilla encima y cuando lo agarraron, la tiró al piso. Después lo llevaron a carearse con mi mamá, a la que ya habían secuestrado.
-¿No la tomó porque la quería ver?
-Quién sabe. Tal vez… La pisó varias veces, así…
Ella golpea el piso con sus sandalias rojas de tacos altos.
Él señala el suelo con un gesto de confirmación.
¿El amor es así? ¿Cómo esa sandalia roja que encuentra en el piso una explicación?
El dirá que detesta que lo llamen artista tanto como que lo etiqueten “panelista K”. Que se abrió esa puerta, es cierto, a partir de aquella nota que escribió a pedido de lavaca sobre la ceremonia popular que despidió a Néstor Kichner, pero que en realidad su mayor proximidad con el gobierno fue cuando lo vio más débil, en tiempos de enfrentamiento con la casta criolla de los agronegocios. Por entonces escribió también otra cosa: una canción titulada Mal menor, con la que define no sólo su elección política, sino la de toda una generación que jugó al Prode electoral con varios sapos que nunca se convirtieron en príncipes, sino en lo contrario.
Él dirá que aquel adolescente que en el Colegio Nacional Buenos Aires se asumió peronista (ubiquémonos: fin del radicalismo, al palo la teoría de los dos demonios, en plena cuna de la izquierda trotska) recién volvió a salir de clóset hace dos años cuando se atrevió a escribir en MU una nota en la que revisitaba la doctrina justicialista según su propia música y letra: anarco-peronismo, la llamó. Y desde entonces, desde ahí, se sintió cómodo, quizá porque así logró ponerle jogging al General. Su jogging.
También dirá que se siente en falta porque no está escribiendo demasiado. Apenas hace una revista semanal, un programa radial diario, un recital por semana, dos apariciones por tevé en el oficialista Duro de domar y en un papel que no lo incomoda, además de preparar otro programa que saldrá por la pantalla de Canal 7, con producción de la misma empresa que sostiene a Diego Capusotto y Pedro Saborido. Salvo por su rol de sentarse en la banqueta con traje, el resto no representa para él un trabajo. Es su forma de ganarse la vida, la misma que desde hace 10 años inventa junto a sus socios y amigos de Barcelona. Allí es donde libra su batalla cotidiana.
Su falta, sin embargo, la siente en otra trinchera que representa esa carpeta de tapas negras y hojas blancas que lleva a todos lados. La abro y hay letras que fueron canciones y otras que algún día serán poemas, escritas a mano y en los márgenes de papeles que fueron impresos para registrar otras cosas y que quedaron así convertidos en testimonio de inspiración: no hay tachaduras porque no hay dudas. La palabra le surge a borbotones y por las glándulas: las suda, las llora, las amamanta a libre demanda. Después vendrá la corrección, que reprime y comprime. Ahí es donde queda claro lo que busca y anhela. Su propia utopía. Qué Pablo es el líder teórico y (sin)táctico de este Pablo.
Sucursal Dock Sur
Villa Inflamable es una tierra inventada por los vecinos del Dock Sur. Existe porque la basura le robó al Riachuelo una porción de su a-nadie-le-importa y creció porque la necesidad es más fuerte que la corriente. Ese barrio que se construyó sobre un río tiene su destino anclado al agua. Cuando llueve, se inunda. El resto del tiempo, de todos los días de ese tiempo, no tiene agua. Un dictamen de la Corte Suprema obligó al Estado a entregar bidones que nadie usa porque el contenido es intragable. No hay cloacas y pocas casas tienen algo que pueda llamarse baño. Tampoco pueden construirlo: los vecinos tienen prohibido ingresar materiales. Vigilados por la Gendarmería, se supone que esperan ser trasladados a un lugar donde la contaminación que generan las empresas petroleras y químicas que los rodean no les enferme la vida, tal como pasa hasta ahora. Pero toda regla tiene una excepción: a unas cuadras de la villa, el intendente de Avellaneda inauguró una plaza dos días antes de la elecciones. Tres hamacas, un tobogán, seis arbolitos esqueléticos y un gran cartel que declara: “Gracias señor intendente por cumplir sus promesas”, colgado por los empleados que construyeron la plaza.
Por ahí pasamos con Victoria y Pablo, camino al comedor Arco Iris, donde nos espera Norma junto a las mujeres que todos los mediodías reparten 246 raciones entre los vecinos de ese sector del Dock. Hasta allí hay que llegar para conocer de dónde salió ella (su apropiador tenía allí una verdulería y una calesita y ella pasaba ahí todos sus fines de semana), pero también de dónde salen las consignas de la diputada Donda, las mismas que Norma enuncia como un programa de acción ineludible: aborto (“Acá hay muchas mujeres que mueren por no tener una atención médica adecuada y por eso para nosotras esto es una prioridad”), despenalización del consumo de marihuana (“Todos los días tenemos que salir corriendo porque se llevan a los chicos por fumarse un porrito. Es la forma de tenerlos agarrados”), reparto equitativo de los recursos públicos (“Los pedimos por las buenas, pero sino, los tomamos: varias veces hemos tenido que tomar la municipalidad para reclamar lo que es nuestro”), entre otras urgencias que están así de claras porque están a la vista.
Está claro, también, que estamos en una sede del Movimiento Barrios de Pie, brazo social y territorial del partido Libres del Sur, en el que Victoria se cobijó desde que salió de la escuela secundaria y hasta hoy, con fe ciega. “Soy una chica orgánica”, dirá después, cuando ya en su casa cuente cómo llegó a ser diputada, luego de trabajar como secretaria de la ministra de Acción Social de la Nación, Alicia K., en tiempos en los que su partido formó parte del oficialismo y de ese Ministerio. Cuenta que la convocó para ese cargo Oscar Parrili, quizá sin sospechar el significado que tenía para ella su partido: es su familia elegida. “Entré siendo una inexperta, ignorante y torpe legisladora”, resume. Fue, sin embargo, capaz de quedarse con la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos, lo cual habla no sólo de su habilidad sino también de la poca cintura de sus colegas. Desde allí impulsó leyes que la enorgullecen y otras que no la conforman porque quedaron desfiguradas en los tironeos partidarios.
No vengo a discutir con ella de política porque el universo “diputado” es algo que me aburre. Me interesa más cuando me habla de su gen militante del Dock, que la define mejor que cualquier línea partidaria. Me interesa más cuando debate con Pablo sobre el oficialismo, sobre el rol de los partidos, sobre la realidad social, sobre… y los dos coinciden y los dos disienten y la política se convierte así en intercambio de ideas, de miradas, de voluntades.
Ella cuenta que su responsable político le dijo que no hay nada más sectario que no reconocer las propias ideas en otro lugar que no sea el propio partido. Que ella entendió así y por primera vez, que podía estar en pareja con alguien que no comparta su espacio de militancia, pero sí su batalla. Que se fijó en Pablo cuando lo vio en un panel en la Facultad de Derecho organizado para hablar del gatillo fácil. Que la sorprendió su forma de hablar de lo mismo de otra manera, más directa, más sensible, menos de aparato. Que lo convocó para que aportara ideas a su campaña. Que no le daba ni cinco de bola y eso le gustó más. Y que se enamoró cuando lo escuchó contar que con la plata que gana en la tele financia el tercer disco de Falopa, el próximo libro de la editorial Antilibros, sus sueños. “Yo hago lo mismo”, dice y explica que la mitad de sus ingresos (12 mil pesos) lo destina a los comedores del Dock.
Así encontró lo que buscaba: al tipo interesado en jugar, en abrir el juego.
Billetera mata galán es el eslogan de los prostíbulos a cielo abierto.
En el infierno de los vivos, lo que gana por goleada es su utopía: la alegría.
Él dirá, con los brazos abiertos al cielo: “Yo no sé a qué Dios agradecerle este encuentro porque todos me parecen menores a lo que siento”.
Ella dirá: “Me gusta más elegir a que me elijan”.
Y en esas palabras, que representan un pequeño-gran espacio de libertad, encuentro la clave que resume el viaje desde Comodoro Py hasta acá, hasta este punto donde nos quedamos sin espacio para juicios ni prejuicios porque el infierno deja de ser infierno y se convierte, al fin, en otra cosa. Si no está claro en qué, incluso si nos gusta o nos decepciona el resultado, es algo que excede el propósito de esta nota. Ya lo confesó el Gran Dante frente al umbral de su poético purgatorio:
 
