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En la banquina de la patria sojera
Los banquineros del Chaco. 350 familias campesinas (unas 1.400 personas) viven al costado de tres rutas chaqueñas; 17 de ellas consiguieron acceder a su propia tierra el año pasado. Las claves para salir de esa marginación, el sentido de la identidad campesina, la escuela banquinera, y ciertos trucos para detectar dónde instalarse.
No es una nueva tribu urbana, ni un grupo de cumbia. Tampoco son hinchas de un club de fútbol. Primero, se reconocieron como familias campesinas: sin tierra y con derecho a poseerla. Vivían en las banquinas de las rutas del Chaco, alrededor de General San Martín. Se reunieron y eligieron su nombre: banquineros. Y comenzaron a moverse para dar vuelta la historia.
¿Cómo comprender esa historia? Una pista la aporta Fernando Santiago, del Instituto de Cultura Popular (incupo), una asociación civil sin fines de lucro que trabaja con comunidades rurales y aborígenes del norte. Fernando menciona números para definir matemáticamente la situación en General San Martín: “Tres personas poseen el 40 por ciento de los campos en este departamento, y no existen tierras fiscales”.
Otros números son la contracara y el efecto de los anteriores: alrededor de 350 familias, unas 1.400 personas, viven actualmente en las banquinas de las rutas provinciales 11, 3 y 7. Las une una economía hogareña basada en subsidios estatales para familias numerosas, y poseen pequeñas huertas para autoabastecerse, cultivadas a lo largo de la banquina. Los asentamientos familiares van sucediéndose al costado de la carretera. Los llaman los “larguifundios”.
Hay familias que permanecen allí desde hace 20 años, o más. Fernando reconoce que la identidad campesina es un valor vital en los banquineros, que han visto desaparecer los cultivos de algodón, y su propio trabajo en los campos. Son los testigos directos de una reconversión brutal del paisaje y del modelo de producción: en 1997 el algodón ocupaba el 70 por ciento de los cultivos de la provincia y ahora, sólo el 10. Reina la soja. Pero los banquineros no optaron por la ciudad. No les hace falta saber que desde 2001 hay 142 nuevos asentamientos en los alrededores de Resistencia, la capital provincial, para percibir que tampoco tendrán allí la oportunidad de vivir mejor.
Los invisibles
Chaco es una muestra de los límites borrosos entre empresarios y políticos ante la posibilidad de pensar un futuro distinto para la sociedad. Para ambos sectores el modelo sojero cumple la condición de regar dinero en las arcas personales y estatales –en algunas al menos–, escenario que sólo es posible concretar a costa de expulsar de los campos a los trabajadores rurales y sus familias.
incupo comenzó a participar hace cinco años de la Mesa de Tierra que se conformó con entes estatales, organizaciones no gubernamentales, pero principalmente los propios campesinos afectados por tres temas urgentes: desalojos, la falta de tierra, y de agua. Fernando cuenta que un día discutían la necesidad de realizar ciertos tendidos eléctricos, cuando un campesino observó: “Para qué discutimos esto, si ni siquiera tenemos tierra”.
Mesa de Tierra le dio prioridad al reclamo de los banquineros. Lo irónico fue que tuvieron que convencer a las autoridades de General San Martín de que no se trataba de un invento, ni mitología del lugar. “Nadie los veía –relata Fernando– las familias al costado de la ruta formaban parte del paisaje, se habían naturalizado. Se habían vuelto invisibles”.
La Mesa desarrolló un trabajo sobre los medios periodísticos provinciales, para que intentaran ver lo que tenían delante de sus narices. Luego realizó una investigación para detectar los terrenos improductivos, y una persecución tenaz a los diputados para conseguir la expropiación de los mismos en favor de las familias banquineras. La iniciativa del diputado Daniel San Cristóbal, presentada en julio de 2007 fue aprobada por la Legislatura chaqueña en mayo de 2009 por 32 votos a favor, sobre 33. Desde entonces, 17 familias abandonaron la vera de la ruta y se repartieron 460 hectáreas. Los propios banquineros hicieron el reparto según la siguiente ecuación: cantidad de hijos y de años sin poseer terrenos, sumado a la participación en las discusiones de la Mesa de Tierra.
El hecho es histórico, cree Fernando, aunque también resulta una gota en un océano donde 1.400 personas siguen en la banquina. En la Mesa creen que la ley se obtuvo por tenacidad, por movilización, pero fundamentalmente porque se logró hacer ver lo que ocurría: eso sensibilizó a los que tenían que votar. Del otro lado, los sectores sojeros y concentradores de la tierra, tal vez nunca imaginaron que se llegaría a esto. Fernando sentencia: “los madrugamos”.
25 años en la banquina
Una de las familias beneficiadas fue la de Vicenta Quiroz, que tiene 14 hijos con Victoriano Romero. “El más grande tiene 40 años, y el más chico 15” dice la señora que ceba mate con maestría mientras relata que la construcción de la nueva casa se convirtió en una ceremonia familiar. La suya es amplia, con laterales hechos con postes y uniones de adobe o barro. “De esa palma sacamos los materiales para el techo”, señala. Desmontaron una pieza en la banquina, levantaron otra acá. Así se fue construyendo la casa. “Hace muchos años estábamos en un lote. El dueño dijo que lo iba a vender y nos fuimos a la banquina. Estuvimos 25 años. Hace diez años empezamos a hacer reuniones para organizarnos. Yo no me quedaba quieta, me iba y reclamaba en todos lados un lugar donde estar. Era impresionante estar ahí en la ruta, en la banquina. Había que tener cuidado con los autos. Nos la pasábamos comiendo tierra”.
