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Aguante la milonga
La Fernández Fierro. Con el espíritu de una banda de rock hacen tango clásico. Fundaron su propio club para dar clases de baile y recitales. Cómo funciona esta cooperativa que ya se considera una empresa recuperada y puede recibir premios en nombre de Gardel.
Sobre la vereda de la calle Bustamante hay media docena de muchachas, dos señoras y un señor que ensayan pasos de baile, un adolescente con los padres, una chica con anteojos de marco negro y pelo rojo y un par de parejas sentadas en el cordón de la vereda. Se rumorea que el portón del Club Atlético Fernández Fierro se abre a las 21. Todos miran al cielo con desconfianza porque pareciera que va a llover, pero no. Bustamante a esa altura, además de arbolada es oscura. Apenas ilumina la cuadra la luz azul fluo del hotel alojamiento que está enfrente.
El portón se abre y un joven dice «Bienvenida al CAFF». Su remera, negra con grandes letras blancas, lo identifica como «Fabricanti dei Ilusioni». Más tarde, el entrevistado Pablo Jivotoschii, violinista de la Orquesta Típica, develará el misterio: es el Tano (y eso explica el idioma de la inscripción) miembro de la Cooperativa de Trabajo Fernández Fierro, que se encarga de la logística de los shows y, además, de la iluminación (y eso explica el significado de la remera).
Tras el portón, hay un pasillo con bancos de madera y plantas. Nada queda de lo que fue, en otra época, un taller mecánico. Para confirmarlo, al final están las cortinas rojas y un pequeño mostrador en el que Mariela –otra colaboradora de la Orquesta– recibe a quienes llegan a tomar clases de baile. Hay milonga hasta las 23, hora estimada para el comienzo del esperado recital de la Fernández Fierro, recién llegada de su gira por Brasil.
En uno de los banquitos del pasillo, la orquesta, representada por Pablo, recibe a mu. Pero antes de dar paso a la charla conviene saber que esta formación lleva cinco años tocando y que, desde su aparición, causó revuelvo en el mundo de los tangueros tradicionales que no vieron con mucho agrado que un grupo de 12 jóvenes de entre 22 y 34 años, de zapatillas y jean, se presentaran como Orquesta Típica de Tango. Porque si bien desde lo estético plantearon desde el vamos una ruptura, en lo musical se plantaron con una identidad definida: cien por ciento tango clásico. «Es el sonido que nos gusta. Es donde elegimos bucear para encontrar el propio estilo», asegura Pablo.
Conviene saber también que durante tres años la Fernández Fierro tocó gratis en las calles del barrio de San Telmo, en donde vendían cien discos por domingo; que formaron una cooperativa de trabajo; que fundaron un club en donde se dictan clases de milonga y organizan recitales; que hacen giras por todo el mundo y que se ganaron el respeto de los más ortodoxos del género. Y que todo esto lo hacen con un espíritu totalmente independiente y autogestivo. Y, como si fuera poco, con una inquietante teoría: «Si lo que hacemos le gusta a todo el mundo es porque nos estamos achanchando». Sin embargo, Pablo quiere dejar en claro que los motiva algo estrictamente vinculado a la diversión. «Convengamos que esto que hacemos no es ninguna revolución. No es Piazzolla».
La Fernández Fierro tiene, además, un perfil político definido. Editan y distribuyen sus hasta ahora cinco discos, critican fuerte el circuito turístico del tango porque les parece poco genuino y también se enojan porque el género está demasiado ligado a la agenda cultural del Gobierno de la Ciudad: «Aparecen los grupos de tango cada vez que hay un festival o un concurso oficial». Además, participaron del disco editado por fm La Tribu y Doble F Alternativo titulado A Bush no le va a gustar, un compilado realizado especialmente para la llegada del presidente norteamericano a la Cumbre de Mar del Plata, y en cuanto pueden les gusta decir lo que piensan sobre todos los temas políticos. Tienen reunión de la cooperativa una vez por semana y allí discuten sobre todo: desde cuánto cobrar el fernet en la barra del caff, pasando por la lista de canciones de la próxima presentación, hasta si creerle o no al Presidente. «También leemos la revista Barcelona y ahí nos informamos bastante», se ríe Pablo. Y agrega que los problemas los resuelven hablando y con mucho respeto por las diferencias: «Imaginate que somos 12 personas… después de discutir, terminamos todos juntos jugando al ping pong».
¿Qué implica para ustedes funcionar como una cooperativa?
