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Vecinos y cooperativas lograron recuperar un viejo mercado de Palermo para convertirlo en una feria de economía solidaria administrada por 11 cooperativas.
Frutas y verduras agroecológicas, artesanías regionales, milanesas de arroz yamaní, frutas secas, yerba, miel, dulces hechos con azúcar integral, productos de limpieza, ropa de lana, remeras, bufandas. El espíritu del mercado Bonpland es el ejercicio de la economía solidaria, la oferta de productos sin mano de obra esclava, que respeta condiciones ambientales y ecológicamente sustentables. Comenzaron abriendo los sábados, luego sumaron el viernes y hace poco menos de dos meses, también los martes.
Su historia comienza en diciembre de 2007, antes de que finalizara el gobierno de Jorge Telerman, cuando un conjunto de once cooperativas decidieron asociarse y pidieron firmar un convenio de comodato con el Gobierno de la Ciudad. Consiguieron la posibilidad de usufructuar el espacio durante cinco años y que no les cobraran alquiler, porque las instalaciones en ese momento no eran óptimas: había estado cerrado durante diez años, en sintonía con el crecimiento de los grandes supermercados y el descuido oficial sobre lugares que privilegien otras cuestiones que no sean el apoyo a los grandes capitales. Un paisaje de autos abandonados y haberse convertido en el hogar ideal para bandadas de palomas, le daban un aspecto poco atractivo para la venta de alimentos. Otros requisitos que imponen las reglas municipales tampoco aparecían en escena: pintura ignífuga, zócalos especiales, destape de cañerías, eran aspectos que no habían sido tenidos en cuenta en su construcción. Para aspirar a la habilitación municipal había que hacer mucho trabajo. Y lo hicieron. “De a poco lo fuimos dejándo en condiciones. Sabíamos que tarde o temprano íbamos a tener un espacio que no fuera marginal para un emprendimiento de economía social. Este mercado representa el primer espacio público donde un colectivo de organizaciones lo gerencia”, cuenta Juan Silva, miembro de ICECOR, una de las cooperativas que administran el mercado. Con ayuda económica italiana pudieron comprar el mobiliario y darle una apariencia renovada, acorde con lo que se proponen demostrar.
Trabajan de manera colectiva, mediante una mesa de coordinación integrada con un representante de cada cooperativa, que se reúne una vez por semana para evaluar el funcionamiento del mercado. Cada organización tiene un espacio designado para comercializar sus productos, toman decisiones conjuntas y todos aportan para afrontar los gastos fijos. No cuentan con ayuda financiera porque por sus características no encuadran en los sistemas de subsidios tradicionales, según el criterio de los funcionarios porteños.
El justo equilibrio
Los principios y objetivos de la economía social que adopta el Mercado Bonpland son claros y cumplidos en la práctica por sus integrantes. Pero, ¿cómo es el camino para llegar a la intención del consumidor? “Apelamos a un consumo responsable, a que las personas decidan con su poder de compra a quiénes van a favorecer. Para nosotros es un hecho político, ya que se puede beneficiar a organizaciones que generan puestos de trabajo, que favorecen la radicación de la población rural, que distribuyen equitativamente la comercialización. Históricamente, los pequeños productores tienen escasa capacidad de defensa para resistir pérdidas y terminan aceptando el chantaje por no tener opción. Buscamos un consumidor informado, preocupado por comer sano. Queremos que los productores reciban un precio justo por sus productos, que los haga más sustentables, generar puestos de trabajo, que no sea causal de migración el empobrecimiento por relaciones comerciales injustas; este tipo de modelo es rentable para todos”, aclara Juan Silva.
Para difundir las bondades del mercado, organizan charlas sobre consumo responsable, encuentros con los vecinos, jornadas de cocina. En una de ellas participó el cocinero Martiniano Molina preparando una paella de quinua con papas andinas. Visitan las escuelas del barrio, reparten volantes, comentan las experiencias de comercialización.
Once cooperativas despliegan allí su capacidad laboral. Entre ellas, están la yerbatera misionera Agrícola Río Paraná; La Alameda, que fabrica ropa y cerámica; la Asociación de Productores Familiares de Florencio Varela, de producción hortícola con fertilizantes orgánicos; FE.CO.AGRO, una asociación de pequeños productores rurales. Y La Asamblearia, que comercializa gran variedad de productos como aceite, azúcar, cerveza artesanal, dulces caseros, conservas y otras delicias.
Del productor a la mesa
A la hora de evaluar la eficacia del emprendimiento colectivo, el lucro es importante, pero no excluyente: también ponen el acento en la satisfacción de las necesidades de los productores, que en muchas ocasiones se ven perjudicados por las condiciones de venta tradicionales. El productor de yerba percibe hasta tres veces más en este marco, que lo que recibe de un acopiador de su zona.
Uno de los inconvenientes clásicos que enfrentan en lo cotidiano es la logística. El traslado de los productos hasta el mercado, desde distancias muchas veces muy grandes, constituye un problema debido a los fletes. El precio de venta podría reducirse si el costo de traslado estuviera mínimamente subsidiado.
Consideran imprescindible que existan más espacios como este, donde los productores puedan vender en forma directa, sin intermediarios, ya que eso encarece el precio final al consumidor. Destaca Juan: “Debemos suprimir la intermediación innecesaria, estamos trasladando el mismo precio de la granja a la mesa del consumidor, en forma directa. Nos abastecemos de productores, ninguno de nosotros compra en mayoristas, no traemos productos elaborados en forma industrial”.
Capital social
Juan es docente en la materia de Economía Social en la Universidad de Buenos Aires; sus alumnos formaron dos cooperativas de trabajo y participan con sus producciones en el Mercado Bonpland. Integra ICECOR (Instituto de Comercio Equitativo y Consumo Responsable) que está compuesto por técnicos que se dedican a la capacitación en temas de economía social. Con respecto a las buenas intenciones que guían el trabajo de cada día, afirma: “La ciencia económica dice que las cosas se construyen de una manera, y sólo de esa manera. Yo no estoy tan seguro. Lo que queremos en este mercado es demostrar que algunos de esos preceptos se pueden implementar en este espacio y que no es una economía de pobres para pobres, que no venimos a perder plata. Una empresa privada precisa créditos, se la asiste con tecnología, necesita cinco años para empezar a ganar plata; los criterios de sustentabilidad hay que tomarlos con pinzas en nuestro caso, no se nos puede medir con la misma vara. Las empresas recuperadas han demostrado que es posible. Sin hacer grandes inversiones, hay capital social y humano que se puede poner en funcionamiento en torno al trabajo y valorar las capacidades. Es un debate que hay que seguir dando, hay que seguir viendo cómo este sector vive por fuera de la economía capitalista, preocuparnos por una ley de propiedad social, que pueda tener reivindicaciones propias, discutir políticas impositivas, de subsidios, de asistencia tecnológica. Es importante lograr autonomía en las decisiones, no estar subordinados a lo que dispongan otros. Poder tener la posibilidad de decidir si trabajo bajo patrón o no. No solamente la maximización de la inversión es la que me dice si está bien o mal, estamos subordinando el capital a una racionalidad social, esto es lo que me gusta creer. No sé si lo vamos a conseguir, pero estamos en eso”.
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