Conoces ahora nuestros actos
y de qué fuimos reos:
si quizá por nombre
quieres saber quiénes somos
no hay tiempo de decirlo.
Y no sabría hacerlo.

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Paren de fumigar

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Este es un breve resumen de los informes que en diferentes localidades elaboraron médicos y científicos. Tienen en común la seriedad de las fuentes y la coincidencia de los resultados. Señalan que existe una relación entre el aumento de casos de cáncer, malformaciones congénitas y leucemia en las zonas de mayor fumigación con agrotóxicos. Por el momento son los únicos que trascendieron y con mucha dificultad para su difusión, sobre un tema que preocupa y moviliza a los vecinos de las zonas afectadas, principales motores de campañas y denuncias judiciales que lograron hasta ahora resultados parciales y provisorios. El debate de fondo es el modelo agroindustrial que afecta hoy a todo el campo argentino.
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La peste

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Paren de fumigar. Un caso raro, una sospecha, un diagnóstico: médicos, pediatras y científicos de distintas provincias inundadas por el monocultivo y el glifosato fueron, casi siempre en soledad, el amplificador de una realidad silenciada al detectar que el crecimiento exponencial de malformaciones de bebés, cáncer y abortos a repetición, no es una plaga sobrenatural sino el efecto de un tipo de modelo productivo. En Chaco un informe impulsado por una pediatra oficialista (pero no obsecuente) determinó un 300% de aumento de casos de cáncer y 400% de malformaciones en zonas altamente fumigadas. Algunas de las voces que no se resignan a estas epidemias.
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