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Efectivo al toque
A nueve meses de instalada, la empresa finlandesa gana un millón de dólares por día, pero la ciudad tiene el índice de desocupación más alto de Uruguay y casi duplica la media nacional. Floreció la industria de los juicios laborales, se hundió el turismo y creció la incertidumbre sobre el futuro. Otra forma de decirlo es que se agravaron los problemas que Botnia prometía solucionar. Sin embargo, en territorio uruguayo pronto se van a instalar tres pasteras más, una cerca de Colonia y otra en un corazón turístico muy ligado a los argentinos: el departamento de Rocha, para usar el puerto de La Paloma.
Fray Bentos es la sede de un moderno milagro económico.
La imponente Botnia está fabricando pasta de celulosa desde noviembre de 2007, tiene el apoyo y la protección del gobierno uruguayo (y logró torcer las posiciones históricas del Frente Amplio), es aplaudida por la oposición, se impuso a los reclamos gualeguaychenses al menos hasta ahora y al conflicto internacional entre ambos países, anuló toda oposición sindical, tiene apoyo unánime de los medios en los que generosamente publica sus avisos, se le cedió una zona franca que le permite exportar su producción a Finlandia sin pagar impuestos ni regalías, tiene una especie de seguro del Estado uruguayo de resarcimiento económico frente a cualquier inconveniente que detuviera el funcionamiento de la fábrica, se ha constituido en la industria multinacional más grande que haya existido alguna vez en Uruguay, el precio internacional de la tonelada de celulosa casi se duplicó en este tiempo, en menos de dos años dejará totalmente paga la inversión, y gana entre uno y dos millones de dólares por día.
Resultado: con semejante emprendimiento instalado en su seno, la serena y pequeña Fray Bentos se ha convertido en la zona de mayor desempleo de Uruguay (14 por ciento, contra el 8,5 de mediados del año pasado, doblega –según los datos del Instituto Nacional de Estadística– al promedio nacional que apenas pasa el 8 por ciento). El olor percibido sólo esporádicamente hasta ahora, a repollo hervido y/o huevo podrido (según la subjetividad de la nariz), o la lenta y acumulativa contaminación del río Uruguay pasaron a ser problemas de segundo orden.
Datos: Fray Bentos tiene 23.000 habitantes. Botnia declara alrededor de 300 personas trabajando en la planta. No es muy clara la cantidad de uruguayos, aunlas estimaciones los sitúan en alrededor de 100. Unos 33 de ellos son fraybentinos, principalmente ubicados en puestos de seguridad, mantenimiento y limpieza.
Los aplausos marean
La Asamblea de Gualeguaychú mantiene su corte en la ruta 136, pero permite el paso en casos especiales, que incluyen al periodismo. Yendo hacia Uruguay en auto primero hay que cruzar el puente Libertador San Martín –con sus curiosos letreritos celestes “No Residuos No”– y a 20 metros de altura sobre el Río Uruguay ya puede verse a Botnia humeando y vibrando con una especie de ronquido permanente de sus máquinas (que parece mayor aun cuando se pasa de noche). Soy el único pasajero del día en el puesto fronterizo, donde la atención de argentinos y uruguayos es impecable. Fray Bentos es un lugar bello y –para usar un adjetivo preferido por los uruguayos– tranquilo. La propuesta también es tranquila: conversar con quien vaya cruzándome por la calle, al azar, sobre la vida tras la instalación de Botnia, cuya construcción se concentró entre comienzos de 2006 y agosto de 2007 y funciona desde noviembre de ese mismo año. Un relato cotidiano y callejero sobre las consecuencias del modelo.
Primer dato: frente a la presencia del “Mumóvil” y su ostensible patente argentina, y pese a la supuesta animosidad tras el corte, la cordialidad y disposición a charlar fueron siempre absolutas. Es mi tercer viaje a Fray Bentos y siempre fue así.
