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Victoria Corda y María Paula Doberti: tenés dos opciones

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La obra de estas artistas ya tuvo dos versiones y en cada una recogió respuestas inesperadas. A través de un recorrido por la maqueta de Plaza de Mayo, el público puede intervenir edificios emblemáticos.

E l cartel lo advierte con claridad, como si hubiera sido escrito por quien quiere evadir responsabilidades sobre consecuencias ulteriores: “Esta imagen contiene una fuerte carga simbólica para el espectador argentino. Compruebe sus pulsaciones”.
La leyenda pende de una pared, en una sala del Centro Cultural Recoleta y acompaña una gigantografía de la Casa Rosada. Un instructivo que aconseja:

1) Mire fijamente El Balcón.
2) Recuerde.
3) Según lo crea apropiado:

  1. Tire.
  2. Empuje.

La mujer de mediana edad lee con atención la consigna. Por unos segundos, contempla la imagen en silencio. Luego, escoge uno de los stickers, se pone en puntas de pie y, con pulso de cirujano, lo aplica sobre el balcón que popularizó Juan Domingo.
La Rosada se convirtió así en la primera posta de la obra Tire y Empuje que las artistas Victoria Corda y María Paula Doberti expusieron en el encuentro Corpolíticas de las Américas, organizado por el Instituto Hemisférico de Performance y Política, una organización con sede en Nueva York que reúne a instituciones, artistas, académicos y activistas dedicados a explorar la relación entre el comportamiento expresivo y la vida social en el continente.
La idea de Tire y Empuje había nacido un año atrás, cuando las plásticas argentinas participaron de un homenaje al artista catalán Joan Brossa. En aquella oportunidad, la propuesta consistía en realizar acciones mínimas que jugaran con las palabras y el absurdo, como solía hacerlo ese poeta, pintor y director teatral fallecido en 1998. “Los trabajos se iban a publicar en Internet, así que debían contener ideas universales, porque se iban a ver desde todo el mundo”, aclara Doberti. Por eso, en aquella oportunidad los stickers se pegaron en medidores de gas, automóviles y -por esa promiscua relación que tiene la globalización y la televisión- en la sede Polka, la productora que dirige Adrián Suar. Pero esta vez, en pleno Recoleta, la intención fue localizar la situación en Buenos Aires para trabajar con la identidad y la memoria, dos tópicos que recorren el arte efímero que habitualmente desarrollan Corda y Doberti.
Entre ambas elaboraron un listado de edificios públicos de fuerte valor simbólico para los argentinos, con la idea de proponerles a los espectadores que los tiren o los empujen, según su más profundo deseo. Cuando terminaron con la enumeración de edificios, concluyeron que la mayoría se encontraba situada en una misma zona. Por esa razón, estamparon la traza de la Plaza de Mayo en el piso de la Sala 12 del Centro Cultural. En una cabecera colocaron la imagen de la Rosada; en la otra, la del Cabildo. A un costado erigieron la Catedral y al otro, el Ministerio de Economía. También reprodujeron las imágenes imponentes del Banco Nación y la Pirámide de Mayo.

Abierto, por elitismo
Con paso cansino, la mujer de mediana edad pisa el plano dibujado con precisión de arquitecto. Se planta frente al Palacio de Hacienda y lee las indicaciones:

Precauciones:

  1. No mire con insistencia el edificio si su corazón no se encuentra lo suficientemente fuerte.
  2. No insista en encontrar soluciones a corto plazo.
  3. No ingiera nada durante las próximas dos horas.

1) Recuerde, por cada ventana, el apellido de un ministro de Economía.
2) Dedique unos minutos a calmarse.
3) Si aún le quedan fuerzas:

  1. Tire.
  2. Empuje.

Esta vez, la señora toma dos stickers: uno con cada opción. Con prolijidad, los recorta para armar otra palabra: “reempuje”. La pega cruzada sobre la entrada del edificio como una faja de clausura.
“Nuestras obras son abiertas –señala Doberti-, el público las completa. Se trata de una decisión política: el arte visual es súper elitista, tanto en la galería, como en el museo o en el centro cultural. En general, el artista baja un saber que el espectador recibe pasivamente. Nosotros invitamos a la participación. No hace falta un saber particular para expresarse. Y muchas veces, te sorprenden con cosas que no imaginabas.”
Un ejemplo concreto: las artistas presuponían que el Ministerio de Economía sería la mayor víctima de la pegatina. Sin embargo, la Casa Rosada ganó por lejos. Al final de la muestra, la sede de gobierno había quedado sepultada por las etiquetas. “Tal vez haya sido porque tiene un valor simbólico mayor que el resto y sea más identificable a primera vista”, apuesta Doberti. Otro detalle: “tire” le ganó por goleada al “empuje”.
Nosotras hacemos arte político –subraya Doberti-, pero estamos por fuera del lenguaje adusto del realismo socialista. El muralismo de Siqueiros no me parece que hoy sea arte urbano, eso se hacía hace 50 años. Ese tipo de obras busca que el público se sienta identificado y agite una bandera. Nosotros, en cambio, nos proponemos que la gente reflexione. Mientras que el realismo socialista trabaja desde la imagen, nosotros lo hacemos desde el concepto, en todo caso desde ahí incorporamos la imagen o el texto. Siempre trabajamos con cruces lingüísticos. Por ejemplo, cuando se leen estructuras reconocibles pero en otro contexto, los mensajes ganan interés y estimulan la complicidad del espectador”.
Los estímulos que el público recibe cuando ingresa en Tire y Empuje no se limitan a las percepciones visuales o táctiles. Como música de fondo, un audio sin fin acompaña la exhibición. Una voz monocorde lee decenas de definiciones y aplicaciones de los términos que bautizaban a la performance, sin hilo conductor alguno. Se escuchan acepciones de distintos diccionarios y, también, las diversas explicaciones que propone la física. Hay algunas nociones vinculadas al deporte y otras a la arquitectura. También aparecen frases de obras fundantes de la literatura nacional, como el Facundo, y los absurdos hallazgos que realiza el Google cada vez que el usuario hace click en buscar. La ensalada se completa con una sucesión de acontecimientos históricos que devinieron en múltiples “tires y empujes”. Rosas, por ejemplo, había organizado un plan para empujar a las tribus hasta la cordillera; el exilio había empujado a Perón a España durante 6.268 días; los obreros empujaron por medio de la huelga general –en 1918– la reducción de la jornada laboral de 11 a 8 horas; y los cacerolazos de miles de vecinos enfurecidos empujaron a Fernando de la Rúa de la Casa Rosada. Pese a la deliberada monocronía de la voz, hay una frase que todos escuchan con sobresalto.
Dice la voz: “Tenía miedo de que cuando llegara el momento no me iba a animar a empujar a la gente desde el avión, pero me animé. En ese momento me sentía Dios”.
Es una cita textual y el copyrigh pertenece a el ex diputado provincial por Tierra del Fuego, el represor Juan “Jeringa” Barrionuevo, refiriéndose a las ejecuciones que realizó en los denominados vuelos de la muerte, durante la última dictadura militar.

Hombre trabajando
La muestra se completa con una pantalla donde se proyecta la imagen aérea de la Plaza de Mayo. Pero la puesta incluye la intervención del actor Rorberto Beto Sabatto, que se introduce en la pantalla a través de unos tajos, imperceptibles a primera vista. Desde atrás comienza lentamente a tirar y a empujar. Así, la película se acerca al público y se aleja. Se inclina hasta casi tocar el piso o toma el relieve de unas manos o una cabeza. La pantalla va y viene hasta que, finalmente, la secuencia termina con el hombre aplastado por las rejas de la Casa Rosada, como si todo su esfuerzo por modificar ese relieve hubiera sido inútil.
“Quisimos reflejar, de alguna manera, lo que pasó en 2001. Tiramos todo y volvió. Pero la idea no era dar un mensaje frustrante, sino asumir todo lo que pasó, la película completa. En el fondo, nosotras proponemos que vale la pena seguir tirando y empujando, aunque a veces parezca inútil. Y la gente lo entendió, por eso pegó los stickers por todos lados. Eso sí: en este país para empujar y tirar hay que laburar mucho, por eso el actor está vestido de obrero”.
Cuando el actor sale de la pantalla, se quita su mameluco y lo guarda en el valijín. En ese momento la mujer de mediana edad retoma su marcha, pasa por el Cabildo –donde el instructivo llama a pensar en Saavedra y Moreno–, se topa con el Banco Nación, donde el cartel propone mirar si no hay corralitos cerca y se va, sonriente. Lleva en los bolsillos de su campera dos etiquetas: una dice “tire” y la otra, “empuje”.
“Nuestra esencia es lo efímero y lo público. Si en una galería, la obra de un artista termina cuando la cuelga; la nuestra recién empieza. Es un proceso que va desde el momento de proyectar hasta el seguimiento de las reacciones del público”, sintetiza Doberti.

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