¿Nunca pensaron en ir a la ciudad?
Me ofrecieron una casita, pero no quise. Mi idea era criar animalitos, como siempre. Cuando uno no tiene platita para comprar la carne, se mata alguno, y se le da de comer a los chicos. Ellos iban a la escuela, al jardín, y todos terminaron su séptimo grado. Ahora están yendo a la secundaria acá en el campo.
¿Cómo fueron esos años en la banquina?
Nadie nos daba ni un pedazo de tierra. Éramos vagabundos que buscábamos cómo vivir, cómo trabajar y cuidar a los chicos. Yo participaba en las reuniones para organizarnos y los chicos, cuando crecieron, también. No teníamos mucho más para hacer.
¿Piensan colaborar para que otros obtengan sus tierras?
Claro, porque hay como 350 familias en las banquinas y siguen haciendo las reuniones a las cuales todos concurrimos. Los acompañamos para que puedan conseguir lo mismo que nosotros. Le decimos a la gente que siga yendo y que sean unidos. Si no hay unión, la cosa no va.
¿La unidad es difícil?
Si las cosas las hacen uno o dos solos, los poderosos se los comen. Entonces tiene que haber una organización grupal, para hacerle fuerza al poder. La idea es que vean que la gente realmente necesita las tierras para vivir.
La escuela banquinera
Una de las instituciones que apoyó a los banquineros es la Escuela de la Familia Agrícola (efa), nombre de una experiencia nacida hace 40 años de la mano del movimiento agrario. Hay 70 actualmente, y todas aplican el modelo pedagógico de la alternancia: los chicos permanecen 7 días en la escuela y otro tanto con sus familias. El mecanismo permite que los estudiantes estén en su propio medio sin emigrar a las grandes ciudades.
Lucrecia Marceli, directora de la Unidad Educativa Privada 141 efa “Fortaleza Campesina”, del Paraje Buena Vista, explica el apoyo a los banquineros de modo casi autobiográfico: “Soy hija de pequeños productores de Santa Fe, de un pueblo donde se hacía la fiesta nacional de la leche, pero donde todo fue remplazado por la soja”. Cuenta, además, que en esta zona de Chaco aprendió la diferencia entre campesino y productor, entendida como cuestión de identidad: “El productor agropecuario, por chico que sea, se posiciona incluso mentalmente desde la producción y el negocio. Ni siquiera tiene que vivir en el campo. En cambio para el campesino es una cuestión integral: el campo es donde elige estar, donde tiene para comer, donde desarrolla su vida”.
Esta efa banquinera nació hace dos años: “Hay aportes mínimos del gobierno para el comedor, y lo poco o mucho que suman las familias de los estudiantes”. La escuela comenzó con 100 chicos inscriptos. Comparte el terreno de una primaria estatal, empezando por la sombra de su árbol más frondoso, que hace las veces de aula para la efa.
La escuela funcionó como un impulso para varias de las familias sin tierra, a través de los chicos. Lucrecia: “Los hijos de los campesinos también forman parte de la Mesa de Tierra y nos pedían ayuda. Ofrecimos lo que pudimos: lugar para reunirse, comida. Cuando los chicos fueron a la Cámara de Diputados para explicar su situación, les dimos dinero para el viaje”.
Las Escuelas de la Familia Agrícola tienen una herramienta de investigación e intervención comunitaria llamada “plan de búsqueda”, un modo de saber dónde hay tierras disponibles, y quién es el supuesto propietario. Esas investigaciones permitieron detectar las hectáreas finalmente expropiadas para los banquineros. La directora admite: “La parte más movilizadora para mí fue cuando los legisladores votaron. Los campesinos decidieron no esperar un minuto, y ocupar la tierra. Vino la policía, y rodeó incluso a la escuela. Yo pasaba mate cocido a escondidas, y pudimos mandar colchones y comida. Y todo terminó bien”.
¿Cuál es la clave?
De vuelta en lo de Vicenta Quiroz, siguen las rondas de mate. Uno de sus hijos, Daniel, 25 años, suma sus propios sueños a los reclamos de sus mayores: “Estoy haciendo la secundaria, y después seguiré la carrera de técnico en fruti-horticultura. Quiero ayudar a gente como nosotros. Hay muchas personas que se encuentran aisladas de todos sus derechos porque no los conocen. A veces cuesta ponernos de acuerdo y llegar a un objetivo, pero espacios como la Mesa de Tierra sirven para escuchar diferentes propuestas y seguir avanzando. Para solucionar la falta de tierras, lo que necesitamos es más organización”.
Parece que van a hacer un estofado para festejar ese primer logro que representa sacar de la banquina a 17 familias. Constituyen el 5% de los banquineros. El 95% sigue sobreviviendo junto a la carretera.
Daniel decía que hace falta más organización.
¿Cuál es la clave para conseguirla?
Lo principal es estar consciente de lo que se quiere: la tierra. Y hablar entre todos. Y saber algo: hay que moverse para conseguir lo que todos queremos.
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