Beatriz está en una esquina con Adriana, 2 años recién cumplidos, que ya cambió la mamadera por el mate. “Yo pido a gritos que levanten el corte” dice Beatriz. “Trabajaba con mi familia como despachante de aduana, en el puente, y nos quedamos en la calle. Mi padres se fueron a Salto, mi hermana a Paysandú. Yo me quedé con Adriana, pero tuve que dejarles a mis viejos a mis hijos mayores, de 12 y 13 años, porque no me da para mantenerlos, ni para mandarlos a la escuela”. ¿Botnia resultó un avance? “Hubo un avance, durante la construcción sobre todo. Pero se quedó ahí. Mucha gente trabajó y mejoró. Otros se marearon con los aplausos, como yo digo. De no tener nada –porque si acá no eras funcionario público no tenías nada– a tener una quincena buena, la gente compró cosas que después no terminó de pagar. Motos, televisores, celulares”.
¿Qué fue lo que pasó? “No alcanzó el tiempo de trabajo. Piense usted que casi no llegaron a ser dos años. Yo noto entonces que hay mejores comercios, hubo posibilidad de estudiar para trabajar en Botnia. Pero quedó en eso”. ¿Es una sorpresa o una decepción para los que imaginaban que ese progreso iba a ser más duradero? Beatriz le pasa un mate a su hijita: “Todos sabíamos que la tecnología al ser humano lo hace de lado. Hay gente trabajando; pero no el volumen que uno podía imaginar: yo pensé que podía haber un cambio mayor; pero en el fondo todo sabemos que la tecnología te da lo mínimo”.
Alguna vez en Fray Bentos la secretaria de Cultura local, Beatriz Espina, me dijo algo muy razonable: “Es una apuesta para otro lado. Soy madre de dos jóvenes que tuvieron que emigrar porque no encontraban empleo ¿Qué futuro nos estaba quedando? ¿A ver? Amo a mi país, y no quiero que éste sea un país de viejos”. Le pregunto a esta otra Beatriz con su niña matera qué opina: “Ése es el problema. Fray Bentos volvió a ser lo que era. Un poquito mejor a lo sumo. Pero el problema yo también me lo pregunto: ¿qué futuro dejamos a los niños? Por eso digo que levanten el corte, y que los hermanos argentinos no me digan que a ellos no los afecta, porque esto ha frenado una cantidad de actividades”.
Cerca de la Municipalidad hay una mueblería. Una señora se ha puesto contra la pared, al sol como los gatos. Cuando me presento me mira con complicidad y anuncia: “Que el corte dure para siempre. Cuando no hay corte todos van a comprar todo a Gualeguaychú, y encima el tipo de cambio hace que allá sea más barato. Ahora la gente tiene que comprar todo aquí, y eso hace que la situación no sea peor todavía”. ¿Qué opina de la influencia de Botnia en la zona? “Yo creo que se ha mejorado, hay un poco más de movimiento. Usted ve que hay más motos”. Le cuento que Beatriz me dijo que mucha gente ha tenido que venderlas. “Bueno, el movimiento es menor que el del año pasado cuando había aquí 5.000 obreros en la planta, claro. Y el comercio también aflojó bastante. Por eso hay tantos locales en venta”. Más exactamente, 42 negocios en unas 12 cuadras de la avenida principal, la 18 de Julio, pusieron sus letreros de venta o alquiler después del boom Botnia.
El bombero, el contador y el obrero
Ulises sale de una casa de ropa para hombres, luce lentes oscuros. “Usted ve que no ha habido grandes cambios. Yo no comparto la postura del corte y me duele mucho porque siempre hemos tenido buenísimas relaciones con Gualeguaychú y Argentina” dice el joven que termina contándome que trabaja en Botnia, haciendo turnos como bombero. “Para nosotros éste fue un emprendimiento importante que generó trabajo y una industria que Uruguay no tenía. Cambió la mentalidad de algunas personas, que se dieron cuenta de que tienen que capacitarse para estos proyectos”. Pero la capacitación hipotética no lograría que Botnia abra más puestos de trabajo: “No, pero el cambio de mentalidad es importante. Yo mismo estoy acostumbrado a la monotonía, a un pueblo chato. Vamos a hablar pronto y mal: éste es un pueblo de gente de edad, y ahora hay más movimiento, más gente joven. Cambió un poco, aunque en líneas generales sigue siendo lo mismo”.