Repartir tareas más allá de lo estrictamente musical, repartir el dinero en partes iguales y tomar decisiones en forma conjunta. Hay una libertad que hace que te comprometas de onda. Aunque algunas cosas están muy estructuradas. Por ejemplo: se anotan las faltas y las llegadas tarde. Nosotros cobramos por quincena y al que faltó a una prueba de sonido o a un ensayo, se le descuenta un porcentaje. Y todos lo aceptan porque entre todos acordamos que sea así.
Se volvieron burocráticos, digamos…
(Pablo se ríe.) Es que sin querer esto se convirtió en una empresa sin jefes. Es una fábrica recuperada… Lo de las faltas se discutió un montón, pero comprobamos que si nos descontamos plata el índice de asistencia es mucho mayor y la orquesta funciona mucho mejor. Listo: lo que queremos es eso. No tenemos ningún capitalista detrás explotándonos. O nos ponemos las pilas nosotros mismos o nos vamos al tacho todos.
¿Por qué consideran que son una empresa recuperada?
Y… digamos que hubo un intento de patronazgo. Pero ya lo solucionamos. Defendimos nuestra fuente de trabajo y de expresión artística. Seguimos para adelante y los mejores momentos de la orquesta fueron los que vinieron después. Lo que está claro es que acá todos tienen su peso y las movidas de «hago lo que se me canta» no van con la orquesta. A la vez hay un caos total en cuánto a lo creativo. En el fondo ése es nuestro espíritu, pero somos super organizados. En el escenario somos lo que queremos.
a orquesta tiene tres violines (Pablo, más Federico Terranova y Luis Giuntini) una viola (Juan Carlos Pacini), un violonchelo (Alfredo Zuccarelli), un contrabajo (Yuri Venturín, también a cargo de la dirección) cuatro bandoneones (El Ministro, Julio Coviello, Pablo Gignoli y Martín Sued), un piano (Santiago Bottiroli) y un cantor (Walter Chino Laborde). Los que ejecutan cuerdas, en general, tuvieron formación académica, otros son autodidactas o egresados de la Escuela de Avellaneda, un semillero importante para esta generación de músicos de tango. Por definición, la suma de la Fernández Fierro es rebelión: “somos anárquicos” le gusta decir a Pablo. Los nombres de los discos que editaron reflejan ese espíritu.
¿Por qué le pusieron Mucha Mierda al último disco?
Las ideas de la orquesta nacen de algo parecido al brain storming y no se intelectualizan demasiado. Mucha Mierda es, por un lado, una forma de desear suerte, pero también una definición: todo es una mierda.
Y al anterior ¿por qué lo llamaron Destrucción Masiva?
Justo fue en la época de la invasión a Irak, cuando Bush hablaba de las armas de destrucción masiva que nunca pudo encontrar. Nosotros quisimos decir: “Acá estamos. Nosotros tenemos armas de destrucción masiva”.
No incluyeron hasta ahora letristas de tango de esta generación…
Nuestros tangos propios son sólo instrumentales. Y los que hacemos cantados, los elegimos en base a que podamos hacer un arreglo y a que sea algo que el Chino (el cantor) se sienta cómodo diciendo. Porque si bien el tiempo cambió, ¿hay que decir la palabra e-mail en la letra para cantar sobre una generación? No creemos que sea así. Nos preguntamos mucho sobre qué decir y cómo decirlo, pero no encontramos, por ahora, respuestas propias que nos convenzan.
¿Qué hace que el tango de ustedes no siga siendo para los abuelos y los tíos? ¿El hecho de que lo haga gente joven?
Héctor Larrea, que un poquito sabe, dice que nosotros tenemos algo violento desde el sonido, que es muy del siglo xx y que no lo tuvo ninguna otra orquesta típica. Por ahí yo desde adentro no me termino de dar cuenta de eso, pero capaz que sí. Que lo haga gente joven sin duda es un factor, pero también que no hacemos tango para agradar a nuestras mamás. A mi suegra no le gustó el título Mucha Mierda. Y está bien. Tiene que ser así.
No lo hacen para agradar a nadie. ¿Para qué lo hacen entonces?
Para divertirnos. Cuando nos aburramos, se va a notar. Para mí lo que logramos hasta ahora es milagroso. Cada vez tenemos más público, cada vez vendemos más discos, cada vez son mejores las condiciones para trabajar, se nos paga mejor y se nos mira menos mal.
Ojo: si todos los empiezan a mirar bien, según su propia teoría, hay que cambiar de rumbo…
No… Por eso no te preocupes, siempre nos encargamos de quedar mal.
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