¿Y qué tal el trabajo en la planta? “El lugar es impresionante, tiene muchísima seguridad. Desde ya que una empresa que use esos materiales y mezclas, ni hablar que va a desprender olor. Pero todo está monitoreado. Está lleno de cámaras en toda la planta controlando todo lo que pasa, todo el movimiento”. Me quedo con la duda sobre si controlarán la contaminación o a los que trabajan (eso me pasa por ver demasiadas películas norteamericanas) pero Ulises –con una enorme gentileza– me quiere aclarar algo: “Siempre hemos copiado a Argentina, pero también hay que entender que el país tiene que aprender a tomar sus riesgos, y sus recaudos”.
Patricio tiene 33 años, es contador, su señora es abogada. Tienen un bebé de dos meses. Anda con el termo y el mate a mano. Ve positivamente lo de Botnia, con este argumento: “Fue una inyección de progreso, no tiene sentido negarlo. Como el principio de la época de Menem en Argentina. Hubo un furor, se conseguía dinero, hubo gente que ganó mucho, y otros que se aprovecharon. Una casa que valía 200 pesos argentinos de alquiler, pasó a valer 1.500. Otros se mudaron para alquilarles sus casas a los europeos. Ahora empezó el temor, porque no hay tanto trabajo ni tanto ingreso”.
Otro aspecto del asunto: “La gente quería trabajar, y nadie puede cuestionar eso. Yo creo que los piquetes tendrían que hacerlos en Finlandia, porque acá nos matamos entre nosotros y los finlandeses se matan de risa”. Me aclara que no se está quejando: “A nosotros nos está yendo muy bien con mi señora, y te reconozco que estoy ganando plata con Botnia porque hay muchos trabajadores que hacen reclamos y juicios contra la empresa que son clientes nuestros”. (Sergio Campero, presidente del Sindicato de la Construcción, calcula que hay 2.700 denuncias, demandas y juicios laborales contra Botnia). Parece increíble que una empresa haya llegado a ese punto, contando con zona franca, beneficios impositivos…. “Y si querés dar más palos, te ayudo”, suma Patricio. “El Banco República también dio créditos para Botnia. Como si yo fuera a Argentina a invertir, pero la plata me la das vos. Pero así son las cosas. Yo te reitero que hubo un progreso, y eso es meritorio. Para mi hubo una falla gubernamental en no decir: bueno, instalate acá, pero garantizame que el 90 por ciento de la gente que trabaje sea uruguaya. Ahora estamos en una merma, obvio. El temor es que después de haber ganado bien, la gente no se adapte a esta retracción, y salgan a robar o algo así. Unos lo canalizan por el lado positivo. Pero con otra gente no se sabe”.
Algunas cuadras más allá hay un barrio obrero, más cercano a Botnia. Pablo tiene una verdulería: “Un poco más de movimiento hay. Poquito. A mí no me gusta quejarme. Hay más motos”. Por la vereda pasa Sergio, flaco, gorrita con visera, termo y mate. Tiene 22 años, va con su chica y un bebé en carrito. Como Patricio, y tan distinto: “Yo estoy sin trabajo, y te puedo decir que esto está mucho peor que antes. Estuve como albañil en Botnia durante once meses. Pero antes de Botnia, se conseguían changas en el monte, o haciendo algunos trabajos. Hoy no hay nada. Esto está muerto”. Le pregunto si no resultó un beneficio la presencia de Botnia, como me han dicho, y la posibilidad de mucha gente de comprarse más cosas: “¿Y para qué me sirve una moto? Yo soy de los que compraron una. Y la tuve que vender. Me costó 950 dólares y la vendí a 500 para poder vivir cuando me quedé sin trabajo”.
¿Piquetes en La Paloma?
Julia Cóccaro es una de las ambientalistas de Fray Bentos que (junto a Delia Villalba, ver mu número 9) alertaron a Gualeguaychú sobre lo que se estaba viniendo con los proyectos de la celulosa. Enemiga declarada de las pasteras y de las políticas de todos los políticos (blancos, colorados y frenteamplistas) Julia pasó a la categoría de bicho raro fraybentino, y para colmo ella y Delia terminaron enemistadas. Julia hoy tiene su casa en venta. “Pero nadie hace ninguna oferta”, comenta confirmando por el lado inmobiliario el ambiente recesivo que parece haberse apoderado de Fray Bentos. “El problema es que esta ciudad apostaba al turismo, y aunque ahora se levantara el corte, el turismo no volvería con semejante industria al lado”. La posibilidad de bañarse junto a Botnia y beber agua del río queda reservada a los shows de marketing de quienes se prestan a eso. Américo Pereyra y Mariela Bortoni, bichos raros también ellos, cuentan que a Fray Bentos volvieron las tortas fritas y las rifas: “Las tortas fritas las preparan las señoras y los chiquilines salen a venderlas a la calle. Y mucha gente vende numeritos para rifar un mantel o algo traído de contrabando desde La Salada de Buenos Aires. Ropa, relojes, lo que sea, para poder ir tirando. Eso mientras se construía Botnia no existía”.
En este veloz pasaje de la Europa industrial a la rifa casera, Julia aclara ciertas bases del modelo económico que conviene no olvidar: “Estas empresas no son papeleras. El papel, que es lo que da más mano de obra, valor agregado y menos contaminación, lo fabrican en Finlandia. Aquí trajeron la parte sucia del proceso. Para hacerlo necesitan millones de hectáreas de eucaliptos, que dan la materia prima para la pasta de celulosa. Ese monocultivo mata otras producciones, no da prácticamente mano de obra, y está eliminando las napas de agua”. Cada eucalipto consume de 30 a 50 litros de agua diaria, y los productores de estas áreas ya han ido comprobando la desaparición de arroyos y cursos de agua que forman parte del Acuífero Guaraní.
Mariela cuenta que ayer estaba hirviendo un repollo y las hijas le dijeron: “Ya estás haciendo olor a Botnia”. Julia reconoce que una sola vez percibió tal aroma en estos meses. Me sirve un café. “Lo hago con agua mineral porque la de canilla no me da confianza, viene río abajo de Botnia”. Durante el período de construcción se multiplicó también la explotación sexual, y se produjo la inédita llegada de travestis. Américo calcula que en el prostíbulo Miel llegó a haber 70 mujeres trabajando y unas 40 en La Banderita. “Ahora volvió a la normalidad, 6 ó 7 mujeres en cada caso”.
¿Por qué Julia tiene en venta su casa? “Porque me quiero ir de Fray Bentos. La planta ya está funcionando, no hay marcha atrás, y ya no tiene sentido que me quede. Me iré, no sé si a Punta del Este o a otro lado donde no vayan estas pasteras, aunque sea porque se les oponga el turismo. Sigo pensando que si se trabaja bien podríamos lograr que Botnia se vaya. Pero nada es fácil”. Nada: avanza la preparación para instalar a la española Ence (huida de Fray Bentos por el efecto Gualeguaychú) en Conchillas, y hay otros dos proyectos anunciados, la sueco-filandesa Stora Enso en el departamento de Durazno, y una más grande aun que todas éstas: la portuguesa Portucel, que tiene previsto instalarse usando el agua de la Laguna Merín cerca de la frontera con Brasil, con la hiper turística La Paloma como puerto de aguas profundas.
Trabajador multinacional
Francisco Boggi, 36 años, dos hijos, tiene los brazos atravesados por unas ¿ampollas?, ¿verrugas gigantes?, ¿cicatrices? “No sé. Son quemaduras químicas”, cuenta Francisco, quien junto a otros diez trabajadores quedó expuesto en agosto de 2007 a un derrame de una bolsa de sulfuro de sodio. “Cuando empecé a vomitar fui al baño y me mojé los brazos y la cara. El agua activó el producto químico que era como un polvillo y pasó ésto”. Sus compañeros, en cambio, no alcanzaron a estar expuestos al agua hasta ser hospitalizados. Por eso no sufrieron las quemaduras de Francisco, pero sí mareos, desmayos, vómitos y diarreas que continuaron durante varias semanas. Botnia se desprendió de todos ellos sin pagarles en algunos casos siquiera los días que no trabajaron por estar internados. Todos están en juicio contra la empresa. Boggi: “Yo me hubiera conformado con que me pagaran los días que me debían, y un servicio médico hasta quedar curado de estas cosas. Como la empresa nos empezó a poner en el lugar de mentirosos, la cosa se fue agravando. En un momento vinieron a proponerme darme plata para desistir. Y no a mis compañeros”. Julio Rodríguez, del sindicato de portuarios, postula: “Si la empresa quiere arreglar de ese modo, ¿es porque tiene razón o porque está en falta?”. Otra historias hundidas en el misterio fueron las muertes de los obreros Pedro Molina, en febrero de este año y el chileno Rodrigo Rivero en 2007. “Molina cayó de un andamio un día del lluvia, cuando está prohibido por ley que se trabaje. Y además pertenecía a una empresa que no era especialista en trabajos de altura. Lo hicieron para ahorrar. Nunca se pudo saber nada y los funcionarios del Ministerio de Trabajo tampoco pudieron investigar porque Botnia ya había levantado todo cuando llegaron”. Botnia se negó a dialogar con el gremio de la construcción y culpó por el accidente a la empresa subcontratada Cujó. En esos días el gobierno uruguayo le cedió el Cabildo de Montevideo a Botnia para realizar su fiesta de lanzamiento.
Julio cuenta otros efectos fraybentinos de Botnia: “En el puerto teníamos 100 puestos de trabajo por día. Hoy está prácticamente inactivo, todo el trabajo pasó a la propia Botnia, y allí hay 8 puestos de trabajo. El turismo en Las Cañas (el balneario de Fray Bentos) se calcula que ocupaba a 1.500 personas, sobre todo en verano. Pero ahora eso está muerto”. Otra novedad: “Volvieron los merenderos (los comedores populares) en los barrios. Esto no se veía desde la crisis infernal de 2002 Y el otro día salió un pedido de un chofer para una empresa. La cola fue de tres cuadras”. En plena construcción, en cambio, las ofertas eran otras: “Estaba lleno de prestamistas, ‘Efectivo al Toque’ lo llamaban. Mostrabas un recibo de sueldo y te daban diez sueldos ahí mismo”. Se sabe en estos casos quién termina ganando, pero quizás en esta promesa de la plata ya, haya un símbolo de mucho de lo que pasa en Uruguay. Y en el mundo.
Julio reconoce que abandonó el Frente Amplio cuando Tabaré Vázquez bajó la orden de apoyar la construcción de la planta. “Siempre estuve en contra, y el Frente también. De golpe cambió la cosa, y se acabó la discusión. Dije: no milito más”. Sus fichas hacia adelante están puestas en el Congreso del Pueblo que reúne a decenas de organizaciones sociales, oenegés y grupos ambientales: “Queremos meternos en los proyectos de reforma del Estado con la ley de forestación”. Boggi agrega: “El drama es que hay muchos uruguayos que son conservadores, esperan, no salen a tratar de hacer las cosas”.
Faltaría contar que en Mercedes –a 30 kilómetros de Fray Bentos– se siente la falta de agua por el monocultivo de eucalipto, que los productores son censurados en los medios cuando reclaman, o que un tambero como Carlos Vico explica: “Estas empresas son pura pérdida. La plata no se queda ni se mueve en el país, se la llevan toda”. Víctor Cardona tiene una pequeña granja, y cree que el problema es que los uruguayos que se oponen a este tipo de modelo no han sabido organizarse juntos. Pablo Martínez, chacrero, intuye que no conviene el pesimismo: “Nadie ha logrado satanizarnos. Todos los que denunciamos lo que pasa, estamos dando testimonio sobre cómo es la realidad, y cada vez más mucha gente se va dando cuenta. Ya vendrá nuestro momento. Somos como una célula madre de algo que está latente” dice mientras se va haciendo de noche. Unos 30 kilómetros más allá Botnia enciende todas sus luces. Parece una ciudad. Hoy, solamente, la empresa acaba de ganar un millón de dólares: efectivo al toque. Pero no se alcanza a ver a ninguna persona. Ésa es la receta del milagro.
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